Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich, residente en Barcelona.
Notas del administrador del blog:
Debido a la progresión de la enfermedad, Bartolomé ya no está en condiciones para usar ordenador. Este poema está fechado en junio de 2006, y forma parte de su libro 'Sentimientos de una vida'.
Bartolomé nació, y vivió hasta en los 25 años, en Jódar (provincia de Jaén, tierra de olivos)... Reside en Barcelona...
Es este poema se puede apreciar cómo Bartolomé pone en verso su situación personal en un momento de progresión de su ataxia bastante avanzado.
*****
La apacible mañana,
plena de armonía,
induce a soñar con octogenarios olivos
del añorado pueblo,
donde vigentes,
viven los recuerdos.
En la retentiva de los sentidos,
en los atardeceres de otoño,
se ve una lechuza,
con circular movimiento de cabeza,
en su luctuoso canto:
tres veces piar.
En su curvo pico,
una rama de olivo, verde.
Verde fue la esperanza,
arraigada en el corazón,
cual bellas evocaciones,
¡qué no volverán jamás!.
Recuerdos de azadas,
escardillos, y almocafres,
estremecen la tierra.
Chiquillos de corta edad,
en la fría mañana de invierno,
limpiando de abrojos la superficie
del suelo del olivar.
La lluvia quebranta con sonoro ruido.
Achares que tiene la tierra,
al ser calada por aguaceros de cielo.
Suspira el viento
con singular murmullo,
azotando los recuerdos de niñez,
que hierven en el pensamiento,
dejando bellas evocaciones.
Con tierno arrullar,
se oye a la tórtola en su nido.
Arrullar, arrullar...
quebrantando los silencios
que el alma lleva dentro.
Las nubes cubren el cielo
de mis anhelados recuerdos,
que aún sueñan con verdosos olivares,
en el silencio sonoro...
de los silencios.
Se agitan las quimeras
en el corazón de un soñador,
que, lastimado, se adormece bajo un trozo de cielo...
de cielo de su lejano pueblo.
Cuando a escribir me pongo,
vuelven a la memoria, caminos de antaño,
añorados por la lejanía del tiempo,
con pasiones profundas,
evocando veredas,
trochas,
y senderos polvorientos,
escabrosos por el estío.
Viven, delicadamente, las ilusiones
dormidas en la fúlgida memoria del ser,
bajo el pesado yugo de la dolencia,
y el paso de los años,
que vive y sueña
con el cariño y el corazón dividido
en dos sitios distintos.
Mas aquellos olivares,
de rugosos troncos por los años,
anidan en el alma,
cual enea milenaria de orígenes profundos,
enraizando en mi vida...
perdurando noche y día.
¡Hermosos olivares!
Aquellos viejos olivos,
bajo el cielo azul,
y el sol rutilante de Andalucía,
habitan en mi subconsciente,
fructíferos en fruto:
Aliviaron nuestra hiriente penuria
de aquellos años de mi infancia...
El aire,
sembrador de semilla,
inolvidable,
traslada, invisible, la simiente feraz
que nace día tras día,
en las auras del recuerdo,
sin querer olvidar centenarios olivos,
sedientos de lluvias otoñales.
Mas todo, poco a poco,
va quedando en efímeros sueños,
de bello contenido,
dando vida al alma y al corazón...
su tic-tac se estremece de ilusión.
Todo son desvaríos de un soñador
de delirios y dichas:
Recordando el tilín-tolón del reloj,
dando las horas en el campanario de la plaza:
iglesia de la virgen de la Asunción,
de Jódar...
¡Mi querido e inolvidable pueblo...!.
plena de armonía,
induce a soñar con octogenarios olivos
del añorado pueblo,
donde vigentes,
viven los recuerdos.
En la retentiva de los sentidos,
en los atardeceres de otoño,
se ve una lechuza,
con circular movimiento de cabeza,
en su luctuoso canto:
tres veces piar.
En su curvo pico,
una rama de olivo, verde.
Verde fue la esperanza,
arraigada en el corazón,
cual bellas evocaciones,
¡qué no volverán jamás!.
Recuerdos de azadas,
escardillos, y almocafres,
estremecen la tierra.
Chiquillos de corta edad,
en la fría mañana de invierno,
limpiando de abrojos la superficie
del suelo del olivar.
La lluvia quebranta con sonoro ruido.
Achares que tiene la tierra,
al ser calada por aguaceros de cielo.
Suspira el viento
con singular murmullo,
azotando los recuerdos de niñez,
que hierven en el pensamiento,
dejando bellas evocaciones.
Con tierno arrullar,
se oye a la tórtola en su nido.
Arrullar, arrullar...
quebrantando los silencios
que el alma lleva dentro.
Las nubes cubren el cielo
de mis anhelados recuerdos,
que aún sueñan con verdosos olivares,
en el silencio sonoro...
de los silencios.
Se agitan las quimeras
en el corazón de un soñador,
que, lastimado, se adormece bajo un trozo de cielo...
de cielo de su lejano pueblo.
Cuando a escribir me pongo,
vuelven a la memoria, caminos de antaño,
añorados por la lejanía del tiempo,
con pasiones profundas,
evocando veredas,
trochas,
y senderos polvorientos,
escabrosos por el estío.
Viven, delicadamente, las ilusiones
dormidas en la fúlgida memoria del ser,
bajo el pesado yugo de la dolencia,
y el paso de los años,
que vive y sueña
con el cariño y el corazón dividido
en dos sitios distintos.
Mas aquellos olivares,
de rugosos troncos por los años,
anidan en el alma,
cual enea milenaria de orígenes profundos,
enraizando en mi vida...
perdurando noche y día.
¡Hermosos olivares!
Aquellos viejos olivos,
bajo el cielo azul,
y el sol rutilante de Andalucía,
habitan en mi subconsciente,
fructíferos en fruto:
Aliviaron nuestra hiriente penuria
de aquellos años de mi infancia...
El aire,
sembrador de semilla,
inolvidable,
traslada, invisible, la simiente feraz
que nace día tras día,
en las auras del recuerdo,
sin querer olvidar centenarios olivos,
sedientos de lluvias otoñales.
Mas todo, poco a poco,
va quedando en efímeros sueños,
de bello contenido,
dando vida al alma y al corazón...
su tic-tac se estremece de ilusión.
Todo son desvaríos de un soñador
de delirios y dichas:
Recordando el tilín-tolón del reloj,
dando las horas en el campanario de la plaza:
iglesia de la virgen de la Asunción,
de Jódar...
¡Mi querido e inolvidable pueblo...!.
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