Por Vicente Sáez Vallés, paciente de Ataxia de Friedreich, de Zaragoza.
Nota del administrador del blog:
Esta novela corta de Vicente se editará, por entregas, en cinco capítulos, en días consecutivos, si en el intermedio no hubiera noticias relevantes de ataxia cuya emisión no admita dilación. Sí, también, para romper dicha perioricidad, podrían surgir cuestiones de fuerza mayor, como fallos de hardware, software... o mi "salud-ware" :-) , que es peor.
Para que nadie pueda perder el hilo de la novela, cada día, se hará constar la dirección web de los capítulos editados con anterioridad... Más aún: el último día se dará un enlace al archivo ".doc" original de la novela entera... tal y como lo dejó Vicente antes de morir... y que, por cierto, no firma con su nombre y apellidos, sino con su pseudónimo: "Segismundo".
1- La energía no se crea, ni se destruye, sólo se traslada (0- Las cosas).
2- La energía no se crea, ni se destruye, sólo se traslada (1- Unión tenaz).
3- La energía no se crea, ni se destruye, sólo se traslada (2- Dos personas).
4- La energía no se crea, ni se destruye, sólo se traslada (3- Primeros encuentros).
La energía no se crea, ni se destruye, sólo se traslada (4- El delito):
"Como al llenar un recipiente gota a gota,
hay una gota final que lo hace desbordar,
del mismo modo, en una serie de gentilezas
hay una final que acelera los latidos del corazón.
( ... en Farenheit 451 ... Ray Bradbury).
El investigador más joven e inexperto fue elegido investigador-jefe del fenómeno. Pasaron dos meses desde el incidente del hospital. Allí se manifestó la unión tenaz, y el doctor se encargó de la explosión que redujo a ceniza las pruebas. El de las gafas redondas hizo simulaciones de ordenador y usó la inteligencia artificial con los pocos datos que tenía, y concluyó en que el sexo, la agresividad y unas condiciones específicas estaban relacionadas. Sin tener muy clara la hipótesis inicial de trabajo, se preguntaba qué pasaría si a un hombre desnutrido y deshidratado se le ponía sólo a su acceso algo de alcohol. Pensó en el casquete rosa, y quién se prestaría a semejante experimento.
¿Quién inventó la ley? ¿Quién es el culpable: el transgresor o el perjudicado?.
- Repasemos el plan -se dirigió autoritario a los cinco jóvenes que esperaban que se les mandara algo- En el cambio de guardia, sólo habrá uno. Vosotros tres simularéis la pelea... y vosotras dos entraréis en el almacén, y cogeréis el libro en el menor tiempo posible, según el plano. Yo os esperaré en el furgón. Recordad, no matéis al guardia.
- Lo hemos repasado mil veces ya... -dijo la chica morena (bueno, la otra también era morena), de los ojos negros (la otra joven también tenía los ojos negros) y los cabellos brillantes en melena que desembocaba en unos formidables hombros, que delataban un cuerpo esbelto de aspirante a soldado (eso sí, la otra llevaba el pelo corto, muy corto), se puso en pie, y empezó a caminar nerviosa en el cuarto viejo, alrededor de un líder serio y calculador.
- Pero no quiero muertos, bajo ningún concepto. -comentó el de pelo corto rubio, cuya altura y potencia, eran la causa aparente de su supremacía sobre los cuatro jóvenes que el estado no quiso emplear, como a él.
Todos eran como dioses del Olimpo, que sin trabajo, se dedicaban a la cultura.
El joven más viejo no tenía más de veinticuatro años, y la joven más joven, también.
- Da igual, nos van a condenar igual si nos cogen... -dijo la del pelo corto en un arrebato de inteligencia.
- Bueno... la ley mata, nosotros no -sentenció el líder, zanjando el asunto.
Y los cinco partieron, cada cual por su sitio. Se reunirían en el bosque de asfalto: así lo llamaban porque su paisaje estaba repleto de cientos de edificios abandonados... no sólo por la gente, sino por la vida: Era difícil hallar algo viviente en tierra firme. En los mares, en las profundidades abisales, era sencillo, porque estaban llenos de vida y oscuridad.
El sol dañino y agobiante moría, y daba paso a la hora del paseo... la única que el sol no aplastaba y el frío no hacía témpanos en el horizonte. La única hora del cambio de guardia del almacén de tesoros estatales.
Los personajes iban a robar un libro para su biblioteca, clandestina y subterránea, por supuesto. Pocos leían porque se perdieron los libros. Algunos recopilaban los casi ochenta volúmenes de una colección de lo más variopinta y surtida: desde novela romántica, hasta un tratado de química orgánica. Había un libro grande y bien conservado de historia del arte; pero estaba en portugués.
Se dedicaban todos a la ciencia, y nada despejaron para la imaginación. No había libros, y por eso eran tan apreciados. Ahora, los humanos van a robar un libro al estado.
Todo sucedió rápido. Un furgón eléctrico en el que viajaban cinco personas jóvenes, aparcó cerca del almacén gris, tras unos arbustos sintéticos decolorados por el tiempo. El almacén estaba situado en el interior de una antigua fábrica de yeso abandonada en las afueras de la ciudad. Había en la entrada vieja barroca dos soldados inmóviles con los fusiles dispuestos. El uniforme gris y las gafas de sol negras, les hacía más temibles y poderosos. Sus mascarillas plásticas brillaban en los achaques de un sol agonizante que preludiaba la noche. Uno de los guardias dijo algo, y se fue.
Quedó desprotejida la estancia. Saltaron cuatro personas por la puerta trasera del vehículo rojo. Uno perseguía al otro, y le gritaba en descontrolada violencia:
- ¡Cabrón!
- ¡Razona un poco...!
Los dos jóvenes se dispusieron a interpretar una escena de Fellini, como un italiano en un ataque de celos pasionales
- ¿Por qué tuvo que ser ella?
Los dos en loca carrera, se aproximaron al guarda, que empezaba a no saber qué hacer: Si seguir en su puesto, o abandonarlo para separarlos. Una confusión de gritos, cuchillos, y tensión solidificaba el ambiente cuando el soldado se disponía a intervenir, colocándose entre ellos.
- ¡Quietos, os vais a hacer daño...!
En ese momento las dos mujeres avanzaron en silencio y, aprovechando la escasa atención del guardia sobre las formidables puertas metálicas, se internaron en el vetusto edificio.
En movimientos pausados según el plano memorizado al mínimo detalle, atravesaron primero una enorme estancia en penumbra con máquinaria incomprensible. Muy sucia pero sin telarañas. Las mascarillas cambiaban de color para disponer de alguna sensación de hedor o de perfume, desde lo más oscuro, a lo más brillante. Todo era hediondo a juzgar por el color negruzco que tomaron los filtros plásticos. Estas sensaciones, que tenían prohibidas los humanos, siempre habían sido importantes en la continuidad de la especie, ya que siempre han regulado buena parte del apareamiento.
La estancia era enorme, y llena recovecos. No obstante, ellas se movían con sabiduría y agilidad gracias al plano que el hermano Rai había dibujado y a su exacta descripción.
Senda y Cali, sobrecogidas por la visión, encontraron una hilera de bloques rectangulares, que semejaban cajas de madera. Examinaron una a una minuciosamente; cada una de ellas contenía una urna de vidrio en la que se distinguía el contorno de un objeto. Las chicas abrían las cajas lentamente para no saltar la alarma de los tesoros. El libro, según el plano, se hallaba en la cuarta caja, pero había que mirar cada una por si lo habían cambiado. Se encontraron con un collar de diamantes en un cuello de terciopelo negro y que latía en una luminosidad que sólo el diamante ofrece... con unos lingotes de oro... y con un lingote de platino de un metro de largo exactamente, que representaba al padre del sistema decimal... y el libro. Las chicas sonrieron, y Cali (la del pelo corto) propinó una patada fuerte a la urna que contenía un libro. Mientras, Senda cogió el libro, y las dos corrieron como si les persiguiera el diablo.
El tiempo previsto para que llegara el guardia del tesoro alertado y el de ellas, que tardarían en salir, era el mismo... pero no se cruzaban, y el guardia no podía abandonar las inmediaciones de su puesto. No serían vistos gracias a los setos artificiales.
Vicente Sáez Vallés |
El título del libro que el estado recuperó era “Narraciones extraordinarias”, de Edgar Allan Poe.
(Continuará mañana).
Nota segunda del administrador del blog:
Vicente falleció en el año 2006. Para acceder a una breve semblanza del autor del texto (escrita por su hermana, Cristina, también, como él, paciente de Ataxia de Friedreich), hacer click en: Semblanza de Vicente Sáez Vallés.
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