La pagina web de "Ataxia y atáxicos" (información sobre ataxia, sin ánimo de lucro) es: http://www.ataxia-y-ataxicos.es/


sábado, 30 de agosto de 2014

Homenaje a Lauren Bacall

Blog "Ataxia y atáxicos".

Recordábamos el sábado de la semana pasada un dicho de mi pueblo: "La muerte va por barrios"... Yo no lo creo, aunque, a veces, pudiera parecerlo. En esta ocasión, por ejemplo, recientemente, con pocos días de diferencia, se ha llevado a dos famosos actores de cine: Robin Williams, y Lauren Bacall.

El sábado pasado, nuestro día de cine, realizamos un homenaje a Robin Williams, proyectando una de sus películas más emblemáticas... Hoy le toca el tuno a Lauren Bacall. La película a proyectar será: 'Cayo largo'.

El film lo recomiendo yo: el tal Miguel-A. Cibrián, que, si echamos la culpa al mensajero :-) , según dicen las malas lenguas, padezco Ataxia de Friedreich... Evidentemente, el blanco y negro de la película va a dejar patente mi condición de "carroza". ¡Pues vale! ... ¡Para qué negarlo! ... No obstante, lo bueno no pasa nunca de moda... incluso, con el paso de los años, como el vino añejo, es aún más apreciado :-)

Descripción:

'Cayo Largo', (título original: 'Key Largo'), es una película norteamericana del año 1948, y 100 minutos de duración. Está dirigida John Huston. E interpretada por Humphrey Bogart, Edward G. Robinson, Lauren Bacall, Lionel Barrymore, Claire Trevor, Thomas Gomez, Harry Lewis, John Rodney, Marc Lawrence, Dan Seymour, Monte Blue, y William Haade.

Sinopsis de la película:(Extracto de 'Filmafinity')

Frank McCloud (Humphrey Bogart) es un veterano de guerra que viaja a Cayo Largo, en Florida, para visitar al padre (Lionel Barrymore) y a la viuda (Lauren Bacall) de un compañero muerto en combate. Pero su estancia se complica, ya que en su hotel se aloja también una banda de gansters que, aprovechando una fuerte tormenta, les toman como rehenes.

Uno de los atractivos especiales de esta película estaba en que el actor principal, Humphrey Bogart, y Lauren Bacall (Nora, en el film), formaban pareja matrimonial, a pesar de 20 años de diferencia de edad... Estuvieron juntos hasta la muerte de éste, en 1957, debida a un cáncer.

Para que podáis disfrutar de la visión, la citada película ha sido colgada en "el barco que compramos a José de Espronceda". Él/la que no sepa dónde se encuentra, que pregunte. En el blog no se dice, por ser "pecado legal" :-) ¡A lo mejor, nos espía la SGAE! Y, si se enterara, nos dinamitaría el barco, con todos dentro :-)

Quede bien entendido que somos piratas buenos: Aparte de no existir aquí fines lucrativos, la película está tomada en calidad de préstamo: Será borrada en 6 días, a partir de la fecha de emisión de este artículo.

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viernes, 29 de agosto de 2014

'Las palabras del viento' (quinta entrega)

Blog "Ataxia y atáxicos".

Mamen García
Por María Narro, pseudónimo literario de Mamen García, paciente de Ataxia de Friedreich, de Guadalajara.
Extraído de 'GuadaQué'... (ver enlace al original en "fuente"... al final del artículo).

Notas del administrador del blog:

Con permiso explícito de Mamen, iremos reproduciendo en este blog los capítulos de la novela 'Las palabras del viento', previamente editados por ‘GuadaQué’, y dejando constancia, en forma de enlace, de la fuente original... Nuestra perioricidad pudiera ser de un capítulo (entrega) semanal. Si bien, no establecemos plazos concretos, ni fechas fijas de edición.

En cualquier caso, cada día a editar, como recordatorio, se consignarán los enlaces a los capítulos ya editados... con el fin de que ninguno de los lectores pueda perderse el hilo de la narración:

1- María Narro publica su novela por capítulos (presentación).
2- 'Las palabras del viento' (capítulo I).
3- 'Las palabras del viento' (segunda entrega)
4- 'Las palabras del viento' (tercera entrega)
5- 'Las palabras del viento' (cuarta entrega)


Quinta entrega de la novela de María Narro "Las palabras del viento"


Portada de 'Las palabras del viento'
Mercedes

Anoche soñé con Isabel.
No quiere que la tenga miedo, ahora quiere estar conmigo y que encontremos juntas a papá. Me dijo que ella me puede ayudar, que mirara dentro…

Tenía tan pocos recuerdos de mi padre que, mientras limpiaba y ayudaba en la cocina aquellos primeros días en las Ursulinas, los repasé uno por uno. La abuela Bernarda le llamaba gitano y hasta una vez dijo que tenía que haber trabajado en el circo como su madre. ¿Titiritando? No. Titiritero, eso, le llamó titiritero. Se me abrieron los ojos como platos y le pedí permiso a la hermana cocinera para ir al retrete; en su lugar atravesé un patio y fui a mi habitación. Rebusqué entre unas viejas fotografías y la encontré. Una muchachita bellísima con los ojos rasgados, muy morena, como papá, bajo la carpa de un circo. Por detrás ponía: Encarna 1.911.


Había empezado a ir a clase dentro del mismo colegio donde trabajaba cuando acababa mis tareas de limpieza y de ayudante de cocina. Estudiaba lo que era para mí el séptimo grado de la E.G.B, pero todas mis compañeras sólo aprendían a leer y a escribir. Eran mujeres mayores y yo la única niña de catorce años. Nuestra profesora era Fernanda, la hija de leche de mi tía, y a ella no le podía decir a quién estaba buscando ni que ya sabía quién era mi abuela paterna, así que, una noche cuando acabaron las clases, le pregunté a mi compañera de pupitre:
-¿Sabes dónde viven los titiriteros?
-Donde tengan instalado el circo –me contestó con prisa.
-No, me refiero a que dónde viven aquí en Sigüenza.
-Que yo sepa, ahora no hay titiriteros aquí; hasta mañana, Mercedes –dijo sin darse cuenta de mi decepción.

Ahora no hay titiriteros... recordaba mientras me dirigía a mi habitación arrastrando los pies. Ahora no hay… sor Dolores me había dicho que cogiera algo de la cocina después de las clases, pero no tenía hambre. Me desvestí y mientras me ponía el camisón cerré los ojos buscando a mi hermana. Ahora no, le dije, … ¿y en la fiesta de San Roque? –pensé en voz alta de repente y de nuevo esperanzada-. Aunque aún queda mucho hasta agosto, pero le vamos a encontrar, no te preocupes.


Llegó el sábado por la tarde, no me apetecía mucho dar vueltas por el pueblo sin saber hacia dónde ir. Acabé mis tareas y decidí descansar en la sala común mirando mi reciente descubrimiento: la televisión. Con suerte volvería a ver El Santo y cogería silla en primera fila para las galas de por la noche.
Nada más sentarme la hermana encargada de la portería me llamó desde el pasillo. Olvidándome del descanso salí fuera. Me acerqué sin ganas a ella y me dijo:
-Un tal Javier Salgado te está esperando en la puerta.
-¿Y qué quiere? –pregunté sin conocer a ese tal Javier Salgado.
-Pues no lo sé... como no se le haya olvidado a su padre dejarnos algo de pan ésta mañana y quiera dártelo a ti...
-¿A mí... y por qué me va a dar pan a mí? ¿Pan?... ¿su padre? –y como si se hubieran encendido todas las luces a la vez grité- ¡Morse!
-Ave María Purísima ¿qué dice ésta chica?
-No, nada –le dije dándole mi bata gris para que me la guardara –le dices a Sor Dolores que son las cinco y me voy hasta las ocho.

Salí corriendo y no paré hasta que le vi sentado en el bordillo de la puerta principal del colegio. Me paré en seco, aunque pensaba abrazarle.
-¡Merche! –dijo levantándose de un salto como si no esperase verme.
Había imaginado y ensayado tanto nuestro reencuentro, quería decirle tantas cosas...
-¿Por qué has dicho que te llamas Javier Salgado?
-Porque me llamo así –dijo cogiéndome una mano y comenzando a caminar alejándonos de las Ursulinas por el paseo de la Alameda.

Me picaba el estómago de los nervios y sentía su corazón en mi mano. Nos sentamos en un banco buscando el sol que ya se iba en aquella tarde de primeros de octubre. Después de preguntarme qué tal estaba mi abuela y yo mencionar a casi toda la gente del pueblo, nos quedamos en silencio mirándonos a los ojos, y me abrazó. Y yo le abracé con miedo de perder el único hogar que conocía. Solté mi angustia convertida en lágrimas por estar tan sola, por estar lejos de mi pueblo, por la enfermedad de la abuela que había endurecido mi vida mucho más... por no encontrar a papá.
-¿Pero cómo sabes que está aquí? –preguntó Morse cuando dejé de llorar y le hube contado que mi padre estaba en Sigüenza.
-Mi abuela se lo dijo a su hermana sin saber que yo las escuchaba –dije separándome un poco de él ya que no quería que nadie del convento nos viera.
-Pues... en ese caso ¡vamos! –dijo a la vez que se ponía de pie y casi me arrastraba  a su lado sin soltarme de la mano.


Morse pasaba la tarde en Sigüenza porque su padre participaba en un campeonato de mus. Si alguien sabía si estaba allí era él.
-¿Álvaro? –preguntó cuando por fin pudimos hablar con él mientras se tomaba una cerveza en un descanso-. Sí, vive aquí pero ahora anda por Toledo.
-Con el circo –apunté yo.
-¿Qué circo? –preguntaron Morse y su padre mirándome con cara de alucinados
-El de los titiriteros, claro –aclaré con seguridad.
-Que yo sepa la única que ha tenido algo que ver con un circo fue tu abuela Encarna cuando era pequeña, tu padre está trabajando en la construcción de una autopista en Toledo desde hace meses, por eso –dio un trago mirando a sus compañeros de partida que se volvían a sentar-, imagino que no fue a buscarte cuando tu abuela se puso mala.
Demasiada información.
El padre de Morse acababa la cerveza y se disponía a reiniciar el campeonato.
-¿Y antes...? ¿Por qué no fue a buscarme antes? –le pregunté con prisa mientras se sentaba.
-Eso se lo debes preguntar a él, yo sólo sé que cuando fue a verte a casa de doña Asunción tu abuela casi le mató a pedradas –me dijo apretando los labios y concentrándose en las cartas.


Morse y yo salimos del bar donde se celebraba el campeonato de mus. Cogió de nuevo mi mano y caminamos en silencio por la calle Mayor. Pasamos al lado de la catedral que se me antojó tan terriblemente hermosa como siniestra.
-¿Cuándo volverás? –le pregunté mientras se empezaban a encender las luces de la calle.
-Desde que trabajo con mi padre tengo más dinero para venir... pero no lo sé –dijo llevándome a un rincón.
Me abrazó tan fuerte que, por un momento, olvidé todo lo que no fuera sentirme parte de su piel. Necesitaba su calor y él me hacía vivir. Le  oí decir que me quería antes de aplastar su boca contra mi boca sin dejarme casi respirar.

"Pegada a ti...
la vida nace pegada a ti".
Escribí en mi cuaderno por la noche antes de quedarme dormida.


Varios días después mientras fregaba las escaleras que conducían a los dormitorios, oí una conversación de quienes deberían haber sido mis compañeras. Hablaban de que una de ellas ya tenía novio y sabía besar.
-¿Con lengua o sin lengua? -preguntaron.
Yo dejé de mover el trapo mojado en amoniaco para escuchar mejor.
-Sin lengua claro –dijeron-, aunque con lengua dice mi novio que es como si chuparas un caramelo.
-¡Chica, qué asco! -dijo otra.
Intentaba contener la risa a la vez que movía mi lengua, cuando Sor Dolores me dijo:
-Mercedes ¿qué haces?
-Descansando, hermana –dije incorporándome y masajeando mis rodillas-, y... rezando, madre superiora, rezando mucho.
-¿Y qué te pasa en la lengua? –preguntó dirigiéndose al cuarto de las chicas que hablaban.
-¿A mí? –dije en voz alta-, nada, madre superiora.

Antes de acabar mis tareas doña Asunción vino a verme. Quería llevarme el siguiente sábado a Guadalajara, al cine, pero necesitaba más de tres horas. Gracias a su tío consiguió que Sor Dolores me diera toda la tarde libre.

-Quiero ver My fair lady, la estrenaron no hace mucho en Madrid y me han dicho que es buenísima, sé que te va a gustar...
-¡Pero yo no tengo dinero! –la corté.
-Invito yo. Bajaremos a Guadalajara en tren e iremos al Coliseo Luengo andando...
-¿Coliseo Luengo? ¿Luengo de luenga, quiero decir de lengua?
-No, Mercedes, luengo de luengo –dijo sonriendo mientras se iba divertida con el juego de palabras.

Nunca había montado en tren, y aquel, mi primer viaje a los dieciséis años, no lo olvidaré jamás. Un paisaje que se movía sin prisa ante unos ojos llenos de ilusión y las palabras de doña Asunción que lo dibujaban todo de alegría. No paró de hablar de Andrew Hepburn, de que el cine era como una televisión gigante con colores y que se veía con la luz apagada. Estaba intrigadísima. Un pastor miraba el paso del tren mientras vigilaba a las ovejas, y yo le dije adiós con la mano.
Veía el otoño a través de la ventanilla, sus tonos rojizos y amarillentos. Batallones de girasoles rendidos al sol. Una voz conocida seguía hablando de la película y de que antes veríamos el nodo, y me enteraría por fin de lo que era la Sección Femenina, y juzgaría por mí misma. Yo no sabía muy bien qué tendría que juzgar ya que habría sección femenina como masculina, o sección singular como plural. Luego, un señor que también viajaba en el tren y nos quitó los billetes para hacerles un agujero y volvérnoslos a dar, dijo que desde el 65 no se podía fumar ni comer pipas dentro de la sala del cine, que era un abuso, que a dónde íbamos a llegar...
Me recordé que estábamos en 1969 y que nosotras ni fumábamos ni teníamos dinero para comprar pipas. Y seguí mirando el otoño de colores que se movía tras los cristales.

Al llegar a Guadalajara doña Asunción me cogió de la mano, pero al darse cuenta de que ya era un poco más alta que ella me soltó y enlazó su brazo con el mío como si fuésemos dos amigas.
Dos amigas, eso pensé.
Pasamos sobre el puente del río Henares, por la misma puerta del hospital donde estuvo mi abuela ingresada y llegamos a la Plaza de los Caídos que está junto al Palacio del Infantado. Doña Asunción me iba diciendo cómo se llamaba todo, pues ella había nacido allí.  Al llegar al Coliseo Luengo hicimos cola para sacar las entradas y al entrar... al entrar me asusté.
El suelo del cine estaba cuesta abajo, brillaba. Había carteles y espejos por las paredes, y mucha luz. En una barra de bar la gente tomaba algo, ¡éramos tantos que no habría sillas para todos!
-Butacas 73 y 74 –le dijo doña Asunción a un señor con traje.
Me agarró del brazo mientras yo seguía mirando a mi alrededor y seguimos a aquel señor. Pasamos a una sala tan inmensa, oscura y con sillones rojos, que debí tragar de golpe la saliva que me quedaba...
-¡Ay Dios! ¿Por qué no nos vamos?
-Te va a encantar –la oí decir a la vez que sujetaba un asiento para que me sentara.


Era dulce y casi amarga la sensación que me atravesaba. Doña Asunción a mi lado me daba seguridad y había conseguido contagiarme parte de su entusiasmo, pero por otro lado aquella sala tan grande, que iba hacia abajo según andabas, y tanta gente casi a oscuras mirando una enorme pantalla en blanco, me inquietaba, me asustaba.
De repente nos quedamos totalmente a oscuras, en la pantalla salió algo así como un reloj que marcaba tres, dos, uno... y la gente empezó a decir ya empieza, ya empieza, guardando silencio. La sala retumbó con una música bastante fuerte y en la pantalla salió escrito a la vez que alguien leía:
*La rama femenina de la Falange Española: la Sección Femenina*
-¿Por qué gritan?
-No gritan, Mercedes, el volumen del documental es así –me dijo antes de que nos mandaran callar.
Cuando acabó aquel pequeño documental mucha gente se levantó y estirando su brazo derecho entonó el Cara al Sol.  Doña Asunción no se movió y yo la imité. La abuela me había enseñado hacia mucho a cantar el cara al sol con la camisa nueva, y me dijo que nosotras nunca seríamos de las que levantan el puño. No la entendí porque de sobra sabía ella que a mí no me gustaba pegar a nadie... Una música mucho más suave fue cubriendo toda la sala y la gente se sentó, en la pantalla salió escrito con grandes letras rosas: My fair lady.

A mitad de la película hubo un intermedio, la gente salía fuera de la sala a estirar las piernas pero nosotras nos quedamos sentadas. Doña Asunción estaba entusiasmada con la lluvia en Sevilla es una maravilla, y a mí aunque me gustaba mucho no dejaba de pensar en la Sección Femenina...
-No sabía que las mujeres hicieran la mili, porque la Sección Femenina es eso ¿no? –dije.
La risa de doña Asunción al mirarme me desconcertó un poco.
-Eso he pensado yo siempre, pero no, no es la mili –dijo retirándome un mechón de pelo que me caía sobre los ojos-, es un servicio social... sólo falta que las rapen la cabeza... y lo hacen de alguna forma porque quieren que todas pensemos igual, que dependamos y complazcamos siempre al hombre olvidándonos de nosotras mismas, que admitamos su superioridad y nos olvidemos de ser independientes... ¿Me entiendes?
-No mucho... la verdad, doña Asunción.
-Mira, Mercedes, a mí esto me ha tocado vivirlo aunque no tuve que hacer el servicio social y tengo mi propia opinión, y por eso... entre otras cosas me fui de maestra al pueblo. Pero tú has de observar y aprender, y luego formar tu opinión sin dejar que nadie te diga lo que debes pensar. De todas formas quiero que sepas que hay quienes piensan que la Sección Femenina lucha por la liberación o igualdad de la mujer aunque yo opine lo contrario. Pero bueno, intenta disfrutar de la película que ya empieza de nuevo.

Cuando acabó My fair lady y aún riéndome con la patada al cochino mulo de las carreras de Ascot, supe que yo también podría bailar toda la noche vestida de princesa en una embajada... pero con Morse, sólo con Morse.
Al salir del cine y hasta llegar a Sigüenza nos embargó un extraño silencio roto de vez en cuando al sentirnos enlazadas del brazo. Intenté respetar sus pensamientos y su media sonrisa, al igual que ella la mía.


Aquella noche cuando iba hacia mi cuarto, dentro ya del convento, la hermana portera, como la llamaban todos, me entregó una carta. Me encontraba volando y todavía bailando, y aunque era la primera carta que recibía en mi vida miré sin ganas el remitente pensando que se habrían equivocado. Álvaro Recio, ponía, lo que yo decía, se han equivocado. Seguí bailando... pero el sobre me picaba entre las manos. Recio... Mercedes Recio... igual que yo. Álvaro... ¡Álvaro! Y rasgué el sobre con prisa, conteniendo la respiración:

Querida hija...

Leí atragantada de emoción antes de salir corriendo hacia mi habitación, cerrar su puerta, y sentarme en la cama para seguir leyendo limpiándome las lágrimas que resbalaban por mis mejillas y me hacían arder de inquietud.

...pronto tendré el dinero suficiente para cuidar de ti, no importa lo que diga tu abuela, soy tu padre y cualquier juez me dará la razón.
Solo espero que algún día puedas perdonarme por lo de Isabel y que aún me quieras tanto como yo a ti. Sueño con volver a verte.

Tu padre, Álvaro.


¡Papá...! ¡Papá, papá...! Repetía una y otra vez entre lágrimas apretando la carta sobre mi pecho.
¿Qué es lo que tengo que perdonar aparte de tu ausencia?


Mamen García
Bernarda Alba

-¡Vivan los novios!
Samuel y Dolores salieron de la iglesia mirándose a los ojos.
El noviazgo había sido corto, no hacía ni año y medio que el joven rubio que decía que las palabras van sobre el viento y no dejaba de cavar y sembrar patatas, había llegado de la Argentina. Intrigaba a todos, pero se había enamorado como un pardillo, de eso no había dudas.
Hubo baile en la plaza, e hicieron migas y gachas corriendo el buen vino entre unos y otros. Charlando y riendo, olvidándose de políticas... cada uno que piense lo que quiera pero sin tocar. Eso decía Bernarda.

Los niños jugaban cerca del río, los miraba con devoción añorando ya a la niña Lucía para que no se separase nunca de Alicia. Hacía un mes que había tenido un nuevo aborto. Una pelota llegó a sus pies, se la devolvió a los críos mientras su marido le daba un plato de migas. Los recién casados bailaban un tango ante la admiración de los demás que sólo sabían bailar pasodobles y alguna jota. Don Perico, el maestro republicano, contaba chistes y hasta el cura los reía. Se iba el verano con buen tiempo, no hacía ni frío ni calor... pero ella sólo pensaba en volverse a quedar embarazada.
Un flamante automóvil negro paró en el centro de la plaza. El chofer bajó y abriendo la puerta de los asientos posteriores, invitó a Samuel y Dolores a subir.
-Es una sorpresa del novio –le susurró la señora Angustias a Bernarda- se los lleva a Guadalajara pa...
-¿Pa qué?
-¡Ay Bernarda, dónde estás chica! ¡Pa qué va a ser! –le decía guiñándole un ojo- ¿No te parece romántico?
-¡Mucho, mucho...! –contestó mirando a los cuatro hijos de su amiga.


En octubre de 1934 la tranquilidad de todos empezó a cambiar. Don Cosme, el joven párroco, recibió la terrible noticia del asesinato de su hermano. Se habían ordenado sacerdotes a la vez, a él le enviaron a otro pueblecito llamado Valdecuna, en Asturias. Y ahora avisaban de que le habían matado y quemado su Iglesia.
Don Cosme abandonó el pueblo para ir al entierro y pasar unos días con sus padres... y desapareció.

-Zacarías dice que en Asturias están ocurriendo cosas muy graves –dijo Jacinto un día al volver de Sigüenza-, se habla de casi veinte curas asesinados y otras tantas iglesias quemadas... y no solo eso sino que los mineros han tomado las armas.
Su mujer le escuchó entre aterrada e incrédula, si lo decía Zacarías bien podía ser mentira. No entendía esa amistad. Ni que le hubiera salvado la vida, ni que fueran del mismo pueblo, ni leches. A la barriga de su hermana le debía una lealtad.
Pero la señora Angustias, muerta de miedo, llegó a su casa con los cuatro niños para confirmar que era verdad lo de Asturias. La familia de su marido vivía en Oviedo.
-Mi Satur se acaba de ir p’allá –dijo llorando.

Bernarda miraba a los chiquillos que jugaban con los perros de Jacinto sin percibir la desazón de las dos mujeres. Sólo Juanito y Sergio, el hijo mayor de la señora Angustias, se habían sentado en las escaleras del portal con la mirada clavada en el suelo.
-Y dicen que don Cosme ha huido a Francia –decía Angustias sonándose la nariz.
-¿Ha huido a Francia? ¿Francia, la de Napoleón...? –preguntó Bernarda con los ojos muy abiertos.
-Estaba en Barcelona, en casa de sus padres, y algo gordo ha pasado también allí –contaba la mujer volviendo a llorar- y don Cosme ha huido.
-¿Ha huido? –volvió a preguntar Bernarda.
-A Francia –dijo asintiendo repetidamente con la cabeza la señora Angustias.
-La de Napoleón –apuntó Juanito que se había acercado a ellas.
-De eso ya menteraó –contestó Bernarda alzando la voz-, pero ¿de qué ha huido?
-Ha huido porque es cura y no quiere que le maten como a su hermano –dijo Zacarías desde la entrada de la casa.


La visita de Zacarías, que iba a Pelegrina a llevar víveres a sus padres, fue todo un mazazo para Bernarda. Andaba metido en política y como seminarista que había sido sabía cosas de la iglesia que los demás ignoraban. Pero lo peor era que le estaba calentando la cabeza a su marido aún más “Y no pué decir cosas asín sin estar seguro, leches, y menos delante de los niños”.
Sin embargo Jacinto estaba encantado con la inesperada visita de su amigo y aprovechó para enseñarle su enorme casa, el ganado y las pocas tierras que le quedaban.
-¡Si vieras la casa y el auto que tienen! –le decía por la noche a su mujer-. Y dos chicos bien obedientes y listos como su padre.
Bernarda le miró alzando las cejas y apretando los labios en un gesto de incredulidad.
-¿Hasta cuándo te va a durar esa manía al señor Recio?
-Señor Recio, señor Recio, Zacarías a secas que los sinvergüenzas no cambian –decía la mujer arropando a la niña y llevándose el dedo índice a los labios para que guardara silencio-, hay cosas que me preocupan mucho más –susurró apagando la luz.


Don Cosme seguía sin aparecer por lo que Bernarda, su hermana Micaela y la pequeña Alicia, solían subir al hospicio de Sigüenza a oír misa. Un día habiendo dejado ya a Juanito en la escuela iban en el carro, bien abrigadas las tres, haciendo conjeturas de lo que estaba pasando.
-No creo yo que el Cosme haya huido –decía Micaela-, la gente habla mucho y miente más, a veces para hacer daño y otras pa dárselas de listos.
-Y ¿dónde está? –le preguntaba su hermana.
-¿Onde está? –preguntaba la niña imitando a su madre.
-¿Pero por qué la gente mata curas? ¿Por qué se mata? ¿Pa qué? ¿no tuvieron padres que les enseñaron a respetar, a vivir la vida sin meterte con nadie? Respeta y te respetarán –decía Bernarda entrando en Sigüenza.
-No te pongas tiste, mami, Cosme es valiente –decía Alicia abrazando a su madre.
Micaela, mirando la dulce estampa de su sobrina, recordó que sólo los niños dicen la verdad.

Después de la misa salieron al patio en busca de Pilar y la niña Lucía, Fernanda estaba trabajando. El sol invitaba a pasear. Las encontraron jugando con la tierra, al lado de un columpio roto.
-No sé quién es más cría de las dos –dijo Micaela cuando las vio mientras Alicia salía corriendo hacia ellas.
Bernarda no le había dicho a su hermana el parentesco que en realidad las unía, tal como se lo había pedido Pilar pues necesitaba tiempo para contárselo ella misma. Se saludaban cuando una monja empujando una pequeña silla de ruedas, llegó al lado del columpio; sentado iba un chavalín de unos cinco años. El niño lloraba.
-¿Te puedes quedar con él un momento? -preguntó la hermana a Pilar antes de irse.
Las mujeres y algunos viejecillos del hospicio que tomaban el sol y se habían acercado, hacían cábalas entre ellos de cuál sería el motivo de que el niño no pudiese andar y tuviera las piernas tan flacas ¡Qué penica...!
 
-¿Por qué lloras? -le preguntó la pequeña Alicia ante la atenta mirada de la niña Lucía.
-No me gusta éste sitio –contestó el niño haciendo pucheros.

Se llamaba Damián, había contado la monja cuando regresó al patio. Su madre no podía hacerse cargo de él; desde que había muerto su marido ella sola cuidaba la tierra y a sus otros dos hijos, ni siquiera podía comprarle unas muletas nuevas para que saliera a la calle. El niño tenía polio y llevaba dos días en el hospicio. Echaba de menos a sus hermanos.
Pero había más niños lisiados allí, les explicó Fernanda al acabar su jornada en la fábrica de calzado...
-Lisiados o enfermos que se pasan el día en la cama, aunque en el propio hospicio no están, sino que estos niños viven en el hospital, que está aquí al lado, porque necesitan más cuidados. Y siendo sincera... porque a un niño enfermo no le va adoptar nadie.         
-Y entonces ¿qué ocurre con esos niños? –preguntó Bernarda asomándose a un mundo que desconocía.
-No ocurre nada en especial, si no acaban muriendo por su enfermedad, se crían y viven recluidos en sitios como éste o en hospitales alejados de los demás...    
-Pero eso es triste.
-No, Bernarda, es diferente, cuando te acostumbras sólo es diferente –decía Fernanda acariciando la cabecita de Damián-. Estos niños son ángeles pero necesitan mucho cariño. Y son alegres... muy alegres si no tienen dolor o están  enfadados por algo ¿verdad? -dijo sonriendo al niño.
-¿Quieres ser mi novio y valiente como el Cosme? –le preguntó la pequeña Alicia ante la sonrisa de todos y de un sol que ya se iba.

A los pocos días Dolores y su marido Samuel llegaron a casa de Bernarda llevando unos bizcochos borrachos. La agradable visita se convirtió en una fiesta para los niños, Juanito, a sus trece años, no había probado nada igual en su vida. No le dejó ni un bizcocho a  su hermano. Con la boca llena reía los recuerdos del día de la boda cuando hizo estallar un petardo dentro de la iglesia a la hora de comulgar. Alicia se había sentado encima de las rodillas de Dolores y se dejaba trenzar el cabello.
Jacinto llegó del campo un poco antes de anochecer, querían hablar con él. Bernarda sacó vino y un poco de chorizo de la matanza y se sentaron todos de nuevo. Le explicaron que necesitaban comprarle un terreno que colindaba con el pozo nuevo, pero no tenían dinero. Ofrecían un trueque: ocho cabras y leña para un año.
-Es todo lo que podemos daros, hay que ampliar la casa... ya viene el primero en camino” dijo Samuel poniendo la mano en el vientre de su mujer.
-¡Enhorabuena, argentino! –Le dijo Jacinto levantándose y estrechando su mano con efusión- ¿La del pozo nuevo...? Esa tierra la tengo yerma –y mirando a Bernarda mientras ésta le sonreía asintiendo dijo- y es vuestra junto con las cabras y la leña, mañana hacemos los papeles.
-No,  no, no... no pode...
-Sí podéis, la República me quita tierras y me sube los impuestos y vosotros me queréis pagar una tierra que no utilizo...
-Pero comprende, Jacinto, que algo te tendremos que dar a cambio...
-Es que no necesitamos nada...
-Unas muletas y no se hable más –dijo Bernarda.
Se la quedaron mirando todos.
-¿Cómo has dicho...? –le preguntó su marido.

La mujer explicó lo del niño del hospicio que necesitaba unas muletas de madera. Del pinar de arriba podrían conseguir la madera y el padre de Dolores que era carpintero hacérselas. No era descabellada la idea y sí una necesidad como la tierra.
-De acuerdo -se oyó.
-Pues no se hable más –dijo Jacinto levantando su copa de vino.


Hacía varios meses que don Perico, el maestro, había comenzado con sus clases para adultos que tanto anunciara. Los mayores iban al colegio cuando acababan los niños. Daba charlas de formación o les enseñaba a leer y escribir; les enseñaba los ríos y montañas de España, y poco a poco les había empezado a hablar de la II República.  La gente del campo tenía derecho a saber y dialogar sobre lo que ocurría en el gobierno. Libertad, igualdad y fraternidad. Una soñada democracia.

-Mira, Bernarda, tú te me vas a las clases y aprendes a leer –le decía su marido-, y espantas tós los pájaros que os eche el maestro a la cabeza. Y a ver si pués atusar los suyos un poco. Aquí y en tós los reinos del mundo entero, y de la América, y de la Europa también... y hasta en la Argentina fíjate tú, o pregunta... pregúntaselo al Samuel y verás, ha mandado siempre el dinero. Unos tienen más que otros, y eso es así y siempre va a ser así. Por muy farrucos que se pongan quitándome las tierras yo no exploto a mis jornaleros ni les dejo morir de hambre –decía Jacinto recordando que un día él pasó más hambre que nadie.

Y Bernarda aprendió a leer.
Aprendió a leer porque quería saber qué estaba pasando, necesitaba entender el significado de la palabra libertad cuando asesinaban al hermano del Cosme y quemaban su iglesia y nadie hacía nada. Y sobre todo estaba empeñada en descifrar la palabra igualdad porque a ellos les quitaban las tierras, pero los mineros de Asturias morían en la más absoluta miseria mientras hacían aún más ricos a los mandamases... según contaba el marido de la Angustias.

Pero era tarea imposible, ella era demasiado bruta para entender nada.

(Continuará)

Fuente original en 'GuadaQué': Las palabras del viento - María Narro - capítulo 5.

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jueves, 28 de agosto de 2014

ALMAR, lucha incansable contra la Ataxia de Friedreich

Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Eduardo Bartrina, para "www.que.es" (ver enlace al original al final del artículo).

La Fundación lleva desde 2011 apoyando y fomentando la investigación de esta enfermedad.

La Ataxia de Friedreich, ésa gran desconocida. Una enfermedad considerada de las "raras" que incide principalmente, en la capacidad para desarrollar movimientos -andar, hablar, tragar, etc.-, agravándose progresivamente hasta llegar a una incapacidad y disautonomía tales que, entre 10 y 20 años después de la aparición de los primeros síntomas, generalmente la persona afectada está confinada a una silla de ruedas.

Fundación Almar durante la Feria de Asociaciones
A raíz de que dos niños padecieran esta enfermedad, sus familiares decidieron crear la Fundación ALMAR en Boadilla del Monte. Se trata de una entidad, sin ánimo de lucro, que apoya y fomenta la investigación sobre esta enfermedad, además de tratar de mejorar la calidad de vida de los afectados, e integrarles/incluirles en la sociedad en los ámbitos escolar, social y laboral.

Para el cumplimiento de estos objetivos, la Fundación ALMAR trabaja en varios proyectos y actividades, junto con otros en desarrollo y valoración. Entre ellos, se encuentran eventos deportivos inclusivos, Campaña sensibilización Empresas, ofreciéndose como beneficiarios de sus propias acciones solidarias, sin intervenir en la organización, Campaña sensibilización Entidades socio-culturales y deportivas, ofreciéndose, igualmente, como beneficiarios de sus propias acciones solidarias, sin intervenir en la organización, RED ALMAR, para captar nuevos socios y GRUPO ALMAR, Espacio Sin Barreras, S.L., dedicada a la eliminación de barreras arquitectónicas y cuyos beneficios se destinan a financiar los objetivos sociales de la Fundación.

En la actualidad no existe una cura para la Ataxia de Friedreich, por lo que resulta indispensable impulsar la investigación. En esta línea, contando con el asesoramiento del Departamento de Enfermedades Raras del Hospital Universitario 12 de Octubre de Madrid, la Fundación colabora con el Proyecto de Investigación: 'Terapia génica en la Ataxia de Friedreich basada en virus adenoasociados', cuyo responsable es el Dr. Antoni Matilla Dueñas, en el Departamento de Neurociencias del Instituto de Investigación en Ciencias de la Salud Germans Trias y Pujol (IGTP).

Para cualquier información pueden visitar su página web: Fundación ALMAR

Fuente original: ALMAR, lucha incansable contra la Ataxia de Friedreich.

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2- Sección 'Homenaje a Peret':

Ayer falleció el cantante 'Peret'. En mi colección 'Ecos del ayer' se puede acceder a cuatro de sus canciones más populares... pinchando en: Cuatro canciones de Peret.

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miércoles, 27 de agosto de 2014

Verín, a los pies de Valeria

Blog "Ataxia y atáxicos".
Por juan Llano ... para "www.laregion.es". (Ver enlace al original en "fuente" ... al final del artículo).

Valeria de Dios es el corazón de Verín. La villa se está volcando para que la pequeña Valeria pueda recibir las innumerables terapias que necesita para mejorar de la extraña enfermedad que padece desde que nació.

Una niña de cuatro años ríe y juega por el centro de Verín. Su madre y su hermano mellizo la acompañan, mientras muchos de los vecinos con los que se encuentran la saludan y le dan ánimos. El nombre de Valeria se ha escuchado mucho por la localidad, que está dando un claro ejemplo de solidaridad ciudadana ante los problemas de una familia que trata de buscar lo mejor para su hija.

Sonia Blanco, junto a sus hijos, Valeria y Hugo de Dios, en la fuente de la plaza del Concello (XESÚS FARIÑAS)
Valeria de Dios sufre problemas de salud casi desde su nacimiento. La pequeña verinesa padece "un retraso generalizado del desarrollo debido a una ataxia cerebelosa", dice su madre, Sonia Blanco, que explica que los médicos desconocen "si es algo genético o viene de algún problema que tuvo cuando nació". A los ocho meses de vida comenzaron a detectarse las primeras complicaciones de salud, hasta que fue confirmada la dolencia que sufre hace un año.

La enfermedad afecta principalmente a la coordinación y al equilibrio de Valeria, que todavía no ha aprendido a hablar. Tal como relata su madre, la pequeña está sometida a "terapias centradas sobre todo en la estimulación" y acude a una clínica donde las recibe de modo intensivo. "Por ahora sólo existe ese tratamiento", dice Sonia, que comenta que su hija "lleva sólo un año recibiéndolo, pero necesita uno más, porque gracias a él está mejorando, aunque sea despacio".

El problema para sus padres es el alto número de terapias a las que se debe someter la niña. "Por separado no son caras, pero son muchas diarias y muchos días al mes, por lo que es mucho dinero al mes que se junta con los gastos del día a día, y esto hace que sea algo muy caro para una familia normal", explica la madre de Valeria de Dios, que enumera los distintos tratamientos a los que se tiene que someter: fisioterapia, logopedia, terapia ocupacional, neuroestimulación, refuerzo cognitivo, piscina y estimulación auditiva.

Y Verín está respondiendo. Jorge y Sonia, sus padres, están trabajando en la organización de un sorteo solidario para recaudar dinero. "Nos hemos encontrado con que muchísima gente quiere participar y poner en marcha otras iniciativas más", dice Sonia Blanco, que destaca que "se ponen en contacto con nosotros sin habérselo pedido".

El apoyo masivo a la familia de la joven verinesa ya se ha visto con anterioridad en el puesto solidario desarrollado por los 150 niños de la ludoteca de verano del Concello -que todavía siguen vendiendo objetos decorados por ellos mismos los días de feria en Verín y en las celebraciones populares de la zona- y en la andaina noctura que el pasado 19 de julio reunió a más de 200 personas en la Ruta dos Carros. A estas iniciativas se les sumará mañana el partido amistoso entre el Verín C.F. y el Monterrei C.F., cuya recaudación irá destinada a la familia de Valeria.

Otra de las campañas de apoyo más mediáticas será la aventura que el ciclista sudafricano Clinton Summer iniciará el próximo domingo en la plaza del Concello. El deportista, especializado en pruebas de alta resistencia, realizará un recorrido entre Verín y Alicante sin descanso y sin ningún tipo de asistencia. La ruta, que rondará el millar de kilómetros, recorrerá localidades como Zamora, Salamanca, Plasencia o Jumilla, y llegará a la capital alicantina unas 60 ó 70 horas después de su salida, que se producirá a las 10,00 horas. Además, la peña deportivista "Pablo Amo" donará dos camisetas firmadas por el Deportivo de La Coruña para ser incluidas entre los premios del sorteo.

Ante tanto gesto de solidaridad, Sonia reconoce que "nunca podremos agradecer lo suficiente". "La gente nos está ayudando dentro de sus posibilidades, ya sea a base de comprar nuestras rifas o de realizar donaciones", comenta la madre de Valeria.

Pero lo que más desea la familia de la niña es recuperar la normalidad. Sonia teme que tanta iniciativa "acabe por ser pesada", pero mientras Verín lo siga queriendo, Valeria tendrá mucho más que el apoyo de sus padres y de su hermano Hugo, tendrá a todos sus vecinos dispuestos a poner su granito de arena para lograr que la felicidad de esta niña que ríe y juega siga siendo una realidad.

Fuente: Verín, a los pies de Valeria.

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2- Sección 'Vídeo del día'

Vídeo de cinco minutos, alojado en "YouTube"... humor ingenioso en cómic... con subtítulos. Título: Cerebro dividido':



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martes, 26 de agosto de 2014

Autobiografía de Bartolomé Poza (segunda parte)

Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich, residente en Barcelona.

Nota del administrador del blog

Mañana cumple 76 años Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich... antaño, uno de los cooperantes a la edición de esta publicación, ya no puede escribir... Su situación es comprensible vista desde el padecimiento de una enfermedad degenerativa, como la nuestra.

Como homenaje por tal aniversario, hoy pegamos la autobiografía de su libro “Sentimientos de una vida”. El texto autobiográfico es de hace 7 años (dato a tener en cuenta en una dolencia progresiva)... Si bien, intuyo que fueron bastantes más de 7. El dato que consta es tener 69 años, entonces... sí, pero no es dato de escritura, sino de cuando se colgó el libro en Internet.

Cuando la leí, me impactó fuertemente la autobiografía de Bartolomé. Tenemos, con frecuencia, la tentación de creer que la historia, en general, ha comenzado a partir de nuestra fecha de nacimiento. Nada más irreal. Y me temo que, sobre ella, las nuevas generaciones van a pensar lo de: "¡este tío, que cuentos se inventa!". Los entrados en años, a caballo entre uno y otro, al menos por referencia de nuestros padres, podemos asegurar que Bartolomé no se inventa ni exagera un ápice describiendo su vida tanto en mudo rural, huérfano de padre, como en su posterior etapa de emigrante. Esas cosas pueden sonar raras vistas desde la lejanía del hoy, pero fueron totalmente normales en aquellos tiempos.

Por su amplitud, se dividirá esta autobiografía en dos partes.


Para recordar: Autobiografía de Bartolomé Poza (primera parte).

Autobiografía de Bartolomé (II parte):

En junio de 1965 emigré desde mi pueblo, yo solo, buscando en tierras catalanas un mejor vivir. En el pueblo no había trabajo la mitad del año.

Arribé a Santa Coloma de Gramanet. Me coloqué de cartero interino, con la ayuda de mi hermano Manolo. Gané, en los 52 primeros días, unas 5.000 pesetas, más las propinas.

Tres meses más tarde, traje a mi familia a mi lado. Nunca debí haberlos sacado del pueblo. Pero la vida viene así... y así hay que torearla: con pies, cabeza, y manos... como se pueda.

Ganaba 3.000 pesetas al mes, y pagábamos 1.500 por una habitación alquilada, de unos 12 metros cuadrados de dormitorio (con derecho a cocina). La cuna del niño tuvimos que meterla bajo la cama de matrimonio, porque si no, no cabía en aquella pequeña habitación.

Me acuerdo, entre muchas cosas, de anécdotas (que de anécdotas no tienen nada, porque tenían lugar a diario) de varios hechos insólitos: como es el de no poder afeitarme con un maquina eléctrica (que me regalo mi hermana Cecilia para mi boda), porque el dueño de la habitación alquilada me dijo que sólo tenía derecho al gasto de luz de una sucia bombilla que usábamos por la noche antes de acostarnos.

También recuerdo que otra propietaria no quiso alquilarnos una habitación porque llevábamos un niño, y ella decía sólo querer alquilarla a matrimonios sin hijos.

Así fuimos caminando entre realquileres de un sitio para otro durante unos cinco años. Comiendo como podíamos, y yendo de vacaciones al pueblo con las extras de Navidad... ya que las 3.000 pesetas mensuales de sueldo no daban para mucho, por más que las tratáramos de estirar. ¡Cómo sería la cosa de boyante, que, por todo capital, tuve un día un duro (cinco pesetas) que me mandó mi suegro en una carta! Pero no podíamos regresar al pueblo, con un estrepitoso fracaso, después de cinco años.

Dios aprieta, pero no ahoga. Vino en ayuda nuestra, en forma de trabajo para mi querida esposa, cuando más falta hacía. La colocaron en una portería, por mediación de una señora propietaria, que vivía donde yo repartía de cartero (Doña Madronita Andréu de Klein... que Dios la tenga en su gloria por lo buena que fue con nosotros). ¡Todo cambió, como de la noche al día!.

Nos dieron vivienda (por 14 horas diarias de trabajo, más otras 10, al día "de guardia") en la Calle Bailén, de Barcelona. A mí aquello me pareció un palacio, acostumbrado a vivir en las pequeñas habitaciones alquiladas, con derecho a cocina. Era un ático de unos 52 metros cuadrados, distribuidos en cuatro habitaciones, water, cocina, y una bonita galería. Eso sí, no nos dieron nada gratis: durante muchos años, trabajamos 365 días al año, y 366 si la anualidad era bisiesta.

¡Ya teníamos dos sueldos que sumaban 6.500 pesetas... más las propinas! Pero no teníamos muebles donde comer, ni dormir. Todo nuestro ajuar se había quedado en el pueblo. Aunque todo se iba solucionando sobre la marcha: Por mesa teníamos unos ladrillos con sus respectivos asientos también de ladrillo, que hacían su apaño. Para dormir, compramos una cama por mil pesetas. Y unas viejas sacas de correos servían para que durmiera nuestro hijo.

Todo se iba arreglando económicamente, poco a poco. Y hubo hasta para comprar libros, y algún otro gasto extra que nos apetecía.

Pasaron los años con mil trabajos. Repartía la correspondencia en El Tibidabo... y siempre llevaba la Ataxia de Friedreich "a cuestas", como una coraza de las huestes del Rey Arturo.

A los diez años de casados nos llegó un segundo hijo, el 27 de junio del 1974, (jueves), a las tres de la tarde. Le pusimos por nombre Francisco. ¡Era tan amplio aquel "palacio" donde vivíamos, que nos faltaba otro niño!.

Todo era felicidad a pleno pulmón. Mientras, mi Ataxia de Friedreich se hizo tan ostensible que ya casi no podía trabajar de cartero repartidor.

Un día el Administrador (Don José María Espasa i Civil) se ofreció para hacernos el trabajo más soportable. Yo, ni corto ni perezoso, me presenté en su despacho, pidiendo, primero, permiso para entrar.

Me escuchó atentamente. Me tomó los datos, y me dejó ir... A los dos días, él mismo me llamó (ya se había informado sobre mi persona). Primero, me pidió perdón por su equívoco, ya que, a primera vista, me había tomado por borracho. Se interesó por mí. Viendo que no tenía curación, me dio opción a elegir trabajar sin jefes que me atosigaran.


Le pedí un puesto en una estafeta cerca de casa, (Sucursal 34, paseo San Juan número 196). Con gran sorpresa de los jefes, no falté al trabajo ni un solo día, hasta el fatídico día 11 de septiembre del 1988, (sábado). Ese día a las seis de la mañana moría en accidente de tráfico mi hijo Bartolomé, de 24 años, en un pueblo llamado Bellpuig (Lérida). Él conducía el coche, ya que era su dueño. Con él murieron tres amigos. Sin embargo, el que iba de copiloto salió ileso. Y nunca ha querido saber nada del accidente.

Francisco tenía 14 años cuando, por primera vez, conoció la tragedia de la muerte en el cuerpo sin vida de su hermano (a los 31 años aún no lo ha superado... tampoco nosotros). ¡Es lo más cruel que les puede pasar a unos padres que adoraban a su hijo: sobrevivir a su muerte. Pero la vida ha sido siempre muy dura para nosotros, y la hemos vivido con optimismo hasta ese funesto día en que aprendió el corazón a llorar, y el alma a sentirse demasiado pesada en mi cuerpo que, con mil problemas de salud, muere sentado sobre una silla de ruedas. ¡Pero es tanto el amor que tengo por la vida, que la vivo en cada segundo, minuto, hora, día, años, aunque sea entre dolores y quebrantos!.

A aquella estafeta del paseo San Juan, acompañado de mi querida esposa, estuve yendo a diario, durante 12 años. Hasta el día 10 de octubre del año 1990 en que me dieron de baja por gran invalidez.

Bibiana, Bartolomé, y Francisco (hijo de ambos... en el centro)
La primera vez que me senté en una silla de ruedas sentí una inmensa felicidad por ser un poco autónomo y por dejar de arrastrarme por calles y plazas.

Pasaron los años. Estuvimos 33 en la portería. Con pena, dejamos el cargo y la vivienda un año antes de la jubilación de mi querida esposa, para poder cuidarme las 24 horas del día. Pasamos a residir a un piso de propiedad de mi hijo Francisco.

Esta es la radiografía de una vida que muere por seguir viviendo con todas las fuerzas del alma. La imagen literaria de un cuerpo menudo, que apenas puede moverse, pero sigue soñando. La Ataxia de Friedreich y otras enfermedades que la acompañan han hecho presa de él desde hace más de 40 años. Sin embargo, aún no han podido impedirle hacer cualquier cosa que esté al alcance de sus manos.

Gracias a Dios, que es Él quien me "cuida". La ciencia médica no ha conseguido nada más que hacerme daño con cientos y cientos de pruebas, pero no han podido quitarme la Ataxia de Friedreich de encima.

Mi secreto ha sido el no dejar a la enfermedad vivir: Estar siempre activo... tener la cabeza en su sitio, y no dejar que penetre en ella la Ataxia de Friedreich, a pesar que hubiera tenido motivos para arrojar la toalla. La enfermedad sabe que me tiene seguro, pero solamente de cuerpo. La prueba de cuanto acabo de decir está bien clara. Estoy escribiendo en el ordenador, sin saber hacerlo... machacando tecla a tecla con una sola mano, porque la otra, la derecha, apenas la puedo mover.

Por último, pido perdón por las muchas y excesivas incorrecciones que pudiera haber tenido en este texto. No obstante, si a alguien mi escrito le sirviera para algo, me sentiría contento de saber que tanto trabajo escribiendo en mis condiciones físicas, no ha sido en vano, y ha tenido su premio. (Bartolomé Poza Expósito).

FIN

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lunes, 25 de agosto de 2014

Autobiografía de Bartolomé Poza (primera parte)

Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich, residente en Barcelona.

Nota del administrador del blog

Mañana cumple 76 años Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich... antaño, uno de los cooperantes a la edición de esta publicación, ya no puede escribir... Su situación es comprensible vista desde el padecimiento de una enfermedad degenerativa, como la nuestra.

Como homenaje por tal aniversario, hoy pegamos la autobiografía de su libro “Sentimientos de una vida”. El texto autobiográfico es de hace 7 años (dato a tener en cuenta en una dolencia progresiva)... Si bien, intuyo que fueron bastantes más de 7. El dato que consta es tener 69 años, entonces... sí, pero no es dato de escritura, sino de cuando se colgó el libro en Internet.

Cuando la leí, me impactó fuertemente la autobiografía de Bartolomé. Tenemos, con frecuencia, la tentación de creer que la historia, en general, ha comenzado a partir de nuestra fecha de nacimiento. Nada más irreal. Y me temo que, sobre ella, las nuevas generaciones van a pensar lo de: "¡este tío, que cuentos se inventa!". Los entrados en años, a caballo entre uno y otro, al menos por referencia de nuestros padres, podemos asegurar que Bartolomé no se inventa ni exagera un ápice describiendo su vida tanto en mudo rural, huérfano de padre, como en su posterior etapa de emigrante. Esas cosas pueden sonar raras vistas desde la lejanía del hoy, pero fueron totalmente normales en aquellos tiempos.

Por su amplitud, se dividirá esta autobiografía en dos partes.


Autobiografía de Bartolomé (I parte):

Me llamo Bartolomé Poza Expósito. Tengo 67 años. Soy el mayor de cinco hermanos por parte de madre, y el décimo por parte de padre (ambos q.e.p.d.)... ya que, cuando se casaron, mi padre era viudo y tenía ocho hijos de un anterior matrimonio... más uno que murió en la Guerra Civil Española, llamado Bartolomé... por el cual llevo yo su nombre. En la actualidad, vivimos siete hermanos, cuatro varones y tres hembras.


Nací en Jódar. Es un pueblo agrícola olivarero de Andalucía, en la provincia de Jaén. Vine al mundo en el barrio de "Andaraje" y en el nº 125 de la calle, Juan Martín. Jódar está situado entre Bedmar y Úbeda, a nueve kilómetros del río Guadalquivir, y a la sombra de Sierra Magina... con olivares, valles, eras, y huertos, por alfombra.

Vine a esta tierra cuando más calor hacía (a decir de mi madre). A juzgar por la partida de nacimiento, fue el domingo día 28 de agosto del año 1938. Y añado yo: que vine a la grupa de un flaco caballo por el hambre y bajo la guadaña de la muerte, de nombre Guerra Civil.

Con brumas de guerra e insatisfacciones encubiertas de venganzas ruines, odios sin justificación alguna, envidias y ganas de hacer daño, llegaba la postguerra. Cómo una inmensa familia, mutilada de sentimientos por las heridas e ideologías disimuladas, sufrimos además el hambre y la miseria en toda su crudeza.

Todo cuanto aquí escribo, no es de oídas: lo he sufrido en mis propias carnes siendo un niño, y con la inocencia de un niño. Fueron tiempos malos, a pesar de que hubo gente maravillosa (poca), que nos ayudó a salir de aquel laberinto sin salida por la escasez de alimentos.

Desde el día en que vine a este mundo y vi la luz del sol, me aferré a él con todas mis fuerzas... que muchas no eran. No había donde "caerse muerto", y por eso yo "caí vivo".

Los recuerdos de la niñez yacen frescos en mi memoria con la suave claridad del crepúsculo de la vida y la templanza de una tarde de primavera.

En aquel tiempo, nadie era nadie, y todo lo era todo. Algo podía ser mucho, y bastante, demasiado. Las lágrimas eran ríos, y el llanto, un océano. Las sonrisas eran minúsculas, y las carcajadas, un engaño. Me llaman optimista de sonrisa blanca, pero por dentro iba el llanto. Aún me dicen que no se ve mi herida, pero por dentro voy sangrando. Hay un llanto en el aire, un alma en el cielo. Uno no puede fiarse de nadie, a la mínima, te hacen daño.

He decidido por fin, después de mil trabajos y dolores, hacer lo que quiero. ¡Escribir!. Tener la moral bien alta, hablar, aunque sea con el silencio de la palabra escrita. Dar gritos con la mecanografía, estar diciendo "algo", ser optimista (no en exceso). Percibir que, aunque la herida sangra, sigo caminando.

Desde los primeros años de la infancia, recuerdo tiempos difíciles, de hambre, trabajos, y necesidades. Más en mi casa, mientras vivió mi padre, (murió en el año 1951, a los 72 años), no recuerdo desconsuelo alguno, aunque sí una copla, entre otras, que, por su letra, lo decía casi todo sobre aquellos tiempos. Se cantaba, más o menos, así: "Habas puse el lunes, / habas puse el martes, / el miércoles habas, / el jueves guisantes, / el viernes con bichos, / el sábado "con carne". / El domingo garbanzos puse / por si me convenía, / viendo que no me convino, / habas puse al otro día. / Si no fuese por las habas, / dónde estuviéramos ya, / camino del cementerio / con la carita tapá. / Habas puse el lunes...".

Aquellos años de niñez fueron de bienestar económico, ya que mi padre era viajante y ganaba lo suficiente para comer. Pero en los años 1945-47, sólo había hambre y miseria por todas partes... y estraperlo.

Mi infancia es como una nube de recuerdos que de vez en cuando deja llover el dulce bienestar de las evocaciones. Años de nieves, juegos de críos, hambre por doquier, mitigada en parte por todas las hierbas comestibles del campo, que algunas ni siquiera figuran en el diccionario, pero nosotros conocíamos como la palma de la mano, al igual que los animales (gardochas, matalauva, pan de pastor, moras de zarza y de árbol, alcauciles, collejas, hinojos, caretos, alcaparras... y toda clase de aves y animales de tierra, que se criaban en el campo.

Hambre en todos los sitios: Niños/as, desnudos, con liendres y piojos hasta en las cejas. La miseria se aceptaba como cosa natural en nuestras vidas. Para mí era gracioso matar aquellos parásitos que más tarde se trasformaban en tiña. Recuerdo que para librarnos de aquellos insectos, mi madre "cocía" la vestimenta y después nos entreteníamos en buscarlos en las costuras de la ropa. Era nuestro alivio, un suspiro de felicidad, desprendernos de los bichos. Si embargo, pronto se esfumaba la tal dicha: puesto que, al siguiente día, teníamos otros vecinos contagiados por otros niños. Corría el año 1945.

Continúo con mis recuerdos. Todo sucedía dentro de la normalidad: sí la normalidad era ver a un niño de 5 o 6 años de edad comer tierra.

Así pasaba mi niñez. Tengo grato recuerdo de mi primera comunión, en las escuelas de Los Grupos (escuelas subvencionadas por el Gobierno). Recuerdo darnos de desayuno, después de ella, chocolate con unos bollos pequeños... y la inmensa alegría y el candor de un niño de 6 o 7 años haciendo su primera comunión.

Todo se derrumbó cuando falleció mi padre el día 2 de septiembre del año 1951. Quedamos huérfanos... sin tener de "caliente" nada más que la lumbre y los rayos del sol. Fueron años de mucho trabajo y penuria para no tener que ir a la cama sin haber cenado.

Sería una biografía demasiado extensa para contar todo. No puedo extenderme por la premura de mi progresión en la enfermedad. Aunque, poco a poco, la estoy escribiendo, mientras la Ataxia de Friedreich me lo permita, con el nombre de "Surcos en el corazón". Ya he pasado en limpio un diario que escribí en la mili con el nombre de "Mi Querido Diario".

Pasaron los años de la niñez, y me convertí en un mozalbete (no demasiado alto). Y me enamoré de la que hoy es mi esposa.


Me llevaron al servicio militar, allá por los años 1960-61. Hice la mili en Las Palmas de Gran Canaria, (Infantería Canarias Nº 50). Y en Tenerife hice un curso de Telemetría (en los Rodeos). Allí, el trabajo no faltaba... ni las pulgas tampoco. A cambio, teníamos para vestir caqui de lujo y ropa de soldado, más tres comidas diarias (engordé 5 kilos). Estuve casi 17 meses, pues no tuve permiso por no tener recursos económicos y estar tan lejos de casa (tres días y medio en un barco no demasiado lujoso).


El día 8 de agosto del 1961 regresé a mi casa licenciado. Con mil trabajos y endeudado, me casé a los 25 años con mi novia, Bibiana (el sábado 28 de septiembre del 1963, sábado). Nuestro primer hijo, a quien pusimos por nombre Bartolomé, nació el jueves 9 de julio del 1964.

Yo creo que la Ataxia de Friedreich me la habían despertado en una operación de amígdalas que me hicieron en la mili. Pero, ¿quién sabe?. Lo cierto es que ya a esa edad me sentía raro, sin saber los motivos que causaban aquellas anomalías.

(Continuará mañana)

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sábado, 23 de agosto de 2014

Homenaje a Robin Wlliams

Blog "Ataxia y atáxicos".

"La muerte va por barrios"... eso dicen en mi pueblo. Yo no lo creo, aunque, a veces, pudiera parecerlo. En esta ocasión, por ejemplo, recientemente, con pocos días de diferencia, se ha llevado a dos famosos actores de cine: Robin Williams, y Lauren Bacall.

Hoy, sábado, nuestro día de cine, realizamos un homenaje a Robin Williams, proyectando una de sus películas más emblemáticas... en la cual obtuvo elogiosas críticas como actor... aparte de los premios concedidos al film y a su guión: 'El club de los poetas muertos'.

El film lo recomiendo yo: el tal Miguel-A. Cibrián, que, si echamos la culpa al mensajero :-) , según dicen las malas lenguas, padezco Ataxia de Friedreich.

Descripción:

'El club de los poetas muertos', (título original: 'Dead Poets Society'), es una película norteamericana del año 1989, y 124 minutos de duración. Está dirigida por Peter Weir, con guión de Tom Schulman. E interpretada por Robin Williams, Robert Sean Leonard, Ethan Hawke, Josh Charles, Dylan Kussman, Gale Hansen, James Waterston, Allelon Ruggiero, Norman Lloyd, Kurtwood Smith, Melora Walters, Welker White, John Cunningham, Debra Mooney, y Lara Flynn Boyle.

Sinopsis de la película:(Extracto de 'Filmafinity')

En un elitista y estricto colegio privado de Nueva Inglaterra, un grupo de alumnos descubrirá la poesía, el significado del "carpe diem" -aprovechar el momento- y la importancia vital de luchar por alcanzar los sueños, gracias a un excéntrico profesor que despierta sus mentes por medio de métodos poco convencionales.

Para que podáis disfrutar de la visión, la citada película ha sido colgada en "el barco que compramos a José de Espronceda". Él/la que no sepa dónde se encuentra, que pregunte. En el blog no se dice, por ser "pecado legal" :-) ¡A lo mejor, nos espía la SGAE! Y, si se enterara, nos dinamitaría el barco, con todos dentro :-)

Quede bien entendido que somos piratas buenos: Aparte de no existir aquí fines lucrativos, la película está tomada en calidad de préstamo: Será borrada en 6 días, a partir de la fecha de emisión de este artículo.

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jueves, 21 de agosto de 2014

'Las palabras del viento' (cuarta entrega)

Blog "Ataxia y atáxicos".

Mamen García
Por María Narro, pseudónimo literario de Mamen García, paciente de Ataxia de Friedreich, de Guadalajara.
Extraído de 'GuadaQué'... (ver enlace al original en "fuente"... al final del artículo).

Notas del administrador del blog:

Con permiso explícito de Mamen, iremos reproduciendo en este blog los capítulos de la novela 'Las palabras del viento', previamente editados por ‘GuadaQué’, y dejando constancia, en forma de enlace, de la fuente original... Nuestra perioricidad pudiera ser de un capítulo (entrega) semanal. Si bien, no establecemos plazos concretos, ni fechas fijas de edición.

En cualquier caso, cada día a editar, como recordatorio, se consignarán los enlaces a los capítulos ya editados... con el fin de que ninguno de los lectores pueda perderse el hilo de la narración:

1- María Narro publica su novela por capítulos (presentación).
2- 'Las palabras del viento' (capítulo I).
3- 'Las palabras del viento' (segunda entrega)
4- 'Las palabras del viento' (tercera entrega)


Cuarta entrega de la novela de María Narro "Las palabras del viento"


Portada de 'Las palabras del viento'
Laura


Mo... belo!
Dejé el libro abierto sobre la mesa de cristal y fui hacia el jardín.

La niña dormitaba cerca de los rosales, el clima le sentaba bien, en eso había acertado, y la casa, aunque no muy grande, se estaba convirtiendo en un verdadero hogar. Mi padre se había acercado a la farmacia con Morfeo, y Laura los buscaba al despertarse. Después de explicarle que no tardarían en volver, la senté encima de mí y comencé a cepillarle el pelo.
La luz del atardecer hacía vibrar la nostalgia de algo mejor, pero oyendo a mi hija comprendí que se equivocaba como tantas otras veces.

Sólo una vez creí en los sueños y me quedé sola abrazando la realidad. El ansia por destruir la soledad se desbordó cuando entró en mi vida Roberto, el padre de Laura.
Le había conocido mientras estudiaba en Madrid Filosofía y Letras a finales de los años setenta, en 1.978 más exactamente. Él era editor y organizaba concursos literarios junto a algunos de mis profesores, luego los poemas y relatos ganadores los publicaba en su editorial.
Disociados, editorial Disociados.

Hay personas que escriben para sí mismas o para sus más allegados, pero otras deseamos entrar en el mundillo literario. Yo descubrí que quería probar suerte dentro de la literatura cuando quedé finalista en un concurso de poesía celebrado en Sigüenza, además de que doña Asunción siempre me había instado a ello.
Después de ganar el primer premio de poesía en el concurso anual de la facultad, ya en Madrid, Roberto se fijó en mí; quiso leer algunos de mis poemas, preparar una antología y publicarme un libro.
Desde ahí entré en una espiral de felicidad que dejé de tener los pies en el suelo, aunque siendo sincera debo reconocer que estuve fascinada con él desde el primer momento en que le vi. Su atractivo entraba por los ojos, su sensibilidad y afición a la poesía calaban en el alma. En un alma quebrada por la inesperada marcha de Morse a la Argentina años atrás, y que se negaba la oportunidad de volver a amar. Pero no pudo negarse a conocer la magia, las mentiras y el sexo.

Recuerdo el día de la presentación de mi libro Fuego de soledad. La mano de mi editor arropándome como un verso más y el orgullo de doña Asunción y de papá como la más preciosa música del acto. Pero aunque aquel era mi día según decían todos, yo estaba extasiada con Roberto.
La noche anterior mientras ultimábamos los preparativos habíamos acabado haciendo el amor. Le extrañó que a mis veinticinco años aún fuera virgen porque por mis poemas había sabido de la existencia de Morse, pero eso le excitó y obsesionó aún más. Me sentía tan liviana, tan feliz y misteriosa, tan mujer, que poco me importó saber que no era la única. Él hacía estremecer toda mi piel debajo de su cuerpo y yo sólo pensaba en eso. Quería más y más, emborrachar todos mis sentidos de poesía, sin sentirla, quería vivirla.
Las primeras críticas del libro me convirtieron en la nueva promesa de la editorial Disociados. Estaba tocando un sueño, un cuento con príncipe incluido y me dejé llevar.

Mientras estuve estudiando en Madrid viví en una residencia de señoritas, estudiantes todas de la facultad. No estaba permitido que allí entraran hombres, novios, amigos, ningún varón que no fuera familiar nuestro, por lo que mi relación con Roberto la viví al principio en su despacho de la editorial y luego en un pisito cerca de Sol, a escondidas de todos.
Nadie sabía que estábamos juntos, él lo había querido así. Primero pensé que era por la diferencia de edad o por estar vinculado al profesorado de la Universidad, pero al ir escuchando hablar de su fama de don Juan entendí que no quería despertar los celos de otras. Me daba igual, aquel sabor a prohibido lo engrandecía todo. Nos veíamos dos días entre semana o cuando teníamos que acudir a cualquier acto literario.
Siempre había sabido que era feliz escribiendo poesía, por entonces averigüé lo que me gustaba recitar mis versos ante el público… ante el viento. Cada vez pensaba más en las Hoces del Río Dulce y no quería darme cuenta. Me hacía daño recordar aquella época que iba unida irremediablemente a Morse, me sentía como vacía y asomada a un precipicio que no quería entender. Sin embargo con Roberto todo era más llano, o al menos más directo y luminoso.
Llevábamos juntos tres meses. Era muy inteligente y me enseñó mucho acerca de los libros, y aún más de la poesía. Además de ser un verdadero maestro de la seducción, poseía una mezcla de negra sensibilidad y erotismo que me hechizaban. Como aquella noche que me pidió que escribiera desnuda para él porque quería fotografiarme.

Había puesto en la casa pequeños focos de luz blancos y malvas, y lo había llenado todo de rosas blancas. Sólo quiso que me dejara la melena suelta. Empecé a escribir sin poder apartar mis ojos de sus ojos y sin un ápice de vergüenza:

Descalza sobre el viento
con sabor a luna,
salí a buscarte por la orilla de un sueño…

Y no sé si llegó a usar la cámara, ya que me cogió en brazos y me tumbó lentamente sobre la cama. Él también se desnudó, se tumbó a mi lado y me miró durante largos minutos de silencio. Después, como si de pronto hubiera reparado en la fragilidad de mi ser, me abrazó con una ternura que desconocía y apoyó su cara sobre mis senos hasta quedarse dormido.
Noté lágrimas resbalando por mi pecho y le abracé con fuerza decidiendo no volver aquella noche a la residencia, pero no pregunté nada que no quisiera contar.


A la mañana siguiente cuando me desperté, ya se había ido; en su almohada había dejado una rosa y una nota en la que ponía:
‘Para mi bella pelirroja chinesca, no te vayas nunca’.

Recogí mis cosas, me vestí y salí a la calle sin ducharme. Necesitaba aire. Estábamos a mediados del mes de Mayo, en una primavera excesivamente calurosa ¿o me sentía acorralada? Sabía que Roberto estaba empezando a intimar con una compañera de la facultad, e incluso me habían llegado rumores de que estaba casado... No entendía nada. ¿Por qué me hacía ver que estaba enamorado de mí si no era así? ¿Debía parar ya aquella obsesión de placer entre sus brazos? Yo pasaría el verano con mi padre en Sigüenza y él se olvidaría de mí; sí, eso pasaría… antes de que llegara a hacerme daño de verdad. No tenía sentido aquella relación donde sólo había atracción física y pasión por la poesía. Todo tiene un principio y un final, y el nuestro se aproximaba.
Caminaba sin ver por una acera apretada de gente y de sentimientos sin nombre mientras empezaba a recitar hacia dentro como si de un mantra se tratara:

Fuego de soledad abrazando la mañana
sintiéndome mujer en el aliento de un verso,
inspirando la belleza despacio...
y expulsando el dolor.

Al día siguiente me invitó de nuevo a cenar en el piso. Hicimos el amor con la urgencia de dos amantes que no se ven durante meses, y mientras cenábamos me preguntó si quería acompañarle a la feria del libro de Frankfurt en el próximo otoño.
-¿Cómo...?


La semana anterior había estado firmando mi libro en el Parque del Retiro, conociendo a escritores altamente consagrados y hablando con poetas que no habían podido editar todavía. Me hicieron sentir privilegiada. No era fácil publicar, y yo había tenido la inmensa suerte de caer en las manos de Roberto y participar en la Feria del Libro de Madrid. Aún teníamos pendiente un recital de poesía que se celebraría en la Casa de América a principios de junio, pero yo creía que ese era nuestro broche de oro, nuestro punto y final. Por eso su petición de acompañarle a la República Federal Alemana en el mes de octubre me había descolocado.
Me contó que hacía dos años también le habían invitado a viajar a Frankfurt y no había podido ir. El viaje, aquella vez, hubiera sido en coche y la sola posibilidad de tener que pasar cerca de Berlín y su muro de la vergüenza le echaron para atrás; amén de los problemas con las fronteras alemanas y que la situación para salir de España no estaba muy boyante con la reciente muerte de Franco. Ahora era diferente, además de que el viaje sería directo en avión necesitaba y quería respirar más de cerca los pasos de Goethe.



El verano del 78 fue un tanto bohemio, entre poesías infinitas escritas en aviones de papel, añoranzas... y leyendo Fausto. Si hubiera podido, también habría hecho un pacto con el diablo ya que no quería a ninguna mujer que no fuera yo cerca de Roberto, lo había sabido cuando vino a verme a Sigüenza a mediados de julio.
Pasamos todo un día juntos, apagando el deseo por estar tanto tiempo separados y, tumbados en la hierba bajo las murallas del castillo. Mirábamos el cielo, pero yo sólo veía en él las palabras de Roberto dibujando la pasión de Goethe por Weimar, su humanismo, su amor por la naturaleza, sus tratados sobre el alma, e incluso su época de frivolidad detrás de las mujeres…
-¿Acaso le reprochas que alguna vez le gustaran todas? –pregunté desde el cielo acariciando sus dedos sobre la hierba.

Me miró apoyándose en un codo, y sonrió mientras me desabrochaba un botón de la blusa con su mano izquierda:
-Mi adorada pelirroja chinesca, follar con cualquiera nunca será lo mismo que hacer el amor contigo –le oí susurrar habiendo entendido mi pregunta.

Entrada la noche, queriendo detener el tiempo con abrazos en la estación de ferrocarril, me dejó su libro preferido: Fausto, pero yo sólo pensaba en su boca…

Mi fe, mi fantasía, mi ilusión
tu boca...
bajo las aguas del deseo
sobre un arco iris de amapolas,
junto al inicio de un sueño.
Surgiendo entre nieblas la pasión
convertida en pantera de oro negro,
enredada con fuego el corazón.
La noche cayendo desarmada
vestida de besos sin final,
mi fe, mi fantasía, mi ilusión
tu boca...

No nos volvimos a ver hasta que comenzó el nuevo curso. Me había escapado un fin de semana de agosto a Madrid para verle ya que me había dicho que estaría todo el verano trabajando, pero no le pude encontrar. La editorial estaba cerrada y en el piso no hubo nadie en dos días, por lo que decidí sobrevivir el resto del verano escribiendo poesía y olvidándome del mundo, de Mefistófeles, de Fausto y de Roberto.
No obstante, Dios los cría y ellos se juntan que diría mi abuela Bernarda, retomamos nuestra clara oscura relación antes de marchar a la feria del libro de Frankfurt,  Frankfurter Buchmesse. No hubo preguntas, él me dijo que había surgido un compromiso que le mantuvo fuera de Madrid y había cerrado la editorial unos días, y yo supe que no tenía que haberle preguntado nada a la mujer de la limpieza.
Pero al estar juntos la pasión se desbordaba de tal forma que sólo importaba el momento.


Poco hablábamos de negocios, aunque iba a publicarme un nuevo libro sabía que el viaje nada tenía que ver con mi poesía y sí con alguna negociación, con una editorial alemana, y la realización de un viejo sueño. Quería reeditar parte de los poemas de Goethe y escribir una tercera parte de Fausto desde un alma femenina, y ahí entraba yo.
Cuando me contó su sueño, minutos antes de embarcarnos hacia Fráncfurt del Meno, me asusté. No me consideraba capaz… no quería defraudarle… y a mí me rondaba la idea de preparar una tesis sobre Lorca. Era dejar mi sueño por su sueño...
¿O creer más en sus sueños que en los míos?
Roberto me notó intranquila y me pidió que me relajara, disfrutara y observara.

La primera noche en Alemania estuve muy impresionada por el sabor aún presente de la segunda guerra mundial. Por entonces los edificios más emblemáticos de Frankfurt como la vieja ópera o la casa de Goethe aún estaban en ruinas por el bombardeo de 1944, y la visita al día siguiente al campo de concentración de Buchenwald a ocho kilómetros de Weimar me tenían un tanto deprimida.

-Roberto –le dije mientras tomábamos una copa en la habitación del hotel–, yo no quiero ir a ver el campo de concentración…
-Pero si es una visita obligada, cariño, es historia… no seas niña. También iremos a Weimar aunque mis amigos sólo quieren ver el campo –contestó mirándome con extrañeza.
-Son los horrores de la historia, Roberto, y a esta niña le basta con saberse la teoría. ¿Te acuerdas cuando me dijiste que pasar cerca del muro de Berlín te había echado para atrás a la hora de venir a Alemania en coche? Y no sé qué diablos tiene que ver el campo de concentración con Goethe –respondí algo alterada sentándome en el borde de la cama.
Se sentó a mi lado y me abrazó.
-Mercedes, Buchenwald era un pequeño bosque que solía frecuentar Goethe…
-Era un bosque, Roberto, tú lo has dicho... era –le corté a la vez que me ponía de pie-. Mira –le dije después de apurar mi copa de un trago-, me pides casi que sienta y observe como él porque de otra forma no podría continuar su obra, y una cosa tengo muy clara: nadie con la sensibilidad de Goethe iría a admirar y sacar fotos de un sitio tan macabro como un campo de concentración…
-¡Touché! –exclamó sonriendo y alzando su copa hacia mí.
-No me puedes pedir que vaya –dije más tranquila- prefiero disfrutar de la feria y reparar un poco más en la literatura alemana, perderme por callejuelas sin recuerdos de guerra y quizá montar en ese tranvía de vapor que hemos visto. –me acerqué y le besé en los labios-. Nunca olvides que la poesía muere cuando hay violencia.
Esa frase fue como si le pegara un puñetazo.
Se quedó muy serio, a mil kilómetros de repente aunque sintiera su aliento en mi mejilla. Se acercó a la ventana y encendió un cigarrillo evitando mirarme. Qué he dicho iba a preguntar, pero él se me adelantó:
-¿Dónde has oído eso?
-¿Eso? –pregunté sin saber a qué se refería.
-Lo de la poesía y la violencia –dijo mirando a través de los cristales la fría noche alemana.
-Pues no lo sé... se me acaba de ocurrir, o quizá lo lleve dentro desde que estudié a Lorca –le dije poniéndome a su lado.
-Ismael siempre me lo decía en sus cartas... la poesía muere cuando hay violencia, los poetas seguimos dando guerra, Roberto, pero la poesía muere cuando hay violencia... recibí una carta suya cada quince días desde Rusia... en 1941...
Preguntar quién era Ismael me parecía fuera de lugar aunque me moría de curiosidad. Agarré su mano y la apreté invitándole a sentarse en la moqueta del suelo conmigo.
-Desapareció en el infierno blanco... a cincuenta grados bajo cero. Ismael era mi tío más joven... él me enseñó a amar la poesía... ¿has oído hablar de la División Azul? –negué con la cabeza, incapaz de interrumpir aquel vinculo de intima comunicación que se había establecido. Me miró a los ojos y siguió hablando-. Ismael fue un soldado más de la 250 División de la Wehrmacht que luego se conoció como la División Azul... la gran jugada maestra de Franco... el jodido Franco...
-¿Gran jugada maestra de Franco? –pregunté incitándole a que rompiera el tenso silencio que le acababa de cercar en el pasado.
-...verás, él hizo creer culpable al comunismo ruso de los tres años de matanza y odio entre españoles... de esta forma consiguió voluntarios para el ejército que envió a Rusia... él saldó su deuda con Hitler por la ayuda prestada en la guerra civil. Mi hermano, bueno, mi tío... se alistó como voluntario forzado, forzado porque él pertenecía a las Juventudes Socialistas y si no se alistaba le encarcelaban y fusilaban como a tantos otros... tantos otros... pero él nunca estuvo al lado de Franco ni mucho menos de Hitler... sólo quería sobrevivir como muchos de los casi veinte mil reclutas de la División Azul... veinte mil... ¡Y despareció! Mi hermano desapareció entre miles de héroes anónimos... quizá congelado.
Suspiré hondamente y cerré los ojos.
¿Hasta cuándo me perseguiría la cruenta sombra de la guerra?
Me abracé a su pecho sin saber qué decir.
-.... mañana me quedaré contigo en la feria... y leeremos poemas de Goethe –dijo acariciándome el pelo cuando le sentí volver de su viaje al pasado.
-Perfecto.


Bastantes años después de mi visita a Alemania caería el muro de Berlín, y varios años más tarde ocurriría la reunificación alemana, pero mi pensamiento ya estaría muy lejos.
De Ismael... jamás volví a oír hablar; la Historia ha corrido demasiado veloz sobre la denostada División Azul... Quizá sea por eso.


Los meses que siguieron a nuestro viaje los pasé estudiando; enfrascada en la universidad y metiéndome en la piel de Goethe y su Fausto.
Roberto estaba encantado con mi dedicación y apenas nos veíamos porque no quería molestar, según decía. Ya tenía preparada la presentación de Viento de luna, mi nuevo libro de poesía. Mientras, yo intentaba comprender la locura de Margarita, el amor de Fausto. Me había costado mucho entender la culpabilidad de mi padre años atrás, pero que asesinara a su propio hijo por sentirse culpable era algo inconcebible para mí. Soñaba con ella, con los trucos de Mefistófeles, con la pasión hecha pecado... quería entender, y no me daba cuenta de que Roberto y yo estábamos cada día más alejados. Ni siquiera le había dicho que tenía una semana de retraso.
Mis problemas con la anemia por la falta de hierro se habían vuelto crónicos, aunque no eran graves habían hecho de la menstruación un reloj de nervios y sensibilidad siempre puntual. Estaba algo obsesionada con el hijo de Fausto, y lo olvidé.

El día de la presentación de mi nuevo libro y mientras recitaba desde el estrado algunos versos, vi a doña Asunción hablando algo acalorada con Roberto.
-No sabía que conocía al editor de Disociados –la dije cuando después del acto tomábamos un vino.
-Es una larga historia, Mercedes... creo que te has superado con éste Viento de luna –dijo acariciando la portada del libro-, éste poema habla solo:

Anocheceres dormidos desnudando la luna
robando silencios que acarician el alma
gacelas…
gacelas de esperanza surcando el cielo
cielo de noche preñado de sueños,
sueños de libertad
sueños de algo más…
de mucho más


De mucho más… escuché antes de que se empezara a nublar todo.

Desperté sin saber dónde estaba. Me costaba distinguir una habitación que no conocía. Era pequeña y estaba muy oscuro. Oía la voz preocupada de mi padre. Doña Asunción empapaba mi frente mientras Roberto me daba aire.
-¿Qué ha pasado?  -pregunté mirando a Roberto.
-Sigue tumbada y no hables –dijo papá poniéndose a mi lado-, hasta que te examine el médico no te muevas.
-Álvaro –le dijo doña Asunción a mi padre-, nosotros nos vamos, luego te llamo a la residencia de Mercedes.
-¿Y Roberto? –pregunté al volver a abrir los ojos.
-¡Shhssss...! –dijo papá acariciando mi frente.


Estaba embarazada de casi dos meses, me sentí la mujer más llena y feliz del mundo. Mi padre ni siquiera preguntó de quién era, estaba tan aliviado porque la anemia no hubiera degenerado en lo mismo que le ocurrió a mi hermana que sonrió con los labios hacia dentro y dijo:
-Bueno... pues aquí estoy.

Yo quería correr a decírselo a Roberto, pero esperé dos días hasta reincorporarme a la facultad y hablar con él. No le vi. A la salida de clase encontré a doña Asunción esperándome. Fuimos a dar un paseo por el parque, dijo que me convenía andar, por lo que entendí que ya sabía lo de mi embarazo. Estaba rara.

-¿Es Roberto el padre? –preguntó según caminábamos mirando al suelo.
-¡Sí! –contesté sonriendo.
-Creo que debo contarte algo... aunque no sé muy bien porqué lo hago... ¿nos sentamos?

Recuerdo a una doña Asunción dolida y triste mientras hablaba. Siempre la había llamado con el doña que me enseñó la abuela, pero nunca había reparado en que tan sólo era diez años mayor que yo. Ella llegó un año después de separarse, a vivir con su tío don Cosme. El pueblo se había quedado sin escuela, tampoco había maestro fijo desde que acabara la guerra civil y como por entonces nadie iba al pueblo a enseñar con regularidad, decidió hacer las gestiones oportunas para quedarse allí. Convirtió parte de la enorme casa de su tío en un lugar de enseñanza, y comenzó a ejercer su profesión lejos de la presión de la Sección Femenina de Guadalajara...
-No la soportaba, aunque eso ya lo sabías. Fui un tanto rebelde para mi época, Roberto también...
-¿Qué tiene que ver Roberto con lo que me está contando? –la pregunté tomando sus manos y adivinando la respuesta.
-Me casé con él hace veinte años. Demasiado jóvenes... demasiado locos por la poesía... –me sorprendí abrazándola-. No podía durar, su constancia para querer sólo a una mujer es nula, pero con el niño cambiará...
-¿Por qué discutían el día de la presentación?
-Se rumorea que pronto habrá divorcio en España y Roberto quiere apuntarnos en una lista de espera, aunque el verano pasado me juró que quería volver...
-¿El verano pasado? –pregunté.
-Sí, en agosto, y el verano anterior... quiere volver cada año. Ni contigo ni sin ti –me dijo mordiéndose los labios.
-¿Y usted le quiere?
-No lo sé, Mercedes, no lo sé... no sé si aguantar esto tiene un nombre.


A mi padre no le extrañó encontrarme de vuelta en Sigüenza con una maleta y sin querer volver a Madrid. Él sabía de sobra quién era Roberto. De hecho, la publicación de mi primer libro de poesía fue una petición de doña Asunción al editor de Disociados.
No le dije que estaba embarazada. Su mujer le avisó durante el parto, cuando vieron que se producían serias complicaciones en el nacimiento de mi hija.



Bernarda Alba

Mamen García
España ha dejado de ser católica....
El Sol, 14 de octubre de 1931

-La situación del país se hace insostenible, Bernarda –le decía Jacinto a su mujer mientras ésta amamantaba a la niña-, ¡qué poco me gusta este Manuel Azaña! Desde que nos quitan las tierras y se mira mal a los pobres curas... ¿Y el Rey? ¿Qué han hecho con el Rey? ¡Tanta República, tantos pájaros en la cabeza! Eso no pué ser bueno... parece que todo se ha vuelto del revés. Fíjate tú que cuando he subido a Sigüenza me encuentro al Cosme, ese cura tan joven que acaba de llegar al pueblo, y me enseña el periódico casi llorando. Dice que tienen reunión casi todos los días con el obispo porque no saben cómo afrontar esta nueva moda de ateísmo...
-¿Quién es la niña más guapa? –preguntaba la dichosa mamá a su pequeña Alicia limpiando su carita.

Bernarda y Jacinto se habían casado hacía cinco años. El joven pregonero de Pelegrina y su hermano Juanito habían recibido una de las mayores herencias del condado de manos de su tío Ramón, el amo de varios pueblos de la comarca. Jacinto instaló en uno de esos pueblos su casa, a su joven esposa y a su hermano pequeño pues ambos eran huérfanos. Pasaban los años bañados en políticas lejanas. Las salpicaban los periódicos o la radio de Sigüenza y eran de su propio país, pero aquello no iba con ellos... hasta que les expropiaron parte de su herencia. Entonces sí, entonces sí se iba armar una gorda porque aquello no iba a quedar así...
Por su parte Bernarda vivía su maternidad con la plena felicidad de quien ha esperado cuatro largos años para quedarse embarazada. Aunque había cuidado a Juanito desde que tenía cinco años, la pequeña Alicia salida de su vientre lo había convertido todo en alegría. También las pamplinas de los periódicos que no entendía ni sabía leer.

Fue durante la Semana Santa del 32, después de que en mayo del año anterior se quemaran casi una docena de iglesias y conventos en Madrid, que empezó a sentir miedo y a prestar atención a las explicaciones de su marido.
Caminaba y oraba cerca del Cristo crucificado en la procesión del jueves santo. La niña ya se andaba e iba agarrada a una punta de su delantal, Juanito iba con ellas. Aquel año había menos gente en la procesión; no entendía por qué no estaba allí la Felisa y su marido Antonio, o don Perico, el maestro. Pero aparte de notar algunas ausencias Bernarda cantaba y oraba, como todos, como lo había hecho toda la vida:


-¡Cabrones! ¡Qué se mueran los curas! –gritó alguien a la vez que una piedra rompía parte de la cruz del Cristo.

Seguían tirando piedras no se sabía muy bien desde dónde. La gente gritaba y corría protegiendo sus cabezas. Bernarda cogió una piedra dispuesta a defender al Cristo, pero el joven párroco la ordenó que cogiera a los niños y corriera a casa. La pequeña lloraba sin consuelo sentada en el suelo al ver a todos chillar y correr, y Juanito... Juanito, a sus once años, aprendió a defender lo que había hecho toda la vida, como su cuñada Bernarda.

Cerca del verano, una mañana de alegre sol que hacía olvidar los desajustes que últimamente había en el pueblo, apareció por su casa el maestro llevando al niño agarrado de una oreja:
-Cuenta lo que has hecho –le dijo cuando vio a Bernarda mirándole intrigada.
-Nada... ¡Ay! –se quejó cuando sintió a don Perico tirándole de la oreja.
-Se lo cuentas tú o se lo cuento yo...
-Que le he empujaó... nada... ¡Ay! –se quejó de nuevo.
-¡Por Dios y por la Virgen que lo cuente alguien antes de quel niño me se quede sin oreja! –dijo Bernarda casi en jarras.
-Tu cuñado le ha partido la nariz al hijo de doña Angustias –le dijo el maestro tirando al niño más fuerte de la oreja.
-¡Ay! ¡Ay...!
-¿De la Angustias? –preguntó Bernarda llevándose las manos a la cabeza-, ¡y usted suelte la oreja del crío o también se la parte!
-Sólo le he empujaó, lo que pasa es que el Sergio es un debilucho –dijo Juanito protegiéndose detrás de su cuñada cuando don Perico le soltó.
-Bernarda, escucha y corrige al niño si no queréis llevaros un buen disgusto –dijo muy serio el maestro-, desde Madrid han venido normas, a partir de ahora no se estudiará la asignatura de religión en los colegios... no me mires así Bernarda, para eso están las iglesias...
-No he dicho ni , señor maestro –le replicó esta cogiendo en brazos a la niña que se había acercado a ellos.
-Ayer guardé un crucifijo que presidía el colegio, ya que no me parece el lugar adecuado para tenerlo –continuaba contando el maestro ante la atenta mirada de Bernarda y los dos niños –, y esta mañana me he encontrado a Juanito pegando a Sergio y llamándole ladrón de crucifijos...
-¡Pero es que Sergio piensa como usted, es como usted! Y nosotros no somos así ni mi hermano tampoco –le gritó Juanito ante el asombro de Bernarda.
-¿Y que soy yo, muchacho? –le preguntó un don Perico totalmente sereno y respirando paz.
-¡Un republicano! Nada bueno para éste país –concluyó el niño repitiendo las mismas palabras que le había oído tantas veces a  su hermano.


El día de Navidad de aquel mismo año Micaela, la hermana de Bernarda, hablaba de sus dos hijas de leche, Pilar y Fernanda. No se había casado, después de conocer a Zacarías y saberle ya comprometido ningún otro hombre le interesó, por eso sus hijas de leche eran su familia. La noche anterior había cenado con ellas en el hospicio de Sigüenza, donde ambas vivían y trabajaban desde que habían muerto sus padres. Una nochebuena rodeada de tanta gente necesitada de amor era demasiado bonito para ser verdad...
-¡La Virgen Santa, Micaela! Tú te me vuelves monja como esas dos –dijo Bernarda entre risas.
-¡Qué no son monjas, carajo! –le contestó su hermana dejando la taza de café sobre la mesa y conteniendo la risa-. Pilar ayuda a los pobres y a los niños abandonados del hospicio como enfermera o celadora... ¡Qué sé yo! Y Fernanda trabaja en la fábrica de calzado que hay allí. Pero lo mejor de anoche fue conocer a la niña Lucía.
-¿La niña Lucía? –preguntó Bernarda sirviéndola más café.
-Es una niña de un año con la que se han encariñado mis hijas, es preciosa –decía Micaela llevándose a la boca una pasta de avena-. ¡Hum...! ¡Esto está buenísimo!... como te decía.... a la niña la abandonaron cuando tenía un mes y la ha criado casi mi Pilar, y las chicas están esperando a que la nodriza acabe de amamantarla para que yo me la lleve a casa y le dé una familia...
-Pero si tú no estás casada –dijo Jacinto mostrando un interés repentino por la conversación.
-Me la llevaría sólo por temporadas, a no ser que vosotros... –le contestó empezando a mirar con ojos suplicantes a su hermana.
-¡Ah... no! ¡No, Micaela! ¡So, hermana, que te veo venir!- zanjó el tema Bernarda llevando las tazas del café a la cocina.
  
Aquella Navidad Micaela no consiguió que su hermana y su marido acogieran a la niña Lucía, pero al menos obtuvo la promesa de que cuando llegara el buen tiempo ambos subirían a Sigüenza a conocerla. Bernarda acababa de descubrir que estaba embarazada de nuevo.


Tuvo un  aborto natural a mediados del mes de febrero, un poco antes de que el argentino se instalara en el pueblo y comenzaran los cuchicheos:
Se llamaba Samuel Salgado, llegó al pueblo con las llaves de la casa del tío Benjamín muerto hacía años y eso había inquietado a todos. Dijo que se la había comprado a un pariente en Madrid y ahora era suya.
Todas las mozas casaderas del pueblo estaban encantadas porque se disponía a vivir allí, hasta Bernarda olvidándose del aborto había ido con la mula a Pelegrina para traer a su hermana.
-Y no habla de politiqueo ná de ná -le dijo a ésta.
-Porque no sabrá español -le contestó la otra.


Unos días después aprovechando que Jacinto iba al mercado de Sigüenza a por simientes y algunos aperos de labranza para la cuadrilla que trabajaba las tierras que le quedaban, Bernarda decidió ir con él y pasarse por el hospicio. Dejó a Juanito en la escuela, y, abrigando a la pequeña Alicia, subió al carro. El solitario sol en aquel cielo raso engañaba más que otra cosa y madre e hija se echaron una manta por encima.
¡Qué bueno sería comprar ese automóvil que le han ofrecido a Jacinto!
-A ver la República qué hace con nuestro dinero -decía su marido.

En el hospicio las recibió Pilar que estaba enseñando a andar a la niña Lucia...
-Mírala –dijo Bernarda cuando las vio-, ¡pero qué preciosidad de niña, Virgen bendita!
Fernanda no estaba allí, tenía el día libre, y Pilar aprovechó para enseñarles aquello dejando a las dos niñas jugando con los demás chiquillos. Las salas eran inmensas y llenas de luz; conocieron a la gobernanta además de estrechar muchas manos agradecidas no sabiendo ellos muy bien el porqué. Jacinto enseguida dijo que se tenía que ir y que la esperaba cerca del mediodía en la plaza mayor. Cuando Bernarda sintió que ya no había presencia masculina que la cohibiera se agarró del brazo de Pilar y le dijo:
-Esto es más cosa de mujeres ¿verdad? –Pilar asintió esbozando una sonrisa forzada-. Dime por qué quieres que la adoptemos –dijo mirando a Lucía que jugaba con la pequeña Alicia.
-Mi hermana y yo no queremos que se la lleve cualquiera, la trajeron cuando sólo tenía un mes y la hemos cogido mucho cariño. Ya casi tiene el año, es una niña muy sana y...
-La verdad, Pilar –dijo Bernarda cortándola.
-¿La verdad? No te entiendo, Bernarda...
-Sí, sí mentiendes... puede que a mi hermana, que de lo buena que es parece medio tonta, la hayáis engañado pero a mí no.
-No te entiendo, en serio...
-Mira, Pilar, llevo más de dos años sin verte, estás más gorda... como si hubieras parido, y la pequeña tiene tus ojos ¿Mentiendes ahora o llamo a la gobernanta pa preguntarle quién amamanta a la niña Lucía?
-No hace falta, Bernarda, la amamanto yo, y sí... es mi hija –le contestó Pilar mirándola a los ojos y con la cabeza muy alzada.
-Eso está mejor... y ahora ¿me lo cuentas?

La explicación era sencilla, la historia de Micaela se volvía a repetir. Seminarista deja a chica joven preñada y lo niega. O Bernarda era muy tonta o cada vez entendía menos la atracción de lo prohibido “lo que no se pue, pues no se pue. ¡Qué se metan a putos y no a seminaristas, leches!”; pero lo que sí entendía eran las mentiras e invenciones de Pilar y de Fernanda por estar cerca de la niña Lucía. Y por eso, sólo por eso, dijo que su techo sería el de la niña cuando tuviera tres o cuatro años y dejara de amamantarla. Firmarían los papeles, ante el alivio de Pilar, y nadie que no fuera Bernarda se la podría llevar.
Impensable era que una mujer soltera como ellas se hiciera cargo de su hijo, ni siquiera en el hospicio.


Pasado el mediodía Bernarda, con Alicia en brazos, buscaba entre los puestos de la plaza mayor a su marido. Tenía tantas ganas de contarle lo de la pequeña Lucía; sabía que no se iba a oponer porque le gustaban mucho los niños. “Dentro de tres años la tendremos en casa, vendremos cada mes a verla para que se acostumbre a nosotros, y seguro que yo pa cuando nos la llevemos ya tendré dos niños más”. Nada... que Jacinto no estaba allí. “Ya estará con el politiqueo”.
Siguió esperando mientras la niña se empezaba a dormir.

-¡Qué pacencia y qué aburriá me tiene con las políticas!
-¡Pelea, pelea! Hay pelea en la bodega del Isidro –dijo un niño que pasó corriendo a su lado.
-¡La madre que le parió! –dijo Bernarda cerrando los ojos e intentando recordar por dónde se iba a la bodega.

Le encontró en la puerta medio mareado, echaba sangre por la boca y Bernarda corrió hacia él. Una de las mujeres que había entre un grupo de curiosos dijo que ella le sujetaba a la niña. Dudaba de todo pero tenía que socorrer a su marido y al mirar aquella mujer y ver a Encarna, la mujer de Zacarías, asintiendo con los labios apretados le entregó a la pequeña.
La sangre es muy escandalosa, además de dos dientes rotos y varios moratones por todo el cuerpo no tenía nada. Eso dijo el médico después de examinarle en el consultorio al que les habían llevado Zacarías y Encarna.

Una vez que los tres hubieron salido de Sigüenza y Jacinto se sintió arropado por la seguridad que le daba vislumbrar de nuevo su casa en el horizonte, empezó a hablar cuando la niña, todavía asustada, se quedó dormida.
-¡Cacique... me llamaron cacique porque digo a quien me quiere escuchar la verdad... esto de la República no tiene solución, y si no, al tiempo! ¿Cacique yo? ¡Mecagonlahostia que gente más cerrá! Si no está allí el Zacarías me matan.

Bernarda no dijo nada, no tenía nada que decir, tan sólo abrazó a su pequeña protegiéndola del frío y de las dudas que producen no saber qué está pasando.

(Continuará)

Fuente original en 'GuadaQué': Las palabras del viento - María Narro - capítulo 4.

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