Por Ana Fernández, paciente de Ataxia de Friedreich, de O'Grove (Pontevedra).
Extraído (excepto material gráfico) de: Blog de Ana Fernández. Fecha, 30/06/2012.
Original en: Mi etapa como psicóloga.
La vida es como un juego de cartas, nunca sabes cuáles te tocarán, pero debes jugar igual.
Empezó el curso en la Facultad de Psicología, y mis padres me llevaron a Santiago. Corría el año 93, y aún me quedarían 5 años, como mínimo, estudiando allí. Tenía 18 años, y era entonces cuando comenzaba mi vida realmente.
Los primeros días lo pasé muy mal: No conocía a nadie en la residencia Monte da Condesa. Aunque estaba en una habitación doble, no tenía compañera de habitación con quiien hablar... y, por si me caía, tampoco me atrevía a ir sola hasta la Facultad.
Al final de la semana vinieron mi madre y una amiga de la familia, y me llevaron a la Facultad. Allí estaba un amigo, del instituto, de mi amiga. Hablé con él, y me dijo que el lunes iría a buscarme para acompañarme a clase.
Ese fin de semana me fui a mi casa mucho más tranquila.
A mitad de curso, en la residencia, una de las residentes, que llevaba allí más tiempo, me preguntó si quería compartir la habitación con ella.
- ¡Claro que sí! -le respondí. Estaba deseando tener una compañera de habitación.
Y nos cambiamos de habitación, a una del último piso, más grande, bonita, y mucho más soleada y alegre.
¡Me sentía bién!: Estaba consiguiendo salir adelante por mí misma... poco a poco estaba logrando integrarme sin ayuda de nadie.
En el segundo curso, empecé a usar la silla de ruedas, que había comprado hacía 2 años, ya que me sentiría mucho más cómoda, y me daría más independencia. Si bien es cieto que al principio no me gustó nada la idea, poco a poco me fui acostumbrando a ella. Siempre había alguien dispuesto a ayudarme. La verdad es que todos se portaban muy bien conmigo. Ya conocía a mucha gente, y tenía un grupo de amigos.
En el tercer año entró también mi hermano en la residencia... con la intención de llevarme a clase, y estar allí para lo que me hiciera falta. Aunque me iba arreglando bien yo sola, nunca estaba de más alguna ayuda.
No obstante, algunas de mis amigas se empeñaban en que tenía que hacer ejercicio para estar mejor. Sé que lo hacían con buena intención, pero a mí me parecía mal que insinuaran que estaba en silla de ruedas, porque quería, o porque era muy vaga para caminar. Actuaban como si mi Ataxia de Friedreich se pudiera curar dando unos paseos.
Entonces compré una silla de motor, que me dio muchísima independencia: ya podía ir sola a clase, cuando quisiera, y sin tener que estar esperando a nadie. Para mí eso era maravilloso, puesto que estaba acostumbrada a depender de alguien para ir a cualquier sitio. Cuando necesitaba que me construyeran alguna rampa, no tenía más que pedirla en mi residencia, y ellos se encargaban de todo. Incluso una vez que iba con una amiga al comedor, pasó un hombre, y me preguntó si veía alguna barrera arquitectónica en el campus, pues él era arquitecto, y podría arreglarlo. Le dije dónde debiera hacerse algunas rampas... y pocos días después, ya las tenía hechas.
Ya estaba totalmente integrada tanto en la Facultad, como en la residencia. Conocía a todos, y todos me conocían a mí. Incluso me quedaba en la residencia algún fin de semana: me gustaba casi más quedarme allí, que irme a mi casa. No me perdía ninguna fiesta de la residencia ni ningún café-concierto. También fui de viaje de fin de curso con mis amigas de Magisterio de Pontevedra, que se acordaron de mí.
Los estudios me iban mucho mejor, y cada vez me gustaban más. Había un par de asignaturas que me apasionaban y nunca me perdía las clases. Algunos de mis amigos habían abandonado ya la carrera, y otros se habían quedado atrás.
Durante el último curso hice trámites para, una vez terminada la carrera, realizar prácticas pre-profesionales en un centro de drogodependientes en O' Grove. No quería quedarme sin hacer nada cuando terminara de estudiar. Además estaba deseando empezar a trabajar.
Y llegaron las cenas de despedida, puesto que ya estábamos terminando, y cada uno volveríamos a nuestras casas. A la mayoría de mis amigos y compañeros no los he vuelto a ver. Supongo que cada uno siguió con su vida.
Esa etapa en la Universidad marcó un antes y un después en mi vida. Supongo que los estudios de psicología también me ayudaron... entre otras cosas, a tener un mayor grado de autoestima, pero, sobre todo, a darme cuenta de que, a pesar de mi discapacidad cerivada de la Ataxia de Friedreich, soy capaz de hacer muchas cosas, si me lo propongo.
(Continuará).
Nota del administrador del blog:
Pinchando el enlace indicado podrá hallarse (en cuatro capítulos) algunas experiencias de Ana Fernández: Una época de mi vida de la que estoy muy orgullosa
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2- Sección "PowerPoint del día":
Para ver y/o guardar este archivo PowerPooint, pinchar en Clases de golf.
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3- Sección "Eso... viñeta psicológica":
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Gracias, Ana.
ResponderEliminarUn abrazo.
Miguel-A.
Ana, soy pako de lugo, coincidimos en Burgos.
ResponderEliminarEnhorabuena, escribir nos permite volar. No sabía que fueras psicóloga
pakokabarcos