Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich, residente en Barcelona.
Nota del administrador del blog
Mañana cumple 76 años Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich... antaño, uno de los cooperantes a la edición de esta publicación, ya no puede escribir... Su situación es comprensible vista desde el padecimiento de una enfermedad degenerativa, como la nuestra.
Como homenaje por tal aniversario, hoy pegamos la autobiografía de su libro “Sentimientos de una vida”. El texto autobiográfico es de hace 7 años (dato a tener en cuenta en una dolencia progresiva)... Si bien, intuyo que fueron bastantes más de 7. El dato que consta es tener 69 años, entonces... sí, pero no es dato de escritura, sino de cuando se colgó el libro en Internet.
Cuando la leí, me impactó fuertemente la autobiografía de Bartolomé. Tenemos, con frecuencia, la tentación de creer que la historia, en general, ha comenzado a partir de nuestra fecha de nacimiento. Nada más irreal. Y me temo que, sobre ella, las nuevas generaciones van a pensar lo de: "¡este tío, que cuentos se inventa!". Los entrados en años, a caballo entre uno y otro, al menos por referencia de nuestros padres, podemos asegurar que Bartolomé no se inventa ni exagera un ápice describiendo su vida tanto en mudo rural, huérfano de padre, como en su posterior etapa de emigrante. Esas cosas pueden sonar raras vistas desde la lejanía del hoy, pero fueron totalmente normales en aquellos tiempos.
Por su amplitud, se dividirá esta autobiografía en dos partes.
Autobiografía de Bartolomé (I parte):
Me llamo Bartolomé Poza Expósito. Tengo 67 años. Soy el mayor de cinco hermanos por parte de madre, y el décimo
por parte de padre (ambos q.e.p.d.)... ya que, cuando se casaron, mi padre era viudo y tenía ocho hijos de un anterior
matrimonio... más uno que murió en la Guerra Civil Española, llamado Bartolomé... por el cual llevo yo su nombre. En la
actualidad, vivimos siete hermanos, cuatro varones y tres hembras.
Nací en Jódar. Es un pueblo agrícola olivarero de Andalucía, en la provincia de Jaén. Vine al mundo en el barrio de
"Andaraje" y en el nº 125 de la calle, Juan Martín. Jódar está situado entre Bedmar y Úbeda, a nueve kilómetros del río
Guadalquivir, y a la sombra de Sierra Magina... con olivares, valles, eras, y huertos, por alfombra.
Vine a esta tierra cuando más calor hacía (a decir de mi madre). A juzgar por la
partida de nacimiento, fue el domingo día 28 de agosto del año 1938. Y añado yo:
que vine a la grupa de un flaco caballo por el hambre y bajo la guadaña de la
muerte, de nombre Guerra Civil.
Con brumas de guerra e insatisfacciones encubiertas de venganzas ruines, odios
sin justificación alguna, envidias y ganas de hacer daño, llegaba la postguerra. Cómo una inmensa familia, mutilada de
sentimientos por las heridas e ideologías disimuladas, sufrimos además el hambre y la miseria en toda su crudeza.
Todo cuanto aquí escribo, no es de oídas: lo he sufrido en mis propias carnes siendo un niño, y con la inocencia de un
niño. Fueron tiempos malos, a pesar de que hubo gente maravillosa (poca), que nos ayudó a salir de aquel laberinto sin
salida por la escasez de alimentos.
Desde el día en que vine a este mundo y vi la luz del sol, me aferré a él con todas mis fuerzas... que muchas no eran.
No había donde "caerse muerto", y por eso yo "caí vivo".
Los recuerdos de la niñez yacen frescos en mi memoria con la suave claridad del crepúsculo de la vida y la templanza
de una tarde de primavera.
En aquel tiempo, nadie era nadie, y todo lo era todo. Algo podía ser mucho, y bastante, demasiado. Las lágrimas eran
ríos, y el llanto, un océano. Las sonrisas eran minúsculas, y las carcajadas, un engaño. Me llaman optimista de sonrisa
blanca, pero por dentro iba el llanto. Aún me dicen que no se ve mi herida, pero por dentro voy sangrando. Hay un
llanto en el aire, un alma en el cielo. Uno no puede fiarse de nadie, a la mínima, te hacen daño.
He decidido por fin, después de mil trabajos y dolores, hacer lo que quiero. ¡Escribir!. Tener la moral bien alta, hablar,
aunque sea con el silencio de la palabra escrita. Dar gritos con la mecanografía, estar diciendo "algo", ser optimista (no
en exceso). Percibir que, aunque la herida sangra, sigo caminando.
Desde los primeros años de la infancia, recuerdo tiempos difíciles, de
hambre, trabajos, y necesidades. Más en mi casa, mientras vivió mi
padre, (murió en el año 1951, a los 72 años), no recuerdo desconsuelo
alguno, aunque sí una copla, entre otras, que, por su letra, lo decía casi
todo sobre aquellos tiempos. Se cantaba, más o menos, así:
"Habas puse el lunes, / habas puse el martes, / el miércoles habas, / el
jueves guisantes, / el viernes con bichos, / el sábado "con carne". / El
domingo garbanzos puse / por si me convenía, / viendo que no me
convino, / habas puse al otro día. / Si no fuese por las habas, / dónde
estuviéramos ya, / camino del cementerio / con la carita tapá. / Habas
puse el lunes...".
Aquellos años de niñez fueron de bienestar económico, ya que mi padre
era viajante y ganaba lo suficiente para comer. Pero en los años 1945-47,
sólo había hambre y miseria por todas partes... y estraperlo.
Mi infancia es como una nube de recuerdos que de vez en cuando deja
llover el dulce bienestar de las evocaciones. Años de nieves, juegos de
críos, hambre por doquier, mitigada en parte por todas las hierbas
comestibles del campo, que algunas ni siquiera figuran en el diccionario,
pero nosotros conocíamos como la palma de la mano, al igual que los
animales (gardochas, matalauva, pan de pastor, moras de zarza y de
árbol, alcauciles, collejas, hinojos, caretos, alcaparras... y toda clase de aves y animales de tierra, que se criaban en el campo.
Hambre en todos los sitios: Niños/as, desnudos, con liendres y piojos hasta en
las cejas. La miseria se aceptaba como cosa natural en nuestras vidas. Para mí
era gracioso matar aquellos parásitos que más tarde se trasformaban en tiña.
Recuerdo que para librarnos de aquellos insectos, mi madre "cocía" la
vestimenta y después nos entreteníamos en buscarlos en las costuras de la ropa.
Era nuestro alivio, un suspiro de felicidad, desprendernos de los bichos. Si
embargo, pronto se esfumaba la tal dicha: puesto que, al siguiente día, teníamos
otros vecinos contagiados por otros niños. Corría el año 1945.
Continúo con mis recuerdos. Todo sucedía dentro de la normalidad: sí la
normalidad era ver a un niño de 5 o 6 años de edad comer tierra.
Así pasaba mi niñez. Tengo grato recuerdo de mi primera comunión, en las
escuelas de Los Grupos (escuelas subvencionadas por el Gobierno). Recuerdo
darnos de desayuno, después de ella, chocolate con unos bollos pequeños... y la
inmensa alegría y el candor de un niño de 6 o 7 años haciendo su primera
comunión.
Todo se derrumbó cuando falleció mi padre el día 2 de septiembre del año 1951.
Quedamos huérfanos... sin tener de "caliente" nada más que la lumbre y los
rayos del sol. Fueron años de mucho trabajo y penuria para no tener que ir a la cama sin haber cenado.
Sería una biografía demasiado extensa para contar todo. No puedo extenderme por la premura de mi progresión en la
enfermedad. Aunque, poco a poco, la estoy escribiendo, mientras la Ataxia de Friedreich me lo permita, con el nombre de "Surcos en
el corazón". Ya he pasado en limpio un diario que escribí en la mili con el nombre de "Mi Querido Diario".
Pasaron los años de la niñez, y me convertí en un mozalbete (no demasiado alto). Y me enamoré de la que hoy es mi
esposa.
Me llevaron al servicio militar, allá por los años 1960-61. Hice la mili en Las Palmas de Gran Canaria, (Infantería
Canarias Nº 50). Y en Tenerife hice un curso de Telemetría (en los Rodeos). Allí, el trabajo no faltaba... ni las pulgas
tampoco. A cambio, teníamos para vestir caqui de lujo y ropa de soldado, más tres comidas diarias (engordé 5 kilos).
Estuve casi 17 meses, pues no tuve permiso por no tener recursos económicos y estar tan lejos de casa (tres días y
medio en un barco no demasiado lujoso).
El día 8 de agosto del 1961 regresé a mi casa licenciado. Con mil trabajos y
endeudado, me casé a los 25 años con mi novia, Bibiana (el sábado 28 de
septiembre del 1963, sábado). Nuestro primer hijo, a quien pusimos por
nombre Bartolomé, nació el jueves 9 de julio del 1964.
Yo creo que la Ataxia de Friedreich me la habían despertado en una operación de
amígdalas que me hicieron en la mili. Pero, ¿quién sabe?. Lo cierto es que
ya a esa edad me sentía raro, sin saber los motivos que causaban aquellas
anomalías.
(Continuará mañana)
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