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domingo, 3 de abril de 2011

"La sambera", (tercera parte)

Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Pilar Ana Tolosana Artola, paciente de Ataxia de Friedreich, de Vitoria.

Nota del administrador del blog:

Este relato, "La sambera", de Pilar Ana Tolosana, paciente de Ataxia de Friedreich, ha sido divido en varias partes para ser editado en este blog. En principio, se intentará editar los capítulos, numerados, en días contiguos... aunque parece inevitable que algun día haya que intercalarse algún tema de actualidad.

Para recordar:
"La sambera", (primera parte).
"La sambera", (segunda parte).

"LA SAMBERA", (tercera parte):

Y sí, tuve suerte: En el sueño, Fabiola y yo, aparecíamos en un sitio muy bucólico... con mucho verde y muchas flores.Era como si ella fuera Heidi y yo Pedro, pero sin tanta inocencia. Todo era idealizado... carismático. Estaba iluminado, y yo comía un helado de vainilla y nueces, mientras Fabiola peinaba su largo cabello con un peine de oro. De improviso alguien más apareció en el sueño: era mi profesor de matemáticas:

- Conteste, joven: ¿Por qué está aquí, vagueando?.

Y claro, yo era consciente de que aquel era mi sueño, y podía hacer lo que se me antojase. Así que, por una vez, la batuta estaba en mis manos. Aunque... quizá era también el sueño de él, y tendría el poder suficiente como para tratarme como si fuera un dibujo animado.

- ¡Usted tenía que estar estudiando para el examen de mañana!.

No sabía si responderle, o callarme y agachar la cabeza. Me giré hacia Fabiola, y ya no estaba.

- Si busca a la niña que estaba con usted, acaba de salir bailando en la LOVE PARADE -manifestó con una estrondorosa carcajada.

Tan estrondorosa y tremenda que me desperté sobresaltado.

¿Era un sueño con significado? ¿Mi subconsciente me estaría alertando de que, si anteponía mis exámenes a Fabiola, la perdería? Todavía no estaba seguro ni de querer tenerla a mi lado. O peor, de Fabiola tuviera otras preferencias. En fin, intuí que el sueño me invitaba a que no me durmiera en los laureles.

Estaba, desde que tuve conocimiento de la existencia de la brasileña, embarcado en un mar de dudas sobre si llamarla, o no. Pero, después de la resonancia onírica ésta, el mar se había hecho océano. Llegué a la conclusión de que estaba demasiado embotado para pensar. En una cama nunca se debería pensar. Razonando de esta forma, intenté sumergirme en otro contexto soñador: En uno que invitara a mi mente a continuar tan liviana como un gordo, muy obeso, pesándose en la luna.

Y lo conseguí. De tan poca importancia era lo que había soñado, que no recordaba nada de nada. Me estiré todo lo que pude, y bostecé pletórico. No tenía muchas ganas de salir de mi revuelto lecho, pero por el alboroto que montaba mi familia, el ama de la casa debía estar cocinando algo rico, rico, y con fundamento.

Me levanté, y abrí la puerta. Como esperaba, un aroma embriagador me envolvió. No adivinaría de qué se trataba, hasta que no cogiera una cucharada de la opípara olla, y mascara el sabroso pellizco... pero no pude. No, no pude, porque la aguafiestas de mi hermana me sorprendió por detrás, justo cuando iba a llevarme la cuchara a la boca. Del susto que me dio, el caldo salió agitado hacia el cactus que estaba en la ventana.

- ¿Tú eres idiota? ¡Mira el susto que me has metido!.

- ¡Esa resaca, hermanito! ¡Que hay que saber beber! -se burlaba, mientras se alejaba, por si a mí se me ocurría darle un manotazo.

- ¡Aléjate por tu bien, aléjate! Vade retro, Satanás.

Volví a concentrarme en mi intención de ponerle un nombre al cocido de la olla, a fuerza de cuchara. Justo cuando iba a deleitarme con el anhelado bocado por segunda vez, mi madre estuvo a punto de perforarme los tímpanos con un grito de angustia: Debía ser todo por lo de su cactus.

No lo hice a mala intención, pero la verdad es que había regado bien el cactus ése. Era como los de las películas del oeste, aunque de tamaño mucho más escuálido. Era una birria de cactus, pero a mi madre se lo debía haber regalado un noviete que tuvo, con el que fumaba maría, y acudía a manifestaciones sobre la paz mundial en los hippies años sesenta... el cual, un pésimo día, se fue a París, para ya no volver nunca jamás. A papá siempre le había comentado que se lo había regalado una amiga, que, como misionera de la Cruz Roja, se había ido a Ecuador. Pero, mi chismosa hermana y yo, cuando se suponía que estábamos durmiendo, nos habíamos enterado de los hechos reales por una conversación telefónica, mantenida con alguien, sobre el nostálgico pasado.

- ¡Sale humo del cactus! -increpó mi hermana.

Si las miradas matasen, ella hubiera caído fulminada al suelo. Me tragué mil improperios, y con un trapo ayudé a mi madre a secar el cactus. Se me acabaron las opciones de probar el cocido, y salí de la cocina "con el rabo entre las piernas".

- ¡La has hecho buena! Con lo que adora ella ese engendro verde -manifestó una figura de la cual sobresalía una fracción de calva por encima del periódico. Era mi padre, que se escondía tras las letras de los titulares.

- Pues, además está con ella la arpía de Nadia para ayudarla a condenarme a los infiernos.

- ¿Tu hermana? Pues, sí. Ya puedes ir confraternizando con los de abajo -dijo, sarcástico.

Sería un logro para mí darle con un plato en las narices a esa empalagosa niña, pero siempre salía perdiendo cuando me ponía en su contra, o pensaba en algo para que su mirada retorcida se volviese inocente como la propia de una chiquilla de su edad.

Lo próximo que hice fue telefonear a Fabiola, y quedar con ella esa misma tarde. Su edulcorada voz no me invitó a hacer otra cosa. Todo esto, fue delante de Nadia, para que viera que yo tenía citas con chicas, y ella, en cambio, desde su adolescencia “amnésica”, ya presentaba síntomas llevar camino de ser una solterona amargada. Es normal que una persona, siempre tendente a saltar, a la mínima, sin pensar en las consecuencias, acabé sola y acomplejada en un rincón, Solamente los niños piensan únicamente en el presente.

Nadia me clavó la mirada mientras se metía en la boca un trozo de morcilla del cocido madrileño de mi madre.

- A Nadia parece que le gusta la comida de hoy. ¿Y a ti, hijo? -inquirió mi madre a la que parecía que se le había pasado el enfado por lo del cactus. Aunque después de todo, a pesar de ser mi progenitora, seguía siendo una mujer, y estaba en mis genes no bajar la guardia. En mi respuesta y en mi tono estaba la clave para que me despellejara, o loara mis papilas gustativas.

- Es que... esto está tan suculento que no puedo dejar de comer para hablar -exageré acabando con los garbanzos del cocido.

Por la satisfacción en la cara de mi madre, lo que había dicho debía estar muy bien, aunque yo, con diferencia, prefería sus enchiladas de queso. Supongo que hay verdades convenientes de saber guardar.

Acabé con el plato antes que nadie, y me comí un yogurt. Respetuoso, hasta que no acabaron todos, no me moví del sitio. Ayudé, luego, a mi madre y a mi hermana a llevar los platos al lavavajillas, y me escabullí a mi cuarto. Tenía que empezar a acicalarme para Fabiola.

(Continuará).

Nota: Para ver en la página web de "Ataxia y atáxicos" una breve descripción, y cómo adquirirlos, de los cinco libros publicados por Pilar Ana Tolosana Artola, paciente de Ataxia de Friedreich, de Vitoria, pinchar en el siguiente enlace: Cinco libros de Pilar Ana Tolosana.

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2- Sección "PowerPoint del día":

Para visionar y/o guardar el archivo PowerPoint, hacer click en: ¡Caperucita tiene mucho cuento!.

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3- Sección "Artículo recomendado":

En esta sección se enlaza con una entrada del blog "Mi tubo de escape", de Marta Pérez García, paciente de Ataxia de Friedreich, de Potevedra, donde se cuenta ciertas curiosidades numéricas de algunas fechas del año en curso. Ver en: "Año del dinero".

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1 comentario:

  1. Está emocionante, Pilar Ana. Te aseguro que aún no me he leído el final.

    Un abrazo.

    Miguel-A.

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