Por Diego Sánchez Cordero, paciente de ataxia, de Don Benito (Badajoz).
Extraído del blog del autor: Cachos de vida. Fecha 26/03/2012.
Original (excepto imágenes) en: Juguetes del destino.
Aunque llevo algunos años en silla de ruedas, no me acostumbro a ver en esa situación a otras personas. Y no es que me mueva ningún sentido de lástima, ni siquiera de sorpresa. Me mueve la rabia y la impotencia por lo insignificante que somos frente a la mala suerte: Una enfermedad... un accidente... un pequeño revés en la vida... y has de vivirla como jamás hubiese soñado. ¡Y es que somos tan frágiles! Y aunque nos creamos colosos, no somos nada más que juguetes que puede romper el destino en cualquier momento.
Me costó reconocerla, o me negaba a admitir que fuese ella, sin embargo, reconocí aquella voz que me llamaba por mi nombre. Y vi. unos ojos suplicantes que se clavaban en los míos, y una sonrisa partida por un rictus de amargura.
Charlamos de cualquier cosa. Tímidamente le pregunté algo de su vida, y, también, con delicadeza, algo de sus penas. Levantó los brazos, y pareció contestarme: "¡Qué puedo decirte, que no se vea!".
Y me dijo adiós con la mano... y luego la bajó para hacer avanzar su silla de ruedas.
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2- Sección "PowerPoint del día":
Para ver y/o guardar el archivo PowerPoint, pinchar en: Optimismo y/o pesimismo.
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2- Sección "La verdad y la mentira :-) ":
Un poco de humor en texto enviado por Diosa Bedoya, pacente de Ataxia de Friedreich, de Colombia.
Por qué no se debe decir mentiras
Mi esposa y yo estábamos ya listos para irnos a la fiesta de Año Nuevo. Prendí la lucecita de noche y el contestador telefónico. Tapé la jaula del perico, y saqué la gata al patio. Y, luego, pedí un taxi.
El taxi llegó ensegida.
Al abrir la puerta de la casa para salir, la gata que estaba en el patio, se metió en casa, como vólido. No la queremos dejar dentro, porque siempre que se queda sola, anda tratando de comerse al periquito.
Regresé a atrapar a la gata, que subíó rapidísima las escaleras... y tuve que perseguirla.
Mientras tanto, mi esposa sube al taxi, y se sienta. Como no quiere que el taxista sepa que no habrá nadie en la casa durante toda la noche, le cuenta:
- Mi marido viene enseguida. Ha subido nada más a despedirse de mi mamá.
Unos minutos después, me meto al taxi.
- Perdón por la tardanza -dije mientras el taxi arrancaba-. La cabrona estaba escondida debajo de la cama. La tuve que pinchar con el mango de la escoba para que saliera. Trató de escapárseme, pero la agarre por el cuello, y la tuve que envolver con una cobija, porque la desgraciada me quería rasguñar. ¡Pero funcionó! La arrastré por las escaleras, y, de un puntapié, la mandé al patio.
¡Los ojos de mi mujer estaban desmesuradamente abiertos y... el taxista chocó contra un coche que estaba estacionado!.
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¡Gracias, Diego!
ResponderEliminar¡Y gracias, Diosa!.
Abrazos.
Miguel-A.
Gracias por elegir esta entrada. La pena es que el relato es un hecho real. Uno de tantos.
ResponderEliminarFeliz fin de semana.
Un abrazo.