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jueves, 18 de agosto de 2016

'Agüelitos, salid a comer los titos'

Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich

Miguel-A. Cibrián
Cuando era niño, en la escuela del pueblo la jornada escolar concluía a las 17:00. Cierto que al borde de la Navidad y días de cielos grises faltaba podo para anochecer. Sin embargo, ya al final de la primavera a esas horas aún no era ni siquiera media tarde... todavía nos quedaban al menos cuatro horas para jugar en la calle. No a tiempo completo, por supuesto... pues casi todos lo niños teníamos tareas extraescolares encargadas... y no hacerlas, podía costarte una bronca, o un bofetón.

Algunas tardes primaverales, muy selectas, los niños, después de finalizar la jornada escolar, salíamos a campo abierto a cazar "abuelitos, o agüelitos", al llamativo grito de "agüelitos, salid a comer los titos". Los abuelitos eran unos escarabajos voladores, similares en forma y tamaño al que se convierte en plaga y devora las hojas de patatales. Si bien, éstos eran totalmente inofensivos. Aunque he de reconocer, cosas propias de la niñez, que nunca me pregunté de dónde venían estos escarabajos, ni tampoco de qué vivían... Es más, dejé el pueblo, para entrar en internados con 12 años recién cumplidos... y aunque volví a vivir en el campo 6 años después, ya nunca los he vuelto a ver. Parece que se hubieran esfumado en compañía la inocencia de mi niñez. En realidad, tampoco me extraña que esta clase de bichitos no haya aguantado el impacto de los sulfatos.

Antes he hablado de días muy selectos, puesto que a los abuelitos solamente se les veía en atardeceres soleados, sin la más mínima brisa de aire. Así, algunos días ni siquiera los veíamos, mientras otros, en un pispás, nos traíamos al pueblo media docena de agüelitos cautivos en una antigua caja de cerillas... Lo difícil era verlos... porque capturarlos era muy fácil, incluso para mí: preatáxico. Su volar era torpe, lento, y muy bajo. No me hacía falta pillarlos a vuelo... me bastaba darlos un manotazo para que cayeran entre la hierba, sobre su lomo, e incapaces de darse la vuelta, agitaban inútilmente sus patas.

El objetivo no era otro que meterlos uno a uno, en la "corita" (entre la piel de la espalda y la ropa) de las niñas. Por supuesto, yo no participaba en esta operación, puesto que requería una fuerza y agilidad que yo no tenía.

Habrá quien piense que se trataba de un macabro juego machista. Nada más lejos de la realidad. Era un simple juego de niños, donde unos y otras interpretábamos lo que creíamos nuestro papel (rol) social: el nuestro de gamberretes... y el de ellas de aparentemente indignadas. Puesto que... habría que ser demasiado ingenuos e infravalorar la capacidad intelectual femenina para dar crédito al monumental escándalo que se armaba. Vale que las niñas se asustarán la primera vez... pero no a la quinta, ni a la novena. Todo era como si de un rito repetitivo se tratara. Ya sabían lo que era: un inofensivo escarabajo que, al buscar la salida a tan misterioso y oscuro encierro, moviendo desesperadamente sus patas, producía un cosquilleo en la piel dorsal de las niñas... tan inofensivo, que hubiera huido de haber hallado tal salida.

Me queda una duda: ¿Qué hubiesen respondido de haber sido invitadas a venir con nosotros a cazar agüelitos? Evidentemente, hubieran dado una respuesta negativa. Sí, pero reprimiendo el deseo de contestar "vale... vamos... luego, nos les metéis en la corita... e interpretamos el consabido escándalo...". ¡Juegos de niños y de roles! ¡Rivales por media hora... y amigos para siempre...!

Y lo que son las cosas: los niños hoy juegan, no sé a qué, con una cónsola... totalmente abstraídos... como si los otros niños, también con una cónsola cada uno, no existieran. ¡Parece una contradictoria reunión de solitarios antisociales! :-)

¿Que cuál era el fingido y monumental escándalo?. Bueno... es imaginable: Las niñas gritaban como posesas... corrían de un lado para otro, sin saber adónde iban... se buscaban unas a otras el abuelito debajo de la ropa... y a alguna hasta le quitaban la blusa para sacudirla, mientras se tapaba las incipientes tetas con la manos... y cuando aparecía el bichito, lo pisaban y repisaban con saña, como si fuera algún reptil venenoso... Y sí, también había alguna niña que aparentaba valentía, y haciendo de hermana mayor, llamaba a la calma. Y he dicho "aparentaba", porque el subconsciente le traicionaba, y se meaba de risas. Del principio al fin, todo era puro teatro..

¿Y nosotros...? Pues durante este teatro nos llovía todo un chaparrón de los más variopintos improperios... que acogíamos con sonoras carcajadas.

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