Por Cristina Sáez Vallés, paciente de Ataxia de Friedreich, de Zaragoza.
Cristina Sáez Vallés |
Unos seis meses después de este acontecimiento -porque la primera vez de cualquier cosa es todo un acontecimiento-, tuvieron que realizarme una intervención quirúrgica. El post-operatorio era largo, y exigía reposo. Para una persona tan inquieta como yo, quedarme en casa, sin salir -de la cama al sofá, y del sofá a la cama-, era un auténtico suplicio. Me levantaba por la mañana, y me sentaba en el sofá pequeño del salón, del cual me había apropiado esos días de encierro obligado... Una tarde, mi hermano estaba tumbado en el sofá grande, medio dormido, con su silla aparcada al lado. Me levanté, me acerqué a la silla, y me senté. Ya estaba... ya lo había hecho... pero no sabía cómo moverla. Mi madre me observaba desde la cocina... Mi hermano, sin abrir los ojos, dijo:
- ¡Tienes que quitar los frenos¡.
Me sentí descubierta... y contesté, nerviosa:
- Sólo quería... ir al baño, y he tropezado con la silla-. Me levanté, y me fui caminando por el pasillo.
Vicente gritó:
- ¡Te la dejo cuando quieras!.
Mi primo Antonio, Toñín, que era de Alcañiz, pero estaba estudiando la carrera en Zaragoza, solía acompañar a Vicente a muchos sitios, porque éste necesitaba ayuda. Se llevaban muy bien, y compartían la afición por la escritura. Uno de los días que habían quedado, Toñín llegó un poco antes. Yo estaba en mi sofá, mi hermano en el suyo, mi madre en la cocina haciendo café, y mi primo hablaba con nosotros. Yo, mirando la silla, dije que me gustaría salir a la calle un poco. Entonces, mi hermano me dijo que fuera en su silla, y así, no haría esfuerzo. Mi primo se ofreció a llevarme a dar una vuelta. Y esa fue mi primera vez. Más tarde, aprendí a manejarla, y, aceptada mi necesidad, hasta me gusta.
Mi novio, de entonces, venía a verme todos los días, pero no me atrevía a pedir la silla a mi hermano para dar un paseo: porque tenía miedo de que se avergonzara de mí, y me dejara. Pero acabé por contárselo, y le pareció buena idea. Así que, de vez en cuando, tomaba prestada la silla de Vicente para salir un ratito con mi novio, que prefería llevarme en la silla a colgada del brazo.
Llegó un momento en el que mi hermano se enfadó por necesitarla él, y me insinuó que ya era hora de comprarme una silla. Eso ya eran palabras mayores. Poder usar la silla de mi hermano de vez en cuando, era una cosa, pero de ahí a tener la mía propia... ¡Uf, qué duro me resultaba tomar esa decisión!.
Yo trabajaba de funcionaria, pero estaba de baja. Una vez, vino a verme una compañera de trabajo con su marido. Mi madre les invitó a comer, y aceptaron. Pero cuando el marido de mi compañera vio aparecer a Vicente en la silla de ruedas, se puso blanco, y se marchó corriendo. Mi compañera se fue tras él, y todos nos quedamos perplejos, sin entender nada. Vicente, que era muy listo e irónico, dijo:
- Vaya, mamá, se han enterado de que has hecho paella-. Mi madre es una excelente cocinera, pero la paella no es su fuerte.
Otro día vino a verme mi amiga Emma, también paciente de Ataxia de Friedreich, de Zaragoza. Hacía poco que llevaba silla, e intentaba convencerme de que era lo mejor. Me decía:
- Desde que voy en silla, he descubierto el cielo. Ahora veo el sol, la luna, las estrellas... Antes, sólo veía el suelo. Miraba siempre hacia abajo para no tropezar, y caerme.
Era un buen argumento, pero tenía pavor a ir a trabajar en silla de ruedas.
Quedaba ya poco tiempo para volver al trabajo. Menos de un mes, pero me resistía a comprarme una silla de ruedas. Usaba, a veces, la de Vicente, cuando él no tenía que ir a ningún sitio, pero sólo iba al parque, o a casa de mi novio. Procuraba no encontrarme con gente conocida, y no quería hablar con los vecinos. Le decía a mi novio que pasara corriendo, o que cruzara de acera. Odiaba los comentarios de la gente, que habla por hablar.
El destino quiso, quisiera yo o no, que tuviera mi propia silla de ruedas. Me regalaron una nuevecita, casi sin estrenar. Perteneció al tío de una amiga que había fallecido. Además, era igual que la de mi hermano. Así que ya tenía silla propia... sólo tenía que “amaestrarla”, adoptarla, hacerla parte de mí, y, lo más difícil: enfrentarme al mundo con ella.
Año 1995... boda de Enma... en silla de ruedas: Cristina, Enma, y Vicente. |
Al principio me sentía tan mal, que quería esconderme, pedir perdón por ir en silla, disculparme por hacerles sentirse incómodos. Pero decidí levantar la cabeza, mirar al cielo, y sonreír. Me di cuenta de que los que realmente estaban nerviosos eran los demás, y que no sabían enfrentarse a mi nueva situación. La ignorancia es muy atrevida, y, cuando te enfrentas a tus propios miedos, eres capaz de superar los obstáculos que te pone la vida por delante.
Nota del administrador del blog:
Vicente falleció en el año 2006. Para acceder a una breve semblanza (escrita por su hermana, Cristina, también, como él, paciente de Ataxia de Friedreich), hacer click en: Semblanza de Vicente Sáez Vallés.
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Oleeeeé!! Eres una campeona!!! "...Mirar al cielo, y sonreír!
ResponderEliminarUn abrazo Cristina
Que historia fuerte! realmente eres muy valiente, y fuerte, venciste los miedos y hoy puedes volver a sonrier! me alegro y me das fuerzas y animo con tus palabras. Gracias por compartir tu historia
ResponderEliminarFeliz fin de semaa.
ResponderEliminarUn abrazo.
Si duro fue para vosotros, duro fue para los que os queremos
ResponderEliminary luchamos diariamente para que los obstáculos que os impiden acceder
a ser"normales" la gnete, los poderosos lo hagan posible
Te quiero Cristina
Gracias por contarlo tan bien, tocaya
ResponderEliminarUn beso:
Otra Cristina rodante ;-)
CRISTINA.......ENHORABUENA POR CONTARLO Y POR ESA ESTUPENDA FACETA DE ESCRITORA. UN FUERTE ABRAZO Y BESINOS, MILA
ResponderEliminarHOLA CRIS TU HISTORIA LA VIVI YO CON ERUN..ELLA NUNCA SALIO SOLA O POR EL PUEBLO,PEPE LA LLEVABA ALGUN SITIO LA PONIA EN EL COCHE Y LUEGO LA BAJABA..NUNCA LLEGO A GASTAR UNA QUE TENIA AUTOMATICA PARA QUE SALIERA A PASEAR ELLA SOLA..SIEMPRE ESTABA EN CASA QUITANDO CUANDO LA SACABA PEPE FUERA. TU HAS SIDO MUY VALENTE ELLA TE ADMIRABA MUCHO..LO QUE NO ENTIENDO PARA NADA ES A ESOS AMIGOS" TUYOS..NUNCA TOPE CON NADIE IGUAL GRACIAS A DIOS...ENHORABUELA POR ESTE ESCRITO,Y POR TU VALENTIA. BESOSSS CRIS GUAPAA..DE LOLIN BO.
ResponderEliminarExcelente relato Cristina. A la altura de este estupendo blog. Me ha gustado mucho, al igual que la breve biografía de Vicente. Enhorabuena, seguro que ese gen literario también lo tienes como él. Un abrazo muuuy fuerte, y hasta pronto. Antonio Moros.
ResponderEliminarMuy bueno el artículo, Cristina.
ResponderEliminarUn abrazo.
Miguel-A.
EXCELENTE
ResponderEliminarmuy bueno, el articulo, Cristina, para mi la silla eléctrica me ha dado mucha independencia (aunque en un principio me pasará lo que a todos), cuando nos dicen que el fin nuestro es la silla (no queremos, pero al fin lo asumimos)
ResponderEliminarbesos, para tod@s