Por Vicente Sáez Vallés, paciente de Ataxia de Friedreich, de Zaragoza.
Nota del administrador del blog:
Este relato de Vicente se ha editado en tres capítulos, en días consecutivos. Para recordar, pinchar en: Carta a un anónimo cualquiera (primera parte)... y Carta a un anónimo cualquiera (segunda parte).
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Me desdoblé... ¡Eso es lo que quería escribirle! No fue uno de esos vulgares síntomas histéricos, ni siquiera un brote de locura necesaria para entender esto de la vida, no: Simplemente, salí de mí, entero, porque la realidad está hecha de una pez pegajosa y gris, y me agobiaba su olor.
Simplemente pasó, y me enorgullece pensar que estuve mirando donde nadie posó sus ojos… en un territorio invisto, no invisible, porque yo lo vi… un territorio frágil y con varias cosas indescriptibles, que por su naturaleza indescriptible, no las puedo describir… lo siento. Pero me quedé estupefacto, boquiabierto ante ellas. ¿Cómo puede ser que existan cosas tan maravillosas?.
Me rodeó una nube de gas, semejante a la luz de una nebulosa de polvo cósmico lleno de rayos y partículas. Mucha luz junto a un sonido agudo penetró, y se adueñó de mi materia gris y pegajosa. Como un rayo que, en la tormenta, nace y muere al mismo tiempo. Fue ahí cuando comencé a sentir que las faenas de la vida no son aquellas que nos hacen creer los que nos educan… y no dejan de educarnos nunca, no. Las cosas son mucho más inexplicables de lo que nos parece.
Vi un hall de mármol gris inmenso. Brillaba, y yo no sabía por qué era un hall. Bueno, tal vez porque era un lugar en el que se esperaba, pero los muebles medían 100 metros de altura. Allí, el paragüero de cuadros negros y blancos parecía un rascacielos de noche.
¿Y qué me decís del espejo? El sitio parecía el doble de grande y luminoso por las muchas bombillas encendidas a su alrededor. Iba a contar las luces, pero éstas me deslumbraban. Escuché música, suave, espaciosa, cálida, fresca y tranquila. Eran percusiones imposibles de una felicidad desconocida, lejana en el tiempo, y en un inmenso espacio. Sones de un algo que se añora, y convive con nuestros anhelos más insistentes. También vi a unos y unas que bailaban en trajes de baño de los años 20. Era un estupendo hall, que hacía brotar la sonrisa más profunda, y olvidé la pez gris. Me abrazó una bailarina de esa compañía que bailaba un extraño charlestón. Los gatos reían, y la mujer me daba besos minúsculos en los hombros. Se oía el agua que caía en un manantial puro, lleno de destellos provenientes de la tenue luz de las bombillas, de los reflejos del espejo, y de los botones plateados de mi amante-corbata. Ella me dio comida y bebida en un cuenco, y fue la sensación más agradable probar aquellos manjares extremadamente exquisitos.
Vicente Sáez Vallés |
Pero, en medio del regocijo, otra vez vino la nube esa que me había envuelto: Me inundó esa pestilencia de la pez, por lo hube de ir a la farmacia a comprar aspirinas.
FIN.
Nota segunda del administrador del blog:
Vicente falleció en el año 2006. Para acceder a una breve semblanza del autor del texto (escrita por su hermana, Cristina, también, como él, paciente de Ataxia de Friedreich), hacer click en: Semblanza de Vicente Sáez Vallés.
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2- Sección "PowerPoint del día":
Para visionar y/o guardar el archivo PowerPoint, pinchar en: Un hombre muere, y va al cielo.
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