Por Carmen Ramos Añón, paciente de Ataxia de Friedreich, de Sevilla.
Carmen Ramos Añón |
No entendía por qué me querían de aquella manera... por qué ansiaban conocerme. Me "acusaban" de haberles aportado y ayudado... y no lo entendía. Pero era un sentimiento sincero, de eso estuve segura desde que los conocí. No eran gente hipócrita, él no me llevaría ante gente vacía. No. Eran auténticos, y simplemente aquello les hacía bonitos, brillantes como estrellas fugaces. Sentí que había empezado a nacer en mi interior una pequeña red de conexión, como un cordón umbilical, por el que fluía ligera mi confianza... ésa que tan dañada estaba, ésa que siempre reprime mi sensatez. Pero esta vez no tenía miedo de sentir... y la dejé crecer.
Estaba entre médicos. Pero no de ésos que viven de ponerse una bata blanca, o verde, y escribirte una receta sin mirarte a la cara. Eran esos médicos independientes a su profesión, de los que sanan a la gente con un abrazo, una sonrisa, una mirada, o un beso. No los conocía, o los conocía poco. Pero les quería.
Tenían algo. Esa melena rubia y esos labios rojos como la sangre que hacía correr por mis venas cada vez que hablaba. Esa gracia natural y ese cariño que sólo desarrollamos los amantes de los gatos. Esa sonrisa infinita enmarcada en una piel morena, y esos ojos benévolos, observadores. Esa mirada y ese movimiento de manos, que eran la reencarnación de todos mis personajes literarios, de todos mis héroes. O heroínas, mejor dicho. Y, por supuesto, ese metro noventa y dos que me volvía loca. Ese algo tenían.
Se definían como una pandilla de gente rara... una pandilla de seis componentes. Me sentía incluida. Pero hablo de esa inclusión que se produce de forma natural, de la que casi ni te das cuenta. Pero agradecí no sentirme entre ellos como una afectada de Ataxia de Friedreich, sino como una pirada más. La mesa estaba rebosante de tercios vacíos... y esa neblina del humo del tabaco era, cuanto menos, embriagadora. Me sienta muy mal el humo del tabaco, me asfixia. Pero en esa larga sobremesa no me incomodaba. Me decían que era la primera vez en no sé cuánto que fumaban, o bebían... que hasta qué límite había provocado fiesta. Y esa conexión en forma de cordón, que había ascendido por mi estómago, y serpenteado en mis entrañas, abrazó mi corazón, y apretó con fuerza. Y, como si de una maniobra de primeros auxilios se tratase, yo sólo pude abrir la boca, y vomitar aquello que tanto me pesaba dentro. Fui escuchada, comprendida, consolada y animada... a niveles que ni creía posibles hasta entonces. Y en sus ojos vi lucha, vi sufrimiento, vi pérdida, vi dolor... pero ante todo vi fuerza... y belleza. Porque la gente bella no surge de la nada.
No sabía nada de lo que habían vivido, pero estaba segura de que fácil no había sido. Poco a poco, he ido vislumbrando cosillas de cada uno... y fácil no había sido.
Ahora entiendo por qué me esperaban con tanta ilusión. Por qué decían que les había aportado y ayudado. Y espero que ellos entiendan lo importante que es para mí que mi confianza vuelva a dormir abrazada a mi corazón... lo que han arreglado aquí dentro... como un engranaje que ha vuelto a su sitio...
Fuente: El blog de la autora del artículo 'minukanews'.
Original en: Cuchipandi, tercios y malibú con piña.
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2- Sección "PowerPoint del día".
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