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jueves, 7 de abril de 2011

"La sambera", (sexta y última parte)

Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Pilar Ana Tolosana Artola, paciente de Ataxia de Friedreich, de Vitoria.

Nota del administrador del blog:
Este relato, "La sambera", de Pilar Ana Tolosana, paciente de Ataxia de Friedreich, ha sido divido en varias partes para ser editado en este blog. Hoy se emite el último capítulo..

Para recordar:
"La sambera", (primera parte).
"La sambera", (segunda parte).
"La sambera", (tercera parte).
"La sambera", (cuarta parte).
"La sambera", (quinta parte).

"LA SAMBERA", (sexta y última parte):

A mi vuelta, allí estaba Fabiola, sin sospecha alguna de que yo supiera su auténtica verdad. Descruzó las piernas, y acabó con el zumo. Creo que estaba esperando pacientemente a que yo terminara con la cerveza, para ir a otro sitio.

- No sé ni por qué estoy contigo. Debía estar estudiando, tengo exámenes -dije, con desagrado, como si no me encontrara a gusto con su presencia.

- ¡Vamos, papi! Dime qué estudias...

- ¡Números! -exclamé, totalmente antipático, haciendo palpables mis pocas ganas de hablar.

Me sentaba mal que me estuviera engañando. Me estaba tratando como a un tonto... y era mejor que las cosas quedaran donde estaban. Bien pensado, no me estaba engañando... sólo me estaba mintiendo. Ella no era lo suficientemente importante en mi vida, para poder aturdirme con engaños.

- ¡No estás igual! ¿Ha pasado algo?.

- Nada, Fabiola.

- Debí imaginar que eras igual que tus amigos... los que se reían de mí... ¡Ellos se reían de mí! -gritó exaltada.

Sus pucheros y su carita enrojecida por la ira, no me iban a hacer cambiar de actitud. Estuve a punto de decirle que sabía que su hermano realmente era su ex, y que me estaba manipulando. Y, si quería volver con él, tenía bien merecido que ni la mirase, porque había pisoteado su confianza, y la mía también, por supuesto. Lo mejor que podía hacer, era dejarme en paz.

No obstante, callé como un muerto. Lo último que yo hubiera querido hacer, era complicar la situación. Me conozco, y, si la atosigaba demasiado, quizá se pusiera a llorar en mi hombro. Y eso es algo que no puedo aguantar: que la gente llore por algo que no tiene asumido. Es distinto cuando se llora por asumir algo: Es el momento en que nuestra alma se va abriendo la herida. En ese momento es normal que nos lamentemos. Pero no cuando la llaga ya está madura: es entonces cuando podemos decidir si arreglar las cosas, o dejarlas cómo están. Las causas son el preludio inconsciente del triunfo, o el fracaso... El desarrollo es el momento de reír, o llorar... Y las consecuencias son el firme propósito de recuperación, o no, claro.

Al fin y al cabo, presentí que iba a criticar a mis amigos. Le eché una mirada inquisidora. Fabiola debió captar que no me gustaba nada que los criticara... Así que cambió de tema radicalmente.

- Pensé que estábamos destinados a entendernos... tú y yo. Desde que te vi en las clases de Nadia, no habíamos coincidido. Creo que han sido cosas del destino que nos viéramos después y que me llamaras.

Me vi allí, sentado, escuchando sus palabras delirantes y excéntricas... y, por qué no, quizás algo de ciertas.

Como Stephen Crane dijo, "el que puede cambiar sus pensamientos, puede cambiar su destino". Esa era mi opción austera sobre la meditación del destino.

Fabiola hablaba de la mano invisible del destino... de la ley de la casualidad. Que si no cabía duda de que el azar hubiera jugado con nosotros... que nos había vuelto a juntar... y teníamos que aprovechar la oportunidad... que si la desechábamos, romperíamos la armonía.

- Quizá el habernos conocido sea una ocasión única de esas que a veces da la vida -dictaminó Fabiola.

- Ya, sí. En beneficio de nuestra evolución espiritual, ¿no?.

Mi tono sarcástico la estaba poniendo cada vez más nerviosa. Casi me daba lástima, pero ella era la que había querido conocerme. Y por cosa del azar, estaba descubriendo mi lado más oscuro... el más antisocial, también. Y asímismo, había querido manipularme, como si yo fuera el más pringadillo del lugar. Soy un poco salido con ganas de marcha, lo reconozco, pero igualmente siento las cosas, aunque suene a antítesis.

- Te estás burlando de mí -afirmó.

- Sólo te vacilo un poco, guapa. Bueno, me voy a casa. Te llamaré -mentí exacerbadamente. Ni dos besos le di de despedida. Me fui por donde había venido. Mientras ella me miraba desconcertada, tras mi fría despedida.

Volví a casa solo, con las manos en los bolsillos... y sin ganas de mirar al frente. Me preguntaba si no debía haber acompañado a la niña a su casa. Tal vez mi actitud fuera propia de un ave de rapiña. De haberla acompañado, habría quedado como un caballero, y no como el pendejo desarraigado que, en realidad, soy. Ya desde ahora, era una página pasada de mi vida, y en ésta había ocupado muy pocas líneas.

Entré a un bar de barrio, a tomar la última cerveza del día. La barra estaba pegajosa y sucia. Por ello, me abstuve de apoyarme en ella. Cuando el camarero se acercó a atenderme, dejé escapar un suspiro, y ahogué la no deseada sonrisa: Este señor, de unos cincuenta años, era como una calcamonía del "cuñao" de "Los ratones coloraos": Hablaba por los codos... así que comencé a sentirme como si fuera el onubense Jesús Quintero en Canal Sur. Nos faltaba la cortina de humo para hacer todo más interesante. A punto estuve de encender un cigarrillo, como en el programa televisivo... de no haber sido porque esa misma semana había dejado de fumar.

Suelen ser los camareros los oyentes de las historias más dispares... pero o a mí me tocó el único con ganas de hablar. ¿O es que yo tenía cara de comprensivo esa tarde?.

Me contó que si había querido poner una pescadería con su hermano antes que el bar... pero que su frater se había ido con una comparsa a "un lugar de La Mancha, de cuyo nombre" no quería acordarse, dejando a su novia más colgada que una percha. Él se había casado con ella, para que no pasara vergüenzas en el pueblo. Los dos vinieron a la ciudad cuando tuvieron el segundo niño... que decían que era un poco abetunado... El decía que al niño le afectaba el sol, y enseguida se ponía moreno. Otros decían que la mujer había tenido quehaceres con un inmigrante senegalés, que había llegado hacía un año... y otros decían que el niño estaba sucio. Huyendo de las críticas y las habladurías, habían parado aquí, y no les iba del todo mal.

"¡¡Joder!! ¡¿Cómo está el mundo de la hostelería?!", pensé para mis adentros.

Interrumpió la charla un parroquiano del bar... que me pegó con el bastón en el tobillo. Me quejé míseramente.

Manifestó que había sido sin querer. Sin embargo, yo fundo que quería que me fuese. Pues enseguida le di el gusto. No por temor a que vlviera a golpear mis piernas, ni por la amenaza que representaba su olor corporal, o su aliento a txikitos, sino porque no me apetecía seguir escuchando las tragicomedias de aquel tabernero.

De un trago maté el vaso, y salí de la tasca. Me vino en gana dar una vuelta a la redonda antes de llegar a casa. Iba a pasar por la calle contigua a la que vivía Santos, pero no tenía ningún deseo de estar con nadie... así que no iba a llamarle al portero automático para que bajase un rato. Además, me quedaba todavía mucha tarde por delante, y aprovecharía para estudiar, y si aún me quedaba un rato, para chatear.

De pronto, vi una escena subversiva... una que nunca hubiera imaginado. Eran Fabiola y Santos, hablando amigablemente en el portal de éste. Corrijo, algo más que amigablemente, sensualmente por lo menos... porque él tenía agarrada a Fabiola por más abajo de la cadera... mientras la sambera le esgrimía los cabellos, y no paraba de reír. Poblaba mi cabeza la idea de que aquello pudiera ser una especie de traición romántica, una conjura contra mí.

La idea era simple: después de que el sábado se me acercara Fabiola, Santos, luego, volvió a encontrarla cuando me hube ido... y digamos que simpatizaron un poquito.

No, no podía ser que Santos fuera tan rastrero. Seguro que todo tendría una buena explicación.

Ella le metió la mano en la bragueta.

"¡Pues simpatizaron mucho, sí... pero, mucho, mucho...!", pensé, inmóvil, en medio de la acera.

FIN.

Nota: Para ver en la página web de "Ataxia y atáxicos" una breve descripción, y cómo adquirirlos, de los cinco libros publicados por Pilar Ana Tolosana Artola, paciente de Ataxia de Friedreich, de Vitoria, pinchar en el siguiente enlace: Cinco libros de Pilar Ana Tolosana.

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2- Sección "PowerPoint del día":

Para visionar y/o guardar el archivo PowerPoint, hacer click en: ¡Ni el infierno se puede fumar a gusto!.

Notas:
·- Este archivo PowerPoint pesa 1,17 megas. Por ello, el cargado puede demorarse unos segundos.
·- Es un tema muy de actualidad en España, tratado en tono de humor :-)
·- La canción, que suena en este archivo PowerPoint, está interpretada por Manolo Escobar

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