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jueves, 5 de mayo de 2016

Doce: Los casos del teniente Llamazares - Duplex de Reyes, (Capítulo 3 - III)

Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Juan Conesa Arias, paciente de Atrofia multisistémica, de León.

Notas del administrador del blog:

Con su permiso, por supuesto, en este blog, por capítulos, vamos a editar la novela 'Los casos del teniente Llamazares', autoría de Juan Conesa Arias, paciente de Atrofia multisistémica, de León... La citada enfermedad, que causa ataxia, es una nominación relativamente moderna de una parte de las antiguas OPCA's (atrofias olivo-ponto-cerebelosas), grupo en el cual, antes de las diferenciaciones genéticas, también se incluían las, ahora, SCA's (ataxias espinocerebelosas).

El ritmo al que serán editados los capítulos en este blog, no está fijado, ni podría predeterminarse... pues la obra novelesca está aún en incipiente fase de escritura, e iremos editando a medida que los textos estén disponibles. Concluiremos cada capítulo con un "(continuará)", pero sin fecha fija. Eso sí, se hará constar cada día los enlaces a capítulos anteriores... para que nadie pudiera perderse el hilo de la novela.
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Anteriores
1- Los casos del teniente Llamazares - Dúplex de Reyes - Capítulo 1 - I
2- Segundo: Capítulo 1 - II
3- Tercero: Capítulo 1 - III
4- Cuarto: Capítulo 1 - IV
5- Quinto: Capítulo 1 - V
6- Sexto: Capítulo 2 - I
7- Séptimo: Capítulo 2 - II
8- Octavo: Capítulo 2 - III
9- Noveno: Capítulo 2 - IV
10- Décimo: Capítulo 3 - I
11- Once: Capítulo 3 - II

LOS CASOS DEL TENIENTE LLAMAZARES - Dúplex de Reyes - Capítulo 3 - III

Juan Conesa Arias
- ¿Y qué pasa con el que vendió la pistola? ¿No se da cuenta de que su muerte es de todo menos casual? Aquí hay algo más que un ataque de cuernos...
- ¡Teniente, le he dicho ya que el juez ha cerrado el caso! Además, los del gobierno también han contribuido a que el juez se diera prisa en dar carpetazo. No les interesa que su partido se vea manchado de sangre porque a un cornudo hijoputa se le haya ocurrido capar al semental de su mujer, que resulta que era el máximo dirigente provincial del partido. Así que... quietecitos estamos mejor. Y si nos aburrimos, porque en León no matan a un andoba cada dos por tres, pues nos vamos a dar paseos por Ordoño y a tocar pelo en algún burdel y, de paso, trincamos alguna puta descarriada, que también es nuestro trabajo… ¡Ah! Y del rollo de las cartas, ni una puta palabra a nadie, ¿entendido?.

Llamazares puso cara de asombro cuando Blanco le echó el responso, y se volvió con la intención de marcharse del despacho lo más rápidamente posible. No era cuestión de ponerse a explicarle ahora nada al energúmeno del comisario.
- Espere un momentito, teniente… conozco esa forma de salir corriendo de mi despacho para escurrir el bulto. ¿Qué ocurre? Ya se lo ha contado a alguien, ¿no?.
“Maurín, te han pillao. Mejor canta como la Caballé, aguanta el chaparrón y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga” pensó Llamazares mientras se daba poco a poco la vuelta, notando un escalofrío que le recorría toda su espalda.

- ¡Verá, es que pensé que la ayuda de Camino…!
- ¡La madre que lo parió, Llamazares! No me diga que se lo ha contado a esa putilla periodista, de tres al cuarto, de la tele!.
- La verdad es que pensé que lo que sabe sobre la gente guapa de León nos podría venir bien para intentar buscar otro móvil que el de la infidelidad de la mujer de Eiroa…
- ¿Y a usted quién le da permiso para pensar? Márchese de aquí antes de que le caiga un paquete que se cague por la pata abajo… ¡Ya hablaremos!.
El teniente iba a contestar a Blanco que precisamente le pagaban para eso, para pensar, no como a él, que le pagaban para que la mierda se removiera lo menos posible. Ahora se alegraba de habérselo contado a Camino. Si fueran él y Pepe los únicos que estuvieran sobre la pista del asesinato, se habría cerrado el caso, sin más. Pero al conocer otra persona sus pormenores, sólo cabían dos posibilidades. Una era que a Pepe y a él les mandaran a poner sellos a expedientes en alguna comisaría de algún asqueroso pueblo apartado de toda civilización... pero eso suponía que tenían que callar también a Camino, y la reportera no era nadie que se callara así como así... La otra era que le dejaran investigar. Y por la cuenta que le tenía, esa era la opción que iba a intentar que saliera triunfante.

*****

La sala de espera estaba atestada de gente, varios de ellos en sillas de ruedas. También los había ya muy mayores y con esa mirada angelical que deja bien a las claras que donde antes hubo un pensamiento, bueno o malo, ahora no quedaba más que el instinto, como si de un animalillo desvalido se tratara. Junto a ellos, una hija o un hijo, quizá un sobrino, les hacía inútil compañía, puesto que nunca recordarían ese rescoldo de calor humano. De vez en cuando una enfermera asomaba su menuda figura por la puerta, y alguno de los concurrentes se levantaba junto con su acompañante y se dirigía a la consulta, posiblemente para comprobar que todas sus esperanzas de recuperación se habían desvanecido en el frágil cristal de un frasquito de muestra de sangre extraída no hacía mucho.
En un intento de olvidar la ruina humana que le rodeaba, Llamazares se dedicó a rememorar la entrevista que había tenido con el comisario Blanco, el subdelegado del gobierno en León, con Camino, y el jefe de ésta. Como se pretendía mantener el mayor sigilo posible, la reunión se había celebrado en el despacho del jefe de Camino, responsable de informativos de la cadena de televisión local donde trabajaba su amiga. Blanco fue quien comenzó a hablar, y lo que dijo, aparte de hacerle pasar como un completo idiota por haberle contado a Camino lo de los naipes depositados en los cadáveres, fue que se había decidido seguir investigando los crímenes de León, como ya se conocía el caso en los medios de comunicación. Sin embargo, el gobierno quería levantar el menor polvo posible, no fuera a ser que el partido en el poder se viera salpicado por los asesinatos.

Así que, y puesto que Camino Riello estaba al tanto de todo, se había decidido que ellos dos, Llazamares y Riello, se encargaran de esta investigación. Para ello, deberían tomarse unas vacaciones e investigar de tapadillo, sin ningún apoyo oficial. La cadena local de televisión tendría prioridad en la información en caso de que resultara algo interesante de dicha investigación, pero, eso sí, la información estaría antes filtrada por el señor subdelegado del gobierno. Los gastos de alojamiento correrían a cargo de la cadena televisiva.
Resumiendo, que le habían dado permiso para seguir, pero les dejaban sin vacaciones y con el culo al aire. “Menudos hijos de su madre” pensó entonces Llamazares.
Caminín, por su parte, le dedico a él una mirada de esas que hacen temblar al Misterio y una medio sonrisa de resignación a su jefe, que en ese momento realizó con una mano un movimiento un tanto ambiguo de displicencia, dando a entender que no tenía importancia, que él era así de generoso.
“El muy cabrón, que se va a llevar una exclusiva por la jeta… ¡Hay que joderse!”, pensó Llamazares.

- ¿Mauro Llamares? –la voz de la enfermera le volvió a la realidad de la sala de espera del hospital.
- Sí, aquí…
Se levantó, y se dirigió a la puerta medio abierta por la enfermera. Cuando traspasó el umbral, la puerta se cerró tras él. Un médico estaba sentado detrás de la mesa, mirando atentamente la pantalla de un ordenador. Llamazares esperó de pie enfrente de él... lo que le permitió observarle mejor: Alto, delgado con un par de arrugas que surcaban sus pómulos y unas gafas de miope. Vestía una camisa de cuadros, sin corbata, y, por encima, una bata blanca con su nombre escrito en el bolsillo, lleno de lápices y bolígrafos. Cuando hubo quedado satisfecho con lo visto en la pantalla del ordenador, levantó la vista hacia Llamazares.

- Así que es usted Mauro, el amigo de Fidalgo… Pero siéntese, por favor –dijo, señalando con la mano hacia una de las dos sillas que había delante de su mesa.
- El mismo, doctor. Aunque no sé qué he venido a hacer en la consulta de un neurólogo, porque a mí ni me duele la cabeza, ni nada por el estilo.
- Hombre, los neurólogos no sólo entendemos de la cabeza. Se podría asombrar usted del montón de cosas que tratamos hoy en día… Dígame, ¿qué es lo que usted ha sentido últimamente? ¿Se ha caído o algo similar? Le diré que mi colega Fidalgo ya ha hablado conmigo de lo que ha visto, aunque a mí me gustaría saber más sobre usted…
- Mire, doctor…
- Onrubia.
- Mire, doctor Onrubia, yo lo que de verdad creo es que debería ir al otorrino, porque lo que me pasa es que algunas veces al levantarme de la cama o de una silla, parece como si me fuera a caer. Bueno, alguna vez he llegado a caerme. Afortunadamente me ha ocurrido sólo en casa…
- ¡Uhm…! ¿Ha notado algún tipo de debilidad en las piernas? ¿Algo raro al pisar?,
- Bueno, alguna vez parece como si el suelo fuera una colchoneta de las de los gimnasios…
- ¿Podría ponerse en pie, y caminar un poco?
Llamares se levantó, y se puso a caminar por la consulta.
– Ahora, camine con los talones… ¿Y de puntillas...? ¡Bien…! -el médico se levantó de la silla, y se acercó a él–. A ver, ahora intente caminar poniendo el talón del pie que avanza pegando a la puntera del otro…

Por más que lo intentó, Llamazares no fue capaz de dar dos pasos seguidos de esa forma. Aunque su cerebro le decía a su pie que se colocara justo delante del otro, su pie hacía lo que le venía en gana. Lo peor de todo es que dar uno de esos pasos suponía que casi se iba de bruces al suelo. Tenía que echar rápidamente al suelo el pie que tenía en el aire, si no, se caía.
“Menudo fiera estoy hecho, si me cogen los de la Guardia Civil de tráfico y me hacen ir por la raya, me meten un paquete por conducir borracho”, pensó.

- Vale, vale. -El doctor Onrubia puso los brazos alrededor de él, como marcando un espacio-. Póngase firme con los pies juntos… -Pasó un rato, como medio minuto–. Ahora cierre los ojos… -La Llamazares sintió como si fuera un arbolillo empujado por el viento hacia atrás, hasta que topó con el cuerpo del doctor-. Bien. ¿Podría sentarse sobre la camilla? –dijo señalando una que había a su izquierda-. A ver, ponga los brazos en cruz, y dirija la punta de su dedo índice hacia la punta de su nariz, una mano cada vez.
Curiosamente, Llamazares comprobó que no era capaz de tocarse la punta de la nariz con su dedo. Una vez casi se mete un dedo en un ojo… “¡Joder, macho, te estás luciendo!” Según pensaba esto, hizo que su mano derecha fuera más despacio hacia su rostro, para ver si así podía tocar la esquiva punta de su nariz. Lo único que consiguió fue que su mano temblara, y se fuera para atrás y para delante, como si tuviera vida propia y estuviera apuntando con cuidado a la nariz.

El neurólogo tomó en su mano derecha una pequeña linterna con forma de bolígrafo, se la puso delante de los ojos, y le dijo que siguiera su luz con la vista. Cuando la linterna se movía justo enfrente de sus ojos, no había demasiado problema. Pero cuando se iba hacia el rabillo, los ojos empezaban a bailar adelante y atrás.
- Muy bien, Mauro. Puede sentarse… -le dijo, yendo a sentarse él también a su mesa-. Le vamos a hacer un par de pruebas… Pídele un RM de toda la columna y del cerebro y un análisis de sangre completo, prueba de SIDA incluida –esta vez se dirigía a la enfermera que había asistido a todo el ritual sentada en una silla en un lateral de la mesa de la consulta.
La enfermera rellenó los formularios adecuados.

- Debe ir a citaciones, y entregar estos formularios –dijo la mujer-. Ellos le darán las citas para las pruebas, y también para acudir a nuestra consulta después.
- Ángelita, llame a citaciones, y dígales que Mauro es de la casa, que se den un poco de prisa –dijo Onrubia.
- ¿Pasa algo, doctor? ¿Ha visto algo? –preguntó Llamazares alarmado.
- Veamos las pruebas, y hablamos. ¿De acuerdo? De momento, no se preocupe, parece todo normal –dijo el médico, en tono tranquilizador.
“¡Y una mierda! Eso es lo mismo que les digo yo a los malos cuando les tengo bien cogidos por los huevos”. Pensó el teniente.
- Muy bien, doctor. Nos vemos entonces –dijo Llamazares, y salió de la consulta, no sin antes informarse de dónde debía dirigirse para que le citaran.

(Continuará).

Fuente: Blog del autor: http://tenientellamazares.blogspot.com.es/

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1 comentario:

  1. Te deseo lo mejor, y que te encuentres con el mejor ánimo.
    Feliz fin de semana,
    Un abrazo.

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