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miércoles, 22 de junio de 2011

Homenaje a Tony (II)

Blog "Ataxia y atáxicos".
(Por Antonio Gallego (Tony), discapacitado por secuelas de la polio, de Buenos Aires.

Para recordar: El pasado día 3 de junio, un poco por sorpresa, falleció, en Buenos Aires, Antonio Gallego (Tony). Tony era discapacitado por secuelas de la polio. Debido a su relación de noviazgo con Gladys Filgueira, paciente de Ataxia de Friedreich, durante varios años ha sido miembro activo de la lista de correos HispAtaxia.

Ver capítulo anterior completo pinchando en: Homenaje a Tony (I parte).

No sólo era un cuentista más, era todo un artesano de letras y del buen humor, inimaginable en un discapacitado. Antonio hacía todo, casi sin colaboración, pero nos registraba como co-autores de sus revistas digitales: 'Hoja X ojO', y 'La revista del Pintor'. De esta última, les rescato, a modo de muestra de su talento, este cuento de su fértil imaginación, seudonimándose 'Abdul'. Como los grandes escritos literarios, éste es apto para lectores de diferentes niveles culturales, pero es notable que guarda un mensaje críptico
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"Manfred Müller, maestro de payasos"
(Por Antonio Gallego (Tony), discapacitado por secuelas de la polio, de Buenos Aires.

Cuando uno recopila la historia del arte en nuestro barrio, como pretendemos en este espacio, de ningún modo puede olvidarse de esta escuela, verdadero hito en la cultura ballesterense, ya que no se trata de la historia de un artista individual a las que estamos más acostumbrados, sino de un verdadero semillero de artistas. Es cierto que pocos de esas semillas llegaron a retoños alcanzando su madurez germinativa, y también es cierto, siguiendo con el ejemplo, que algunos resultaron ser verdaderos yuyos, pero eso no desmerece de ningún modo la tarea del sembrador que, con esmerado empeño, logro cosechar alguna rosa y también algún que otro copete.

Aún hoy los vecinos de Chilavert, casi tirando a Suárez, recuerdan al verdadero ideólogo detrás de la escuela, su inspirador, fundador y benefactor (o sea el sembrador) fue el Ingeniero Químico Manfred Müller, expatriado a nuestra tierra a finales de los cuarenta a consecuencia de la tragedia europea, a la que él mismo aportara algunos moles de gas venenoso. Rápidamente rehabilitado en una compañía agroquímica local, impulsó el desarrollo de novedosas líneas de venenos, ahora para matar insectos, o como a él le gustaba bromear, “otros insectos”.

Ya en su madurez, triunfador en la vida, aunque derrotado en una guerra mundial, Manfred quiso llevar a cabo la que era su verdadera vocación: Ser un payaso. Primero lo intentó él mismo, y luego utilizó su experiencia para formar un sinnúmero de dúos, tríos, cuartetos, y quintetos, que aún son recordados en nuestro barrio.

En realidad su carrera personal fue muy breve. Se presentaba con el poco ocurrente apelativo de “Manfred, el payaso”. Hombre refinado, formado en una cultura clásica en la opulenta Alemania de principios de siglo, Manfred poseía una personalidad sumamente estructurada, lo que lo llevaba a presentarse de riguroso traje en sus actuaciones.

Como concesión, adoptaba paralelamente en su rostro una configuración payasesca clásica, con una calva artificial con pelos rojos en sus laterales, pintura blanca en la cara, ojos y labios resaltados en un rojo violento, y una gran nariz de cerámica igualmente roja. Como sus movimientos eran los de un caballero y su voz potente revelaba autoridad, el principal efecto que producía en los niños era terror. Ayudaba el hecho que sus chistes cultos eran francamente incomprensibles para los infantes, que festejaban en cambio, alegremente, la partida de Manfred.

Si bien tuvo un resonante éxito con el público adulto en su última aparición, en 1959, en la fiesta de la cerveza, en Munro, algunos presentes en el evento aseguran que las sonoras carcajadas de sus compatriotas eran menos producto del arte que del alcohol, y ponen como prueba las sonoras carcajadas que también acompañaron a continuación el recitado del tristísimo poema “Meine kleine kind ist tot”.

Para esa fecha, sin embargo, Manfred ya había decidido su futuro como docente, y formador de payasos a partir de una valiente autocrítica elaborada a partir de su experiencia personal. Los puntos salientes de esta autocrítica guiaron sus pasos, y pueden resumirse brevemente en estos postulados:

• Un payaso nunca debe actuar solo, debe haber alguien que le de un pie.
• Si se trata de un dúo, ambos deben tener características opuestas.
• Si se trata de un grupo, todos deben tener una misma característica en distintos niveles.
• El nombre del payaso es fundamental, debe ser impactante, y debe dar una idea de sus características o tipo de humor.
• Los niños no se sabe de que se ríen, conviene trabajar con adultos.
• Es conveniente que el payaso explote un área específica del humor, no que haga chistes sobre cualquier cosa.

La escuela de payasos de Manfred abrió sus puertas, o mejor dicho, su portón, ya que funcionaba en un galpón lindero a la casa del ingeniero, en el caluroso verano de 1960. Sus primeros alumnos fueron operarios de la industria química, que tomaron la sugerencia como una orden, pero con el tiempo, una verdadera constelación de gente se juntaba en el galpón los sábados por la tarde. El ambiente era distendido, Manfred incluso dejó de usar corbata, y armaba dúos, tríos, y conjuntos superiores, de acuerdo a su voluntad, les daba un nombre y les proveía los libretos. La posibilidad de improvisación no existía en su universo determinista. Los grupos actuaban para el resto de los alumnos en veladas especiales, y en ocasiones se conseguían presentaciones para clubes y bares del camino de cintura. Unas masitas alemanas de miel de la señora Müller amenizaban las tardes.

¿Cómo referir los numerosos grupos que salieron de este semillero sin olvidarnos de ninguna semilla? ¿Cómo resumir la trayectoria de la escuela en solo unas carillas? Su máxima creación fue, sin duda, el dúo “Fosfato y Sulfito”. Fosfato era gordo y corpulento, y sulfito bajo y flaquito. Se limitaban a los chistes sobre química. Fosfato tenía una corona de cuatro globos en torno a su cabeza, y Sulfito una de tres, que sin duda representaban oxígenos. Complementaba el grupo el payaso “Acetato”, que aparecía ante la llamada de sus compañeros, caminando mecánicamente, y diciendo “tato, tato, tato, tato”. Para una presentación en una despedida de soltero, también apareció, como invitado, el payaso “Sulfuro”, cuya gracia consistía en cortar inesperadamente su culta conversación, para poner cara de preocupación y emitir sonoros pedos.

Manfred se movía a gusto en el humor químico, pero no se limitó a él. Así, por ejemplo, incursionó en el humor médico con el cuarteto “Granito, Verruga, Granuloma, y Condiloma”... en el humor filosófico "Platón y Pastrón; Constante y Mutante"... el humor legal "Amparo y Recurso"... en el ámbito del dibujo técnico "Calitecno y Reglate"... y hasta se animó al humor subido de tono "Braga y Bragueta.

La estructura de todos sus números era básicamente la misma, los dúos estaban integrados por payasos de personalidades opuestas, que no se entendían por sus distintos niveles de conocimientos sobre un tema que quedaba expresado en su nombre. Así, por ejemplo, cuando se presentaba al dúo “Icosaedro y Cono urbano”, ya uno sabía que Icosaedro iba a hablar de elevadas matemáticas, y los chistes se producirían por el desconocimiento manifestado por el otro miembro.

En los grupos de más integrantes el desconocimiento del tema era gradual. Sirva como ejemplo, en la misma línea del humor matemático, el quinteto llamado “Dodecágono, Hexágono, Pentágono, Triángulo, y Ángulo obtuso”.

Al igual que en su carrera personal, y a pesar de ciertos éxitos moderados, el secreto del humor no le fue revelado a Manfred tampoco en su etapa docente. Su estilo mecánico y con poca sorpresa, no causaba gran respuesta en el público, en parte porque, lamentablemente, el elaborado humor del alemán requería un nivel de conocimiento del que sus oyentes carecían. Incluso muchas veces los propios payasos tenían problemas con los guiones, porque no podían recordar las complejas ecuaciones químicas que tenían que dibujar, y de las que dependía toda la gracia. Para entender los supuestos chistes subidos de tono de “Braga y Bragueta”, se requería también ciertos conocimientos anatómicos y fisiológicos. Bragueta cerraba su actuación, siguiendo con la mirada a su compañera “Braga”, y decía insinuantemente: “Esta mina, me hace producir poliaminas”.

La escuela cerró su portón en algún momento de los setenta. Para ese entonces la señora Müller se había mudado del dormitorio al crematorio, citando un recordado chiste del dúo “Suerte y Muerte”. Quizás por este suceso, el alemán perdió su sentido del humor, o simplemente se cansó de su poco fructífera tarea.

Tenía motivos para el desánimo. Mientras elaborar media hora de un guión, que considerara aceptable le llevaba no menos una semana, consultando a veces numerosos textos por horas en la biblioteca, Manfred miraba con espanto como muchos payasos se seguían ganando la vida, dándose tortazos. Y lo que es peor, a la gente parecía gustarles.

Para cerrar esta historia, vamos a referir una anécdota que me fue contada en el anonimato de una charla callejera frente al galpón: El señor Müller jamás se reía, quiero decir, nunca a carcajadas. Cuando algo le causaba gracia, una lectura, una situación, simplemente se elevaba ligeramente un lateral de sus labios y brillaban un poco más sus ojos. La risa a carcajadas tampoco le caía bien en otros: lo consideraba como un exceso que debía reprimirse.

En el festejo de sus noventa, o cien años, ya estaba bastante desmejorado, y a la hora de los postres, se relajaron inesperadamente sus otrora inflexibles esfínteres, e hizo un desparramo de materia fecal, que llegó largamente al piso, y que fue dejando un caminito cuando lo retiraron. Mientras se lo llevaban, Manfred se iba riendo a carcajadas, como nunca. Sus familiares lo interpretaron como un signo de locura. Según quien me lo contó, en la línea de los participantes a la fiesta de la cerveza de Munro, como un exceso en el consumo de alcohol.

Sin embargo, a mí, la historia me produjo un extraño sentimiento de alegría, porque supuse que, finalmente, había llegado a conocer el secreto del humor. Y quizás el de la vida.

Abdul (Antonio Gallego).

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2- Sección "PowerPoint del día":

Hoy tampoco hay PowerPoint... en lugar ponemos "un disco dedicado" para Gladys. Es una canción, típico tango argentino, originaria de Carlos Gardel. Aunque tengo la versión de Gardel (hacia 1930), cuelgo una interpretación, muy posterior, de Rocío Durcal (1944-2006). El archivo es de mi colección... está en formato ".wav", y ocupa muy poco: 340 KB.

Para escuchar y/o guardar el audio, hacer click en: Caminito.

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