Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Mamen García, paciente de Ataxia de Friedreich, de Guadalajara.
Notas del administrador del blog:
El pseudónimo literario de Mamen García es María Narro.
He solicitado permiso a Mamen García (María Narro) para copiar, por capítulos, en este mismo blog, su novela autobiográfica. Y se hará... a no ser que muera en el intento :-) ... ninguna de ambas cosas me da miedo :-)
He dicho "copiar", como de costumbre (por respetar los formatos del blog). Es imposible mejorar nada, puesto que la presentación original, por parte de la propia autora, es inmejorable. Y puede verse en el blog: http://claridadlanovela.blogspot.com.es/.
Aquí se editará en días NO consecutivos, haciéndose constar los enlaces a capítulos anteriores:
Capítulo 1 - I // Capítulo 1 - II // Capítulo 1 - III // Capítulo 1 - IV // Capítulo 2 - I // Capítulo 2, II // Capítulo 2, III // Capítulo 2, IV // Capítulo 3, I // Capítulo 3, II // Capítulo 3, III // Capítulo 3, IV // Capítulo 4, I // Capítulo 4, II // Capítulo 4, III // Capítulo 4, IV // Capítulo 5, I // Capítulo 5, II // Capítulo 5, III // Capítulo 6, I // Capítulo 6, II // Capítulo 6, III // Capítulo 7, I // Capítulo 7, I // Capítulo 7, I // Capítulo 7, II // Capítulo 7, III // Capítulo 7, IV // Capítulo 8, I // Capítulo 8, II // Capítulo 8, III // Capítulo 8, IV // Capítulo 9, I // Capítulo 9, II // Capítulo 9, III // Capítulo 10, I // Capítulo 10, II // Capítulo 10, III
Segunda parte: La segunda parte de la novela pega un giro, y empieza desde el final: 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1.
7- Clara oscuridad // 6- Teniente, sin galones // 5- Calidoscopio virtual // 4- Haciendo el pino // 3- El sueño de una noche de verano, o ciudad accesible // 2- Apaga la luz // 1- Sobre ruedas - De mayor quiero ser... // 1- Sobre ruedas - Nueva vivienda // 1- Sobre ruedas - Audífono // 1- Sobre ruedas - Maternidad // 1- Sobre ruedas - Desde mi libertad
1- CLARIDAD - Segunda parte - (Sobre ruedas - El difícil arte del disimulo):
El difícil arte del disimulo: Cómo hacer que tu dolor sea mayor.
Sin atrevimiento, había descubierto que seguía viva. La silla no era el final de mi camino, como temí durante años. Tal vez fuese un principio... o por lo menos un punto y seguido. Tenía que luchar por que aquella Ataxia de Friedreich no acabara de matarme, o por que lo hiciera lo más lentamente posible. Tenía un marido al que le había prometido una felicidad a mi lado, unos padres, unos hermanos y una gatita que me necesitaban. Y yo quería vivir, pero respirando dignidad. Nadie me había dicho que sería sencillo, mas no sospeché que fuera tan complicado...
Salimos a pasear por el centro de la ciudad. Recorríamos sin prisa un paseo lleno de palomas, niños y flores. No tenía que esconderme de nadie. Juan empujaba la silla, y yo no hacía nada. ¡No sabía qué hacer con las manos! Compramos pipas. Las palomas me saludaban, y yo sonreía
Vi a alguien que se acercaba por el paseo que, al reconocerme, su expresión de tranquilidad se trasformó en “horror” tapándose la boca. Le pedí a Juan que fuéramos a mirar el escaparate de una tienda. Había dejado de sonreír cuando volvimos al paseo, y miraba a la gente con miedo de encontrarme a otro conocido.
Apareció, y de nuevo, tapándose la boca, abandonó el paseo.
Juan apretaba mi hombro derecho. Me invitó a una cerveza, y nos acercamos a un bar. Nos quedamos en la terraza saboreando el final del invierno. Y la "fiel chivata" de mis años de estudiante apareció con sus amigas. Empezó a bailar la danza del codo para que todos miraran a la pobre May... ¡en silla de ruedas!.
- Sácame de aquí, antes de que me levante de la silla y le pegue un guantazo -le pedí a mi marido apurando la cerveza.
Y, días después, entendí que era mejor mirar a cualquier parte, menos al rostro de la gente buscando una aprobación que no llegaba... pero antes, supe, por fortuna, que la sonrisa... es el lenguaje Universal de los hombres inteligentes. Y los había.
“Sentada en el andén
mi cuerpo tiembla, y puedo ver
que a lo lejos silba el viejo tren
como sombra del ayer”.
Cuando era pequeña había encontrado un viejo álbum de fotos en casa de los abuelos. Estaba perdido en el sótano entre cientos de trastos olvidados. Desde entonces lo tenía yo, y aunque durante un tiempo lo cuidé con esmero, el polvo acabó cubriéndolo. Y aquellos días en los que no quería mirar a la silla con ruedas que había entrado en mi casa, limpié las telarañas del viejo álbum.
Me pasaba horas mirando las estampas desgastadas color sepia, tirada en el suelo, con la gata a mi lado. En aquella maravillosa vitrina del pasado llena de hojas de cartón, estaban guardados los padres del abuelo... sus hermanos que agarraban con fuertes manos maletas de madera, y bajaban de un coche de línea cargado de gallinas... la madre de la abuela... mi abuela Cecilia...
Sus ojos me hablaban, pero yo no los quería escuchar. No debía pensar, sólo esperar que pasara el tiempo.
Me había propuesto usar la silla de ruedas sólo para salir de casa... pero pronto comprobé que sentada en ella no me cansaba ni me dolían las rodillas, y era mucho más fácil hacer las tareas del hogar. Por la puerta del cuarto de baño no entraba, pero como me podía levantar y andar cuatro pasos, no vi problema en ello.
A veces, al terminar la clase de inglés (mis niños... ellos fueron quienes mejor aceptaron mis ruedas), me olvidaba del álbum, de mi abuela y de sus ojos, y leía novelas románticas... y, escondida en los castillos del amor, avanzaba por largos corredores intentando engañar a la despiadada realidad que emanaba de la tierra, abriendo y cerrando puertas sin parar, creando y destruyendo historias sin usar. Me escondía en los brazos de un eterno príncipe azul, y juntos hacíamos cabriolas sobre la hierba y jurábamos matar a todas las sillas de ruedas del mundo y aniquilar enfermedades.
Otras veces me convertía en Carmen, y Juan... desde su veloz caballo blanco me robaba de mi destino.
Pero cuando volvía a ser yo, toda la vida caía de golpe al suelo.
Soñar y pasearme por el recuerdo era lo único que me quedaba por hacer. Las miradas, gestos y sonrisas de compasión, de la gente que me rodeaba, estrangulaban el aire sin cesar.
¿Por qué nadie se comportaba con naturalidad?.
¿Tanto les dolía?.
Después de comer, cuando acababa de fregar, me volvía a sentar en la silla, me arrimaba a la ventana y mirando mi eterno rosal sin rosas, lloraba sin llorar, imaginaba sin imaginar, lo que hubiera sido de mí si no hubiera venido a cenar el señor Friedreich.
Ya sabía que nunca se iba a ir. También sabía de su crueldad.
El monstruoso inquilino que compartía mi cuerpo, me había pegado una nota amarilla en la frente. Una nota amarilla en la que había un autoritario axioma escrito con letras profundas, del color de la pasión, o tal vez fuera el de la compasión:
Un profético axioma y una fecha... Una abominable sentencia con fecha... Un cruel azar sin fecha de caducidad...
La enfermedad no es compatible con la vida.
21 de enero de 1991.
La gata se había subido a mis piernas, y abrazándola me reafirmaba en que era imposible que hubiera vida sobre ruedas...
¿Y ahora qué...?.
Notas del administrador del blog.
1- La novela de Mamen termina aquí. No obstante, me resisto a poner "fin". Es un tema autobiográfico... y ella sigue viva y escribiendo novelas... Tal vez algún día le dé por añadir nuevos capítulos narrando su vivencias actuales.
2- Quiero agradecer a Mamen el hecho de que, a través de su novela autobiográfica, nos haya dejado reflejarnos en su espejo atáxico. Gracias.
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1- La novela de Mamen termina aquí. No obstante, me resisto a poner "fin". Es un tema autobiográfico... y ella sigue viva y escribiendo novelas... Tal vez algún día le dé por añadir nuevos capítulos narrando su vivencias actuales.
ResponderEliminar2- Quiero agradecer a Mamen el hecho de que, a través de su novela autobiográfica, nos haya dejado reflejarnos en su espejo atáxico. Gracias.
Miguel-A.