Por Vicente Sáez Vallés, paciente de Ataxia de Friedreich, de Zaragoza.
Vicente Sáez Vallés |
Sencillo de entender: me ha mandado a escaparrar. ¿Qué ha dicho...? ¿Que me dieran dos duros...? No, no... eso fue la primera novia que tuve. O sea, la primera que me mandaba a hacer gárgaras.
Un calor sofocante acompañaba a los viandantes. Todos ellos eran humildes: Venían de la fábrica de trabajar duro. Estaban cabizbajos. Yo sudaba la gota gorda, porque me esperaba lo peor:
Una hermosa mujer de pelo castaño miraba con dureza mis ojos (bueno, ella era mi novia, y las novias de uno suelen ser aproximaciones bastante fidedignas a las mujeres más bellas), y me dijo sin que yo pudiera enterrar mi cabeza en ningún subsuelo:
- ¡Que te den dos duros!.
Quedé cabizbajo y triste y con ese mensaje en la cabeza que me percutía una y otra vez. Me sentía como un absurdo domingo por la tarde en medio del hastío en el que te propones que te va a costar mucho levantarte el lunes de la cama... pero no tuve más remedio que levantarme.
Cuando comenzó a soplar el viento frío huracanado y mis manos imploraban guantes de lana, o sentirse introducidas en los bolsillos de pantalón, vi a los obreros que venían de la fábrica de trabajar duro: Entonces, una hermosa morena me habló con las palabras más sinceras y la voz más dulce:
- No te hagas montajes...
Quedé cabizbajo y triste y con ese mensaje en la cabeza, que me percutía una y otra vez. Pensé en un final y que no lo superaría nunca, pero tuve que hacerlo.
Cuando los primeros rayos de sol inundaron el cemento de la calle, vi a los obreros que salían cabizbajos de la fábrica, de trabajar duro. Allí, una hermosa rubia, apoyada en una parada de autobús, centrando su mirada de unos ojos azules en mi interrogante ansiedad, me dijo:
- ¡Déjame en paz!.
Quedé cabizbajo y triste, y ese mensaje percutía mi cabeza una y otra vez. Algo había acabado... y que me hizo tanto daño, que pensé que jamás podría curar mis heridas... Pero se cerraron, aunque jamás sanarán.
En las montañas más altas, había un mirador que ofrecía un paisaje digno del edén... incluso más bello. Una hermosa mujer me dio la mano, y me miró con sus ojos grises vidriosos escondidos en unos cabellos castaños rebosantes de enigmas y belleza:
- Si quieres, seguiremos como amigos...
Eso sí que me sonó a final... Si algo me enseñaron mis torpes andanzas con mujeres, son dos reglas de oro: jamás hables acerca de la menstruación con ellas... y si te dicen que quieren seguir como amigos, es que ya no te quieren, y te dirán que no lo entiendes, y llorarán... pero no te dirán nunca "adiós, muy buenas": Eso es lo que me descubre la debilidad, esa vulnerabilidad que hace tu ánimo irremediable y catastrófico cuando te deja la novia.
Esta clase de situaciones siempre me han dejado sin explicación, desesperado. Esa determinación creo que ha sido sadismo irreconocido, o la naturaleza perversa del ser humano. Lo seguirá siendo mientras existan hombres y mujeres, o tal vez no. No sé. En teoría sólo hay una pérdida, mucho antes de que aparecieran las novias, no las ganas.
La vida enseña, pero la sensación insiste, se acaba el mundo, todos los mundos.
- ¡Extra, extra! -gritaba por las calles el chico de los periódicos que he visto en las películas americanas, pero que jamás he visto en la patria... dudo de su existencia- ¡El fin del mundo se acerca!.
Todos los rostros de la calle observaban un único punto en todo lo gris de la ciudad. Seguí con mi camino, porque no podía hacer otra cosa: Era esa inercia de la costumbre que, con manos invisibles, no cesa de empujarte, y te introduce en ambientes vacíos, escasos de luz.
Esta vez, la costumbre me había dirigido a lugares insólitos grises: mucho no me apetecía estar con ella, pero debía visitar sus pensamientos y saber que estaba. Esa era la fuerza, la seguridad: tener la certeza de poder usar la costumbre para activar eso que llamamos sentirte querido y todo eso.
Viento frío sobre el asfalto y, a lo lejos, ella me esperaba con el pelo alborotado. Mi corazón dio un vuelco cuando vi una larga fila de obreros que salían de la fábrica, de trabajar duro. Iban ataviados con el mismo mono azul, caminaban con idéntico ritmo cansino, llevaban rostros cabizbajos vigilando el suelo.
Asustado y gris como el día, la imagen de la novia se iba haciendo más grande en mi retina, pero no sentía las piernas de temblores fuertes... su melena le daba majestuosidad al momento, y algo me dijo acerca de dejar nuestra relación... No lo oí, porque empecé a encontrarme débil...
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Nota final del administrador del blog:
Vicente falleció en el año 2006. Para acceder a una breve semblanza del autor del texto (escrita por su hermana, Cristina, también, como él, paciente de Ataxia de Friedreich), hacer click en: Semblanza de Vicente Sáez Vallés.
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