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jueves, 18 de febrero de 2016

Anonimato (segunda parte)

Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Vicente Sáez Vallés, paciente de Ataxia de Friedreich, de Zaragoza.

Nota del administrador del blog:
Por su excesiva amplitud para artículo tipo blog, este relato de Vicente será dividido en dos partes... a editar en días consecutivos.
Hoy se edita la segunda parte.
Para recordar la primera parte, pinchar en: http://ataxia-y-ataxicos.blogspot.com.es/2016/02/anonimato-primera-parte.html


Vicente Sáez Vallés
En el hospital encontró a todos en la misma posición en torno a la cama de Romualdo. Los sollozos, ahogados por el silencio, recogían el dolor de las hijas, y sus esposos ante el sufrimiento de su padre, político, o natural… Su hermana y su mujer enlazaban su mano en un gesto mágico para conjurar hacia Romualdo todas las fuerzas curativas.
Cuando llegó, tornó su mueca simpática, a grave, y se quitó el sombrero… Oyó unos ruidos de gente que venía del vestíbulo, y musitó para sí: “¡Qué rapidez!”.
Vio, alegre, a los periodistas, y las cámaras de televisión apuntando a Romualdo, que zozobraba ante el cruel destino mortal, aunque dando la impresión de entender todo lo que Benito dijo a sus familiares:
- Queridos míos: debéis esperar fuera de la habitación mientras los periodistas hacen un reportaje de los hallazgos de Romualdo y de sus memorias. Yo seré quien les introduzca, así que, por favor, abandonad la habitación. Id hacia la casa, en breve acudiremos a reunirnos con vosotros.

Y así lo hicieron, pero no sin antes poner problemas.
- ¿Y por qué no se va él? ¡Tendrá cara! Esto me huele a chamusquina... Todos sabemos que tío Benito es un fantasma...
Todos murmuraban cuando Benito les empujaba con tesón cerca de la puerta:
- ¡Vamos, vamos...! Los de la tele tienen prisa...
- ¿Y tú, cómo lo sabes?
- ¡Oh! Ellos siempre tienen prisa... ¡Hay muchas noticias en el mundo, a todas horas!
Entre empellones y engaños, Benito quedó solo ante una linda señorita con un micrófono y un señor con un aparato enorme apoyado en su hombro y mirando.

Ella construyó el escenario perfecto, situándose junto a la cama, y con Romualdo al fondo. Luego, sacó un pequeño estuche de la bolsa de la que extrajo el micrófono, y empezó a maquillarse, haciendo gestos ante el espejo del estuche… Se miró durante mucho tiempo, casi agotando la paciencia de Benito, que merodeaba, nervioso, dando pasos cortos alrededor de la periodista, y con ambas manos enlazadas, a la espalda.
Jeremías, el cámara, detectó el nerviosismo de Benito, y se encogió de hombros ante él, implorándole que tuviera paciencia.

- ¡Vamos a empezar con la entrevista! ¡Anselmo!
- Pero.... ¿No podríamos ensayar un poco?
- Tenemos prisa, en el mundo hay muchas noticias, a todas horas.
La periodista ahuecó sus cabellos rubios bajando la cabeza, ajustó su camisa morada, ajustó la entrepierna de su pantalón, y mojó los labios en un movimiento de la lengua, casi sensual.

- Estamos en el hospital de la Santa Rodilla de Nuestra Señora, con el eminente arqueólogo Benito Mojacalles...
De pronto, el cuerpo de Romualdo, el enfermo, se convulsionó entero, como reaccionando ante esas palabras. Todos se percataron, y la periodista hizo una pausa en su relato, una pausa inusual.
- Relátenos, por favor su descubrimiento, y el accidente de su ayudante.
- Sí, fue sencillo y brutal. Íbamos en busca desesperada del mondadientes incorrupto del santo y en...
El cuerpo de Romualdo volvió a moverse estrepitosamente, como escandalizado por la conversación, y la periodista se asustó, y decidió interrumpir la grabación.
- ¡Corta la grabación, Jeremías! Parece que el enfermo se recupera... Hay que avisar a un médico...
Benito vio cómo se desmoronaban sus planes, y quiso intervenir en esa escena para dotarle de mayor efectividad.
- No es necesario, no es necesario, pues se trata de los estertores de la muerte. Es mejor dejarle que se exprese en los últimos momentos de su vida.

La mirada compasiva de la periodista sucumbió ante una lágrima que le causó la ira al comprobar que se le había corrido el rimel:
- ¡Mierda! Vamos a acabar esto de una vez.
Benito se alegró, y con Romualdo al fondo inconsciente, la joven se hizo con un espejo casi mágicamente y, en cuatro toques, recompuso su maquillaje… y la entrevista pudo proseguir.
- Repita, por favor, a partir de la última frase que dijo.
- Sí, eso fue brutal. Seguíamos la pista del “mondadientes santo”, y en el lugar que investigué, mi ayudante lo encontró, y tuvo un accidente que lo dejó en tal lamentable estado.
El cámara rodó unos planos del enfermo, que yacía inconsciente.
- ¿Nos podría relatar el incidente, y mostrarnos el lugar exacto en el que halló el preciado objeto?.
El enfermo dio el último gañido de dolor, y se sumió en la inconsciencia total... pareció gritar en una gran disconformidad por la vil manipulación de la verdad a la que se vio sometido, en su mismo lecho de muerte.

En la furgoneta de la televisión, gracias a las indicaciones de Benito, llegaron a la casa de Romualdo donde la familia aguardaba. Benito les hizo un gesto lleno de falsa complicidad, y condujo hacia la bodega a los periodistas, por esas escaleras enmohecidas.
- ¡Tengan cuidado con las escaleras… son resbaladizas!
Avistaban con ansiedad un cofre antiguo.
- ¡Ahí está! ¡Ahí! ¡El mondadientes incorrupto de San Ignacio!
El aura del trozo de madera puntiagudo brillaba como si de una gema se tratara y, Benito, se emocionó tanto que perdió la noción de su enorme peso, resbaló por la escalinata, y cayó. Inconsciente, panza arriba, los muchachos de la ambulancia lo tuvieron que subir a una camilla, y transportarlo hasta el coche, cosa que no fue de su agrado.

Ya en el hospital, recobró la conciencia en la habitación, con su cama rodeada por sus amigos, y por el propio Romualdo, recuperado milagrosamente, y envuelto por un pijama del seguro: Sentado en una silla de ruedas, sonreía con una mezcla de triunfo y sorna.
- Me alegro de que te recuperes...
- Me duele todo el cuerpo, apenas puedo moverme...
La hija pelirroja de Romualdo aplaudía de la emoción, contagiando a todos de una inmensa alegría:
- ¿No os parece maravilloso que en un mismo día se recuperen milagrosamente papá y el tío Benito?
- ¡Me has contagiado de tu inmensa alegría! Vayamos a celebrarlo...
Todos alegres y contentos fueron bailando en fila india hacia la cafetería del hospital, dónde beberían champán en honor de los enfermos.


La estancia, libre de bullicio, quedó con Romualdo y Benito a solas. Romualdo sonreía como un loco y reía a carcajadas falsas, como en las películas malas de miedo. Y, mirando locamente a Benito, le dijo, solemne:
- Eres el rufián más embustero, patrañero, fulero, embaucador, fanfarrón, mentiroso, pendenciero, instigador, falso, y vil, que jamás he conocido.
- Te lo puedo explicar, Romualdo...
- ¡No hables traidor!
- Sólo quería que reaccionaras...
- ¡Mentiroso! ¿Te querías quedar con todo el mérito, eh?
Romualdo abrió el estuche de vidrio y sacó el mondadientes santo. Lo blandió ante él, y pronunció una sentencia:
- ¡El Mondadientes hará justicia!
- ¡No! ¡Ay!
Romualdo pinchó a Benito por todo el cuerpo con el mondadientes.

(FIN).

Nota del administrador del blog:

Vicente falleció en el año 2006. Para acceder a una breve semblanza del autor del texto (escrita por su hermana, Cristina, también, como él, paciente de Ataxia de Friedreich), hacer click en: Semblanza de Vicente Sáez Vallés.

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