(Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich, natural de Jódar (Jaén), y residente en Barcelona).
Soy cautivo del cuerpo,
con rebeldía intransigente...
el corazón, en él preso,
aún late con esperanza,
en la madrugada de un incierto amanecer.
Soy fulgor de nostalgia...
vago perdido en los recuerdos,
donde solamente el alma es libre...
dueña y señora de los sueños.
Siento el aleteo de la vida...
Soy paloma que vuela en libertad,
pretendiendo, por un momento,
con la añoranza y el recuerdo,
ignorar la cautividad del cuerpo.
Los ojos, cansados,
se refugian en su cavidad,
escondidos tras de los párpados,
como suaves alas de mariposa...
esperando un óptimo día...
¡Qué nunca parece llegar!.
Todo se desvanece,
alejándose de mi yo.
Con ventoleras de aires invisibles.
¿Inhalar aroma de jancitos,
rosas, alhelíes, jazmines, y narcisos...?
Todo un mundo maravilloso...
de olores y colores.
¿Es tan fácil perderse en el olvido,
Teniendo en el recuerdo el arco iris?.
¡Morir... estando vivo!
Tan absurda es la muerte,
cuando a tu lado oyes la vida,
en dulcísima polifonía sinfónica
de las voces de quienes amas.
Quiero seguir soñando
junto al cuerpo que yace cautivo,
esperando, en mi alma,
como flor de primavera
el rocío refrescante en la mañana,
en forma de bondad de una sonrisa...
¡maná milagroso de la aurora!.
Mientras tanto,
busco alivio en la memoria,
al vértigo de dolores,
que en el silencio de la noche,
se adhieren al cuerpo.
Me evado, recordando:
calles y plazas de mi pueblo natal...
niñas y niños jugando,
a la "pelota de trapo"...
la "mariancha"...
o la "comba"...
les veo con tirabuzones de plata,
y ondulaciones en el cabello,
movido por la brisa silenciosa.
Pero... sigo cautivo del cuerpo.
El panorama vuelve a tornarse gris:
El alma, por un momento,
en silencio de la noche,
percibe sombras inquietantes,
agitándose en el espacio,
cual si fueran aspas de molinos de viento.
Cuerpo y manos a la deriva,
sin poder controlar sus movimientos.
¡Nunca permitiré, si puedo,
que el amor por la vida pueda extinguirse!
¿Invertir el tiempo...
donde lo posible,
dentro de lo imposible
se haga posible...?.
¿Volver al principio de la vida,
siendo átomo del Universo,
a través de sentimientos del alma?.
Ancha es la puerta,
espacioso el camino por donde transita,
con aspereza, nuestro destino.
La vida en la retina se apaga.
El corazón dolorido,
soñador de quimeras y añoranzas perdidas,
como último recurso,
sueña con paisajes floridos,
siendo prisionero de un cuerpo dormido...
Sí, a pesar de que la vida es bella,
un deleite espiritual que enardece el alma,
dulce y tierna...
tanto como el amor vital...
viviendo entre tormentos,
¡incluso la muerte es estimada...!
¡Cuándo llega...
descansas...!.
(Barcelona).
Bartolomé Poza Expósito.
(Junio del 2011).
Paciente de Ataxia de Friedreich).
Nota del administrador del blog: Para ir al libro, de acceso gratuito, "Mi pequeño diario", escrito por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich, hacer click en: http://www.miguel-a.es/BPMILI/
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3- Sección "Artículo recomendado":
Saltamos el PowerPoint, para poner en esta sección un texto de humor pegado en la lista de correos HispAtaxia por Diosa Bedoya, paciente de Ataxia de Friedreich, de Colombia:
Sin ánimo de ofender:
En primer lugar, quiero explicar que los pastusos son personas oriundas de Pasto-Nariño, un departamento de Colombia. Aquí les hacen protagonistas de chistes, como a los gallegos en gran parte de Hispanoamérica. En realidad son personas inteligentes, aunque en la mayoria de los chistes les presentan como si fueran tonticos:
Un árabe pidió dinero prestado a un judío.
El árabe jamás había pagado una deuda en su vida, y el judío jamás había perdido un centavo en nada.
El árabe no devolvía el préstamo, y se había estado escondiendo de su acreedor. Sin embargo, un día, por casualidad, se encontraron en el bar de un pastuso.
Empezaron a discutir sobre el préstamo. El árabe, acorralado, no encontró otra salida que sacar una pistola, se la puso en la sien, y dijo:
- ¡Podré irme al infierno, pero no pagaré esta deuda! -apretó el gatillo, y cayó muerto.
El judío, sin ser menos, agarró la pistola, se la puso en la sien, y dijo:
- ¡Cobraré ese dinero, aunque haya de ser en el infierno! -apretó el gatillo, y cayó muerto.
El pastuso, que había observado toda la dicusión, tomó la pistola, se la puso en la sien, y, antes de disparar, dijo:
- ¡Uuuy jueputa!. ¡Yo por nada del mundo me pierdo esta pelea!.
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¡Gracias, Bartolomé!.
ResponderEliminarUn abrazo.
Miguel-A.