La pagina web de "Ataxia y atáxicos" (información sobre ataxia, sin ánimo de lucro) es: http://www.ataxia-y-ataxicos.es/


lunes, 5 de junio de 2017

1- CLARIDAD - Segunda parte - (Sobre ruedas - Audífono)

Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Mamen García, paciente de Ataxia de Friedreich, de Guadalajara.

Notas del administrador del blog:
El pseudónimo literario de Mamen García es María Narro.
He solicitado permiso a Mamen García (María Narro) para copiar, por capítulos, en este mismo blog, su novela autobiográfica. Y se hará... a no ser que muera en el intento :-) ... ninguna de ambas cosas me da miedo :-)
He dicho "copiar", como de costumbre (por respetar los formatos del blog). Es imposible mejorar nada, puesto que la presentación original, por parte de la propia autora, es inmejorable. Y puede verse en el blog: http://claridadlanovela.blogspot.com.es/.
Aquí se editará en días NO consecutivos, haciéndose constar los enlaces a capítulos anteriores
:
Capítulo 1 - I // Capítulo 1 - II // Capítulo 1 - III // Capítulo 1 - IV // Capítulo 2 - I // Capítulo 2, II // Capítulo 2, III // Capítulo 2, IV // Capítulo 3, I // Capítulo 3, II // Capítulo 3, III // Capítulo 3, IV // Capítulo 4, I // Capítulo 4, II // Capítulo 4, III // Capítulo 4, IV // Capítulo 5, I // Capítulo 5, II // Capítulo 5, III // Capítulo 6, I // Capítulo 6, II // Capítulo 6, III // Capítulo 7, I // Capítulo 7, I // Capítulo 7, I // Capítulo 7, II // Capítulo 7, III // Capítulo 7, IV // Capítulo 8, I // Capítulo 8, II // Capítulo 8, III // Capítulo 8, IV // Capítulo 9, I // Capítulo 9, II // Capítulo 9, III // Capítulo 10, I // Capítulo 10, II // Capítulo 10, III

Segunda parte: La segunda parte de la novela pega un giro, y empieza desde el final: 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1.
7- Clara oscuridad // 6- Teniente, sin galones // 5- Calidoscopio virtual // 4- Haciendo el pino // 3- El sueño de una noche de verano, o ciudad accesible // 2- Apaga la luz // 1- Sobre ruedas - De mayor quiero ser... // 1- Sobre ruedas - Nueva vivienda


1- CLARIDAD - Segunda parte - (Sobre ruedas - Audífono):

Aquella noche estaba especialmente bonita. Pero ni mi marido a mi lado, ni saberme enamorada, ni un corto vestido negro entallado, ni un poco de maquillaje, ni la melena rubia, ni la cena de la asociación... según iba pasando la velada, conseguían que mi alma sonriera.
Por dentro era oscuridad... por fuera una quimera fugaz: Llevaba el audífono. Pocos lo sabían... otros pensaban que ya oía bien... y yo, yo no entendía absolutamente nada de lo que decían a mi alrededor.
Oía todo, pero no entendía nada, ni siquiera a quien tenía al lado.
Había una zambomba. Muy grande. La tocaban cuando cantaban, y su sonido se colocó encima de mi oído, justo donde llevaba el audífono... pero, como llevaba el pelo suelto, nadie vio el ruido de la descomunal zambomba sentado encima de mi oreja.
El ruido, el murmullo de todos, era infernal.

Juan me apretaba la mano, y yo le sonreía, diciendo que me dolía la cabeza. Me estallaba. Recordaba que al llegar a la cena alguien me había dicho: “No se puede competir contigo”, y cuando el restaurante se empezó a llenar de gente y dejé de entender lo que se decía, pensé: “Yo no quiero competir con nadie, daría la vida por oír y entender a la gente cuando habla”.

Me había puesto el audífono antes de salir de casa, porque se lo había prometido a Juan: Le había prometido que sería más constante al ponérmelo, y aprendería a distinguir los ruidos... Pero no podía distinguir nada, sólo una espantosa zambomba. Y me daba vergüenza decírselo.
Por entonces, él, como todos, pensaba que una persona que no oye bien, cuando se pone un audífono, terminan sus problemas.
¿Cómo saber que todos los sonidos se acoplaban en el diminuto aparato, y me dificultaban la audición?.
¿Cómo saber que a una lesión del tímpano interno, ningún audífono la ayuda? Si los médicos dudaron... y dijeron que tal vez... ¿Quién era yo para dudar del "tal vez" de un profesional?.

Juan guió mi silla de ruedas al cuarto de baño, antes de que me pusiera a llorar. Y dentro del pequeño habitáculo pudimos comunicarnos... y le expliqué que no entendía nada de lo que hablaban, que sólo oía un ruido indefinido que me taladraba los oídos... que no sabía dónde habían encendido una radio... que odiaba las zambombas...
Mi marido me abrazó, y me pidió que me relajara. Si allí dentro le oía bien, fuera lo haría mejor si me tranquilizaba.

Al volver de nuevo a la mesa, los ruidos habían crecido y la misteriosa radio se había vuelto a encender. Me agaché y debajo del mantel me quité el aparato de la oreja. Lo metí en mi bolso sin que nadie me viera, ni siquiera Juan. Y la zambomba atenuó su volumen, la gente empezó a hablar, y alguien apagó la aparente radio.

Sabía que nunca más me volvería a poner audífono.

*****

Lloraba sin lágrimas. Me miraba en el espejo, y sólo veía unos ojos inyectados de impotencia. Había cerrado el cajón de la mesita con fuerza después de guardar el audífono, donde no lo viera más. ¡Dios mío! Casi me había reventado el tímpano. Recuperaba el color escondida en el dormitorio. Del dolor me había mareado.
“¡Cómo se puede ser tan bruta! Vale... que no oigo bien, pero si cada ver que pregunto "¿qué?", se van a arrimar a mi oreja y gritando lo van a repetir, me van a matar.
¡Tiene una voz muy fuerte!. Llevo un altavoz que me duplica, o triplica, esos gritos. ¿Es que nadie piensa?”.

*****

La vecina de mi antiguo barrio y su amiga seguían en el cuarto de estar. No se habían dado cuenta de nada, ya que vocear a quien no oye bien, es lo más normal del mundo. Sería ilógico no hacerlo.
Sentía que se habían olvidado de que habían venido a visitarme. Llevaban un buen rato hablando entre ellas, de batallitas de cuando eran pequeñas, de miles de nombres que yo no conocía... Claro, yo seguía allí, pero mi mente había hecho las maletas. Y de buenas a primeras me preguntó algo.
- ¿Qué?. - Es verdad, pobrecilla.. si no oye.
Y se levantó del mullido sofá para arrimarse bien a mi oreja...

Excusándome por haberlas dejado solas, volví a los pocos minutos a la pequeña sala. Y seguimos hablando casi forzadamente, como si respiráramos incomodidad.
Mencionaron a Lucía, la hija de Minerva, y dijeron que estaba muy grande.
Pregunté por Sofía, la hermana de Candela. Y me dijeron que se estaba convirtiendo en una mujercita muy guapa. Ya lo sabía, la veía dos días a la semana cuando venía a mis clases de inglés.

Y quise dar marcha atrás en el tiempo. y que la amiga me sacara de dudas de por qué, alguna vez, me había preguntado:
- ¿Qué tuviste, niño o niña?.
- ¿Cuándo? -le pregunté, alucinada.
- Cuando te casaste.
- No estaba embarazada. No tengo hijos -afirmé con sequedad y mala cara. Su curiosidad había hecho diana durante el tiempo en el que sangró, sin control, una herida mal curada.
Y aunque no le pregunté nada de aquello, mis ojos se lo debieron recordar. Y enseguida miró el reloj, y entre las tres nos metimos prisa en acabar aquella pantomima de reunión de amigas.

Y cuando cerré la puerta, me bajé de la silla y me quedé sentada en el suelo del pequeño pasillo. La gata vino a mi lado. Me miraba... y creí que me preguntaba:
- ¿Quiénes eran ésas?.
- ¡Y yo que sé, bigotitos... y yo qué sé!.

*****

16 de Octubre de 1993:
Querido diario, siento decirte que el audífono no funciona bien. Creo que está roto, porque oigo a todos con sonido de radio. Oigo muy bien cuando alguien arrastra los pies, el ruido de los coches, el piar de los pájaros...
Pero,, ¿sabes qué pasa?... que no me acuerdo si esos ruidos los oía sin audífono. Si todo el mundo dice que ahora oigo mejor porque llevo audífono no sé por qué lo dudo. ¡Es increíble! Parezco idiota: nunca me había parado a pensar lo que oía.
Todos los ruidos me parecen nuevos porque me llegan procedentes de una caja radiofónica, fíjate que desde que llevo el audífono, cuando me duermo, sueño con la sintonía del programa de Elena Francis.
Y si por lo menos oyera bien cuando voy a clase de cerámica, o al CAMF... pero no. A veces cuando trabajo con barro, tengo que lavarme las manos y quitarme el aparato para saber lo que me dicen. Por eso creo que está roto. Y como me llamen por teléfono y tenga el cacharro puesto, empieza a sonar un "¡piiiiiiiiiiiiiiiiiii!", que amenaza dejarme sorda para siempre jamás.

  ¡Ni te imaginas lo que me divierto cuando voy a cerámica! Es que cuando hago un jarrón, me salen tan mal, que parecen botellas de leche. Sí, como aquellas que salían en los dibujos animados de una cuadrilla de gatos... Pero los centros de mesa se me dan genial, porque me los invento, y les doy la forma que yo quiero con las manos. Hasta el otro día, en una exposición que hicimos, vino el Señor Alcalde (¡A ver cuando he soñado que un político tan importante se arrime a mí!) me felicitó por el centro de mesa.
Reconozco que lo bordé en barro. La pintura que elegí, lo realzaba.

Lo que menos me gusta de ir a hacer cerámica es que me siento rara cuando voy al CAMF. Noto la diferencia de un sitio a otro, y me siento desleal por divertirme de verdad cuando voy a la asociación a trabajar con barro.
Me acuerdo de la primera vez que fui al CAMF.
Me pareció maravilloso. Tan luminoso, con tanta gente, todos en silla de ruedas, como yo... ¡Allí nunca se podían sentir solos!.

Y poco a poco, querido diario, en una de las más tristes lecciones de mi vida: Me enseñaron que la soledad se lleva dentro... que en primavera también puede nevar... y que yo siempre sería una isla, un aparte... por vivir fuera de allí, por tener otra visión de la vida, acaso una filosofía propia que nadie quería oír aun teniendo lo que yo.
Les importaba dos narices que, preocupándome el movimiento de mis manos, me hubiera apuntado a modelar barro. Hasta creo que por decir que tengo tres puzzles enormes enmarcados, pareciera que me las quería dar... como "yo sí puedo, y tú no"... ¡Yo tampoco podía! Y si contaba que movía cielo y tierra para ir a la piscina cubierta... ...
Y... supongo que alguno pensaba que yo me creía más que nadie, cuando en realidad empecé a sentirme demasiado pequeña por no oír bien.
Y un miserable decimal, ahora, amigo diario, que ni siquiera con audífono podía oír bien.


(Continuará).

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Booktrailer de esta misma novela: (video de tres minutos, alojado en "YouTube").



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