Por Juan Conesa Arias, paciente de Atrofia multisistémica, de León.
Notas del administrador del blog:
Con su permiso, por supuesto, en este blog, por capítulos, vamos a editar la novela 'Los casos del teniente Llamazares', autoría de Juan Conesa Arias, paciente de Atrofia multisistémica, de León... La citada enfermedad, que causa ataxia, es una nominación relativamente moderna de una parte de las antiguas OPCA's (atrofias olivo-ponto-cerebelosas), grupo en el cual, antes de las diferenciaciones genéticas, también se incluían las, ahora, SCA's (ataxias espinocerebelosas).
El ritmo al que serán editados los capítulos en este blog, no está fijado, ni podría predeterminarse... pues la obra novelesca está aún en incipiente fase de escritura, e iremos editando a medida que los textos estén disponibles. Concluiremos cada capítulo con un "(continuará)", pero sin fecha fija. Eso sí, se hará constar cada día los enlaces a capítulos anteriores... para que nadie pudiera perderse el hilo de la novela..
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1- Los casos del teniente Llamazares - Dúplex de Reyes - Capítulo 1 - I
2- Segundo: Los casos del teniente Llamazares - Dúplex de Reyes - Capítulo 1 - II
3- Tercero: Los casos del teniente Llamazares - Dúplex de Reyes - Capítulo 1 - III
4- Cuarto: Los casos del teniente Llamazares - Dúplex de Reyes - Capítulo 1 - IV
5- Quinto: Los casos del teniente Llamazares - Dúplex de Reyes - Capítulo 1 - V
6- Sexto: Los casos del teniente Llamazares - Dúplex de Reyes - Capítulo 2 - I
LOS CASOS DEL TENIENTE LLAMAZARES - Dúplex de Reyes - Capítulo 2 - II
Juan Conesa Arias |
Bordeó la plaza de Santo Domingo y embocó Ordoño II, más conocida por los leoneses como Ordoño. El piso en que vivía el tesorero de la Diputación estaba hacia la mitad de esa especie de avenida, venida a menos... pues no tiene más allá de un par de kilómetros de longitud y apenas unos veinte metros de ancho. La arteria une actualmente uno de los barrios obreros de León, el de la Sal, con el centro. Esto es consecuencia de la ampliación de la vía como consecuencia de la nueva ubicación de la estación de tren. El tramo antiguo de la avenida está bordeado por ambos lados de edificios construidos en las épocas de bonanza económica del siglo XX... todos ellos de viviendas de alto copete. En sus bajos, las mejores tiendas de toda la ciudad, y las cafeterías más cursis, abren sus puertas y escaparates, haciendo de esta calle la más comercial de toda la capital.
El edificio de viviendas al que se dirigía Llamazares está situado en la acera de enfrente del actual edificio del ayuntamiento. Éste es un edificio modernista de estructura cúbica, y en él, antiguamente, estaba la sede central de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de León... por lo que aún se puede ver en su fachada un león rapante coronado, símbolo de la entidad. A la puerta del mismo, siempre se coloca un vendedor de almendras garrapiñadas, y que hace que los alrededores estén impregnados con el típico aroma del caramelo en cocción.
Precisamente, este olor hizo que Llamazares se diera la vuelta en el semáforo que está justo enfrente de la puerta del edificio, metiera la mano en su trenka en busca del monedero, y se dirigiera al vendedor ambulante para comprar un paquete del sabroso tesoro en venta. Abrió el paquete, tomó una, y se la metió en la boca. Le encantaba chupar las almendras garrapiñadas como si fueran un caramelo, y cuando estuviera la dulce envoltura bien blanda, darle la última acometida con sus muelas... triturando todo en una orgía de sabor en la que se mezclaba el amargor de la almendra con el dulzor del caramelo circundante.
Cruzó la calle y se encaminó a su derecha, hacia el número 17, su destino. Al llegar al portal se tanteó los bolsillos en busca del Postit que le había dado la secretaria de Eiroa... lo sacó, y leyó el piso en que vivía el tesorero. Apretó el botón del portero automático. Y una voz femenina apareció al otro lado del aparato:
- ¿Dígame?.
- ¿Es la residencia de Manuel Eiroa, el tesorero de la Diputación?.
- Sí, señor, aquí es… ¿Quién pregunta por él?.
- Mi nombre es Llamazares. y soy de la policía. ¿Sería tan amable de abrirme? Me gustaría hablar con el señor Eiroa.
- Don Manuel no está, pero sí está su mujer… ¿Le abro?.
- Sí, por favor.
Sonó un timbre, como el chirrido de una chicharra, y a un pequeño empujón, la puerta cedió, franqueando el paso a Llamazares. El portal era estrecho y recargado, sin demasiada luz natural, carencia suplida por una profusión de lámparas en la pared de dudoso gusto. Al fondo, a la izquierda, se podía ver el ascensor, hacia el que se dirigió. No tuvo que esperar para tomarlo, pues estaba ya en la planta baja, emanando luz por la ventanilla alargada de su puerta como si se tratara de un moderno Polifemo. Entró y pulsó el botón del piso al que iba, cerrándose entre él y la puerta de entrada al ascensor unas puertas con forma de acordeón. El cubículo comenzó su ascensión, excesivamente lenta, como los andares de un viejo.
Cuando llegó al piso marcado, el ascensor dio un respingo, como de potro desbocado, abriéndose las puertas de acordeón con un fuerte ronquido. Llamazares salió del ascensor y fue hacia la puerta de la vivienda. Sólo había dos, una a cada mano y cada una de ella tenía dos puertas. “Una para los señores, y otra para la chica de servicio, como las de antes”, pensó. Cuando hizo sonar el timbre, uno de esos de señores relamidos con la música del Big Ben, apareció inmediatamente una señora de unos cincuenta años, vestida de sirvienta. “Estaba ya atisbando en la puerta, ¡menuda cuza"![1]
- La señora le espera en el salón.
Le hizo una seña como de que la siguiera, y se adentró por un pasillo que tenía tantos cuadros colgados en sus paredes que daba la impresión de que las paredes no iban a aguantar el peso y en cualquier momento se desplomarían. Al fondo, se abría un gran salón con un gran ventanal a la calle. En un sofá, justo delante del ventanal y de cara a la puerta de entrada, se encontraba sentada la dueña de la casa. Estaba vestida con un traje de chaqueta de color gris. La chaqueta la llevaba desabrochada, quizá porque debido a la generosidad de su escote no podía llevarla de otra forma. Una camisa blanca, inmaculada, y un gran colgante dorado hacía el resto de su vestimenta, junto con unas medias negras y unos zapatos de tacón de aguja. El cabello rubio y largo, bien peinado, de peluquería cara, enmarcaba una cara alargada, como de modelo de alta costura, en la que destacaban unos enormes ojos color esmeralda y unos labios sensuales. “¡Menuda hembra! ¡Con lo poquita cosa que es el paisano!”
- ¿Le apetece un café, señor…? –dijo señalando un juego de café con dos tazas dispuesto sobre la mesa baja colocada enfrente del sofá que ocupaba.
- Llamazares, teniente Llamazares. Sí, por favor, mitad y mitad, y con dos azucarillos, si es tan amable.
Comenzó a hablar mientras servía el café:
- Mi marido no está desde el lunes –dijo, cogiendo su taza de café, y cruzando las piernas de una forma muy femenina, como queriendo lucirlas-. Marchó al pueblo, porque debía tener cuidado de unas obras que tenemos en el chalé. Ya sabe como son esas cosas… Los albañiles en los pueblos, si no les vigilas, se pasan todo el día sin hacer nada, y lo poco que hacen, lo hacen al revés. ¡Como no saben leer planos, ni nada…!
- Sí, ya me han comentado algunos amigos… Disculpe, me dice que su marido está fuera desde el lunes. Tengo constancia de que ayer por la noche estuvo en León. ¿No estaba usted al corriente?. -Su interlocutora descruzó las piernas volviéndolas a cruzar, del lado opuesto, evidentemente incómoda-. Le vieron junto con el Presidente de la Diputación antes de que fuera asesinado.
Llamazares miró a la cara de la mujer, y se sorprendió cuando le pareció ver un brillo especial en sus pupilas. “¿Sorpresa? ¿Rabia?”, pensó.
- No tenía ni idea… Le surgiría algún asunto urgente. –Volvió con su movimiento de descruce de piernas, para volver a cruzarlas-. A veces les surge algo, ¿sabe? Y entonces se van… Bueno, se iban a cenar, y discutían el asunto. –A Llamazares no le pasó desapercibido que los ojos empezaron a llenarse de agua mientras hablaba-. Muchas veces, ni me decía nada, Manolo…
- ¿Me podría decir cuál es el pueblo? Me gustaría hablar con su marido…
- Vegas del Condado. Tenemos allí un pequeño chalé al lado del río en donde vivimos en verano… Ya sabe, el calor… –Esta vez sólo descruzó las piernas-. ¿Necesita algo más? –dijo, levantándose. Estaba claro que había decidido acabar en ese punto su entrevista.
Llamazares se levantó, posando el café a medio terminar encima de la bandeja de plata labrada de donde provenía.
- No, no… Disculpe. Imagino que tendrá cosas que hacer. Soy un poco pesado.
La dama hizo ademán de acompañarle.
- No se moleste, conozco el camino… ¡Buenos días!.
- ¡Buenos días!.
De repente, Llamazares se dio la vuelta, lo que hizo que la dueña de la casa hiciera un pequeño mohín de aburrimiento.
- Por cierto… Sería interesante que no avisara a su marido. Me gustan las sorpresas… -dio media vuelta de nuevo, y comenzó a caminar por el largo pasillo hacia la puerta de entrada.
[1] cuza = cotilla, (leonesismo).
(Continuará).
Fuente: Blog del autor: http://tenientellamazares.blogspot.com.es/
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Feliz fin de semana.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Juan.
ResponderEliminarUn abrazo.
Miguel-A.