Por Vicente Sáez Vallés, paciente de Ataxia de Friedreich, de Zaragoza.
Vicente Sáez Vallés |
La gente reaccionaba con vítores, suspiros, tensiones, y hasta aplausos, a lo que afirmaban, o preguntaban, abogados y fiscales:
- ¿Dónde estaba usted la noche de autos?.
- ¿Cómo se llevaba usted con la novia del acusado?.
- ¿Qué le dijo exactamente el conserje del hotel?.
Los rostros, las pétreas miradas, y las arrugas de la frente, la ira, la culpa, y el delito... todo eran gestos metálicos, tenaces, ágiles... El café, los ademanes nerviosos, el lenguaje legal, la demostración... demostrar una verdad dentro de las imaginaciones de unos señores que dominaban las expresiones judicialees.
Todo se transcribía, todo, hasta los carraspeos.
Una mujer era la fiscal, o la que hablaba más de ese semicírculo de amigos de la ley. Llevaba una falda plisada blanca hasta las rodillas, una escandalosa blusa roja a la que se adhería un camafeo dorado que representaba un abejorro. La chica era menuda, morena, de unos treinta años, aunque aparentaba tener quince. Nadie daba crédito a cómo pudiera ser que de aquel ser hablara en un tono de voz tan potente y agudo como si de una soprano de doscientos kilos se tratara, pero respondía con un orgullo y decisión que hacían aumentar las partes de su cuerpo hasta una gran estatura que disminuía las iniciativas de cualquier desacuerdo con ella.
El abogado era un hombre rudo, que parecía cualquier cosa menos letrado: ancho, musculoso, de barba recia, pelo corto, y sin gafas, con los ojos medio cerrados, vistiendo un traje oscuro que le sentaba estrecho, con corbata negra, y con movimientos pesados, pero rápidos... En cualquier momento, bien hubiera podido enarbolar un hacha y dedicarse a la deforestación.
Los dos polos opuestos: abogado y fiscal, se enzarzaron en una disputa verbal con semántica encontrada. Los dos, abogado y fiscal, se transformaron en una variopinta mezcla de color, sonidos, y formas, que ofertaban la imagen del asunto peliagudo que se traían entre manos. No se supo si eran cientos de manos, o una sola, la que comandaba la pelea.
De pronto, en medio de la elegante y tensa reunión legal de aquel juicio, alguien mandó callar. Era un hombre de pelo blanco y nariz puntiaguda:
- ¡Silencio, un poco de respeto a la ley!.
El público calló, y el defensor y la fiscal dejaron de pelear, y miraron al hombre que había hablado. Él se encogió de hombros.
Acto seguido, continuaron peleando.
Dando vueltas sobre sí mismo, la forma abogado-fiscal se dirigió al jurado, la causa de su discusión... mas cuál fue su sorpresa, que no había jurado alguno. .. Ya por separado, el abogado, un tanto desarrapado, caminó hacia el norte mas, cuán grande fue su sorpresa, al comprobar que no había juez alguno... La bella fiscal acudió al sur con paso firme, pero no salía de su asombro al comprobar que tampoco había acusado.
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Nota final del administrador del blog:
Vicente falleció en el año 2006. Para acceder a una breve semblanza del autor del texto (escrita por su hermana, Cristina, también, como él, paciente de Ataxia de Friedreich), hacer click en: Semblanza de Vicente Sáez Vallés.
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