Por Pilar Ana Tolosana Artola, paciente de Ataxia de Friedreich, de Vitoria.
Nota del administrador del blog:
La página web de Pilar Ana puede hallarse pinchando en: http://pilaranatolosanaartola.es/
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I parte
Pilar Ana Tolosana |
Al separarse legalmente, hacía ya un par de semanas, y ver impotente como los chavales preferían irremisiblemente ir con la madre, todo el mundo le aconsejaba que en sus días libres se fuera lejos... que no se obcecara en nada que le recordara a la familia... la cual había formado con tanta ilusión y sin ningún reparo.
"¡No puedo echar en cara nada a nadie! ¡Sólo tengo lo que merezco! Tengo que pasar página y mirar hacia adelante!", solía decirse cuando él mismo se sentía ansioso de que la vida le diera otra oportunidad, y de que supiera aprovecharla, claro...
Porque, ahora que las cosas venían ya en progresión aritmética, casi como si alguien se hubiera molestado en escribir su existencia en papel de lija, para que fuera más tosca y zafia, no se podía dejar vencer.
Desde que se consideró adulto, no habían pasado más de seis o siete años, lo demás estaba borroso, ya que siempre había sido un niño débil y enfermizo, hasta que conoció a la que hoy era su ex...
No se había portado bien con ella... Se arrepentía tanto...
- Hay plazas para viajar a Tailandia –le anunciaron en la agencia, mientras se frotaban las manos, porque daban por hecho que Rodri negociaría con ellos.
Después de todo, lo que él buscaba en esos momentos no era vivir a tope, como ellos pensaban. Se conformaba con su Asturias natal y los largos paseos a lomos de su caballo preferido, el que sus padres cuidaban desde que se había marchado al sur.
Así fue como, desatendiendo las opiniones de conocidos, colegas, y amigos, ultimó el viaje a su antigua casa y, de paso, a una pretérita vida, que realmente era ahora cuando Rodri la iba a saber valorar: Hoy en día, había aprendido a echar de menos sin llorar, pero cuando se pierden cosas, a veces se aprende a quererlas y a no menospreciarlas también.
Era un viaje sencillo y sin complicaciones... sería el más placentero, de su vida sin ninguna duda.
Pasó medio minuto... y con los billetes en la mano... se sentó en un banco frente a las vías a esperar al tren.
Había sospechado, desde hacía tiempo, lo de que tendría que programar solo sus próximas vacaciones. Aunque la verdad fue que le costó más de un par de semanas hacerse a la idea... En un mínimo de período, lo que debiera considerar como un estímulo y un incentivo para subir en la empresa, escalando puestos, o colaborando siempre de la mejor forma... se había convertido casi de inmediato en un premio de consolación.
Rodrigo llegó a pensar que su jefa, siempre tan irascible y tan radical con el trabajo, jamás le daría unos días de descanso ni por mucho que los necesitase.... y los necesitaba. ¡Vaya si los necesitaba!
No hay más que mencionar que su superior le había encomendado servirles café a unos peces gordos de un negociete importante dedicado a la metalurgia y a la industria de la transformación... y, de cuatro personas reunidas, se lo echó encima a tres... Pero, por si fuera poco, hasta que tiró al presidente convidado por las escaleras, por quedarse mirando el culo de una de sus nuevas compañeras, la última que había entrado a trabajar como becaria en la empresa.
Ahí ya fue cuando la jefa perdió absolutamente sus cabales y cruzó los umbrales de la locura, mandando todo a la porra, y olvidando aquellas miraditas obscenas que le dirigía cuando se quedaban a solas en su despacho, que no coincidían en absoluto con las espantadas y aterradas miradas de Rodrigo.
Así fue como sus vacaciones se hicieron inmediatas, aunque nunca sabría con seguridad si porque verdaderamente se las merecía, como le habían comunicado, o porque la jefa estaba celosa de la nueva chica de la oficina, y no quería volver a verlo en un par de semanas.
Fuera como fuera, lo cierto era que lo del viaje lo miraba como si fuese su única opción de escape.
Cuando en el trabajo comentó lo de Tailandia, no le faltó gente que le dijera que le acompañaría gustosa.. no sólo hasta allí, sino hasta el fin del mundo: "Rodri, hasta el fin del mundo...", repetía alguno de los que solía apuntarse hasta a un bombardeo, antes de haberse excusado.
Esta excusa es bastante comprensible dentro de lo que cabe, y más a las edades del susodicho camarada cuando se ha sentado la cabeza, y las cosas vienen ya tan encarriladas y cuadriculadas, que no queda lugar para la aventura, ni tampoco para un descalabro más o menos moderado. En el fondo era entendible: una mujer y tres hijos a sus cuarenta y ocho, ya pesaban demasiado para aparecer y desaparecer, cuando le viniera en gana. Por esto mismo, Rodrigo no le reprochó nada mientras le decía que tenía compromisos que atender y que no podría viajar en las fechas predispuestas.
- No pasa nada, campeón. Otra vez será –acertó a decir un poco desilusionado.
Poco a poco, todos aquellos que le decían que irían con él a Tailandia, se iban bajando del carro, así que concluyó que lo mejor sería ir a Asturias... que, al menos, sus habitantes no le iban a dar la espalda.
Mentiría si atestiguara no estar decepcionado, pero no le quedó otra alternativa que conformarse, y dejar de soñar con lo que solamente había leído en los libros y en catálogos tailandeses, cargando su imaginación de emociones coloristas y entusiastas, capaces de sobrepasar cualquier realidad en éste y otros mundos emblemáticos.
¡Adiós Tailandia! ¡Adiós a sus playas asiáticas de ensueño! ¡Adiós a los elitistas templos budistas y a la religión tan civilizada que se respira en ellos! ¡Adiós a sus representativos elefantes, a sus hibiscos y a sus junglas pantanosas! ¡Adiós al mezquite y a la teca de sus ancestros! ¡Adiós al país de los tigres, de las serpientes, y de los gatos siameses! ¡Adiós a su cultura milenaria y a sus tesoros! ¡Adiós a Bangkok y a pasear por sus calles!.
¡Adiós Tailandia! ¡Siento de veras no poder visitarte!, suspiraba Rodrigo, apretando los puños.
Y era, más que nada, porque no se atrevía a viajar al extranjero solo. No lo reconocería si le hubieran preguntado, pero la verdad era que le daba terror necesitar algo, lo que fuera, y no tener a nadie a quien pedírselo. No fue siempre así, sin embargo desde que firmara el divorcio, esa sensación de agonía y asfixia vital, se estaban convirtiendo en una constante.
En un mes cumpliría treinta y seis... la edad era un tema que siempre le había puesto nervioso... Suponía que al ir cumpliendo años, se sentiría más confiado, más seguro de sí mismo y podría ser fiel totalmente consigo mismo, aunque estos últimos días, en absoluto sus sentimientos erran así, más bien era como si una jauría de perros rabiosos y enrabietados le estuvieran destrozando por dentro aún después de la cacería. Cada vez más, era como si todos quisieran distanciarse de él... como si sus defectos hubieran aumentado al querer ser mejor persona, padre y esposo. Era como si a todos, a la vez, les hubiera dado por descubrir que era un inútil... y que estaban mucho mejor sin él.
Perdió la vista en la distancia, antes de hundirse del todo.
De pronto, le sorprendió una pequeña niñita, que correteaba de un lado para otro, haciendo como que no se había dado cuenta de la presencia de Rodrigo.
Era rubia y no muy alta. La seguía con el rabillo del ojo, admirando esa inocencia involuntaria típica en lo niños, que él había perdido ya hacía tanto tiempo.
La pequeña tenía una pelota de colores en sus manos y jugaba incansable a botarla y a darle alguna patadita sin fuerza para que no se fuera muy lejos.
Y una mujer pálida que estaba detrás, hablaba con alguien por el móvil, mientras a duras penas arrastraba un carrito de bebé, al que agachándose de vez en cuando hacía cucamonas y gestos graciosos, cargados de amor materno. Ésta, debía ser la madre, o en su defecto, tener algún tipo de parentesco con la niña rubia de la pelota, ya que, aún siendo la una en tamaño adulto, y la otra en tamaño infantil, eran como dos gotas de agua, calcadas exactamente.
En un minuto certificaron que así era, cuando la mayor llamó a la otra para que se personase allí al instante, y la riñó por haberse alejado demasiado.
- ¡Jo, mamá, qué exagerada eres! ¡Si estaba aquí al lado!.
Ante las protestas de la niña, la madre soltó un momento el carrito, para enarcarse y ponerse en jarras, haciendo ppatente su disgusto por que su hija le desobedeciera constantemente.
Parecía que la mujer no se encontraba bien, y estaba un poco destemplada...
Estaban a más de veinticinco grados, y a Rodrigo le dio la impresión como de verle temblar y un poco mareada.
Caballeroso, iba a levantarse presuroso para preguntarle si necesitaba ayuda. Pero, antes de que diera un paso, observó que la mujer se ponía la mano en la boca, y entraba corriendo a trompicones en los aseos de la estación.
Seguirla, le pareció inmiscuirse en demasía. Y, puesto que no le había llamado nadie, cesó en su intención de ir tras ella... Pensó que lo mejor de cuanto podía hacer era vigilar a la pequeña niñita hasta que su madre volviera a salir...
Se dio la vuelta y la buscó por los alrededores.
Le costó dar con la niña.... había dejado su pelota en el andén central... sin embargo ella no estaba por allí...
Algo le dijo que la iba a encontrar si seguía hacia la izquierda, y Rodrigo avanzó rápidamente por la plataforma de acceso al tren, sin saber muy bien si se equivocaba, o no.
Un poco desconcertado, interrumpió el camino, al verse enredado en una neblina incipiente, pero que crecía más y más a medida que iba llegando al final del elevado andén. Hasta entonces, el día había resultado soleado, por eso la situación le desestabilizaba tanto... A pesar de todo, siguió hacia adelante decidido, desoyendo esta vez a la vocecita de su interior que le aconsejaba concluir el progreso.
Al final, Rodri pudo ver entre la niebla, a la niña sentada al borde de la plataforma, lindando con las vías del tren. Daba la impresión como que se estaba dejando caer a las vías.
Dejarle andar por ahí sola no sería lo más seguro y protector, si el hombre quería ejercer con la chavalita de ángel de la guarda.
De repente, se levantó un viento huracanado que impedía a Rodrigo andar normalmente: el hacía lo que podía, pero lamentablemente no era suficiente.
La niña ya estaba en las vías. Y presentía que por esa misma ruta que andaba la pequeña, se acercaba cadenciosamente un tren de mercancías.
Y Rodrigo trataba de avisarla... no paraba de gritarla para que subiera de nuevo al andén y se pusiera fuera de peligro...
- ¡Niña, niña, sube de nuevo al andén! ¡No es ninguna broma, qué viene el tren y te va a pillar!.
Pero, el viento se llevaba sus palabras antes de que pudieran causar ningún efecto, en ningún receptor. Aunque casi sin poder moverse, no entendiendo nada, volvía a intentarlo una y otra vez:
- ¡Niña, niña, estás en peligro. Sal de ahí ahora mismo! ¡¿Qué haces ahí?! ¡Tu balón está arriba!.
(Continuará mañana)
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Fuente del original del relato de Pilar Ana: http://pilaranatolosanaartola.es/textos/
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