Por Pilar Ana Tolosana Artola, paciente de Ataxia de Friedreich, de Vitoria.
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Para recordar la primera parte de este relato, pinchar en: Hierático (Primera parte)
II parte
Finalmente, la traviesilla pequeña se volvió, todavía sentada en los travesaños hacia donde se tambaleaba Rodrigo, y éste entendió por qué la chiquilla había dejado sus juegos para plantarse en medio de la vía:
Entre sus manos sujetaba un pajarito al que se le había roto el ala, y justo se había ido a caer ahí, el desgraciado.
Rodrigo sin querer, empezó a dar todo por zanjado: Quizá sus humildes destinos, el de la desbaratada avecilla, y el de la niñita insulsa y rebelde, eran comunes o muy similares al menos... y los dos morirían en segundos atropellados por un tren, cuya marcha era imparable llegando ya a la estación.
De haberlo podido hacer, habría saltado a la vía y los hubiese salvado a los dos como si fuera un superhéroe de los de los comics. No obstante, se veía impotente e incapaz de lidiar con lo que estaba sucediendo. Los pies de Rodri seguían anclados en el suelo, empujaba al viento en una tarea agónica, y sus brazos casi se juntaban en un aplauso intolerable en la parte posterior... luchaba contra algo sobrenatural, contra algo que tachaba su razón, contra algo increíble para él si no lo hubiese sentido en sus mundanas carnes... todo lo que hacía, resultaría ridículo para alguien que contemplara la escena desde fuera.
Fue de pronto cuando presintió que alguien llegaba por su andén a paso ligero, sin que el viento supusiera ningún obstáculo para ella, como si fuera un rayo de luz entre tanta niebla...
¡¡Y era una muchacha... era una adolescente...!!.
A Rodrigo, desde luego, no le parecía mejor sitio para que una jovencita pasara la tarde, pero ella lo supo hipnotizar cuando llego a su altura y le dijo:
- Hola, mi nombre es Amina, y he venido a salvar a esa niña.
Su melena negro azabache y sus ojos azul cielo, eran sus rasgos más impresionantes, aunque sobre todo, lo que más le había impactado a él era su seguridad al pensar que podía hacer algo por la niña.
Por si no se había fijado, ya el tren estaba demasiado cerca... ya no quedaba tiempo para protegerla... y la pobre chiquilla mitigaba toda exasperación al contrastar su carita de felicidad al haber ayudado a ese desafortunado gorrioncillo, con el dramático final que estaba a punto de acontecer...
Si todo se hubiera desarrollado con normalidad y Rodrigo hubiese podido bajar a tiempo a las vías, todo habría continuado sin ningún problema... todo se hubiera quedado en un susto, sin mayores consecuencias.
Rodrigo miró a la muchacha con aire desconfiado y sin ninguna gana de hablar, preguntándose qué hacía allí esa jovencita engreída, la cual parecía como que al caminar se le hubieran abierto las aguas... Ni siquiera le apetecía decirle que ya no era posible salvar a la niña, y mucho menos presentarse... ¿Qué pretendía la Amina esa?. Con tal parsimoniosa actitud, lo único que había hecho, en su humilde opinión, era demostrar que era una frívola de campeonato.
Pero, muerto de curiosidad, tenía que saber... estaba tan risueña... era como si no le cupiera duda de que todo iba a salir bien...
- ¿Dices que vas a salvar a la niña? ¡Pues no llegamos ya, bonita!.
La imagen de la cara de espanto de la niña le seguiría de por vida... el tren estaba a menos de un metro de la chavalita y su pajarillo en brazos... lo salvaguardaba apretándolo contra el pecho....
E inmediatamente, como un brillante y fulminante rayo, apareció de la nada una hada, que se interpuso entre la niña y el tren.. dio la impresión incluso como que la máquina se paraba por respeto a esta.
El hada desplegó sus alas, y estrechó en ellas tanto a la niñita como al pájaro que llevaba en el pecho. Y, con cuidado, sobrevolando a Rodrigo y a la otra muchacha, se posó en el andén...
Era una criatura maravillosa. El hada mediría, de cuerpo entero ,unos dos metros, y era delicadamente hermosa al batir sus enormes alas que abiertas colegirían tres o cuatro metros cada una, dentelleando al moverse finas estelas en azul turquesa y trazas divertidas en verde magenta.
Al depositar suavemente sobre el suelo tanto a la niña como al pajarillo, su pícara sonrisilla sonó como si fuera un eco disperso por toda la estación, y repiqueteó aún unas cuantas veces en los oídos de Rodrigo, hasta que la joven Amina, tan presuntuosa y tan fuera de lugar como desde un principio le había parecido, se puso justo delante y rápidamente su gesto alegre, se convirtió en una mueca displicente.
- ¡Basta ya. Puedes largarte por donde viniste! le gritó Amina al hada, remarcando un total desprecio hacia la salvadora de las alas.
Entonces, Rodrigo se fijó en que sus ojos, los del hada y los de la muchacha, estaban conectados como por un delgado hilo azul: era fino, pero muy consistente... no obstante, se fue debilitando hasta desaparecer.
El hada no se merecía ese trato, y menos después de haberse transformado en una heroína sobrenatural y haber salvado a la niña y al pájaro de una muerte certificada.
En el rostro de Amina había un descaro perturbador, como de supremacía y superioridad, como si la otra fuera su esclava o algo así...
La veloz criatura buscaba con la mirada a la niña y al pajarillo, pero en cuanto abrió sus esbeltas alas, y ya la pequeña vio que estaban a salvo, huyeron de la mariposa gigante como si fuera una arpía la que les hubiese llevado por los aires.
Un poco alicaída por ello, dio dos pasos hacia adelante, y, como si no le hubiera importado hacer cualquier sacrificio con tal de alejarse de Amina, puso la más buena y la mejor practicada de sus caras, y la hizo un par de reverencias, a cada cual más calculada y ensayada, aunque sin subterfugios para no alargarse más en el tiempo.
No era que tuviera prisa, sólo era que no se sentía cómoda, y después de liquidar el ministerio, quería largarse, habiendo cumplido ya su misión.
Poco después volvería a abrir las alas... las desplegó y observó el cielo soleado ya, sin las pasadas nubes... y subió batiendo éstas, haciendo que así todo lo terrenal se le quedara tan diminuto...
Rodrigo dijo adiós al hada agitando la mano, sin sospechar que sus destinos estaban ligados, y que un día entendería que su papel de ahora, era semejante al que tuvo ella en ese entonces.
El hombre contempló inocentemente su marcha, y fue a girarse para desaparecer de la escena lo más rápido posible, un poco cohibido por lo que acababa de presenciar... fue a girarse, fue a girarse... repito... fue a girarse...
De veras, empezó a voltearse, a querer hacerlo... pero no podía... Ya no había viento, sólo quedaba una brisa insolente, que desmadejaba el pelo conformistamente desenredado de Rodrigo, haciéndole parecer un loco salido del manicomio.
Lo intentaba una vez y otra vez más, hasta la extenuación... sin embargo sus piernas ni se agitaban: Era como si estuviera pegado a un yunque de hierro, y esa sensación extraña de no poder moverse, todavía no había llegado a su punto álgido. Un hormigueo leve, a la par que intenso, fue invadiéndole lentamente de los pies a la cabeza, y para cuando quiso darse cuenta, ya no podía agitar ni brazos, ni manos, ni siquiera el cuello... ¡ni siquiera podía parpadear.
Resultó ser como si le hubieran sumergido en cemento... No podía mover ni un músculo de la cara... Su rostro era inexpresivo... hierático, frío, endurecido... hierático.
Ahí inmóvil en el andén, el pánico de quedare así para siempre, comenzó a invadir lo que quedaba despierto en Rodrigo: su alma y su corazón. Todo lo demás se había ido desvaneciendo, y había sido conquistado poco a poco por una esencia desconocida, como si se tratara de un castillo o un pueblo medievales conquistados por un ejército. No le quedaba otra alternativa que centrarse en que, providencialmente, su cerebro funcionaba, y que por el momento, sus ojos no perdían detalle de lo que estaba sucediendo justo delante de él.
En el último segundo Rodrigo estaba medio girado buscando a la niñita y tenía el cuerpo virado para allá, a pesar de que sus piernas y sus pies seguían inmóviles en dirección hacia la vía.
Ya no le quedaba ninguna duda, era para siempre la nueva estatua de la estación.
- Deja de pensar tanto, que no te hace ningún bien –señaló Amina, haciéndose de nuevo manifiesta en el no muy extenso campo de visión de Rodri.
Hasta se asustó por escucharla de repente. Cuando pudo reaccionar querría haberle preguntado muchas cosas, ya que al parecer tenía mucho que ver con el tema. Luego se percató de que la joven acababa de leerle la mente para haberle dado esa respuesta, y supo a la sazón, que no tendría que articular palabras, ni producir sonidos, para que pudiera entenderlo: verdaderamente lo agradeció, porque comunicarse normalmente, con voz, le era una tarea irrealizable ya.
- ¡¿Y qué es lo que sabes tú de esto?! ¡¿Eres una bruja o algo así?! –farfulló Rodrigo en su mente, rezando para que ella recibiera el mensaje.
Raudamente, después de pasarse la mano por el pelo, le respondió enérgica:
- No exactamente, Rodrigo... Sólo es que algunos de los nuestros, tenemos el poder de transformar en estatua a cualquier ser vivo del mundo a cambio de cuidarlas y protegerlas... Y ya, hasta el día en que se liberan del hechizo, tenéis que reclutar a otro pringao para despertarnos y que os sirvamos como esclavos, o que os hagamos los trabajos más difíciles... Eso es, te había subestimado, lo has entendido sin apenas explicación. Por eso te he captado a ti, porque era la última hora de vida en la tierra de esa estúpida hada, y claro, creo que tú valdrás –dijo Amina mientras se alejaba.
Rodrigo lloriqueaba sin lágrimas en ese sepulcral y extraño silencio en el que se veía sumido. Era una proscrita sensación. Notaba que las gotas saladas recorrían su tez, pero era como si no quisieran existir y se secaban antes de que una tocara a la otra, aunque no era que desaparecieran, era que se estaban grabando en relieve en su rostro hierático.
Dejó de llorar y gritar. Amina ya se había ido, no tenía ya posibilidad alguna de que todo volviera atrás. Ahora sí que estaba totalmente hundido: iba a echar de menos su antigua vida, no solo los primeros cinco minutos en los que todo salió bien, sino en cada una de sus partes. Devoraría, si pudiera, sus trozos buenos, y también los malos, porque en la vida hay que saber reír y llorar para poder llegar a la meta, avanzar hacia un fin que nos hará entender el porqué del camino, correr hacia una libertad que nos hará más sabios y soberanos.
La brisa soplaba ligeramente, y a pesar de que Rodrigo ya no podía sentirla en la cara, no quería olvidarse de cuando ésta le golpeaba suavemente, y le hacía volverse un loco arrepentido por no haber apreciado antes su existencia.
Quizá, Amina no era tan mala después de todo... en el fondo, Rodrigo pensaba que volvería ser como era, que aquello no podía ser otra cosa que una broma pesada.
Enseguida, detrás de la niña, salió su madre con el carrito del bebé. No sabría nunca que su hija mayor había vuelto a nacer hacía unos minutos, que era un milagro que estuviera allí correteando de un lado para otro con el gorrión accidentado en las manos... o quizá la pequeña sí que le había contado algo a su progenitora sobre su experiencia próxima a la muerte, porque ahora parecía más atenta a los devaneos de la chiquilla.
- Coge la pelota y luego vamos al parque, cielo –dijo a la chavalita, mientras separaba una toallita que llevaba en el bolso para envolver y sostener al pajarillo, con el máximo de los cuidados.
La niña se lo cedió confiando plenamente, y corrió a buscar la pelota por el mismo andén en el que Rodrigo continuaba inerte.
Llegó un momento en el que ya no podía verlas alejarse. A hora era una estatua, y no podía voltearse. Estaba muerto en vida. No podía hacer nada de cuanto hacía antes. No era ya la persona que un día fue.
Entonces, la niñita rubia pasó por delante de Rodrigo, sin saber nada de lo que le había ocurrido. Sólo que se le quedó mirando fijamente al impactarle la triste figura de aquel caballero duro como la piedra, el cual no había visto antes ni tan tieso, ni tan rígido y erguido, en aquella estación.
Pasaron unos cinco segundos, y lo reconoció: era aquel hombre sentado que ella había visto al entrar en la estación... y ahora, sorprendentemente, estaba ahí, cubierto de una capa de mármol y piedra caliza, parado, totalmente indefenso... Del todo confusa, no se lo podía explicar.
Y él experimentó como una armonía y un sosiego consigo mismo, a las que jamás había estado acostumbrado. De repente, su vida anterior ya no le parecía tan buena después de todo. Poco a poco, Rodrigo frente a la chiquilla, se fue sintiendo más y más nervioso, como si considerase que esa era su última oportunidad para poder comunicarse con alguien que le hiciera caso.
- ¡Ayuda, ayuda! ¡Ayúdame, por favor, escucha! ¡Eres la única que me puede ayudar, ¿verdad que sí?! ¡Por favor, dime que puedes liberarmeeeeeeeeeeeeeee! ¡Dime que me escuchas! –repetía él varado, desde su cabeza de hormigón, para ver si la niña respondía como lo había hecho antes la joven Amina.
Pensó que sí, que ésta percibía algo, por la curiosidad con la que lo estaba observando, pero era eso solamente... sólo curiosidad, porque lo único que hacía era arrugar el ceño y atusarse suavemente la coleta con los dedos.
Rodrigo volvió a pedirle auxilio varias veces, desde su conciencia, confiando en que, si se concentraba, ella podría oírle:
- ¡Venga, niña, te necesito! ¡Por favor, por favor, ayúdame!.
Parecía realmente desesperado, cuando la niña empezó a botar la pelota a su lado, y Rodrigo se sintió esperanzado por un instante.
Estuvo así un rato, hasta que la pelota reboto en un pie de Rodri y salió contrariada por el andén como si hubiera perdido la chaveta, y la chiquilla detrás claro... como si no hubiera un mañana.
Mientras, él gritaba en silencio como un histérico; viendo que se le cerraban ya todas las puertas, se empleaba por entero en que la niña lo oyera.
Pero no, evidentemente la niña charloteaba animada con su madre, y ni se acordaba de que en el andén había una estatua igualita a un hombre que hacía diez minutos permanecía sentado en un banco de la estación.
Rodrigo estaba desesperado, angustiado, como si el abismo se estuviera abriendo a sus pies. Antes de que se diera cuenta, la chiquilla se había marchado junto con su madre y su hermano.
Pilar Ana Tolosana |
FIN
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Fuente del original del relato de Pilar Ana: http://pilaranatolosanaartola.es/textos/
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