Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich
Voy a editar una serie de 7 capítulos, titulada 'Historias de la obtención de mi permiso de conducir'. Y lo haré en días no consecutivos, puesto que soy el administrador del blog, no la estrella del mismo: Por tanto, habrá artículos de mayor prioridad... o bien respecto a la enfermedad, o bien relatos de otros atáxicos.
Como se dice en el primer capítulo, es un texto reciente sobre unos hechos acaecidos hace más de cuarenta años. Lo cual, me permite mirar hacia atrás totalmente distendido, y narrar en un tono de humor... No hace falta ser demasiado espabilado para darse cuenta de que ese citado humor no existió. Al revés, fueron, para mí, tiempos muy crudos: porque no sabía que estaba enfermo, me creía el colmo de la torpeza, y que todo me salía rematadamente mal, como si el mundo entero conspirara contra mí... porque mi objetivo, aunque modesto, era totalmente imposible: ser igual que los demás.... porque estaba en semidepresión, o saliendo de una dura depresión, que acabó con mi carrera estudiantil... porque era el colmo de la susceptibilidad y, con razón o sin ella, tomaba por burla cualquier mirada, comentario, o sonrisita... y porque no hablaba prácticamente nada, me lo tragaba todo, lo rumiaba en mi cabeza, y lloraba en solitario.
Sin embargo, el humor puesto ahora, al relatar 40 años después, y con la piel curtida por la ataxia, me parece idóneo. Es una jodida lección que aprendemos a la fuerza quienes hemos transitado por procesos progresivos similares. Y que debieran tener en cuenta los mas jóvenes para minimizar sus actuales problemas: Cuando pasado mucho tiempo, miramos hacia atrás aquellos sucesos que, en su momento, nos hundieron, nos causará hilaridad y casi vergüenza habernos dejado hundir por nimiedades, comparadas con nuestra problemática progresiva actual.
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4- (Teórica y prácticas) - HISTORIAS DE LA OBTENCIÓN DE MI CARNET DE CONDUCIR.
Las prácticas de carretera se me daban mal: Me ponía sumamente nervioso. Y lo peor es que algo me pasaba, aunque no supiera explicarlo: Tenía la sensación de que, si algún pequeño imprevisto me sucedía conduciendo a alta velocidad, se iba a ir todo al garete, por no saber, o ser capaz, reaccionar a tiempo
Aún así, las clases eran amenas. Salíamos cuatro alumnos y el profesor, y nos turnábamos al volante. Solíamos parar en los bares a tomar algo. El profesor no nos permitía pagar, y siempre lo jugábamos a los chinos. ¡Claro, él tenía ventaja sobre los otros jugadores (por experiencia)... pero yo también (por cabeza)!.
A los exámenes de teórica nos presentaron juntos a Jandrín y a mí. Ambos aprobamos. A continuación eran los de automóvil. Ahí ya no íbamos los dos: Mientras él sí estaba, a mí no me habían presentado: yo no estaba aún preparado para someterme a esa prueba. Jandrín también aprobó a la primera lo exámenes de coche. Le faltaba el de moto, que era los viernes.
Puesto que en la autoescuela no se daba clase de moto, tras el fin de semana, Jandrín se quedó en el pueblo. Ya iría a Burgos el vienes para el examen de moto.
Yo fui a Burgos el lunes: Mi semana fue horrible. No sólo era la soledad y estar todo el día sin hacer nada, lo peor es que nadie me hizo ni puñetero caso. Fui mañana y tarde, tanto por la oficia como por pista, y nunca había nada para mí... como si yo no existiera. Solamente me dieron media hora de clase. ¿Tenía sentido estar hospedado toda una semana en Burgos para recibir media hora de clase...?
Sin pretenderlo, y sin darnos cuenta, ya que estábamos siempre juntos, Jandrín había ejercido de garantía para que yo fuese respetado. Ahora pintaba mal: Él ya no estaba...
El vienes regresó Jandrín para su examen de moto, y, al menos, me desquité, porque sucedió algo con mucha guasa:
Nos habían informado del cambio de Director Provincial de Trafico, y que la nueva era una mujer. Pues vale... no lo dimos importancia... pues pensábamos que estaría en su despacho, en lugar de ir a hacer revisión al sitio de los exámenes, ubicado entre la plaza de toros y el campo de fútbol, un lugar muy alejado de su oficina en la Dirección Provincial de Tráfico.
Quienes se examinaban y el público expectante siempre nos colocábamos distantes de los examinadores y profesores, como si fuesen dos mundos distintos. Aquel día, iban... venían... discutían... se les veía nerviosos. Lo comentábamos, aunque no sabíamos qué pasaba... puesto que aquello debiera haber comenzado hace más de media hora ya.
Cuando el conductor del microbús de la autoescuela fue a buscar unos papeles al vehículo, le preguntaron qué pasaba.
- ¡Nada -dijo-, que a esa tía puta (por la Directora) no le gustan las piedras, y ha mandado a buscar unos bolinches, de esos que indican obras, a la Dirección de Trafico (medio metro de altos, aparte de un fondo más voluminoso que las piedras).
El resultado fue que Jandrín derribó un bolinche con el posapiés de la Bultaco, y le suspendieron.
Aquello, entre nosotros, era un cachondeo:
- “¡La culpa ha sido de la tía puta! ¡La culpa ha sido de la tía puta”, repetía, con ironía, Jandrín.
Era para partirse de risa... No es que me alegrara... es que él se reía... y tanto él, como yo, sabíamos que no pasaba nada... y lo arreglaría en otro viaje a la semana siguiente.
(Continuará).
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