Por Miguel-A. Cibrián), paciente de Ataxia de Friedreich.
Miguel-A. Cibrián |
Aún hay excompañeros de estudio que me dicen que yo era muy listo, y lo pillaba todo. De ser así, no era un hecho natural, ni significa que mi coeficiente intelectual fuera de superdotado. Sucede que yo siempre iba adelantado a mi tiempo y a los cursos que estudiaba. Esto era así, desde que mi abuelo paterno me enseñó a leer en casa, antes de ir a la escuela...
Por otra parte, estaba mi salud y mis características físicas (niño muy poco desarrollado), totalmente nulas para el deporte: Esto, hacía que utilizara mi intelecto para no ser marginado... Por supuesto que no se me escapaba que ésa puede ser un arma de doble filo, y hay que saber utilizarla: Si vas de sabelotodo y de empollón, te marginarán más todavía... pero si compartes las tareas con los demás compañeros, se las explicas, les consultas, y les ayudas amablemente, sin creerte superior, no te faltaran amigos.
Allí, en un internado, Seminario Diocesano, cada clase tenía su tiempo previo de estudio. Podía estudiarse, o no, lo que a cada cual le diera la gana, pero en riguroso silencio... Yo también vagueaba, como los demás alumnos. Pues sí, fui vago, pero, a la vez, muy constante. Mis tareas, que varios copiaban, siempre estuvieron al día. Algunos compañeros, por el contrario, sólo estudiaban en vísperas de exámenes.
De hecho, aparte de pensar en las musarañas en numerosas ocasiones durante los ratos de estudio, era un gran proveedor de las papeleras: Dibujaba a bolígrafo toda una serie de situaciones y caricaturas... además escribía poemas, cuentos, y relatos. Todo era malísimo... y lo reconocía... tan malo que acababa en el depósito papelero a finales de cada curso... Hasta me motivaban:
- Píntame a Rexach -me decía el compañero de pupitre.
- ¿Y quién es ese Rexach?.
- Un futbolista del Barcelona, muy bueno.
Y, a tamaño folio, y a bolígrafo (tipo plumilla), le pintaba a todo detalle un delantero tirando un penalti, y un portero volando hasta la escuadra.
- ¡No vale. Le ha parado el penalti! Además, tiene que ser en color: Vestido de azulgrana.
- ¡Vete a la mierda!.
- Pues escríbeme un poema de Rexach.
"........ / y Rexach, con su medalla, / si el árbitro se equivoca / nunca chilla, siempre calla...".
- ¿Sólo eso?.
Y salían otras tres estrofas, tan malas como la anterior.
- Oye, tienes que hacerme la lámina que el profesor de dibujo pide para entregar.
- ¿Quéeeeeeee...? ¡Pero si hace un mes que lo mandó...! Ya no me queda tiempo. ¿Qué crees que puedo hacerte en los diez minutos que faltan...?.
- Es igual. Con que me ponga un 5 ya me vale.
- Venga, trae el blok.
- Oye, ¡vaya cabezazo que pegaste en el partido!.
- Calla, bobo. ¡Fue el balón el que me botó en la cabeza!.
(Risas, por supuesto).
Solamente tuve a este azulgrana (machacándome con su forofismo futbolero) los dos primeros cursos como compañero de pupitre. Era orden alfabético de apellidos. En los siguientes cursos, cambiaron de método, y no colocaban de forma aleatoria... pero para las clases, volvía a ser mi compañero de pupitre. Y, mientras llegaba el profesor, volvíamos a armar la juerga:
- Me voy morir el año 2010 -me dijo un día.
- ¡Calla, bobo! ¿Y tú que sabes cuándo vas a morirte? ¿O es que has tenido un mal sueño?.
- No. Yo duermo muy bien.
- Pues... ¿en que te basas?.
- En que me da la gana. ¡¿Qué te apuestas?!.
- Nada... ¡Si te da la gana morirte... allá tú!.
- Yo me apuesto una oreja, como el Van Gohg ése. Si no me muero en ese año, me la cortas.
- Vale, pero yo no arriesgo nada.
- Tienes que redactar el contrato.
- Mañana mismo estará listo para firmar.
- Y hay que ponerle una póliza.
- Vale... también dibujaré una póliza.
- ¡¡Calla, que llega "XXXX" (apodo del profesor de latín)!!
(Al día siguiente, el contrato estaba redactado... con su póliza dibujada... y con ambas firmas al pie del documento).
(Aún sigue vivo).
Mis libros de texto (que forraba al inicio de curso, con intención de no mancharlos) parecían un patatal: No cabía un rasgo más en ellos... todo a bolígrafo, claro: Traducciones simultáneas ente las líneas... apuntes por los márgenes... comentarios descarados del tipo "esto es un rollo patero, que no sirve para nada"... o, "a este autor ni le he leído ni le pienso leer"... o, en historia, "tú no diste más guerra por falta de tiempo"... o "¡que perra tenéis con eso de los conjuntos!, y tu Alipio, como un tonto, les sigues el rollo" (D. Alipio era el profesor de matemáticas... y eso lo escribía con "letra de médico", para que nadie lo entendiera).
Y, por supuesto en los libros de texto incluía dibujos de caricaturas de los profesores (tan malas, que no les reconocía ni yo). Y todas las ilustraciones del libro estaban retocadas a bolígrafo: Entre otras cosas, era experto en poner peluquines a los calvos, y barbas a los barbilampiños, o barbilampiños... Hasta apuntes de las explicaciones del profesor, cuando atendía en clase, y de versos, que me inspiraban las musarañas durante las clases, cuando no atendía.
*****
Pero, psicológicamente, no aguante el ritmo de progresión de mi enfermedad, aunque ni siquiera supiera de la existencia de ella: Era un torpe, muy torpe, que hasta le faltaba desarrollo físico (con pinta de niño), y tenía menos fuerza que un mosquitito... Me derrumbé, y me quitaron de estudiar. El problema, decían, era que yo era muy nervioso (sin comentarios).
Bueno, volví a casa de mi padre (con depresión por diagnóstico). O sea, como en la irónica ley de Murphy cuando dice que la tostada siempre se cae al suelo por el lado de la mermelada, yo también había caído en el peor sitio posible: me faltaban aptitudes físicas para el duro oficio de agricultor. Fue una etapa muy difícil, porque ni yo mismo creía en mí.
Allí, ninguna de mis anteriores estrategias servía de nada. No sólo era mi debilidad, y torpeza... de esto segundo, ahora sé que es debida a la lentitud de reflejos inherente la ataxia... sino también que todo lo hacía mal (y no es que me lo reprocharan... es que realmente todo me salía muy mal). Bueno, también tengo explicación para eso: Andaba permanente con la mente bloqueada... llena de ideas sin solución de continuidad, que agravaban mi lentitud de reflejos. O sea, que, además de torpe era un despistado mayúsculo (que olvidaba la mitad) del que nadie se podía fiar... Y lo peor es que todo estaba aderezado por un coctel de sedantes. O sea, que si a la lentitud de reflejos, y al bloqueo mental, añadimos un efecto sedativo, la fluidez de los reflejos se quedaba en nada.
Estoy seguro de que lo dicho en el último párrafo os suena a atáxicos y familiares. ¿Os suena?.
No culpo a nadie. Me culpaba a mí mismo. Como suele decirse, no hubiera dado un duro por mi persona. Lloraba... me enfadaba conmigo mismo... y me deprimía aún más.
(Continuará mañana).
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