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viernes, 7 de febrero de 2014

La escopeta de caza

Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich, de la provincia de Burgos.

Esta historia me la contó mi difunto abuelo un día que conversamos sobre caza. Tenía más de 90 años (“presumía”, por decirlo así, de ir con el siglo… o sea, ahora tendría 114 años). Respondiendo a mi pregunta sobre si alguna vez había tenido escopeta de caza, me narró lo siguiente:

Era un chaval cuando iba de ayudante de caza con el grupo del tío Lucas. Íbamos a cazar cerca de la Peña de los Ordejones. Teníamos que salir de noche para poder cubrir las dos horas, que caminando, nos separaban. Por el camino iban comentando historias del pueblo, o avatares y cuentos exagerados de caza. Yo, tan jovencito... a escuchar, y callar.

Cuando llegábamos, se cambiaban las tornas: ya era más serio. Apenas se hablaba… solamente lo indispensable. Avanzábamos por manos (fila horizontal). El tío Lucas, como director del grupo, iba en el centro. Era capaz de divisar una liebre encamada a 40 metros de distancia.

Aquel día, en plena batida, el tío Lucas hizo una señal de alto con la mano. Y, llamándome a mí, señalando con el dedo, y dándome su escopeta cargada, me dijo:

- ¿Ves una liebre encamada allí? Toma… échate la escopeta a la cara… avanza… y cuando la liebre salga en carrera, dispara.

En principio, no tenía muy claro que aquello fuera una liebre. Camuflada entre los tonos ocres del barbecho parecía, un montoncito de pajas de cereal de la anterior cosecha deslucidas por el agua de lluvia. Cuando me fui acercado y comprobé que realmente era una liebre, mi nerviosismo estaba al máximo: pensando, temeroso, que se me iba a escapar viva… e iba a quedar como un inútil ante el tío Lucas y demás acompañantes.

Cuando ya estaba a cinco metros de la pieza, el tío Lucas, que me seguía muy de cerca, se puso a gritar:

- ¡¡La liebre… la liebre… la liebre!!

Con total seguridad, pretendía que el animal echara a correr… pero no lo hizo. Tal vez estuviera a medio camino entre gazapo y liebre adulta… y, como tal, por instinto, confió más en su camuflaje que en delatarse huyendo.

Yo continué avanzando… le puse a la liebre el cañón a medio metro… y disparé. A continuación, cogí al sangrante animal por las orejas, y lo hizé, ufano, en señal de haber concluido la aventura con éxito.

- ¡¡So tonto!! –me dijo el tío Lucas, después de quitarme la escopeta, y darme un bofetón-. ¡¡Has hecho trizas a la liebre… y, así, no habrá quién se la cóma!! ¡¿No te dije que te echaras la escopeta a la cara, y dispararas con la liebre en carrera!?.

Nunca más quise saber nada de escopetas.

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