Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich
Miguel-A. Cibrián |
Seguramente, con el paso del tiempo, resulté más entendido y observador que mi padre. Pero eso de hacer tratos, tanto de compras, como de ventas, era un imposible para mí, por mis circunstancias: Cuando los tratantes de ganado me veían con cara de niño y pinta de borracho (disartria, y falta de equilibrio)... ¡ni puto caso! ¡Como si yo no tuviera ni dinero... ni siquiera palabra! ¡Era un imposible total! Hasta algún comprador me trató despectivamente.
A mis 18 años, recién dejado el seminario, un día llegó mi padre a casa con dos terneras, de unos tres meses, de raza frisona, lecheras (lo aquí conocido como pintas... blanquinegras). Y junto con otra ternera, nacida en nuestra explotación) de la misma edad y raza, las llevaron al establo de una vieja casa. Allí, yo era el único encargado.
Puesto que alli no había agua corriente, me las ingenié para llevarlas yo solito, diariamente, al abrevadero municipal. Lo difícil, hablando de estos animales jóvenes, no sólo era llevarlos, peor aún era regresarlos y hacerlos entrar en el establo. Mi truco era poner con una soga una cabezada a una de las terneras... luego, con la puerta cerrada, soltaba sus ataderos de cadenas... posteriormente, abría... Y, llevando la una atada del ramal, las otras iban, y volvían detrás, como inocentes corderitos.
Pasado un año entero, ya preñadas, las pasmos al establo principal.
Historia de las tres novillas:
Muy a pesar nuestro, antes de su primer parto, vendimos una de ellas a un vecino. La venta no hubiera entrado en nuestros planes... pero, a veces, las circunstancias mandan: Mi padre tuvo un grave accidente, y mi madre y yo no podíamos atenderlo todo... y aliviamos trabajo, ante la oferta de un vecino.
La segunda, llegó hasta el segundo parto, pero no pudo parir... el ternero venía atravesado, o enrevesado. No llegó a nacer... El veterinario estaba de viaje, y llegó muy tarde. Cuando llegó, dio al ternero por muerto, pero había que sacarlo... La vaca recibió un trato infernal, cambiándola constantemente de posición. Los vecinos nos ayudábamos unos a otros, y había media docena de hombres para mover y voltear a la vaca sobre su lomo cada vez que el veterinario lo solicitaba...
A la una de la noche, el veterinario pidió que fuéramos a buscar a un colega suyo que, según él, tenía el brazo más largo... Tampoco ése segundo pudo hacer nada, a pesar del duro trabajo de ambos... Ya, a las cuatro de la mañana los veterinarios (que no quisieron cobrar nada, por cierto) tiraron la toalla con estas palabras:
- Se puede llamar a otro veterinario que practica cesáreas, pero esta vaca ya no está en condiciones físicas para aguantar esa clase operaciones quirúrgicas... y además de morírsele, tendrá que pagar la operación quirúrgica y los medicamentos... Lo mejor será que avise a un tratante, y acepte lo poco que le dé por la vaca.
A las diez de la mañana llegó el tratante para llevar la vaca al matadero. En trato fue muy simple: “Le daré “xx” (el equivalente en pesetas a unos 75 euros) por la vaca, pero solamente si es capaz de subir al camión por su propio pie, si no, ni me interesa”... Bajó la rampa del camión... y la vaca subió.
Y, con los ojos llorosos, te quedas mirando, hasta perder de vista al camión, cómo se llevan tu vaca al matadero... recordando aquella ternerilla con la que tantas veces, juntando ambas cabezas habías jugado a "amocharte" (simular una pelea vacuna) Mientras, maldices la dureza de la vida, aunque comprendas que estas cosas son inevitables.
La tercera dio 6 partos. Tras sacarla hasta la última gota de leche, dos veces por día, llegó un momento en que ya no era útil: no quedada preñada. Hubo que engordarla, y vendérsela a un carnicero.
Y también, como dura despedida, te quedas mirando al camión donde se la llevan. Y recuerdas el cariño que le has dado, aunque le gritaste "¡puta!" cuando te metió la pata en el cubo de ordeño... Y, mientras... maldices esas normas inéditas de la rentabilidad... aunque, en el fondo, sabes que no hay más camino que pasar por ellas.
Y sí, cuento esto por algo: Basándose en su presunto amor por los animales, hay unos señores y señoras, llamados animalistas, haciendo y diciendo gilipolleces... sin tener ni prostituta idea del asunto. En realidad se creen que todos los animales pueden, y deben, tener el mismo estatus que su perrita chiuaua, que utilizan como mascota.
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Miguel muy instructivo tu relato. La crudeza de la realidad que pintas con tal maestría mete al que quiera leerte hasta el final en el tema tan ajeno al que vive en cómodo apartamento en la ciudad, ocupándose de la compra en el super de unas verduras, hortalizas y el trozo de carne para un sustancioso puchero. En ese momento nadie piensa en el pobre animalito de Dios! qué contradicción
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