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viernes, 9 de agosto de 2019

7- AUTOBIOGRAFÍA DE UN ATÁXICO (Al echar la vista atrás..., III)

Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.

Notas:
Esto es la autbiografía de un atáxico, como se dice en el titular. No es un trabajo nuevo, sino un cambio desde el formato web, al de blog, buscando la seguridad "de enlaces permanentes". Sin embargo, no ha sido tan fácil el cambio como un copy-paste: He estado dos veces a punto de tirar la toalla.
La redacción nunca fue concebida como autobiografía en sí, sino como serie de artículos individuales. Mi objetivo era decir a los demás atáxicos que la vida con ataxia es difícil, pero no imposible. Y, con el paso del tiempo vemos cómo nos hemos agobiado por cuestiones nimias al lado de nuestras dificultades actuales. Y hasta aprendemos a reírnos de nosotros mismos.
Se podrá apreciar cómo la autobiografía se corta mucho antes de apagarse mi vida. Es cierto: Choqué contra un escollo insalvable: No es ético biografiar acontecimientos en los cuales habría de referir comentarios negativos relativos a terceras personas
.

Enlaces a capítulos de esta autobiografía:
1- Autobiografía (Primera parte). &&&&& 2- La escuela rural. &&&&& 3- Santo Domingo de Silos. &&&&& 4- Segundo fracaso. &&&&& 5- Al volver la vista atrás, (I). &&&&& 6- Al volver la vista atrás, (II). &&&&& 7- Al volver la vista atrás, (III). &&&&& 8- Al volver la vista atrás, (IV). &&&&& 9- Tiempo cero. &&&&& 10- Historias de la obtención de mi carnet de conducir, I. &&&&& 11- Historias de la obtención de mi carnet de conducir, II. &&&&& 12- Historias de la obtención de mi carnet de conducir, III. &&&&& 13- Historias de la obtención de mi carnet de conducir, IV. &&&&& 14- Historias de la obtención de mi carnet de conducir, V. &&&&& 15- Historias de la obtención de mi carnet de conducir, VI. &&&&& 16- Historias de la obtención de mi carnet de conducir, VII. &&&&& 17- Historias de la obtención de mi carnet de conducir, VIII. &&&&& 18- Mi voz disártrica, I. &&&&& 19- Mi voz disártrica, II. &&&&& 20- Mi voz disártrica, III. &&&&& 21- Mi voz disártrica, IV. &&&&& 22- Mi voz disártrica, V. &&&&& 23- Autobiografía (II parte). &&&&& 24- Curanderos y ataxia. &&&& 25- El sexo de los conejos. &&&&& 26- Autobiografía (III parte). &&&&& 27- Autobiografía (IV parte). &&&& 28- Hispano-Ataxia e HispAtaxia. &&&& 29- Autobiografía (V parte).

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7- AUTOBIOGRAFÍA DE UN ATÁXICO (Al echar la vista atrás..., III)

El curso anual quedaba dividido en tres trimestres con tres periodos vacacionales intermedios: Navidad (unos 18 días), Semana Santa (8 a 10 días), y las vacaciones estivales (más amplias). Cualquier vacación esa esperada por nosotros con suma ilusión. Hasta íbamos tachando en la lista (antes citada) y en pequeños calendarios los días transcurridos, y contábamos a la baja los restantes para tan magnos acontecimientos. Cada uno de los tres periodos vacacionales tenía sus particularidades: no sólo en función de las festividades a celebrar, sino también del tiempo de duración. No era igual llevarse a casa una bolsa de ropa para dos semanas, que toda la maleta, incluidos los libros de texto (sin dejar nada) a fin de curso.

Entre las tres vacaciones citadas, aunque no sepa muy bien por qué, me quedo con la ilusión de las navideñas. Tal vez fuera por ser las primeras en el calendario tras el comienzo del nuevo curso... o se deba a la propiedad del tiempo de cortedad de las horas de luz solar la que nos impulsaba a la añoranza de la familia... o simplemente, de forma mimética, se nos metiera en la mente y en la sangre la tradición fomentadora del ambiente familiar de estas festividades. Es posible que hayamos de buscar motivos especiales de ilusión en el conjunto de las tres cosas en lugar de elegir solamente una.


Comenzaban hacia el 20 o 21 de diciembre. Venía a buscarnos algún familiar. Recuerdo la bajada aquel día al centro de la ciudad a buscar la terminal de autobuses y la contemplación asombrados y absortos de las adornaciones públicas y las de los centros comerciales. A mi madre (que casi nunca había estado en la ciudad) tenía que apremiarla para que no se quedara absorta mirando en los escaparates algún abrigo que no hubiéramos tenido dinero suficiente para comprar :-) .

La terminal de autobuses estaba repleta hasta tener que abrirnos paso a empujones, porque todos los centros educativos daban vacaciones a la vez y éramos muchos los estudiantes que vivíamos fuera de la capital. Los autobuses en aquellas fechas siempre estaban llenos... exigiendo la espera de un segundo... o un tercero... y, aún así, medio viaje de pie por insuficiencia de asientos... como sardinas en lata. Y para más, la carretera sin asfaltar estaba llena de baches poniendo a prueba los amortiguadores del coche y nuestro aguante físico casi ilimitado. Y por fin, el no va más de la felicidad: la entrada en el pueblo y el contacto familiar, incluidos hermanos, tíos, y abuelos.

Y no olvido el inconfundible sonido lotero con el que los niños de San Idelfonso por la radio me despertaban la primera mañana mágica de vacaciones: "16.324... 25.000 pesetas".

Y, como anécdota recordar aquí lo que en vacaciones era "el santuario" de visita casi obligada tras nuestra inmediata salida, y previa entrada al Seminario; se trataba de una tiendecita-kiosco para venta de chucherías y cromos para niños. Era "La Antigua" en la plaza del Dr. Albilñana, al lado del instituto femenino Cardenal López de Mendoza, cerca del Seminario. Y puestos a recordar garitos, añado la tómbola de la Cruz Roja que por tales fechas se instalaba en los bajos de un edificio destartalado y sin uso el la plaza del Cid... hoy, ni más ni menos, aquello es "El Teatro Principal", propiedad del Ayuntamiento, situado en un extremo del Espolón, junto al puente San Pablo.

La hora de levantarse era las 7:00. Los domingos nos dejaban una hora más. Yo despertaba automáticamente a dicha hora y nunca pude aprovechar para dormir ese tiempo extra dominical. Algunos de nosotros teníamos una linternita para poder visionar y hojear algún tebeo sin ser observados desde el exterior. Había quien decía usarla para repasar en tiempo de exámenes. Para mí eso era una tontería. Procuraba un trabajo constante. Fiel al dicho al dicho de "quien no pasa, no puede repasar" no aguardaba a últimas horas para agobiarme pasando absurdamente de forma constante y compulsiva las hojas del libro de texto mariposeando sin quedarme fijo en ningún tema. No obstante, ambas prácticas con la linternita, ya fuera de entretenimiento o de estudio, no pasan de ser una estupidez de adolescentes. La mala postura, la deficiente visibilidad, y la nula ventilación, eran motivos suficientes para no merecer la pena hacer aquello. Y si era gravoso y sin sentido, podemos peguntarnos sobre el motivo de hacerlo. No lo sé. ¡A ciertas edades se hacen tantas cosas sin pararse a buscar una razón! El analizar si compensa el provecho esperado con el esfuerzo a realizar es cosa de adultos. ¿Sensatez? No lo creo. Me parece una locura pasarse la vida elucubrando qué merece la pena y qué no. La vida no son fríos datos bancarios sometibles al fenómeno rentabilidad.

Con respecto a levantarme cada mañana mi comportamiento era bastante anómalo en un incipiente paciente de ataxia de Friedreich. Tras el sonido despertador del timbre, saltaba como un botón automático sometido a algún mecanismo, tomaba la toalla y el jabón, y siempre llegaba a los lavabos entre los primeros. A mi vuelta lavado, algunos compañeros aún continuaban vacilantes sobre si dejar las sábanas o aprovechar 30 segundos más. "La diferencia", explicaba, "es que yo no he pensado que tenía que levantarme, y tú aún lo sigues pensando, a mí no me ha atormentado la idea, mientras a ti te sigue atormentando la pereza de abandonar las sábanas... y total, ¡no tienes otro remedio que acabar levantado, como yo!" ;-) .

Habitualmente, salvo hacer nuestra propia cama, no ejercíamos labores domésticas de ninguna especie. Aunque no las viéramos, había unas empleadas para ocuparse de la limpieza. Solamente las veíamos por la mañana hacia las 7:20, cuando bajábamos diariamente del dormitorio a la capilla para oír Misa. Ellas estaban limpiando el anden. Echaban serrín mojado para que barrido y fregado se ejecutaran en una misma pasada.

Al atardecer teníamos a diario el rezo del Rosario. Solamente, abandonábamos tal práctica en días muy concretos cuya tarde íbamos al Seminario de San Jerónimo a visionar algún espectáculo y volvíamos con el tiempo justo a la hora de la cena. Normalmente, está oración la hacíamos en la capilla, aunque muy ocasionalmente se hizo ante las vírgenes del patio y del andén. Pero, hablando de rezos, jamás recuerdo que se hiciera un Víacrucis, como sí se hacía en los pueblos. Aunque tal práctica sí había existido en años anteriores, pues en las paredes de las capillas había estaciones numeradas en dígitos romanos.

Aunque no nos ocupábamos de la limpieza, alguna vez, algunos sí teníamos cargos. En tercero, junto a otros tres, estuve encargado de la portería. La labor consistía en buscar a los alumnos cuyos familiares llegaban a visitarlos. El horario de visitas coincidía con el recreo de después de la comida. Pero teníamos el privilegio de poder ir a menudo por la portería a ver que contaba el Sr. Anastasio (el portero) . Si algún ex-compañero me leyera, esto último le puede chirriar y no saber quién es el tal Anastasio. A tal señor nunca lo conocíamos por su nombre, sino por un apodo... pero me niego a escribir aquí apodos ;-) .

La temperatura era buena. Había calefacción. Salvo dos días por avería de reventones tras nuestro regreso de unas vacaciones navideñas. Hubo continuas heladas afectando a las tuberías calefactoras. Por cierto, en aquella ocasión, la piscina del patio, siempre llena de agua, entonces estaba como un campo de jockey sobre hielo, con una capa helada que aguantaba a una docena de muchachos haciendo piruetas encima. La diversión fue prohibida. Había un peligro evidente de resquebrajamiento del hielo y que el presunto hundido no pudiera sacar la cabeza a la superficie para respirar. Pero vuelvo a la calefacción tras narrar la anécdota de la piscina, la apagaban por la noche para ahorrar gastos, por lo que la primera hora de las mañanas de invierno (por entonces no existía el invento del cambio de hora), viendo amanecer por las ventanas, eran un poco fresquitas. No obstante, no tuve los sabañones de mi estancia en los frailes.

Yo era buen estudiante. Otros alumnos elogiaban mi capacidad de memoria, pero no era del todo cierto como materia de ensalce. Lo que yo tenía era gran constancia siguiendo los estudios al día. Algunos holgazaneaban y luego se pegaban grandes atracones estudiando en vísperas de exámenes. Yo llevaba al día las tareas de traducciones y problemas matemáticos o de física. Generalmente compartía mis trabajos... jamás me negaba a compartirlos ni a explicarlos... era mi forma de ganarme la consideración de los compañeros. Tampoco me mofaba de las deficiencias intelectuales de ninguno de ellos, pues me era fácil comprender que, aunque fueran físicos, yo también tenía mis grandes defectos. Nadie somos perfectos ni culpables de carencias de cualidades independientes de nuestra voluntad. Y no trataba de afearlos, dándomelas de sabiondo, por ejemplo riendo en clase respuesta salidas de tono o levantando abusivamente la mano en señal de saberme las contestaciones... de no haber actuado con prudencia y haber afeado sus carencias intelectuales, me hubiera ganado a pulso la discriminación por mis deficiencias físicas, la cual bajo ningún concepto deseaba.

Si no tenía dificultades en asignaturas donde, además de la aplicación, fueran importantes la memoria y el discernimiento, sí las tenía, en cambio, en las que requerían aptitudes especiales. En música era malísimo... todo un caso... lo siento, "Castañeda" era "mi ogro" ;-) . Y en gimnasia, en el salto de altura sólo pasaba si bajaban el listón a lo mínimo: 1 metro, aproximadamente. Sin embargo, en tales asignaturas eran comprensivos y resultaba muy difícil ser suspendido, salvo que existiera alguna falta de desconsideración con los profesores. Curiosamente, en contra de cuanto pudiera deducirse de mi preataxia, aunque no era ningún artista, me defendía en dibujo y trabajos manuales... otras dos asignaturas sin importancia en las evaluaciones.

La asignatura estrella era el latín. Se llevaba cinco de las seis clases semanales, prime-time, del mejor horario, las 9:00 de la mañana... previsiblemente cuando teníamos la cabeza más fresca ;-) . No deja de ser una incongruencia cuando ya la Iglesia había abandonado el latín como lengua universal y los ritos se hacían en castellano. Sin embargo, como idioma precursor del español, confieso haber aprendido grandes cosas, como vocabulario y construcciones de vocablos y frases. No obstante, las declinaciones del "rosa-rosae", o las conjugaciones de "amo-amas-amare-amavi-amatum", por no citar los verbos irregulares "volo-vis-vult-..." [no-sigo-porque-no-lo-recuerdo] ;-) eran una pasada inútil. No estoy de acuerdo con los detractores de la supresión de tal lengua del estudio bachillerato (o como lo llamen) cuando aducen que ahora la juventud desconoce el pensamiento de los clásicos latinos. ¡Para tal viaje no hacen falta tantas alforjas!: se puede captar en libros traducidos sin necesidad de aprender todo el bagaje de traducción.


Cierto que la juventud estudiantil ha quedado sumamente coja en el aprendizaje de vocabularios, caligrafías, ortografías, construcción de frases, y otros aspectos no gramaticales. Antes, por ejemplo, no te aprobaban sin saber el teorema de Pitágoras de palabra y con los números cantando. Hoy, los estudiantes tiran de calculadora, ordenador, enciclopedia Encarta, Internet, y en plan lorito, copiando y pegando, te hacen una tesis de rechupete de ocho folios cada mes. En fin, este fenómeno se explica bien con una frase humorística circulante por la red: "Lo importante no es saber, sino tener el número de teléfono del que sabe" ;-) .

Por las calificaciones y el bajo nivel económico de mi familia disponía de una beca estatal. Anualmente me reintegraban en su integridad el importe de las citadas 10.000 pesetas de la matrícula.

Algunos alumnos, elegidos entre los más válidos para ello, practicaban con varios pianos. Yo no tenía ni la más mínima cualidad musical "de oído", pero también mis manos hubieran sido extremadamente lentas para "aporrear"un piano. Además, había un coro, escogido ente las mejores voces, el cual cantaba las estrofas, dejando los estribillos como cuestión de todos. El conjunto de canciones religiosas utilizadas era amplio y de lo más moderno en aquellos tiempos. Casi al azar, anoto "Juntos como hermanos", "Madre, óyeme, / mi plegaria es un grito en la noche", y "Junto a ti al caer de la tarde". Muy esporádicamente también teníamos en el repertorio otras antiguas y en latín: "Salve regina, mater misericordiae", "Pange lingua gloriosi, / corporis mysterium", o "Tantum ergo Sacramentum, / veneremur cernui". Más o menos, sabía la traducción ;-) . Por supuesto que mis cabellos se erizaban cantando estas cosas todos juntos. Si ello era signo de religión, yo la sentía... si era ingenuidad, no voy a negarlo... si era ñoñería... yo sería un ñoño. Pero, ¿lo era de vocación? No lo creo.

Por cierto, tenía una libreta dónde anotaba canciones profanas. Y, aunque la inmensa mayoría me resbalara, parecido sentimiento me producía recordar a Miguel Ríos en "Escucha, hermano la canción de la alegría / el canto alegre del que espera un nuevo día. / Ven, canta, sueña cantando...", o a Victor Manuel en "Van subiendo los mozos / con los corderos al hombro. / Sube la gente contenta / a la fiesta del patrono".

Estoy en total desacuerdo con quienes critican la entrada de las guitarras en las iglesias. Un rito eclesial es algo de sentimiento, no un espectáculo musical. Bien vale, lo mío puede ser "un berreo en una berrea de ciervos"... lo admito. Pero prefiero "berrear" a estar callado escuchando "músicas celestiales". Prefiero "... me has mirado a los ojos / sonriendo has dicho mi nombre", a Bach, a Mozart, y Haendel con su "aleluya". Al igual que paso de los Beatles o los Rollings Stones (porque no sé lo que dicen). Ahora mismo, a bote pronto, se me ocurre tararear en mi mente: "Yo soy rebelde porque el mundo me hizo así, / porque nadie me ha tratado con amor", o "Ay, amor de hombre / que estás haciéndome llorar / una vez más". Creo que soy bastante carroza ;-) .¡Ah!, sí, rubrico lo que he dicho, si volviendo al anterior párrafo, y aún sabiendo que mi afirmación es una incorrección en toda regla, afirmo que a mí no me decía nada la VI sinfonía de Beethoven si detrás no hubiera venido Miguel Ríos a poner una letra que, en conjunto con la música, me pusiera piel de gallina. Y otro tanto de lo mismo me pasaría con el "avemaría" de Schubert sin una letra, para mí comprensible, añadida a la composición.

Cuando se está interno en esta clase de centros, la libertad consiste en que o se acatan todas sus normas, o se puede optar por marcharse. Bajo ningún concepto en aquel tiempo hubiera protestado ni discutido los preceptos impuestos por la dirección, ni sus criterios. No obstante visto desde mi hoy y teniendo en cuenta la conducta observada, me parece sumamente ridícula aquella costumbre de los ejercicios espirituales. Tal vez esta práctica pudiera tener sentido en unos adultos con convicciones religiosas bien asentadas, pero era totalmente absurda en unos adolescentes sin edad para meterse en berenjenales de pensamientos de calado espiritual. Las continuas charlas religiosas concentradas en un día era como intentar llenar de agua un vaso que ya está lleno... inútil... todo el líquido rebasaría por sus bordes... así, aquella insistente pesadez solamente conducía a un soberano aburrimiento. El silencio impuesto en tales ejercicios... de la capilla a la sala de estudio a meditar, y viceversa... era incumplible, y sólo callábamos mientras éramos vigilados. E ir a la sala de estudio, presuntamente a meditar o a releer libros religiosos no funcionaba... unos releían a escondidas sus tebeos y novelas, y los menos atrevidos mirábamos a las musarañas.

Las dos máximas festividades eran: San José, día del Seminario, y "El Reservado" (ignoro el sistema de cálculo para ubicar tal fiesta en el calendario). El Reservado era como una exaltación y exposición permanente del Santísimo Sacramento. A nuestro ojos de chavales, cualquier excusa para tener una fiesta, librar de clases, abrirse todas las puertas del Seminario para nuestros familiares, y darnos un pastel al final la comida, era excelente. Hoy, sin necesidad de tener que cuestionar absolutamente nada de la fe católica, me cuesta hallar explicación a dicha festividad. Si el Santísimo Sacramento estaba expuesto de forma permanente en el sagrario, ¿qué sentido tenía hacer una exposición especial? Me parece rizar el rizo.

No teníamos acceso a la prensa solamente dejaban en nuestras salas de juegos periódicos estrictamente deportivos: Marca y As. Tampoco teníamos el más mínimo acceso a la radio, aunque uno de los superiores, aficionado, "patrullara" vigilándonos por andenes y comedores con su transistor en la mano y su audífono a la oreja escuchando el "carrusel deportivo" dominical atento a los goles de los encuentros ligueros. De televisión solamente veíamos alguna película muy selecta los domingos que llovía y no podíamos salir de paseo, y algún partido de Copa de Europa. Había un salón de actos, con sillas plegables de madera, que estaba muy desaprovechado. Todo su bagaje era una sesión de teatro (interpretada por los propios alumnos) en vísperas de las vacaciones navideñas, y una película vieja tipo "vida de Jesús". Más partido le sacaban al salón de actos del Seminario Mayor de San Jerónimo donde podíamos ir a ver unas cuatro películas al año (recuerdo, por ejemplo, "La cabaña del tío Tom" y la recién oscarizada "Mary Popins"), así como un par de sesiones de teatro (ejemplo, "Las sandalias del pescador" que por entonces el argumento era o acababa de ser rodado en cine).

No había problemas para obtener permiso para salir de Seminario durante las clases para cuestiones concretas siempre que la causa estuviera justificada, como ir al médico, o a comprar unos zapatos, por ejemplo. La norma era que te asignaran al azar otro alumno para que te acompañara y saliéramos, al menos, de dos en dos. Si los encargos no requerían nuestra presencia, se los mandábamos al Sr. Martín (adjunto en la portería, recuerdo que en una ocasión me llevó a pegar las gafas, partidas por la mitad). Otra persona adjunta a la portería era el Sr. Jacinto (encargado de vaciar las papeleras).

En medio de las vacaciones del verano volvíamos al Seminario para una reunión de un par de días. Lo cual significaba una lata para la mayoría de las familias que perdían nuestra aportación a las labores agrícolas de la recolección. Incluso a mí me fastidiaba un poco, pues en verano desconectaba totalmente de las prácticas religiosas, y no me quedaba tiempo para misas ni rosarios. Incluso los domingos, aunque asistiéramos a una Misa rápida por cumplir el precepto eclesiástico dominical, eran días de trabajo, autorizado por dichas normas preceptivas con motivo de la recolección de la cosecha agrícola. De todas formas, era alegre y hermoso hallarse junto a los compañeros. Durante las vacaciones veraniegas se nos enviaba a casa por correo hojas informativas llamadas "La Diáspora".

Cuarto y quinto era un importante paso hacia adelante en nuestro escalafón de seminaristas. Pasábamos a residir en el ala opuesta del edificio. Nuestros dormitorios estaban dotados de "camarillas": cubículos independientes sin puerta y sin techo. El patio y las salas de juegos nos quedaban más holgados. El comedor ya no era de bancos corridos, si no que teníamos silla cada uno en mesas para 6 alumnos. Incluso cambiábamos a una capilla más moderna, menos clásica. Los cursos, en cuanto al número de alumnos, no eran tan amplios... siempre se incorporaba gente nueva, pero era muy superior la cantidad de quienes habían abandonado en años precedentes, bien por propia voluntad o por descartes de la dirección del Centro. En fin, por nuestra edad, ya éramos más responsables, pero, por lo demás, en cuanto a las normas disciplinarias no cambiaba nada.

En ocasiones se expulsaba del Centro a algún alumno, o a grupitos de alumnos. Pero no se nos solía dar una explicación oficial, o si se nos daba, era bastante descafeinada dejándonos el sabor de no haber entendido ni la mitad. Teníamos que enterarnos por comentarios con otros alumnos sobre el fondo del suceso. También se expulsó a profesores seglares por no aceptar las normas de Centro. Recuerdo que estando en tercero, como alumno aventajado, un profesor de matemáticas en vísperas de clases me telefoneó dos veces para que pusiera a los compañeros ciertos problemas matemáticos numerados en el libro de texto, ya que él no podía asistir a clase. Cerrábamos la puerta, y pedíamos hablar en voz baja... o de oír ruidos extraños, hubiera entrado a la clase el rector... y hacíamos los problemas en la pizarra para que los copiase quien quisiera. Al tercer día nos fue presentado por parte del rector un nuevo profesor de matemáticas. Ésa fue toda explicación.. Ninguna. ¿Dimitió... lo echaron? No lo sé. En nuestros comentarios se decía que este señor era de ideología anticlerical. ¿Pero por qué con tal ideología había aceptado un empleo como profesor en un colegio religioso?.

Mención aparte, por lo aparatoso del caso, merece la expulsión de un profesor de la asignatura de física, de tercero, cuando yo ya estaba en cuarto. La explicación oficial, como siempre, fue corta. Aparte de hiriente y poco respetuosa con las normas y con la dirección de Centro, era sumamente jocosa. Al parecer este señor les decía a los alumnos, refiriéndose a la dirección, lindezas de este calibre: "¡Estos curas son tontos... los que yo conozco de verdad... sí que saben dónde están las casas putas!". De los comentarios entre nosotros podía extraerse que ésa era únicamente la guinda del pastel, pero, además de ésa, existía gran cantidad de infracciones... había una serie de faltas graves independientes pero salidas a la luz en cadena, de tal magnitud que, junto al profesor, acabaron en la calle cuatro alumnos.


Todos sabíamos de la existencia de normas intransigentes en el Centro. Pillar a alguien en una falta de corte sexual, ya fuera de obra, o de palabra, o que le pillaran con una revista porno, o un calendario con chica en topless, podía suponer su puesta irremisible de patitas en la calle. Tal severa disciplina pudiera llevar a los ajenos a este tinglado a juzgarnos a los alumnos erróneamente. No, no éramos adolescentes apocados y cabizbajos que se pasaban la vida en la capilla mascullando oraciones. Éramos totalmente normales... como cualquier otro adolescente de nuestra edad... a veces rebeldes... a veces sumisos por obligación... a veces aplicados... a veces holgazanes. En el fondo no creo que ninguno de nosotros renunciara a la sexualidad y dejaran de escapársele los ojos tras alguna jovencita de su pueblo.

De hecho, siguiendo con la normalidad, como cualquier otro adolescente de la época, usábamos la ropa de moda acomodada a nuestros escasos recursos familiares. Recuerdo aquellas gabardinas (hasta media pantorrilla) llamada "midi", y los más atrevidos incluso la "maxi" (hasta los tobillos)... y volvíamos al Seminario, tras las vacaciones navideñas, con el pelo sin cortar y tarareando la canción de "Los Diablos" de 1970: "Sha, la, la, la. Oh, oh, oh. Un rayo de sol...".. el resto de la letra se omitía... pues le hubiera sonado casi a "apología del terrorismo", o eso creíamos, a la dirección del Centro ;-) . Es decir, una cosa es que se acaten unas normas y uno se reprima bajo su responsabilidad de saber que se juega todas sus posibilidades de recibir unos estudios, y otra que un joven de 15 o 16 años lleve la represión en sus ideales... porque a esa edad ni siquiera tiene claro cuáles son tales ideales ni hasta dónde llegan. Ni por asomo, puedo imaginar que a esos años alguien de los ex-compañeros ya tuviera ya decidido su futuro dentro de la vida sacerdotal.

Lo más parecido a un chiste verde que en el Seminario pudiera haberse escuchado, hasta habría pasado la censura en un convento de monjas de clausura. Recuerdo un año haber compartido mesa de seis en el comedor con chicos de un curso mayor al mío. Pues bien, uno de ellos había tenido un desliz de la lengua en clase. Había sido una tontería de esas saltadas sin la más mínima premeditación. Fue en una clase de Historia dada por un profesor cura que había vivido varios años en Roma, en el Vaticano. La lección iba sobre la reunificación de Italia, y hablaban de Garibaldi. Creo que el profesor no midió lo que podía pasar y les dijo: "Si vais a Roma, no se os ocurra ir por la plaza de Garibaldi". Los alumnos inmediatamente pensaron que se tratara de un lugar de exposición de prostitutas. Y trataron de tirarle de la lengua preguntándole el porqué... pero el profesor se hizo el tonto como si no hubiera oído las preguntas. Y, tras un silencio, este chico respondió en voz alta: "¡No vayáis, porque os capan!". La carcajada de los demás alumnos fue mayúscula. Así que, como si no supiera qué, hubo de decir para salir del bache: "Pero a ver, ¿qué he dicho?". Lo cual aumentó la juerga aún más. En el comedor nos aseguraba no sabe qué era capar. Ni él mismo podría creerse tal aseveración. Era imposible que un joven de 16 años, de los listillos, que iba de líder, no supiera el significado del vocablo capar ;-) . También en el Centro hubieran sido intransigentes con cualquier delito contra la propiedad. De echo, nuestros armarios carecían de llaves, pero jamás nadie se quejó de que le hubiesen robado nada.

Fumar también estaba prohibido, sin embargo, a diferencia de las faltas citadas anteriormente, ese vicio no estaba tan satanizado. Incluso uno de los superiores era un gran fumador. Y a partir de 6º curso, ya en el Seminario Mayor de San Jerónimo, los seminaristas podrían fumar a libre voluntad. Más bien creo que nuestra edad fuese aún considerada prematura para la toma de esta clase de decisiones de ser o no fumador, y tampoco fuera adecuada para asumir la responsabilidad de usar un elemento de fuego poniendo en peligro la integridad del edificio y de sus moradores. Nunca vi que allí se fumara, pero no me cabe en la cabeza que ninguno de nosotros hubiera dejado de hacerlo de forma ocasional durante las vacaciones. Yo incluso tengo una foto en blanco y negro de unas vacaciones navideñas (hay nieve) a la puerta de casa con un cigarrillo en la mano. Hoy, no fumador, y como enfermo sintiendo molestias a causa de los humos, eso de fumar me parece la pescadilla que se muerde la cola. Se me podrá aducir la libertad de cada uno a fumar o no fumar. Y sí, bien. Pero, visto desde ese mismo punto, ¿se puede ser libre para tomar otro pitillo ante el mono creado por la adicción al tabaco?. ¿Y la libertad del fumador pasivo qué?.

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