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jueves, 29 de mayo de 2014

La escuela rural (tercera y última parte)

Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.

Nota: Aprovecharé el hecho de insertar unas fotos en mi autobiografía, para colgar aquí un capítulo de la misma: 'La escuela rural', que dividiré en tres partes... para emitir en días consecutivos, salvo que haya noticias de la enfermedad que no admitan dilación.

Para recordar los capítulos anteriores: La escuela rural (primera parte) ... y La escuela rural (segunda parte).

- Tercera parte -

Nuestros juegos, dependiendo de las edades, eran infantiles y requerían mucha movilidad. a "A los indios": era deambular con manojo de palitos que se arrojaban a los demás a modo de flechas. ¡Y muerto a quien le golpeara un palito! Pistoleros (infalibles además) que ponían la bala donde ponían el ojo, y mataban a todo aquel que sacara la cabeza de la trinchera: "Andrés. ¡Pas! Muerto". "No vale. ¡No me has visto!". ¡Vaya, follón al canto!. A veces era más serio, y la munición piedras de verdad, aunque siguiera siendo juego. Aún tengo en la cabeza la cicatriz de una herida hecha por una pedrada que me pegó Fernando en su corral mientras jugábamos a la guerra parapetados en unas jaulas de conejos. ¡A veces se daba en el blanco!.... "A caballos". Se corría por parejas. El jinete "cabalgaba", por su propio pie, agarrado a la trasera del jersey del caballo. "¡Ya está bien, hombre, ahora te toca a ti hacer de caballo!". "A matar"... que no era matar a nadie, sino un juego de puntería basado en golpear con tu tejilla la de tu compañero contrincante.

"Las cartas"... (que no era de escritura). Sino de sacar de un cuadrado, golpéandolos a distancia con un trozo redondeado de suela de zapato (soleta), los cartones de cajas de cerillas. Por cierto, como monaguillo, llegué a jugar a las cartas en la sacristía mientras el cura estaba en el confesonario. Era normal que todos los niños lleváramos en el bolsillo de forma permanente la (nuestra) soleta y un puñado de cartas... que se ganaban, o se perdían, en el juego.

Entre los deportes, estaba el fútbol. Recuérdese, por aquel tiempo, la final de la Eurocopa: (1964). España- Unión Soviética. 2-1. Goles de Amancio, y Marcelino. En tiempos cercanos al horario escolar se jugaba en la calle entre el jardín de la escuela, y el teleclub y sus jardines. El balón era de goma. Siempre estaba pinchado. No se arreglaba. ¿Para qué? ¡Si no hacía ninguna falta que tuviera aire! Lejos del horario escolar se jugaba en las eras. Había buenos campos, de verde césped, pero las porterías las marcaban dos piedras. Siempre surgía la discusión de si fue gol, o el tiro iba demasiado alto. Nada grave, puesto que no había nada en juego. ¡El ganar no era importante!.

Aquí, en las eras, se usaban balones más sofisticados. Recuerdo que tuve un balón de cuero a medias con Andrés. Nos lo dio Orbea por rellenar un álbum de cromos de Bonanza (serie televisiva) que venían en sus pastillas de chocolate. O sea, nada de regalo. Tras volver de jugar, pegaba al balón un puntapié y lo mandaba al pajar, su sitio de guardado. Para suavizar el cuero, lo untábamos con manteca. Tal vez por eso, le hicieron los ratones un agujero casi del tamaño de una moneda.

También tenía suma importancia el juego de pelota. En cierta forma, más aún que el fútbol. Hoy equivaldría, más o menos, a lo que se ha dado en llamar pelota vasca. La única diferencia es que no existía pared lateral. Por frontón se utilizaba la pared de la torre del campanario de la iglesia. Aquí, a veces, jugaban, por parejas, chicos que ya habían pasado de la edad escolar, incluso ya casados. Y se formaba verdaderos espectáculos de partidas a 22 tantos, revanchas y contrarevanchas.

Si jugando al fútbol siempre fui malo, esto de la pelota era la caraba para un incipiente atáxico. Mejor dejarlo por imposible. ¿Golpear con la mano una diminuta pelota en movimiento? ¡Si al menos hubiera tenido el tamaño de un balón de fútbol!.

A veces queríamos emular los juegos de los hombres casados los domingos en la plaza: la tuta (tusa, o tarusa), y la chana. Si cada uno tiene un reglamento distinto, una característica común sería que ambos son juegos de puntería. A la tuta se tira con doblones circulares de metal a un palito. La chana parece un juego más ancestral, y se tira con piedras redondeadas de forma cilíndrica (cantos rodados escogidos) a cuernos vaca, o de buey. No hace falta decir lo que yo y mi incipiente ataxia pintábamos en estos juegos. Si me correspondía el turno de tirada, por si acaso, todos se apartaban. ¡Más les valía!.

Tuve muchos compañeros en mi etapa escolar. Sin embargo, algunos lo fueron durante tan poco tiempo que apenas me quedad recuerdos de ellos. A bastantes les he perdido la pista por completo, e ignoro que ha sido de sus vidas. A la mitad ni siquiera la reconozco en viejas fotografias. Se suman varia circunstancias para que así sea: Unos acaban el ciclo escolar a poco de empezarlo yo , por ejemplo. Por otra parte, está que el incremento de requerimiento de mano de obra en la ciudad, hacía que anualmente se fueran del pueblo familias enteras en busca de futuros mejores. Este fenómeno resulto brutal. De haber dos maestros y 70 alumnos entre niños y niñas, 20 años después, los alumnos del pueblo (que iban en autobús a un colegio de Villadiego), ya podían contarse con los dedos de las manos. Aún así, es necesario hacer constar que los mayores índices de emigración correspondieron a la primera mitad de la década de los años 60. Lo cual, curiosamente, coincide con mi tiempo pasado en la escuela rural. Finalmente, habría otro dato a tener en cuenta. Es que un altísimo porcentaje de alumnos no terminábamos el ciclo escolar, sino que nos íbamos con los frailes en busca de una educación que mejorara la calidad de vida de nuestros padres. Esa era a realidad, y no una pretendida vocación.


"El de la corbata es el maestro, D. Arsenio (ya fallecido). A su lado José (muy corpulento... luego emigró a Alemania a trabajar... sólo le he visto en una ocasión) Yo soy el auto-marcado (para que me halléis) con un asterisco entre las zapatillas. Esta foto, dicen, la realizaron  unos frailes salesianos, que se llevaron a cinco compañeros aquel año. No sé exactamente de cuando es la foto (1963 o 64). La fotografía está tomada a la puerta de la iglesia".

Por lo dicho el párrafo anterior y porque la afinidad siempre nos acerca más es normal que recuerde con un énfasis especial a los llamados quintos (nacidos en el mismo año que uno mismo), y/o a los de año arriba o año abajo.

Poco recuerdo de esa época escolar, como ya he dicho. Fui un niño bastante acomplejado y marginado. El motivo era mi poca estatura y escaso desarrollo físico. Eso me marcó profundamente. La infancia no es la mejor época para aceptar las desigualdades del otro. Siempre tenía que jugar con niños inferiores a mi edad. No pocas veces tuve que escuchar cuando surgían discusiones, dicho con desprecio y como sentencia final para acallar la disputa: "¡Cállate, que no vales ni lo que costo bautizarte!". ¿Y qué se puede hacer ante esto? Nada. Retirarte, humillado.

Si algunos niños se dedicaban a incordiar a las niñas, vecinas de escuela, yo no me solía meter en su terreno. Más de lo mismo. Si había peleas verbales contra el grupo de niños, donde, curiosamente, yo sólo había estado a ver, oír, y callar, como el más débil, acaba llevándome los insultos. ¡Pues, anda, que, dicho con sorna, o sin sorna, no tienen las féminas la lengua afilada, ni nada!. Por lo demás es como si los niños tuviéramos derecho de paso por su territorio hasta doblar la esquina. Y pasábamos, sí... pegados a la acera... a toda velocidad, aún a riesgo de atropellarlas. Cosa distinta era, por ejemplo, meterse a saltar en su soga y/o buscar descaradamente la pelea. Especialistas había. ¡Eso, yo no!.

En cambio, y en sentido contrario, si pasábamos a la clase de la niñas a realizar actividades conjuntas, era el mimado y protegido de la maestra. Y es que era como un muñequito de cera con cara de niño bueno... aunque no lo fuera tanto. La misma cara que ahora me ha quedado de tonto, muy tonto... sin serlo tampoco tanto... Con la maestra me encontré en 1992. Ni yo la hubiera reconocido a ella, ni ella a mí. Pero iba con mi padre, a quien sí conoce. De todas formas, una silla de ruedas es muy llamativo... y ya había oído ella que yo la utilizaba.

Un curso tuve por compañero de pupitre a Honorino. Por entonces comenzaban a gustarnos las niñas. Y Honorino me daba la lata diariamente con un calendario. No se interprete a la ligera. El calendario no era erótico. Era un calendario de propaganda comercial, de la casa UFAC, con una niña dando leche artificial a unos terneros. El problema es que Honorino había puesto a la niña el nombre de una vecinita.

Aquel mismo curso fui a Villahizán de Treviño para un examen de obtención del certificado de escolaridad. Fuimos cuatro, acompañados por ambos maestros: dos chicas y dos chicos: Lourdes, Primitiva, Honorino, y yo. Los tres eran mayores. Yo llevaba instrucciones de mentir si los inspectores me preguntaban por mi edad.

Al curso siguiente, Honorino estuvo con unos frailes capuchinos, en Pamplona. Lo más probable parece ser que yo intentara irme con él, pero el fraile no me aceptase. Y es que yo me ofrecía a irme con todos los frailes que pasaban por la escuela buscando niños. Siempre escuchaba lo mismo. Al verme tan diminuto, me decían: "¡Oh, niño, tú eres muy pequeño aún. Ya volveré al próximo año por aquí!".

Honorino me escribió una carta de amistad desde Pamplona. No estaba muy contento entre los frailes. Probablemente fuera demasiado trasto para someterse a la disciplina de un internado. Duró solamente un año con los frailes. Su familia, entretanto, había emigrado a Portugalete (Vizcaya). Por ello, no volví a verlo de nuevo hasta pasados 7 u 8 años.

Por fin, un día, me aceptó un fraile. Mi siguiente curso, 1965-1966, sería con los frailes benedictinos de Santo Domingo de Silos.

(FIN).

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