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martes, 6 de mayo de 2014

La historia de un pensamiento (primera parte)

Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Carmen Ramos Añón, paciente de Ataxia de Friedreich, de Sevilla.

Nota del administrador del blog: Esta narración de Carmen ha sido dividida en dos partes... que serán editadas en días consecutivos... a no ser que entre ambas ediciones surgieran asuntos noticiables de interés prioritario para nuestro colectivo atáxico.

Carmen Ramos Añón
I parte

Desde hacía tiempo no era ella. Hace más o menos un mes, algo cambió... aunque no identificaba muy bien el qué, ni por qué. ¿Qué se había apoderado de ella? ¿La apatía? ¿Quizás el miedo? ¿Negación de lo evidente? O, quizás, que estaba más concienciada que nunca de que su vida era… diferente. Ella tenía demasiadas diferencias con el resto del mundo, aparte de su fiel compañera, eso lo sabía bien... pero igualmente sabía que ser diferente no era malo. Y lo sabía de verdad, no porque alguien se lo hubiera repetido insaciables veces, no: ella lo sabía: Se trata de estas certezas que definen tu forma de ser... de esas cosas que hacen que te brillen los ojos y te tiemble la voz cuando alguien asegura lo contrario... de esas convicciones que sólo se ganan con la experiencia. Tenía comprobado que la gente diferente era menos aburrida. ¿Qué había pasado? ¿Lo había olvidado acaso?.

La frase de su psicólogo resonaba en su mente: “Está demostrado que los pequeños acontecimientos diarios son mayor fuente de estrés que un gran suceso”. Se lo había repetido varias veces. Eso ya lo sabía ella, no se le había muerto nadie. Pero, ¿por qué ahora? No se había sumado ningún factor nuevo a su vida... ningún hecho físico... sólo un estado anímico que le impedía sacar partido a su tiempo. Nadie sabía cuan cerca estaba de tirar la toalla. Mejor dicho: las toallas. Llevaba varias al cuello.

Estaba sentada en la cama, pensando, a veces en voz alta. Miró a su amiga, negra como el azabache y de sinuosas curvas, que aguardaba a su lado sobre la alfombra verde que se extendía a los pies de la cama. “Quizás sea eso”, dijo, observándola, como esperando respuesta. Pero ni siquiera ella era tan estúpida para eso. A veces jugaba a que realmente era su amiga, o más que eso: una extensión de sí misma. Su apariencia, su color, su peso, sus formas… de alguna manera definían su personalidad... siempre estaba a su lado, mientras dormía, comía, estudiaba, o pensaba. A veces jugaba a que entendía cómo se sentía. Pero esperar respuesta de una silla de ruedas era demasiado fantasioso, incluso para una mente tan imaginativa como la suya. No obstante no abandonó su teoría.

Quizás fuera eso, que llevaba demasiadas toallas encima. Empezó a contar: su carrera, su hermano, su rehabilitación física, la psicológica, su madre, su padre, su degeneración, sus abuelos, su proyecto para una asociación, su proyecto para otra… alguna más había, pero se cansó de contar. Eran de materiales distintos y algunas pesaban más que otras. Había conocido a mucha más gente con su enfermedad, pero no con tantas toallas. Y si… ¿tiraba alguna?.

- ¿Cómo se te ocurre? –preguntó una voz en su cabeza en cuanto se planteó la pregunta. Estaba indignada, casi dolida.

- No… bueno… Sólo era una idea –se excusó de inmediato.

No convenía hacer enfadar a esa vocecita orgullosa, de sobra lo sabía. Nunca lo había pasado peor que cuando se enfadaba consigo misma... era incluso peor que vomitar, la sensación que ella más odiaba en el mundo entero. Aquellos genes norteños tenían mucho temperamento.

- Una mala idea -puntualizó. Si hubiera sido una persona podría haber visto su rostro con los ojos entrecerrados y las aletas de la nariz distendidas.

¿Mala? No estaba segura. Es verdad que todas esas tareas las había aceptado por decisión propia, nadie la obligaba a tomarlas. Y nadie la obligaba a continuar. Detuvo el curso de sus pensamientos momentáneamente, pues esperaba que su voz interior se manifestara indignada, pero no lo hizo. Parecía haberse esfumado, de modo que siguió pensando. No podía evitar la sensación de que hacía aquello por obligación, para no decepcionar a alguien, o para demostrar a alguien que ella podía hacerlo igual que cualquiera, y dejar constancia de su valía. Pero estaba empezando a dudar de que ella pudiera, y de que ella valiera… ¿Cuánto hacía desde la última vez que perdía el tiempo en cosas placenteras? No leyendo libros de su hermano pequeño, tirada en la cama, delante de la tele, o en cualquier cosa sin emoción. Ella se refería a dedicar tiempo a sus hobby, como hacer pulseras de hilo. ¿Cuánto tiempo hacía que no dibujaba?.

- Demasiado -su voz interior contestó por ella con profunda pena. De modo que no se había esfumado-. Nadie te obliga muchacha, no lo hagas tu misma.

"Muchacha": Saboreó la palabra. Estaba claro que no era una niña, aunque tampoco tenía edad para ser una mujer. Sin embargo, todo el mundo le decía que era lo suficientemente lista y madura para comportarse como si lo fuera. ¿Acaso se obligaba a si misma? ¿Quería demostrarse algo? No, era absurdo. Se conocía demasiado bien como para autoengañarse. Había aceptado aquello… por placer. No todo, claro está: no podía elegir sus condiciones. No podía detener su degeneración a su antojo, igual que no podría hacerla avanzar más rápido... pero sí podía actuar en consecuencia. Le gustaba dibujar, pero igualmente le gustaba su carrera, le gustaba el deporte, sus amigos…

- Y si te gusta ¿por qué no sigues haciéndolo?.

No se refería a abandonar, o no... se refería a ese mes que llevaba como muerta en vida.... a por qué había parado. La conciencia esperó a que siguiera el discurso, pero nada ocurrió. Era evidente que no lo sabía.

Te exiges demasiado…

(Continuará mañana)

Fuente: El blog de la autora del artículo 'minukanews'.
Original en: Historia de un pensamiento.

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2- Sección "PowerPoint del día".

Para visionar y/o guardar el archivo PowerPoint, pinchar en: Los Picapiedras.

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