Por Juan Conesa Arias, paciente de Atrofia multisistémica, de León.
Notas del administrador del blog:
Con su permiso, por supuesto, en este blog, por capítulos, vamos a editar la novela 'Los casos del teniente Llamazares', autoría de Juan Conesa Arias, paciente de Atrofia multisistémica, de León... La citada enfermedad, que causa ataxia, es una nominación relativamente moderna de una parte de las antiguas OPCA's (atrofias olivo-ponto-cerebelosas), grupo en el cual, antes de las diferenciaciones genéticas, también se incluían las, ahora, SCA's (ataxias espinocerebelosas).
El ritmo al que serán editados los capítulos en este blog, no está fijado, ni podría predeterminarse... pues la obra novelesca está aún en incipiente fase de escritura, e iremos editando a medida que los textos estén disponibles. Concluiremos cada capítulo con un "(continuará)", pero sin fecha fija. Eso sí, se hará constar cada día los enlaces a capítulos anteriores... para que nadie pudiera perderse el hilo de la novela..
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1- Los casos del teniente Llamazares - Dúplex de Reyes - Capítulo 1 - I
2- Segundo: Los casos del teniente Llamazares - Dúplex de Reyes - Capítulo 1 - II
3- Tercero: Los casos del teniente Llamazares - Dúplex de Reyes - Capítulo 1 - III
4- Cuarto: Los casos del teniente Llamazares - Dúplex de Reyes - Capítulo 1 - IV
5- Quinto: Los casos del teniente Llamazares - Dúplex de Reyes - Capítulo 1 - V
LOS CASOS DEL TENIENTE LLAMAZARES - Dúplex de Reyes - Capítulo 2 - I
Juan Conesa Arias |
Había salido corriendo al coche, mirando para todos los lados. Y cuando llegó, no pudo aguantar más y vomitó. Vomitó como no había vomitado en su vida, dejándose el alma en cada arcada, escapándose de él hasta su último aliento. Luego, se metió en el coche, y encendió la radio. Necesitaba oír la voz de alguien humano, para saber que aún seguía siéndolo él. Que lo que acababa de hacer, no le convertía en un monstruo inhumano… ¿O sí?.
Y condujo. Condujo primero sin rumbo fijo, a través de la niebla que se iba espesando. Luego, recordó que tenía una cita. Y hacia ella se dirigía ahora. Afortunadamente, a esa hora de la madrugada la carretera de Boñar no estaba muy transitada. Quien trabajara en León y viviera por la zona todavía no se había ni levantado de la cama, y los pocos que fueran a disfrutar de un día de nieve en San Isidro, no comenzarían el viaje hasta bastante más tarde. Pero lo que era una ventaja, porque nadie le iba a ver por la carretera, se convertía también en un inconveniente, pues lo único despierto que había en muchos kilómetros a la redonda, era él y su conciencia.
De pronto, a unos escasos veinte metros apareció la señal frente a él. Se sabía de memoria la carretera, de tantas veces como había conducido por ella, pues la casa que tenía en Vegas del Condado la había construido hacía más de veinte años y era su residencia entre los meses de junio y octubre. Pero la niebla y su estado de ánimo le habían jugado una mala pasada. Redujo la marcha como pudo, haciendo rugir el motor del coche por la brusquedad, y giró a la derecha, introduciéndose en una carretera en la que como mucho cabía un coche y medio.
Cuando llegó a la plaza del pueblo, se podía ver la casa-cuartel de la Guardia Civil, dibujada en la niebla, al otro lado de la placita. La dejó a su izquierda, tomando la calle del medio, y giró a la izquierda cuando ésta se terminó. La calleja que tomó entonces discurría paralela al río por su margen derecha. En verano uno podía saber el porqué de su nombre, Cantarranas, pues los batracios no paraban de cantar en las calurosas noches del estío.
Estaba en uno de los extremos del pueblo, que está bordeado por el río. Allá donde vivieron sus padres durante toda su vida. La casa de sus padres pertenecía ahora a su hermano. Él se había construido un chalet en los terrenos adyacentes que le habían tocado en la herencia de sus progenitores. La casa de sus padres hacía esquina en una explanada donde el río se remansaba, y la calleja se hacía un poco ancha... como si fuera un proyecto de placita, que nunca llegó a ser tal. Al lado de la casa de sus padres, haciendo esquina, estaba la suya. Paró el coche de cara al portalón para abrirlo, sin quitar el contacto.
Abrió la puerta del Audi, y se dirigió, con las llaves de la casa en la mano, hacia el gran portalón de madera. La llave no cedió a la primera, pues iba un poco dura. “Tengo que llamar a Orestes para que me la mire”, pensó mientras volvía a accionar la llave. Esta vez sí cedió. Así que abrió el portón de par en par, volvió al coche, y lo metió en el recinto.
A través del parabrisas y de la niebla apenas pudo vislumbrar el gran jardín, ahora un poco marchito debido a la rigurosidad del invierno paramés, y allá, a su derecha, el chalet, rodeado de un hermoso porche que hacía sus delicias en verano. Paró el coche justo en la entrada, en un gran espacio techado y con suelo empedrado en la que guardaban las bicicletas, algún que otro tiesto con plantas secas, y un trillo con las lascas desgastadas, que pensaba reciclar como mesa para el jardín en algún momento. Se bajó del coche, y cerró las hojas del portón. Cuando estaba cerrando la última, notó algo duro en su costado izquierdo.
- ¡Buenos días, Manolo…! -Una mano se deslizaba por el interior de su abrigo y le sustraía la pistola, mientras él subía instintivamente las manos– Vamos a tener una charla amigable en tu estupendo chalet, anda. Me he tomado la libertad de preparar café…
(Continuará).
Fuente: Blog del autor: http://tenientellamazares.blogspot.com.es/
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Feliz fin de semana.
ResponderEliminarUn abrazo.