Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Pilar Ana Tolosana Artola, paciente de Ataxia de Friedreich, de Vitoria.
Nota del administrador del blog:
La página web de Pilar Ana puede hallarse pinchando en: http://pilaranatolosanaartola.es/
*****
Al levantarme de la cama aquella cálida y soleada mañana de agosto, nada hacía presagiar que tuviera algo distinto a las demás. La verdad es que debería ser diferente, o algo más banal y ociosa, pero el no parecerlo, no lo convertía en momento de poneme a llorar.
Cierto era que a esas horas debería estar ya preparándome con el bikini y la toalla para tostarme al sol en una de esas playas tan bonitas del Algarve Portugués con mis amigas... Sin embargo, tuve que quedarme en la ciudad a trabajar por orden irrefutable de mi tiránico y déspota jefe. Cada día se pasaba más conmigo: supongo que como era la más veterana de todos sus empleados, era con la que más confianza tenía para torearme como le diera la gana.
Mientras pensaba en estas cosas, ya me había enfundado en los vaqueros más viejos que tenía, y me había puesto una camiseta carcomidísima de 'LedZeppelin', de mis favoritas. Mi madre se hubiera espantado de que saliese a la calle tan sencilla y a la vez tan parda... y además sin maquillar. Yo le hubiese respondido que no había nadie que se pudiera fijar... que estaban todos lejos disfrutando de las vacaciones... y que quienes, como yo, quedábamos, no teníamos ni ánimos para mirar al otro para ver que se ponía o se dejaba de poner.
Por suerte, había logrado independizarme hace año y medio... Aunque ahora “la mama” solía llamarme a diario para restregarme que mi otra hermana iba a casarse en dos meses, y que a mí, a mis casi treinta, se me estaba pasando el arroz y que, en este mundo de tantas prisas y prejuicios insanos, ya tenía que ponerme las pilas si quería encontrar marido.
Realmente, no estaba yo hecha para el matrimonio... ni tampoco, en general, estaba preparada para soportar a nadie que quisiera saber de mí más de lo debido... y se creyera tan importante para mí, que, en ropa interior, o a la vez que está subiendo o bajando la tapa del váter, acabara discutiendo sobre los gastos del trimestre, sobre celos estúpidos, u otras absurdeces.
Como todos los días, me tomé el café de un trago, y bajé corriendo las escaleras en dirección a la panadería, según era mi costumbre diaria: Solía colarme antes que nadie para poder elegir uno de los bollitos de chocolate, nata, crema, o frutos secos, que llevaban aún calientes desde la panificadora, y así daba por finalizado el desayuno de la mañana.
Sin embargo, ésa ya no sería como las otras mañanas: Era extraño, la panadería estaba cerrada, y a través del escaparate, no podía ver si había alguien en el interior. Di unos pequeños golpecitos en la puerta por si me abrían, pero allí nadie daba señales de vida.
Pues nada... Me iría directamente al trabajo, con la cabeza baja y balbuciendo maldiciones.
Entonces, comencé a andar como por inercia, hasta que vi algo que los días anteriores no estaba, o yo no me había dado cuenta de que estaba. No sé si me gustaba o me asustaba: Era un boquete negro abierto en medio de la pared. Era bastante grande. Yo cabría por él sin problemas. Tendría unos dos metros de diámetro.
Y de repente, alguien me apretó el hombro. Me giré sobresaltada, y me encontré con un ejecutivo elegante y bien trajeado de unos cuarenta años, que parecía tan expectante como yo. Y me preguntó:
- ¿Sabes exactamente qué es ese agujero?.
- No tengo ni idea... Vivo aquí al lado, y es la primera vez que lo veo -contesté embelesada en la insólita oquedad.
Parados ahí, a esas horas, teníamos aún la mente en blanco... sólo respirábamos cada vez más acompasadamente.
- ¡Voy a entrar! -exclamó el muchachote, decidido.
¿No debiéramos llamar a alguien para que nos dijera qué es eso?.
- ¿A quién vamos a llamar? ¡Venga, no me sea usted ridícula! -manifestó, acercándose a aquella cueva oscura.
Daba la impresión de que era un machista con ganas de impresionar a una damisela en apuros... y yo ni me consideraba una dama, ni estaba apurada, tan sólo un poco neurótica y tarambana. Así que, como éste me había empezado a caer tan mal, no me dio ninguna pena que se metiera al agujero, para ver si sacaba algo en claro... y de paso yo saciaría mi curiosidad, sin dar un palo al agua.
Antes de entrar, me saludó con la mano abierta, y me pareció como que el "masculinillo ése" me echaba un beso volador... Por si acaso me cambié de coordenadas, por si podía evitar el ósculo. No sé a qué vino esa tontería, pero tampoco tenía ninguna intención de averiguarlo.
Los primeros cinco minutos sin que saliera, no me inquieté. Sin embargo, esperaba que hubiera salido ya a contarme las últimas noticias. A los diez minutos empecé a pensar si estaría charlando con los peones que estuvieran trabajando ahí dentro.
A los quince minutos, intuí que habría encontrado otra salida por la que se había largado hacía tiempo... o peor, estaba por allí escondido, riéndose de mis gestos enrabietados y mis paseíllos nerviosos pendiente de él... Después de todo, a los veinte minutos zanjé que podía también haberle pasado algo, y a la media hora entraría a por él.
Iba a llegar tarde al trabajo... Pero, si por pasar de él, le ocurría algo, nunca podría perdonarme por haberlo dejado solo... a pesar de que hasta esa mañana no nos habíamos conocido, ni nos habíamos visto jamás. Ni siquiera nos habíamos dado los nombres. No obstante, iba a ir, sí...
Resuelta a hacerlo, me acerqué casi de puntillas, mirando a los lados como si alguien fuera a sorprenderme forjando algo malo. Me convencía yo misma de que no era mejor decírselo a la policía, o a emergencias, o a los bomberos, o a los geos, o no sé...
Ya estaba en el umbral... cerré los ojos, estiré la pierna derecha, y atravesé el límite con el agujero.
Luego, me pareció, a través de un corredor, que algo me tocaba la piel. Me acordé entonces de cuando era pequeña, y en el tren del terror intentaban aterrorizarnos con jirones de tela, que emulaban telas de araña. Abrí los párpados asqueada, a la vez que me sacudía todo eso, y me cegaron un montón de focos de luces intermitentes y destellantes de colores vivos...
Hasta el momento no se había escuchado ningún sonido. No obstante, de repente estallaron dos enormes altavoces que había a mi vera, dejándome medio sorda y a punto de que me diera un ataque cardíaco.
- ¡Anda, si ya estás dentro! ¿A qué está genial esta nueva discoteca? -exclamó mi salvador instantáneo, el que yo ya me estaba imaginando defenestrado en cualquier esquina... y estaba con un cubata en la mano, y agitando todo el cuerpo al ritmo de la música, que salía de los bafles.
Me fui indignada: enfadada con el local, enfadada con ese tío, enfadada conmigo misma por ser tan curiosa, y enfadada por dejarme complicar la vida tan fácilmente.
*****
Fuente del original del relato de Pilar Ana: http://pilaranatolosanaartola.es/textos/
********************
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario