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sábado, 29 de julio de 2017

El observatorio

Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Pilar Ana Tolosana Artola, paciente de Ataxia de Friedreich, de Vitoria.

Nota del administrador del blog:
La página web de Pilar Ana puede hallarse pinchando en: http://pilaranatolosanaartola.es/


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El Observatorio

Como casi todas las noches, Mario otra vez atravesaba los Monegros en su Meganegris metalizado, con el pálpito constante de que iba a pasar por fin algo emocionante y fuera de lo normal...
Dejó el coche no muy bien aparcado y subió aprisa a la terraza del Observatorio, armado con el último Telescopio más avanzado, premiado en las Jornadas Internacionales Astronómicas de hacía menos de dos meses.

Se percató de que el pecho se le había acelerado demasiado, aunque no se sorprendió y se quedó apoyado en la pared inspirando y expirando, inspirando y expirando, inspirando y expirando...
"¡Mario, que ya no eres ningún chaval...! Tienes que hacer las cosas con más calma", se decía a sí mismo con una sonrisa en los labios, mientras se acariciaba la reluciente calva, por debajo de la visera.

La verdad es que Mario viviría mejor si tomara más en serio sus propios consejos, se moderara, y se cuidara un poco más de lo que lo hacía... Su familia estaba cansada ya de repetírselo... pero él hacía oídos sordos y caso omiso a cualquier recomendación molesta de los demás. Aunque, dentro de una semana cumpliría sesenta y siete primaveras, y mejor que nadie sabía que no debía excederse, y tenía que tomarse todo con mayor tranquilidad.


Antes de mirar por el telescopio, revisó el cielo del desabrigado lugar a simple vista. Sólo ese silencio ya era un regalo del Señor...
Bajó la vista, y se dio cuenta que el paraje desértico estaba iluminado por miles de estrellas, a pesar de la negrura y la espesura de la noche. Todos: la luna, la naturaleza, las estrellas, las galaxias, los planetas... todo se alineaba para ofrecerle a Mario tal espectáculo... todo se confabulaba para que fuera feliz durante un momento... Estaba tan agradecido, que volvía allí cada dos por tres, pese a que le hubieran jubilado hacía un par de años ya.

Además de llenarle absolutamente todo cuanto se hacía en el Observatorio, desde la presentación de impactantes fotografías hipersensibles de nebulosas, o materias inespecíficas del universo, e identificación de nuevas estelas galácticas, hasta el seguimiento de algunos planetas como Júpiter, o Saturno, Mario estaba inquieto por unas, no muy precisas, noticias hechas por la NASA en la revista 'Vía Láctea'. En unos estudios de la Universidad de Alcalá, en Guadalajara, unos chicos de postgrado realizando tesis sobre eclipses y supernovas extragalácticas, supervisados bajo la mirada escéptica y negativa de todos sus profesores y de cualquier teórico en la materia, pronosticaron que un meteorito caería en Rusia el pasado mes de febrero... Y, ya que así sucedió, Mario se había quedado absorto cuando escuchó en una tele local las declaraciones apocalípticas e incómodas de un virtuoso compañero de los otros estudiantes augures:
“Ciertos análisis astronómicos anuncian actividad extrapolar en el Solsticio de Verano”.

¿"Actividad extrapolar..."? ¿Qué querría decir con eso aquel joven apasionado, tan seguro de sí mismo?.
Por lo visto, las palabras de este zagalillo no habían despertado el interés de nadie, salvo el de Mario, que esa noche había preferido ir hasta el Observatorio, en lugar de pasar un rato agradable con su mujer, sus hijos, sus amigos, sus conocidos, y sus vecinos, en las 'Hogueras de San Juan'.
- ¡Hijo, qué raro eres! ¡Pues vete adonde te de la gana, que yo también haré lo propio! -exclamó su amantísima cuando supo las preferencias de su esposo por aquella noche.
¡Caramba, ¿era eso una amenaza en toda regla o qué...? Pero Mario se fue compungido, por no querer empeorar la situación: No era capaz de elegir entre sus dos amores: su mujer, o la astronomía.

Fuera como fuese, relativizó enormemente las cosas, y apostilló para su interior que las estrellas nunca le habían dado quebraderos de cabeza... mientras su señora llevaba infringiéndoselos desde que se conocieron... que pese a que él ya no tenía un recuerdo certero de cuándo fue, estaba seguro de haber sido hacía mucho tiempo, porque recordaba que la primera vez que habían bailado juntos fue en un guateque, cuando a él acababa de salirle pelusilla en el bigote y ella pesaría treinta kilos menos que ahora.

Mientras Mario le daba vueltas a todo esto, a la vez que miraba al cielo límpido y lleno de paz, oyó algo a lo lejos: algo parecido a petardazos, pero sin ser petardos... Esos ruidos venían de arriba, no de la Tierra, de donde pensó que provenían en un primer momento.
Sin planteárselo dos veces, se precipitó hacia el telescopio, hecho un mar de dudas. Con el ojo en el agujero desde donde podía observar el Universo, o parte de él mejor dicho, Mario escrutaba nervioso hacia arriba, hacia abajo, a los lados, en diagonal, en perpendicular, en horizontal, en vertical... inútil... no lograba dar con nada que se saliera de lo normal.
Le decepcionó la falta de actividad... y un poco rabioso, se quitó la visera y la tiró con saña al suelo. Se sentía fatal: no sabía lo que estaba esperando ver... lo que sí sabía era que se sentía defraudado, vacío, furioso...

Recordó entonces que el cura de su parroquia solía repetirle que había que tener cuidado con los deseos... Mario no entendió muy bien, hasta ese día, a qué se refería...
Medio rendido ya, se apoyó en la pared, y deslizándose, se dejó caer lentamente hasta sentarse en el suelo, aturdido y atolondrado.
Pasó así más de cinco minutos... Y, luego, se levantó para ir al interior a servirse una limonada y refrescarse la garganta, que se le había quedado muy seca.

- ¡¡Esta vez sí, esta vez sí!! -repetía muy agitado.
Esta vez estaba pasando algo que mereciera la pena, por fin... Nadie podía saber lo realizado que se sentía al ver que no se había tenido que morir para vivir algo distinto, algo que se saliera de su rutina, algo tan diferente a lo de siempre.
Era el cielo... eran las estrellas... las constelaciones... los planetas... los hados... el firmamento... el nirvana... los astros... los cometas... las nebulosas... el cosmos... el espacio... Era como si alguien estuviera jugando a los bolos con estos elementos ahí preparados.
Y él, totalmente asombrado, no hallaba ninguna explicación al desmadre universal, que se estaba armando. Barajó desde que el universo se estuviera expandiendo, hasta que el caos se nos estuviera sobreviniendo encima, o que ése fuera el principio del fin, y los Cuatro Jinetes del Apocalipsis estuvieran jugando al fútbol con Plutón, Marte, o Mercurio, como pelotas de campo.


Lo que más sobrecogía al buen señor, era que todo estaba pasando sobre él, demasiado cerca de él. No tuvo que echar mano a las gafas de lejos, ni al telescopio... todo eso estaba pasando a unos metros de su cabeza.
Todo empezó a temblar como si hubiera un terremoto... La limonada ya no estaba: el vaso que la contenía, antes encima de una mesa, estaba en el suelo, hecho añicos.
Sorprendentemente, Mario, como pocas veces en su vida, se estaba sintiendo vulnerable y débil.
En unos segundos, otra vez las cosas volvieron a la normalidad más ruda y corriente.
No obstante, después de esto, Mario comprendió que no quería volver a estar lejos de su familia, a pesar de que a veces se sintiera agobiado, aburrido, o reventado por ella.
Mario avanzaba con cuidado, como con miedo de despertar a alguien... sólo quería llegar hasta donde estaban sus familiares, sin más preámbulos.
Ahora tenía las ideas más claras que nunca, y estaba ansioso por compartir sus sentimientos: Deseaba decir a sus hijos que los quería, y a su esposa que la amaba por encima de todas las cosas.

Parecía que Mario caminara por una cuerda floja: Bajó por la escalera sin prisa pero sin pausa, y volvió a entrar en el coche para arrancarlo y dirigirse todo lo veloz que pudiera hacia las 'Hogueras de San Juan'.
Contemplando el Observatorio por el espejo retrovisor, pronto lo dejó atrás, y pudo poner la vista en el horizonte.

Asombrado, Mario se dio cuenta de que estaba amaneciendo ya. Seguramente, se habrían acabado ya los festejos por la Noche de San Juan.
Le empezaba a doler un poco la cabeza. Lo consideró una señal para pararse y cuidarse de no deshidratarse.
Decidió beber agua fresca de la fuente de la plaza, y se sentaría a descansar bajo la sombra de un almendro a las afueras.

Así que llegó con su Megane al centro del pueblo, y justo cuando iba a bajar del coche, se fijó en que había un quad rojo, de esos de cuatro ruedas, empotrado en la pared de uno de los bares de la calle de al lado.
Despotricando y maldiciendo al conductor del quad, Mario se acercó hasta el lugar del impacto, y lo atendió como pudo: Lo bajó del quad, comprobando que no se había fracturado nada, y lo tumbó hasta que recuperara el sentido. Tenía la esperanza de que no se hubiera hecho alguna herida interna…
Intentó llamar al 112 con su móvil, y se percató de que de nada valía, puesto que no tenía línea.
"Bueno, se dijo, no pasa nada... en este pueblo la gente es madrugadora: Sin duda, encontraré a alguien que me deje subir a su casa a telefonear"

Bastante contrariado ya, a lo lejos, le pareció ver a un chaval joven. Se aproximó hasta él, sin que este se moviera ni un ápice: Era como si se hubiera convertido en una estatua de sal... ahí, rígido y estático: Mario le chillaba descontrolado:
- ¡Chaval, ¡¿me estás escuchando?! ¡¿Estás sordo, o qué?!.
Se puso en frente del chico y, para su desconcierto, permanecía quieto, inanimado, como si fuera un muñeco de cartón. Le empujó levemente, y el chaval cayó al suelo, como si fuera una patata cocida.
Impactado, dio unos cuantos pasos hacia atrás, y tropezó con algo.. Se volvió para poder apreciarlo. Se quedó petrificado al ver a otro niño como el de antes, tambaleándose en medio de la calle... y otro... y luego otro... y otro más...
Al caerse el primero, se fueron desplomando los demás, como si fueran fichas de dominó...
A tres o cuatro metros, cuatro chavalitas de unos quince años hacían piña en el escaparate de una tienda. Mario fue hacia ellas con decisión y le tocó en el hombro a la que parecía estar prestando menor atención... y de nuevo sin respuesta, sin movimiento... Lo intentó con la del lazo en la coleta de caballo... luego con la del pelo rizado y castaño... y con la rubia... nada, sin réplica, sin reacción tampoco.

La angustia y la incertidumbre de no saber lo que estaba sucediendo, hicieron que Mario desfilara hacia su casa lo más rápidamente posible. Eso sí, por el camino se iba encontrando a gente del pueblo estancada, paralizada, inmovilizada, como suspendida en el tiempo. El lechero estaba como plantado en las escaleras de la iglesia... el párroco elevaba la mano como para saludarle... y se había quedado así... el frutero que estaba recogiendo unas manzanas del suelo cuando se detuvo todo...
- ¿Tendrá esto algo que ver con lo que pasó en el Observatorio? -intentó razonar, confuso.

Cuando llegó a su domicilio, ese mutismo incómodo y perpetuo se le iba echando encima a Mario, mientras recorría una a una, todas las habitaciones de la casa, sin localizar a nadie, ni despierto, ni dormido... ni hijos, ni esposa, ni fantasmas, ni espíritus, absolutamente a nadie.
Pensó que quizá estuvieran en el jardín trasero. Con prisa, se dirigió hacia allí. Y dio con Adelita, su mujer, tumbada sobre la hierba, con los ojos cerrados...
Mario se inclinó hacia ella, le acarició la cara, la besó en un moflete, la abrazó después fuertemente pensando lo peor, y comenzó a llorar escandalosamente.
- ¡Mario, Mario, quítate de ahí. que me quitas el sol! -prorrumpió Adela, haciendo, sin saberlo, a su marido el hombre más feliz del mundo.

Y es que uno de esos dichos populares que dicen que no se sabe lo que se tiene, hasta que se pierde, tomó significado para él. Y nunca más quiso separarse de su mujer y sus hijos. Y sus visitas a las estrellas del Observatorio se fueron haciendo más dispersas, porque no quería pasar mucho tiempo alejado de su pueblo.

- ¡Bueno, pero, ¿qué es lo qué ocurre?! -exclamó preocupado uno de los hijos del matrimonio.
La madre se levantó agobiada ante que Mario no le había hecho ningún caso a que se apartara, y la apretaba contra sí como si fuera una naranja para exprimir.
- Nada, hijo, no pasa nada. Tu padre, que me quiere mucho, y dice que ninguna estrella es más bella que yo.. ¡Está de un cursi...!

Por la noche, llevó a Adelita a la plaza... todos les saludaban, sin saber que el universo, pocas horas antes, había amenazado con parar las aspas del reloj para siempre.

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Fuente del original del relato de Pilar Ana: http://pilaranatolosanaartola.es/textos/

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