Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Vicente Sáez Vallés, paciente de Ataxia de Friedreich, de Zaragoza.
Nota: Vicente "fue" paciente de Ataxia de Friedreich. Poner el verbo en pretérito, pudiera parecer una relegación al olvido. No es eso: precisamente le estamos recordando con el colgado de sus relatos en el blog. Simplemente, la gramática sirve para entendernos, y hemos de respetarla en lo posible. Lamentablemente, Vicente falleció en el año 2006.
Para acceder a una breve semblanza de Vicente (escrita por su hermana, Cristina, también paciente de Ataxia de Friedreich), hacer click en: Semblanza de Vicente Sáez Vallés.
Un drogadicto sin persona ni alucinógeno
Y las sombras se apoderaron del muchacho que no veía medios de encontrar la sustancia química que le liberaría temporalmente (un periodo breve, demasiado breve, como pensó que iba a rezar en su epitafio) de la angustia. Paseaba, o daba tumbos en el parque, sobre el césped. Podía oírse algún motor lejano, algún sonido de cláxones distantes. Divisó al traficante, le quedaba poca conciencia para reconocer su valor, lo vio y se aproximó seguro, lento.
- ¿Tienes? -dijo imperceptiblemente, con baja voz y mucha disartria.
- ¿Tienes dinero? -preguntó el camello, de negro y repeinado oliendo a colonia cara.
- No.
- Entonces no tengo nada...
El drogadicto perdió su persona al ser tan violento; ya que le agarró por el cuello de su camisa y le insultó. El traficante no perdió la compostura, y le dijo con su frialdad de siempre:
- ¡Vamos! Ya te he pasado mucha sin pagar ni un chavo. Se acabó... para ti no hay hoy...
- ¡No me dejes tirado...!
Se agarró más al traficante, y éste le empujó. Luego sacó un cuchillo y le amenazó:
- Si te levantas, lo usaré.
No se levantó, porque no pudo. Ni siquiera se lo planteó. Se entregó a un sueño tonto, de éstos que terminas con dolor de ojos cuando te despiertas sobresaltado y sudoroso. Primero vio dos pulgas insignificantes que habían habitado en su cabeza, que se mudaban de huésped:
- Con toda la angustia que tenemos que pasar nosotros, tenemos más presión social que ninguno, para darles motivos de picazón a un drogadicto, aquel que es parásito del sufrimiento... ¡No nos merece...!
Luego fue un protozoo el que dijo:
- Una conferencia amistosa entre la fantasía y la realidad es reconfortante, pero si se prolonga, empalaga.
Más tarde una molécula de carbono, le dijo:
- He visto el fenómeno de la vida, para que vengan sistemas enormes que dependan de una ilusión química, que no llega ni a eso, a ser apariencia...
También le hablaron átomos, partículas subatómicas, fotones y alguna entidad teórica. Todos le reprochaban que no intentara enfrentar su angustia. Al despertar, ardía en deseos de contar ese trippi. Encontró al traficante, y se lo contó al detalle. Éste rió y le regaló varias dosis para que se le ocurrieran más.
Muy ufano, volvió al césped, pero en el camino vio a un niño pequeño que le dio un beso a una muchacha, que quedó sin habla y sonriente. Comprendió la creación de cosas ingeniosas, la vida, no las cosas ampulosas y complicadas de los hombres, sino las cosas de las pulgas, los microbios, las moléculas... En sus dos pequeñas ranuras que le quedaban en las cuencas de los ojos, vio ese beso en la mejilla; distinto, como distintos son todos los besos. Y por vez primera en sus veintisiete años, se planteó su propio deseo, como se lo vio plantear a un niño de tres años; sin embargo, no supo qué hacer con la droga que consiguió.
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"Desde el más acá": ¡Gacias, Vicente!.
ResponderEliminarUn abrazo.
Miguel-A.
Como no recordarle. Vicente debido a su profesión de psicólogo, pero sobre todo por su personalidad, su carácter, conoció a muchos drogadictos de todo tipo, cada uno de nosotros tiene su propia droga. Algunos de ellos llegaron a ver ese beso en la mejilla, ese algo que falta y llena el vacío que ninguna droga, ninguna adicción conseguirá nunca sustituir.
ResponderEliminarUn abrazo, también a tí Vicente
Fina