(Por Cristina Sáez Vallés, paciente de Ataxia de Friedreich, de Zaragoza).
Nota del administrador del blog:
Ha sido preciso, aunque hubiera preferido no hacerlo. Me refiero a dividir en tres partes este precioso relato de Cristina. Y es que tiene sentido al completo… y trocearlo en capítulos, aunque sea en días consecutivos, me parece desvirtuar la narración… ¡Pero así es un blog!... aunque técnicamente no habría límite de espacio, se ha de ir poco a poco… a diario. Por ello, pondré enlaces a los capítulos anteriores para que nadie pierda el hilo de la historia.
He hablado de una narración preciosa… sí, lo es, con cualquier elogio, me quedaría corto. Yo, que soy un atolondrado escribiente, no sé si Cristina es un genio, o hoy sus musas han estado espléndidas, y le han hecho escribir entre líneas. Y es que esto tiene miga. A cualquier crítico literario le daría pie para hablar y no callar… más allá incluso del tema de la discapacidad y sus adyacentes psicológicos. Solamente el titular: ’Desdibujar la vida’, daría juego a todo un análisis literario.
Para recordar los capítulos anteriores: Desdibujando la vida (I parte)... y Desdibujando la vida (II parte).
Cristina Sáez Vallés |
María afirmó con la cabeza, se desabrochó el cinturón, cogió su bolso, grande y pesado, y se lo puso en bandolera. Luego cogió una muleta, y se apoyó en su padre para salir del coche.
- Papá, acércame la otra muleta. No es necesario que me acompañes.
- ¡Te recojo a las tres! -le grito si padre, como despedida, después de haber vuelto al asiento del volante.
María comenzó a caminar con las dos muletas. Llegó a la puerta del instituto, y entró. Saludó al portero, y éste se apresuró para salir de recepción y acompañarla hasta el ascensor.
- Me alegro mucho de volver a verla. La echábamos de menos.
En ese momento, Enrique se disponía a entrar en él, y, el portero se adelantó corriendo para que esperara a María. Enrique, al verla, le sonrió, y ambos entraron.
- ¿Cómo está, señorita?.
- Bien, Enrique.
Permanecieron en silencio todo el trayecto. Cuando llegaron, a Enrique se le cayó el cuaderno de dibujo que llevaba encima, y de él salió disparado un folio en el que había dibujado una mujer desnuda. María lo recogió del suelo, y miró el dibujo. Reconoció su cara en él: Enrique se puso colorado, y se fue a toda velocidad. María obsevó el dibujo con detenimiento, y lo guardó en la carpeta que llevaba en su bolso.
Podría haberse enfadado y decírselo al director. Pero… ¿Para qué? Sólo era un dibujo, muy bueno, por cierto.
Llegó la hora de salir, y María coincidió de nuevo con Enrique en el ascensor. Avergonzado, quiso disculparse, pero María le devolvió el dibujo.
- Lo he corregido. Estaba incorrecto -y salió del ascensor sin mirar a Enrique.
Éste se quedó mirando el dibujo. Ahora la mujer desnuda sólo tenía una pierna. María había borrado la otra pierna, y había dibujado un muñón por encima de la rodilla. Por la parte de atrás del folio, había una nota que decía: “Ahora soy cojonuda”. Y Enrique rió, y guardó el dibujo en su cuaderno.
(FIN).
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2- Sección 'Enlace del día':
Proyecto STOP FA & colabora en la cura de la Ataxia de Friedreich.
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¡Bravo, Cristina!.
ResponderEliminarUn abrazo.
Miguel-A.