Por Vicente Sáez Vallés, paciente de Ataxia de Friedreich, de Zaragoza.
Nota del administrador del blog:
Este relato de Vicente se editará en dos capítulos, en días consecutivos, si en el intermedio no hubiera noticias relevantes de ataxia cuya emisión no admita dilación.
I
Voy en tren, y absorbo el rítmico traqueteo de los roces. Esas piedras que dan miedo ser pensadas en ese suelo veloz… sus aristas son blancas y peligrosas. Sobre raíles anónimos, me deslizo en un salvaje desplazamiento. Es curioso: no importa mucho que el tren sea viejo, o nuevo, siempre traquetea.
Ella me mira, y veo su contorno: su contorno es mi deseo, porque viaja a mi misma velocidad.
Antes, se ha cruzado un tren repleto de pasajeros difuminados: ellos van más aprisa que yo, y en dirección contraria. El otro tren ha pasado cerca, a escasos palmos de mi mirada desde el pasillo del vagón. Los pasajeros difuminados que he visto son como fantasmas... me dan miedo: Sé me quieren llevar allá adónde sea que vayan. En este vagón estamos dos, ella y yo… seguro que se han llevado a los demás pasajeros.
Los pasajeros difuminados carecen de contornos… no siento el deseo… eso que bulle. Son colores y manchas que cambian en cada fotograma de mi visión. Ellos son cómo hipótesis de mi experiencia, conjeturas de mi presente.
- ¿Quieres un caramelo de menta? -ella me observa con sus enormes ojos grises, como si le faltara algo por llorar.
- Gracias -¡cómo voy a negarme!
- Mi marido los detesta, odia mis caramelos de menta, pero hace poco le pillé comiendo caramelos de regaliz.
- ¡Qué desalmado! -en una punzada irónica, hallo el poder de relajarlo todo. La tensión que muestran sus caramelos es densa y dañina. Ella puede sonreír ahora, y sonríe.
- ¡Acércate! -Estamos separados unos cuantos asientos vacíos, porque los demás son ya pasajeros difuminados que llegaron a su destino… y oigo esa canción lastimera de la mujer en esa voz forzada de la distancia.
Ella me ofrece esa compañía del trámite de las personas que se aman, que huyen de la soledad. Me pregunto si me podría enamorar de esa mujer. No, no, es demasiado hermosa y elegante. Somos como los pasajeros de los trenes que pasan cerca, en sentido contrario… como el mecanismo del mar y sus corrientes.
No podemos amarnos, porque ella me dice que tiene las manos llenas de anillos. Es curioso que ella me lo diga, pero es su principal tesoro, su principal tema de conversación: sus atracciones premeditadas, sus seducciones, sus conquistas y sus fracasos… sobre todo sus fracasos. Hablamos de todo, pero especialmente de ella.
Conectamos enseguida. Y me sumerjo en ese hambre de relaciones humanas que nos regala una confidencialidad, un secreto que nadie más comparte. Nos encontramos, como ese pasajero difuminado que me mira una fracción de segundo. En esa mirada, en ese microsegundo, me lo dice todo… hasta lo que nunca oiría. No sé si es hombre o mujer, si ríe, o llora. No sé. No importa.
Vicente Sáez Vallés |
- Bueno, tú estás allá, y yo aquí. No entiendo a la gente.
Estamos solos en el vagón. Cuando constato nuestra intimidad, algo me aplasta como una losa de pánico. La miro, y me mira, y sé que es un fantasma. Lo juraría, porque ella ya no tiene contornos.
(Continuará mañana).
Nota segunda del administrador del blog:
Vicente falleció en el año 2006. Para acceder a una breve semblanza del autor del texto (escrita por su hermana, Cristina, también, como él, paciente de Ataxia de Friedreich), hacer click en: Semblanza de Vicente Sáez Vallés.
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2- Sección "PowerPoint del día":
Para visionar y/o guardar el archivo PowerPoint, pinchar en: Mujeres al volante.
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