Por Mónica Meló Bo, familiar de paciente de ataxia espinocerebelosa, SCA.
Nota del administrador del blog:
Mónica Meló Bo |
El argumento del relato es ficticio, aunque inspirado en personas reales… y donde la ataxia tiene un papel en el contexto. Es una narración llena de sensibilidad para cualquier faceta de la vida… pero que, para quienes “pacemos”, y padecemos, en los prados del sufrimiento, resultará de lectura casi imprescindible… para vernos reflejados en el espejo, y sacar provecho de la visión de nuestra propia imagen.
Por la amplitud del total del texto, relato largo o novela corta, para un formato blog, ha sido dividido en nueve partes… que se editarán en días consecutivos… salvo que, en el intermedio, surjan noticias que no admitan dilación.
Para recordar: Raíces(I parte) ... Raíces(II parte) ... Raíces (tercera parte ... y Raíces (cuarta parte).
V
Me habría vuelto loca si no hubiera sido por el trabajo como camarera que conseguí gracias a los contactos hechos como periodista. Después de hablar con Miquel me apetecía poner a prueba mi vocación. Me hice periodista entre otras cosas porque me gustaba tratar con la gente, y ser camarera tenía este aliciente. Además, se trataba de atender una cafetería situada frente a la facultad de ciencias del deporte, seguro que estaría llena de gente joven.
Y no me equivocaba: en la cafetería siempre había trasiego de estudiantes. En unos días me recobré y entre las risas de los jóvenes, el horario agotador y el cansancio de piernas me olvidé de que dentro escondía todo un desbarajuste. Incluso me despertó la coquetería, la Silvia traviesa de mis años de estudiante, y me atrevía a lucir el escote. Entablé amistad con una chica que venía todas las tardes a tomarse una cervecita, y estábamos siempre picándonos: “¡Hala! ¡Menudo canalillo! Pareces una posadera de esas medievales", me decía, y yo le respondía: ¡Ay, si me viera mi madre tan descocada!”. Y ella: “¡Calla, mujer! P'a que se lo coman los gusanos, que lo disfruten los humanos".
A veces la veía aparecer con personas en silla de ruedas. “¿Trabajas con personas con discapacidad?", le pregunté. “¡Uy! Qué bien lo has dicho, casi todos dicen minusválidos y eso me pone de los nervios“, respondió, y me contó después que trabajaba en una asociación deportiva para personas con discapacidad, Tetrasport, como educadora física. Los ayudaba a acceder a los aparatos del gimnasio y los asesoraba. De momento les habían dejado una sala en la facultad, pero tenían pensado ampliar el espacio en otro lugar. Me fijé que era ancha de hombros y con los brazos visiblemente musculosos, no podía ser de otra manera si tenía que cargar todos los días con tanto peso. También tenía una mirada clara y transparente, franca. Y una vitalidad que se contagiaba. No sé si fue por aquella espontaneidad o por algo que intuía inconscientemente en ella, pero me atraía ser su amiga. Era el mejor momento del día, cuando venía Rut y competíamos para ver quién la soltaba más gorda.
Un día estábamos charlando en la barra cuando entró en la cafetería una pareja de unos treinta y tantos años. El hombre empujaba la silla de ruedas de la mujer, la colocó junto a una mesita y le preguntó qué quería tomar. La mujer hablaba con mucha dificultad, casi no se la entendía, pero él parecía estar avezado a descifrar lo que decía. Me quedé absorta mirándolos y, sin dejar de observar, le dije a Rut: ”Aquella chica tiene ataxia... “. Rut pegó un salto: ”¿Cómo lo sabes?”. Me agaché para coger una cerveza y, mientras le quitaba el tapón, le contesté: ”Ya sabes, los periodistas sabemos de todo", y me reí como si no pasara nada, pero Rut sabía que sí pasaba: le había sacado una Carlsberg y ella era una incondicional de las Heineken. Jugando nerviosamente con las manos, metiéndolas y sacándolas compulsivamente de los bolsillos del delantal, fui a tomarles nota.
Cuando volví a la barra, Rut me contó que los conocía: él trabajaba en la asociación, y se había enamorado de ella sin importarle que tuviera ataxia. Los miramos con disimulo: parecían muy acaramelados. Después de llevarles las bebidas, no pude resistirlo más: ”Me voy a buscar algo en el almacén”, dije a Rut, sin mirarla y señalando hacia la puerta detrás de la barra. Salí al callejón de detrás de la cafetería y me encendí un cigarrillo con las manos temblorosas. Había intentado estar bien, de verdad que lo estaba intentando, pero eso era demasiado para mí. Me salieron furtivamente unas lágrimas. El desbarajuste era ahora un tornado sacudiéndome por dentro con violencia. No sentía tristeza, solo rabia. Estaba furiosa conmigo misma. ¡Malditas raíces! Antes de que pasara aquello hace más de quince años yo era feliz, era alegre, no me preocupaba por nada, no me hacía preguntas porque todo me parecía sencillo, tenía sueños... Intenté respirar profundamente para tranquilizarme y salir del furor interno observando lo que me rodeaba:
Unos niños jugaban a unos metros, un rasta pasaba con una bici destartalada, y en la pared desconchada de enfrente había una pintada: “Se incendió mi casa: ahora nada me obstruye la visión de la luna”. Me quedé embelesada leyéndola y me calmé. Parecía una de las frases de Miquel, pero más tarde comprobé en Internet que era un haiku antiguo. Quizás estaba siendo demasiado dura conmigo misma, tal vez estar a la intemperie tenía sus ventajas...
(Continuará mañana).
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2- Sección ’PowerPoint de humor del día’.
Para visionar y/o guardar el archivo PowerPoint, pinchar en: Tres vagos jactándose de serlo.
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este capitulo es el que mas me gusta y el que mas me pone los pelos de punta..nose como decirlo..pero seguro me entendeis..besoss de lolin bo.
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