Por Mónica Meló Bo, familiar de paciente de ataxia espinocerebelosa, SCA.
Nota del administrador del blog:
Mónica Meló Bo |
El argumento del relato es ficticio, aunque inspirado en personas reales… y donde la ataxia tiene un papel en el contexto. Es una narración llena de sensibilidad para cualquier faceta de la vida… pero que, para quienes “pacemos”, y padecemos, en los prados del sufrimiento, resultará de lectura casi imprescindible… para vernos reflejados en el espejo, y sacar provecho de la visión de nuestra propia imagen.
Por la amplitud del total del texto, relato largo o novela corta, para un formato blog, ha sido dividido en nueve partes… que se editarán en días consecutivos… salvo que, en el intermedio, surjan noticias que no admitan dilación.
Solo sabía que se llamaba Miquel y nada más. Pero en el transcurso de aquellas tres semanas en la sala de espera de la unidad de enfermos terminales aprendí a diferenciar qué es realmente importante y qué no. Cuando una persona es solo centro no hay capas que quitar. Miquel era lo que decía, era lo que sentía y era lo que pensaba, sin adulteraciones ni autoengaños. Sin adornos, ni máscaras; sin estratagemas ni artificios de ocultación. Era esencia pura, se ofrecía él mismo en cada palabra, en cada mirada, en cada sonrisa. Cuando alguien se entrega de manera íntegra a ti, ¿qué importancia tiene saber dónde vive, con quién comparte la vida o a qué se ha dedicado en sus 70 años de vida? Era una información banal, accesoria, comparada con la alegría de compartir el alma desnuda —y por eso radiante— de otro ser humano.
No fui del todo consciente, sin embargo, hasta el último día que hablamos. El día en que me abrí a él... y a mí misma.
Él ya estaba tranquilamente sentado bebiendo del vaso de plástico cuando aparecí por la puerta. Solíamos coincidir hacia las diez de la mañana, cuando el personal de limpieza nos hacía salir de las habitaciones, pero ese día llegué más tarde, arrastrando la estela de una noche de insomnio como si fuera una nube de plomo. Me miró fijamente con aquellos ojos quietos y profundos como intentando transmitirme serenidad, pero bajé la mirada con la excusa de contar las monedas que llevaba en el bolsillo para sacar un café de la máquina. Permaneció en silencio, con el vaso humeante y las piernas cruzadas hasta que la nube de plomo y yo nos dejamos caer en el sofá. Dejó el vaso en la mesa, se volvió hacia mí clavándome los ojos:
—¿Qué tienes? ¿Está bien tu padre?
—Sí, le acabo de dejar con la doctora. Es que hoy tengo un mal día, eso es todo.
Él seguía mirándome pacientemente, yo lo miraba con el rabillo del ojo. Desde la primera vez que coincidimos en la sala de espera la conversación fluía hacia temas muy diversos y expresábamos nuestras opiniones con franqueza, pero no habíamos hablado de circunstancias personales. En mi caso por omisión, en el suyo, porque no le había preguntado. No obstante, desde el primer momento la complicidad y la confianza eran totales. Supongo que el hecho de que era un anciano y, además, dotado de una sabiduría especial me hacía sentir más cómoda. Como liberada, no sabía de qué. Más tarde me di cuenta de que se trataba de alivio por no tener que interpretar ningún papel ni simular que era más superficial de lo que realmente era, como sucedía con los chicos de mi edad. No hablaba mucho, pero sus ojos tranquilos y al mismo tiempo de una viveza desconcertante me hablaban como nos habla el rumor del mar... Eran dos pedacitos de mar chispeante bajo el sol del mediodía. Ante la inmensidad acuosa de aquella mirada podía notar en mí, casi de manera tangible, una especie de encorsetamiento rígido, como si mi piel fuera el cristal frío de una botella flotando en aquel mar. Solo pude sentir el roce de la brisa marina durante unos segundos: fue el día en que me dijo mientras me observaba como me retocaba el maquillaje: “No pierdas el tiempo en el envoltorio. La belleza está en lo que irradias”. Y, como si hubiera pronunciado un conjuro mágico, sentí como mi cuerpo se fundía, y me convertía en la mariposa que llevaba tatuada en el hombro... por unos segundos.
(Continuará mañana).
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2- Sección ’PowerPoint de humor del día’.
Canta el argentino Atahualpa Yupanki (1908-1992).
Para visionar y/o guardar el archivo PowerPoint, pinchar en: Disentir político.
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Gracias, Mónica.
ResponderEliminarUn abrazo.
Miguel-A.
gracias a tu miguel, no lo habia visto aun, no me va muy bien el ordenador..estoy muy agradecida de lo bonito que se ha quedado me he llevado una gran alegria....y muy orgullosa de mi hija monica...no tengo palabras..un abrazo miguel.. de lolin bo.
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