
(Por Maria Blasco, escritora y paciente de Ataxia de Friedreich, de Pamplona).
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CONTINUACIÓN:
Andrea se puso de cuclillas, y alargó una manita con la intención de acariciarlo. pero su padre le dijo que no lo hiciera, porque a los sapos no les gustaba que se les tocara, pues soltaban un veneno por su piel. La pequeña se extrañó, se quedó pensativa, y fue a hacerle una pregunta, pero, de repente, señaló la pared de la casa (porque Jacinto vivía en una grieta que se abría en la parte baja de la casa, en el exterior, junto a la puerta).

Andrea seguía agachada, y se acercó hasta casi rozar con su naricilla el haz de luz. De repente, miró asombrada a su padre, informándole de la extraordinaria noticia de que la luz era un gusanito.
- ¿Dónde la ha comprado? Yo quiero una igual para mi cuarto, papá. -La pequeña trataba de engatusar a su padre, rogándole con la mirada-.
- Hija mía, eso no se vende en las tiendas, es una luciérnaga, y hay que dejarlas en libertad, porque si no, su luz se apaga y acaban muriendo.

Antonio permanecía ensimismado en sus recuerdos con una sonrisa dibujada en su rostro, cuando el bichito desapareció en un santiamén; sin dejar ni rastro.
La niña tiró repetidamente de la camisa de su padre:
- ¡Papá, papá, Jacinto se la ha llevado! Ha sacado una lengua enorme, la ha atrapado, y se la ha tragado -representó la escena con su mano poniéndola a modo de pinza, estirando rápidamente su brazo, y pegándole una manotada al aire- y ¡zas! se la ha llevado.
- Sí, bonita; a veces ocurre -Antonio pensó en Julia, en que también se la habían llevado, y se la habían quitado de las narices sin poder hacer nada al respecto-.

El padre acarició la cabeza de Andrea, sintiendo que, desde el cielo le empapaba la luz de Julia, y recordando las últimas palabras de su esposa al despedirse, afirmando que su luz no se apagaba, si no que viajaba hasta la luna, y que, desde allá arriba, iluminaría con fuerza para él y su niña.
Jacinto, ya satisfecho, volvió a su guarida, y la calle solitaria del pueblo quedó en silencio, con un intenso rayo de luna que envolvía dos siluetas.
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Las chicas son guerreras.
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Bueno... finalmente, Andrea no beso al sapo ;-)
ResponderEliminarNo obstante, hubo final feliz: un rayo de luz, enviado por mamá desde la luna, que envolvía las siluetas de padre e hija.
Gracias, Marutxi, por contar historias tan bellas.
Un abrazo.
Miguel-A.