La pagina web de "Ataxia y atáxicos" (información sobre ataxia, sin ánimo de lucro) es: http://www.ataxia-y-ataxicos.es/


lunes, 29 de mayo de 2017

1- CLARIDAD - Segunda parte (Sobre ruedas - Nueva vivienda)

Blog "Ataxia y atáxicos".
Por Mamen García, paciente de Ataxia de Friedreich, de Guadalajara.

Notas del administrador del blog:
El pseudónimo literario de Mamen García es María Narro.
He solicitado permiso a Mamen García (María Narro) para copiar, por capítulos, en este mismo blog, su novela autobiográfica. Y se hará... a no ser que muera en el intento :-) ... ninguna de ambas cosas me da miedo :-)
He dicho "copiar", como de costumbre (por respetar los formatos del blog). Es imposible mejorar nada, puesto que la presentación original, por parte de la propia autora, es inmejorable. Y puede verse en el blog: http://claridadlanovela.blogspot.com.es/.
Aquí se editará en días NO consecutivos, haciéndose constar los enlaces a capítulos anteriores
:
Capítulo 1 - I // Capítulo 1 - II // Capítulo 1 - III // Capítulo 1 - IV // Capítulo 2 - I // Capítulo 2, II // Capítulo 2, III // Capítulo 2, IV // Capítulo 3, I // Capítulo 3, II // Capítulo 3, III // Capítulo 3, IV // Capítulo 4, I // Capítulo 4, II // Capítulo 4, III // Capítulo 4, IV // Capítulo 5, I // Capítulo 5, II // Capítulo 5, III // Capítulo 6, I // Capítulo 6, II // Capítulo 6, III // Capítulo 7, I // Capítulo 7, I // Capítulo 7, I // Capítulo 7, II // Capítulo 7, III // Capítulo 7, IV // Capítulo 8, I // Capítulo 8, II // Capítulo 8, III // Capítulo 8, IV // Capítulo 9, I // Capítulo 9, II // Capítulo 9, III // Capítulo 10, I // Capítulo 10, II // Capítulo 10, III

Segunda parte: La segunda parte de la novela pega un giro, y empieza desde el final: 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1.
7- Clara oscuridad // 6- Teniente, sin galones // 5- Calidoscopio virtual // 4- Haciendo el pino // 3- El sueño de una noche de verano, o ciudad accesible // 2- Apaga la luz // 1- Sobre ruedas - De mayor quiero ser...


1- CLARIDAD - Segunda parte - (Sobre ruedas - Nueva vivienda):

Desde que mis padres se habían mudado a un piso preparado para una silla de ruedas, la idea de buscar otro para nosotros nos empezó a rondar. Pero aquello no era tan fácil. Aun habiendo una ley que obligaba a las constructoras a dejar un piso totalmente accesible para una persona en silla de ruedas por cada treinta pisos que construyen, por entonces, esa ley no se cumplía. No había mucho donde elegir. Además de que la idea de vender y abandonar nuestro pequeño nido me ponía los pelos de punta.

Me parecía maravilloso eso de poder salir sola a la calle, aunque creyese que era algo así como utópico. Con la silla eléctrica me movía yo sola por la ciudad, también se me habían presentado a nuevas barreras -arquitectónicas, las más-, pero para salir de casa y bajar las escaleras, si no estaba Juan, me tenían que ayudar mi hermano, o mi padre.
“¡Si hubieras comprado un piso sin escaleras como te decíamos!”.
Esa frase me la repitieron hasta la saciedad durante muchos meses... mas en el registro de mi memoria no la encontraba.
¡Qué ambiguo es el pasado! Nadie quería que me casara y mucho menos que me comprara un piso, pero ahora, sin embargo, todos decían haber dicho que querían que no tuviera escaleras.
La explicación de que nuestro piso tuviera escaleras era fácil y lógica, pero sólo la sabíamos mi marido y yo, y a nadie más importaba.
Tardé toda una vida, y dos vidas volvería a tardar, en aceptar una silla de ruedas por compañera.

No obstante, cada vez más a menudo, cuando reconocía que seis escalones me tenían atrapada, cuando pensaba que quizá me estuviera perdiendo media vida, la tristeza me visitaba. Las estrechas ventanas tenían rejas que menguaban libertad. El sol desaparecía mientras el edificio de enfrente crecía.
La luz se apagaba de nuevo, todas las bombillas se me fundían.
Mis clases de inglés ya no me llenaban como antaño. Sentía que había algo más esperándome, sabía que tenía que haberlo... fuera, en la calle, bajo el sol, dentro de la lluvia, sobre el viento, junto al aire...
Cuando se iban mis alumnos, me empapaba y vivía en las telenovelas. La televisión era mi única compañera (lectura de labios) que sabía hablar. Ya no podía escuchar la radio: no entendía lo que decían... ni podía llamar a nadie por teléfono para decirle que las paredes me asfixiaban. Nunca me apetecía leer, si alguna vez escribía sólo era para quejarme, en otra piel, en otra situación, en otro personaje, pero siempre llegando a lo mismo...
Gritaba en silencio y nadie me oía.

Sólo una de las personas que más me querían, mi hermana Valeria, se atrevió a decirme lo que todos veían: - ¡Te estás revolcando en la mierda!.
Y casi le pegué un guantazo. ¿Cómo podía decirme algo tan horrible, cuando veía que lo estaba pasando mal? ¿Es que no se daba cuenta de que era realmente desgraciada? ¿No le bastaba con que hubiera superado mi orfandad por no tener hijos?.
No, no le bastaba.
Hoy sé que solamente la gente que te quiere, será capaz de exigirte.
Mi hermana me obligó a aprender a trabajar por dentro.

Absurdo me parecía que hubiera un trabajo así... como absurdo es para muchos pensar que una persona, que no recibe un sueldo, trabaje. Haga lo que haga... ¡La sociedad es así de corta! Afortunadamente, yo siempre he sido la oveja negra para todo, y supe corregir el absurdo.

Quererme de nuevo, estar a gusto conmigo misma, saberme valiosa, buscar soluciones a los posibles, aceptando los imposibles... no fue tarea fácil.
Y después, libre, aunque las ventanas siguieran teniendo rejas, me pude enamorar de los planos de un piso adaptado. Si lo comprábamos seríamos casi vecinos de mis padres, y eso facilitaría la tarea que se había autoimpuesto mamá de ayudarme diariamente en la casa... tarea que me ayudaba a vivir, por supuesto. Demasiadas cosas a favor.
A Juan la idea de que yo pudiese salir sola a la calle, le parecía grandiosa y nada utópica. Y endebles charcos de dudas se evaporaron al ver el piso por dentro.

Las ventanas eran enormes, y el sol lo inundaba todo. Aunque era un bajo, se quedaba a la altura de un primero -mejor, no habría rejas-, yo dependería de un ascensor y aunque, el día de la visita, me subieron por las escaleras, al ver el hueco del ascensor me pareció diminuto.
“Están en obras”.
- Es de locos pensar que un edificio que tiene un piso adaptado para sillas de ruedas, en su ascensor no quepa la silla cuando saben que esa persona sobre ruedas dependerá de él -me dijeron.
Sí, es cierto, es de locos.

Pusimos el apartamento nuestro en venta... y, al ser céntrico, en dos meses lo vendimos.

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Cuando vi el ascensor supe que no...
Y no me equivoqué, el día en el que por fin funcionó, con mi silla de ruedas dentro, la puerta del ascensor no se podía cerrar. Juan, mi padre y el arquitecto se quedaron lívidos. Yo, espantosamente decepcionada.
- Claro que si le quitamos los reposa pies, la silla cabe.
- ¿Me está diciendo que, cada vez que usé el ascensor, tengo que desarmar mi silla para que la puerta cierre?.
- Yo no tengo la culpa de que ustedes no sepan lo que compran -dijo el arquitecto.
- Claramente, lo pone en el contrato: "un piso adaptado para una silla de ruedas" -le contestó mi marido.
Solamente al oírnos hablar de medidas legales, al señor arquitecto, se le bajaron los humos.

Perdidos y deseosos de una libertad como la que estábamos buscando, la solución que nos ofreció la constructora, nos pareció razonable. Ellos pagaban una silla manual y otra eléctrica, que tuvieran las medidas del ascensor... y nosotros no lo denunciábamos, además de olvidarnos del tema.
Aceptamos.

Pero si en mi vida no me hubiera dado tanto respeto mirar al futuro, quizá hubiera podido pensar: “si una silla manual vale más de cien mil pesetas, la de motor casi medio millón -con el paso del tienpo, cuestan más-... y si las sillas se cambian cada cuatro años, ¿quién me pagará las sillas especiales más adelante?”.
Imagino que la constructora pensaría que antes de tener que cambiar de silla, ya me habría muerto... puesto que, por supuesto, intuirían que las sillas no son eternas, al igual que los zapatos... digo yo. Pero soy demasiado mala, seguro que pensaron que en dos años nos tocaría la lotería primitiva, y cambiaríamos de piso.

Corría el año 1994 cuando recibimos un dinero, que demasiado ingenuamente, consideramos excesivo... mientras ellos iban diciendo que les habíamos “estafado”... aunque solamente habían pagado la factura que les había remitido una ortopedia después de adaptarme dos sillas a “su” ascensor. Pero éramos felices. Teníamos lo que queríamos: No sabíamos de lo que nos tachaban. Eso no es estafa. Todo el mundo es bueno, hasta que se demuestra lo contrario.
La nueva casa era un sueño... poder salir sola a la calle, otro.
Para ser la sombra de una May perfecta, me haría falta la experiencia de haber vivido cinco vidas, y aún así, me seguiría equivocando.

(Continuará).

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Booktrailer de esta misma novela: (video de tres minutos, alojado en "YouTube").



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