Por Mamen García, paciente de Ataxia de Friedreich, de Guadalajara.
Notas del administrador del blog:
El pseudónimo literario de Mamen García es María Narro.
He solicitado permiso a Mamen García (María Narro) para copiar, por capítulos, en este mismo blog, su novela autobiográfica. Y se hará... a no ser que muera en el intento :-) ... ninguna de ambas cosas me da miedo :-)
He dicho "copiar", como de costumbre (por respetar los formatos del blog). Es imposible mejorar nada, puesto que la presentación original, por parte de la propia autora, es inmejorable. Y puede verse en el blog: http://claridadlanovela.blogspot.com.es/.
Aquí se editará en días NO consecutivos, haciéndose constar los enlaces a capítulos anteriores:
Capítulo 1 - I // Capítulo 1 - II // Capítulo 1 - III // Capítulo 1 - IV // Capítulo 2 - I // Capítulo 2, II // Capítulo 2, III // Capítulo 2, IV // Capítulo 3, I // Capítulo 3, II // Capítulo 3, III // Capítulo 3, IV // Capítulo 4, I // Capítulo 4, II // Capítulo 4, III // Capítulo 4, IV // Capítulo 5, I // Capítulo 5, II // Capítulo 5, III // Capítulo 6, I // Capítulo 6, II
6, III - CLARIDAD:
Una calurosa mañana del mes de Junio, cuando volvía con mamá del gimnasio (me había empezado a acompañar, tenía que agarrarme a su brazo), nos encontramos a Sofía, la hermana pequeña de Candela, en el portal. Mi madre me dio las llaves de casa, y ella se fue a comprar. Pero antes de subir me senté un ratito en las escaleras al lado de Sofía:
- ¿Hoy no tienes cole? -le pregunté.
- Estoy mala -contestó sin mirarme.
- ¿Qué te pasa?.
- Me duele la cabeza, como a los mayores.
- ¡Ah!.
Totalmente perpleja, intenté vislumbrar en la carita de aquella niña alguna sonrisa. Sofía era muy simpática, pero hube de reconocer que estaba demasiado seria.
- ¡Candela es bruta! -dijo de repente.
- ¿Qué…?
- Que Candi es una bruta... y mami la ha echado de casa.
Me empezaba a reír, cuando me di cuenta que Sofía comenzaba a llorar.
- A ver, cariño, por qué no te sientas aquí -le señalé una de mis rodillas-, y me lo cuentas.
La pequeña se sentó encima de mí, y continuó:
- Candi se fue anoche de casa, porque mami la echó -dijo mientras se limpiaba los mocos con la manga de la chaqueta y sorbía su nariz-. Y yo... y yo... -hipaba tanto que me costaba entenderla- me quiero ir también... ¿May?.
- Dime, cielo.
- ¿Por qué es malo ser bruta?.
- Pues la verdad, Sofía, ser bruta... malo, malo... no... -le decía mientras buscaba un pañuelo de papel en uno de mis bolsillos del chándal.
- Oye May, es que mami también la llamó "postituta"...
Abracé a Sofía, olvidándome del pañuelo... y cuando sentí que su llanto se calmaba, le pregunté si quería jugar con mis muñecos de peluche, y montar en la bicicleta estática un rato... Asintió mirando al suelo. Me apoyé en la pared y me levanté. Tomé a Sofía de la mano, y subimos a su casa a avisar a su madre de que me llevaba a la niña un rato.
La pequeña no hizo más preguntas, y yo, ayudada por la bici, a cuyos pedales apenas llegaba Sofía, por mis muñecos y alguno de mis cuentos, pude reponer en su preciosa carita la sonrisa que nunca debió desaparecer... no en un niño, en un ser puro e inocente la sonrisa debería ser perpetua, y las miserias de los mayores quedarse fuera.
"""""- Crispín, el fantasma que sólo sabe reír ji, ji, ji -
... En el continente más cercano a las estrellas, existía un pequeño país llamado Fantasmilandia. Allí encontramos a nuestro protagonista, Crispín, aunque os advierto que si no se pone el uniforme de fantasma, ósea la sábana blanca, no le podremos reconocer, porque en este fantástico país, todos son iguales. Desde el mandamás, don Nicolás, hasta el fantasma mendigo, don Cirilo.
Aquel día había reunión extraordinaria, urgente, ponía en los carteles repartidos a lo largo y ancho del país. Todos los habitantes de Fantasmilandia, con sus sábanas relucientes, se encontraban reunidos en el ayuntamiento. Entre ellos reinaba un silencio absoluto, en sus caras había preocupación... menos en una, que como siempre había dibujada una gran sonrisa, la de Crispín.
D. Nicolás dio comienzo a la sesión:
- Os he mandado reunir, para intentar, entre todos, buscar una solución al problema que sospecháis. Desde siempre, los jóvenes fantasmas tienen que pasar una prueba para convertirse en adultos. Todos los más jóvenes de la generación de los últimos cien años han pasado la prueba, excepto Crispín. Tiene algo que decir el aludido.
- Sí, claro -dijo el fantasma-, creo que fue cosa del destino que, al trasladarme de país fuera a aterrizar junto al cesto de la ropa lavada de una señora -¡vaya tino!-. Me confundió con una sábana, y me tendió con dos horquillas aquí, en los sobaquillos... Y de todos es sabido las cosquillas que producen las horquillas en los...
- Bueno, ya está bien -le cortó don Nicolás al ver que los demás fantasmas intentaban contener la risa-. Te mandamos allí a que cumplieras el primer deber del fantasma: asustar. Y en vez de eso, ¿qué hiciste...? ... Déjalo, Crispín, no contestes -le cortó de nuevo en cuanto vio que el fantasma hacía ademán de hablar-. Causaste una epidemia de risa -que duro dos días- con tu risa contagiosa, y tuvimos que llamar a los salva-fantasmas a rescatarte del tendedero. De esta forma no superaste la prueba... ¿Y sabes lo que dice la ley en un caso como éste? -prosiguió don Nicolás-. Deberás vagar por un castillo fuera de tu país hasta que logres asustar. Si alguien no está de acuerdo que lo diga.
Nadie contestó. En la gran sala se oyó un "¡ohhhhh!". Pero nuestro amiguito no dejó de sonreír, porque viajar era lo que más le gustaba hacer.
Llegó Crispín al castillo de “si me ves no me olvides”, en un país muy lejano al suyo. Pero el castillo estaba vacío, lo habían convertido en museo, mas todavía no estaba abierto al público, por lo que el fantasma se instaló a sus anchas sin aburrirse entre tanto cuadro.
Pasados cuatro o cinco años, el castillo recibió al primer grupo de visitantes. Venían desde Japón. Crispín se había preparado a conciencia para poder asustarlos. Se apareció ante dos japoneses que se habían despistado de los demás, y dijo su mejor "¡U U UHHHHH!" (su madre hubiera estado orgullosa). Los señores japoneses exclamaron:
- ¡Por fin, un fantasma! -y empezaron a hacerle fotografías... pronto la habitación se llenó de más gente haciendo fotos.
- Por favor mire aquí, señor fantasma.
- Ahora de medio lado, señor fantasma -decían otros, mientras seguía el ruido de las cámaras de fotos: clic, clic, clic...
Crispín desapareció muy asustado.
Pasó un par de meses sin que el fantasma se volviera a presentar ante nadie. Al final se decidió, sino, nunca podría regresar a su país, y echaba de menos a su familia.
El grupo que visitaba el castillo ese día eran las niñas de un colegio. Crispín se acercó a su habitación preferida, y allí encontró a la niña más guapa que hubiera visto nunca. Estaba sentada en un sofá, a punto de llorar. Crispín se sentó a su lado, y rozó su brazo. La niña se sobresalto al verle, pero el fantasma le dijo:
- Por favor, no te asustes (¡si le oyera su madre y D. Nicolás!). Soy el fantasma Crispín, y estoy en este castillo para ver si puedo asustar, y poder regresar a mi país para ser adulto. ¿Comprendes? -vio que la niña movía la cabeza diciendo que no-. Verás, debo pasar una prueba para ser mayor, y ya la he fallado dos veces -Crispín le contó lo que le había pasado. y vio cómo la niña reía. Ésa fue la vez que mejor se sintió al hacer reír.
- Yo soy Olivia. Pero no entiendo por qué no has querido asustarme, así podrías haber regresado a tu país.
- A veces hay que elegir, y yo elegí no asustarte. Pero, dime, ¿por qué estás aquí sola? -le preguntó el fantasma.
- Es que... yo no puedo andar tan deprisa como las demás, me canso -le contestó Olivia con lágrimas en los ojos- ¿Ves estos aparatos en mis piernas? Por llevarlos, no puedo correr, y...
- Yo tampoco puedo correr, ni tan siquiera andar -dijo Crispín- pero puedo flotar, reír... Seguro que tu puedes hacer otras muchas cosas, ¿no? -La niña asintió tímidamente-, sin creerte más ni menos que nadie, eso es algo que me enseñó mi madre cuando era pequeño, por lo menos hace trescientos años.
- ¿Trescientos años? -exclamó Olivia.
- Bueno, confieso que me has pillado: en realidad son cuatrocientos cincuenta y ocho, pero yo pensaba que aparentaba menos -decía sonriendo Crispín-. Seguro que tus amigas te están buscando porque quieren estar contigo.
- ¿Tú crees? -le preguntó la niña-. De repente, me encontré sola y no pude correr para alcanzar a los demás, y me quedé sentada aquí...
Se oyeron pasos fuera de la habitación. Crispín desapareció.
- ¡Olivia!, llevo un buen rato buscándote -le dijo su amiga Mary- la profesora me mando a recepción, y, cuando volví, ya no estabas. ¿Quieres que descansemos un rato? Este castillo es enorme...
- ¡OLIVIA!, ¡MARY! -una voz tremendamente chillona hizo retumbar las paredes del castillo. La dueña de la voz se presentó en la habitación. Aún teniendo a las niñas enfrente seguía chillando:
- SOIS UN PAR DE NIÑAS MALAS Y DESOBEDIENTES, CREÍ QUE...
- Lo siento mucho, señorita Lolita...
- NO ME CONTESTES, OLIVIA...
Crispín, que seguía allí, pensó que había llegado la hora de cumplir su misión. Con gran desparpajo se apareció entre las niñas y la profesora, y mirando a ésta, lanzó un subliminal:
- ¡U U UHHHHHHHHHHH!
Fue tal el susto que se llevó la señorita Lolita, que cayó de culo al suelo con los ojos desorbitados. Las niñas acudieron a ayudarla.
- ¿Eso no era un fantasma?-preguntó Mary.
- Por supuesto, y de los mejores -le contestó Olivia, al tiempo que se volvía para hacer un guiño y lanzar un beso a Crispín, quien ya podía regresar a su país.
- ¡Hasta siempre, y no olvides lo que me enseñó mi madre! -diciendo esto nuestro amigo desapareció, pero no del castillo, pues todavía no había recibido el visto bueno desde Fantasmilandia.
Se estaban retrasando, y Crispín impacientando, hasta que oyó:
- Prueba superada. ¡Ya puedes volver!.
- ¡No hace falta que lo diga más don Nicolás!.
*****
Aquella noche, mi hermana durmió en casa de una amiga. Sería cerca de la una, y me era imposible conciliar el sueño: deseaba tanto hablar, olvidar negros pensamientos, y pegar cuatro risillas...
Todos dormían. Me levanté y abrí con sigilo la ventana de mi habitación, subí despacio la persiana, y una hermosa luna, llena de luz, me dio las buenas noches. Estábamos a primeros de junio, y la noche aún refrescaba, por lo que cogí una bata rosa y me la puse encima del camisón de tirantes. Encendí un cigarrillo y me acodé en el alféizar de la ventana. La lechosa luz de la luna cincelaba los tejados de un rojo ardiente, las paredes encaladas las fundía y derretía como la nieve de finales de invierno, y el fondo de aquel rectangular patio de luces inmensamente gris, lo transformaba en un pozo estéril...
Siempre acababan dándome miedo las alturas. Los pequeños tendederos vacíos me inspiraban tristeza. Se oyó el camión de la basura. Los pies se me estaban quedando fríos. Apagué el cigarro y, sin cerrar la ventana, me tumbé sobre la cama. Así estaba mejor. La luz de la luna acariciaba mi inquietud: El saber que habían echado de casa a mi vecina Candela me había afectado, pero como decía Juan, yo no podía hacer nada, ni tan siquiera pedirle a su madre algún número de teléfono para ponerme en contacto con ella. No se puede hablar con quien no quiere escuchar. No supo escuchar cuando pudo... si es que alguna vez pudo.
Yo no puedo hacer nada, salvo querer a Sofía. ¡Eso es! Querer mucho a Sofía, que note cuanto menos la ausencia de su hermana. No será difícil quererla un poco más... ¡Sofía…! Sólo tiene cinco añitos... ¡Me la comería a besos y abrazos! Seguro que mi hija, la que algún día nazca de aquí, de mi vientre, será igual que Sofía. Mi hija..., nuestra hija, Juan... Juan... Juan... Juan ¿tampoco puedes dormir, y estás pensando en mí..? Dile que le quiero, bella mensajera llena de luz. Mucho, mucho. Que le siento a cada respirar y que respiro por él.
Me incorporé en la cama, y me senté. Cogí un cuaderno y un boli del cajón de la mesita, y, bajo un rayo de luna, dejé que mi mano rescatara la melodía que anidaba en el dulce caos de mi corazón...
“Una música,
aquel beso
aquellos labios.
Un sueño, una pasión,
una ilusión,
que vuela, crece,
y me mece.
En otro mundo, en otro lugar,
en mi lugar.
En otra vida,
una música, una lágrima,
el mayor beso”.
- Dale las buenas noches y dile que le quiero -alcancé a susurrar a mi seductora amiga, que veía por la ventana, mientras me tumbaba y cerraba los ojos.
(Continuará).
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Booktrailer de esta misma novela: (video de tres minutos, alojado en "YouTube").
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