Por Cristina Sáez Vallés, paciente de Ataxia de Friedreich, de Zaragoza.
Nota del administrador del blog:
Éste es el relato con el que Cristina ha ganado el primer premio en el concurso “SOY CAPAZitado”. Para acceder al archivo original, en ".PDF", pinchar en www.miguel-a.es/VICEN/mirarnos.pdf
Cristina Sáez Vallés |
¡Quién me iba a decir a mí que me casaría con el chico más guapo de la fiesta!.
Fue en este mismo restaurante, en la boda de mi mejor amiga. Cuando ella lanzó su ramo de novia al aire, fue a parar a mis pies, porque como soy tan torpe, al ir a cogerlo, se me escapó de las manos.
Tú pasabas por ahí en ese momento, con una bandeja vacía en la mano, y casi lo pisas... Al percatarte de que yo no podía agacharme, lo recogiste del suelo, lo pusiste en la bandeja, y me lo entregaste.
Tu mirada se cruzó con la mía, y nos quedamos absortos, sin decirnos nada... Sólo con mirarnos, supimos que nuestras vidas estarían unidas para siempre.
Cogí el ramo, y arranqué una flor, que te coloqué en la solapa. Parecías el novio en lugar del camarero...
La verdad era que yo estaba un poquito borracha, porque me había tomado una copa de champán, y no estaba acostumbrada a beber.
Luego me trajiste una segunda copa, y bebiste conmigo. Seguimos charlando, y me contaste muchas cosas. Tú no parabas de hablar, y yo no hacía más que reír.
Al día siguiente, me llamaste al móvil, y quedamos para ir al cine.
A partir de ese día, no volvimos a separarnos nunca. Nos hicimos novios, nos casamos, tuvimos un hijo… Hasta ahí, todo normal, como cualquier pareja.
Pero yo sigo preguntándote qué haces conmigo, qué viste en mí. Porque tú eras guapísimo (todavía lo eres, con menos pelo... y esa barriguita incipiente)... y yo, con mi pelo rojo, (teñido... que tengo canas), mis ojos verdes, sí, preciosos, dices tú, con unos cuantos kilitos de más, pero con mi silla de ruedas.
Hace diez años, me compré una silla de ruedas eléctrica, pero no me gustaba nada tener que usarla. Estuvo un mes en la ortopedia, porque no quería que me la trajeran a casa. No podía ni verla, aunque sabía que la silla de ruedas acabaría siendo parte de mi cuerpo. Entonces aún podía caminar, pero tenía que ir del brazo de alguien... Generalmente era mi madre quien me lo prestaba con mucho amor y paciencia, porque yo no era muy cariñosa con ella.
Como mi amiga del alma se casaba, y quería estar con ella el día de su boda, y, a ser posible, sola, sin mamá, ese día estrené la silla.
Y, aunque me daba un poco de reparo que todos me vieran con ese artefacto, decidí usarlo, porque así podía estar yo solita en la ceremonia, y ser más libre.
Cuando empecé a salir contigo, iba de tu brazo. Pocas veces utilizaba la silla de ruedas.
¡Qué risa aquel día que una vecina mía nos dijo en el portal de mi casa:
- ¡Qué hermano tan guapo y tan bueno, que te saca de paseo!.
Y tú contestaste que no eras mi hermano.
- ¡Soy su amante, y nos vamos al parque a meternos mano un rato!.
¡La cara que puso, la pobre mujer! Me dio lástima... pero tú decías que se lo había merecido, por entrometerse en la vida de los demás.
Cada noche te pregunto que por qué me quieres. Sé la respuesta, pero me gusta que me la digas mientras nos miramos.
Me respondes que no sabes por qué estás conmigo, por qué te enamoraste de mí... Pero si no hubiera sido por esa silla de ruedas, jamás te hubieras agachado a recoger el ramo... y no me habrías mirado a los ojos. Que sigues mirándome y en mis ojos ves el amor, lo tocas, lo sientes, lo hueles.
Sólo con mirarnos, sabemos todo el uno del otro... aunque todas las noches te repita la misma pregunta, y tú me respondas siempre lo que ya sé.
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Bonito y romántico.
ResponderEliminar¡Felicidades por el premio, Cristina!
Sílvia Albertí