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sábado, 22 de mayo de 2010

By air (II parte)

Blog "Ataxia y atáxicos"
(Por Pilar Ana Tolosana Artola, paciente de Ataxia de Friedreich, de Vitoria).

NOTA: Para acceder al pefil literario de Ana Tolosana Artola, pinchar en el enlace abajo indicado:
http://pilarana.bloggum.com/


Primera parte del relato: By air (I parte)

"By air, II parte"

Estábamos sobrevolando el aeropuerto parisino, según mi almohada humana me advirtió, así que aterrizaríamos en la capital francesa. Cuando abandonamos el transporte, se nos hizo raro ver en nuestra terminal a diversos policías que creo, según mi francés chapurreante, que estaban alertando sobre unas grietas en nuestra pasarela.

Hasta la mañana siguiente no teníamos que volver al “Charles de Gaulle”, porque los controladores aseguraban que hasta entonces no se iba a producir una mejoría del panorama meteorológico. No había mucha gente, y me permitieron cambiar mis papeles para volar a Ámsterdam; aún así, llegaría con un día de retraso, pero no iba a avisar a Eloísa y compañía todavía.

El vuelo para Ámsterdam salía justo a la misma hora que el de Alemania...

-Todo bien, pues yo a Ámsterdam, y tú a Alemania... -, divagué.

-Bueno, todo bien, no sé. A ver si llego al partido porque voy a andar muy mal de tiempo...

-¡Qué pesadito con el fútbol! ¡Si además van a perder! -.

-¡Mujeres... ¡ -, expresó con desprecio.

Preparados para despedirnos, ninguno daba el primer paso, y sólo nos mirábamos ininterrumpidamente, obstruyendo la salida a ese deseo común de no separarnos, que en lo más profundo, era lo que tenía que ser.
Como no éramos capaces de decirnos adiós, no lo hicimos... Simplemente, nos desplazamos en sentido contrario. Total, jamás íbamos a volver a vernos, y él sería una de tantas personas que pasaron por mi vida, pero que no entraron en ella.

Mientras miraba al frente, el caminar se me iba haciendo más agónico, y cuando había recorrido escasos metros me giré ciento ochenta grados, con la esperanza de que el muchacho mechado me oyera; lancé un grito desesperado al aire:

-¡Voy a ir a ver la Torre Eiffel!

Se paró en seco, cómo meditando si debía darse la vuelta o seguir avanzando. Mi diablo interior me decía que había hecho una soberana tontería, y que echara a correr antes de que el Mechado se riera en mi cara, que quizá para ridiculizarme, sí se virase.

Lentamente, se volvió, y yo esperaba su actuación como un angelito indefenso, no obstante mi diablillo interior no dejaba de insultarme y vejarme. Lo más suave que mi lado oscuro me increpaba era que mi título era el de boba romántica...

-Es más bonita cuando anochece... Podríamos ir juntos, si te parece bien... Por el día no me parece que sea más que un monstruo de acero frío y rígido -, refirió el Mechado.

-Está bien, cuando anochezca nos pasamos por el puente de la Concordia... ¿Cogemos ahora un taxi para ir a comer a algún sitio? ¡Tengo gusa! -.

Me sentía dichosa sólo porque él no me había ignorado. A lo mejor, también era un bobo romántico, y podríamos compartir aficiones.

-Vale, recomiendo “La solitude d´une pensée”... Yo invito... Hace unos años estuve en París, y la comida de este restaurante me gustó especialmente

-¡Menudo, y yo aquí preocupada de adónde iba! ¡Si tengo aquí un guía perfecto! –mencioné.

Tomámos un taxi, y entramos al restaurante que mi amigo había sugerido. La decoración era muy clásica y armoniosa, y todo esto denotaba que el precio de la comida iba a ser abusivo. Sólo con el precio del vino, habría podido pagar la entrada de mi coche, pero como el Mechado era el que pagaba, me abstuve de hacer glosas impertinentes

Él llevaba pantalones de pinza, y aún no desentonaba mucho con aquel lujo y ostentación... Aunque yo con mis pantalones vaqueros lavados a la piedra, mis mocasines atemperados, y mi top de cinco euros, daba un poco la nota; y claro, el mêtre se pensó si nos dejaba sentarnos. Al final, el Mechado le dijo unas palabritas en francés que sonaban a corrupción, y nos sentó en una mesa al fondo, un poco escondida.

Desde luego, la comida fue divina, y no me extrañaría que los manjares de los dioses griegos fueran muy parecidos a los que nos estaban sirviendo.

La tarde la pasamos en Dysneyland París, aunque para mi gusto, las atracciones fueron un poco light. En Adventureland, de los cinco países de fantasía, es donde mejor me lo pasé; considerando que casi me hago íntima del Capitán Garfio, y me llevé medio bazar del mundo de Aladino... Además, me reí como no lo había hecho en mucho tiempo, viendo como el Mechado quería subir al árbol de los Robinsones Suizos...

-¡Si no me vas a impresionar...! ¡Ese niño de cinco años lo hace mejor que tú! -, le gritaba guasona.

Él sudaba y se deshidrataba queriendo demostrar su agilidad.

-Lo que tú quieres es bajar a la playa de los piratas para ver a lo qué te dejan jugar los corsarios esos -, desveló el Mechado.

Me sentó mal que haría tanto alarde de que me había gustado Garfio y me quería ir con él. La verdad es que me había chiflado, me parecía tan varonil, y con ese típico acento francés... Era irresistible, pero yo seguía siendo demasiado orgullosa para reconocer que el capitán pirata no me hacía ni caso.

Al final, tuvo que pasar algo por lo que la magia se acabara... Y es que el Mechado acabó por ponerle la zancadilla al Capitán al borde de un acantilado; había niños por todos lados y no quisieron peleas absurdas, pero el resultado fue que yo vendría a buscar al pirata cuando terminara su turno. Me fui de allí un poco enfadada, con el Mechado detrás, disculpándose por el numerito.

Se cansó de perseguirme, y ya sin compañía me senté en un banco del parque. Ya anochecía, y se me ocurrió capturar el metro, y perderme en la playa, en la de verdad, sin piratas, ni corsarios...

Y, el destino a veces nos juega malas pasadas. Allí estaba quién menos quería yo ver, y acompañado por una rubia tremenda, con una boca enorme como si fuera un embarcadero. El Mechado no se percató de mi presencia, claro, de tan concentrado que estaba en lo que hacía con aquella espindarga gala.

Más me valía no estar viendo eso, así que me exhorté a largarme por donde había llegado, pero antes de levantarme, cerré los ojos nostálgica, y en progresión aritmética me fui quedando cono etílica allí tumbada.

Cuando me reavivé todavía no había amanecido, y a pesar de la brisa, me sentí arropada. Me incorporé y me di cuenta, que una cazadora me cubría, y que justo a mi lado estaba su dueño, fumando un cigarrillo.

El Mechado reparó en que me había movido, y cuando aún mi conciencia no se había desperezado, preguntó:

-¿Y el Capitán?

-¿Qué Capitán?, dije, sabiendo a qué se refería, pero queriendo hacerme la sueca.

-Ya sé que entiendes perfectamente la pregunta. Esas escaramuzas no te valen conmigo

-¿Y tu deslumbrante galita? De lo mío nada, me quedé dormida y me olvidé de la cita, pero ya le escribiré o algo... -, refunfuñé.

-¿En serio? Pues, a mí me cortaste el plan con la galita... De repente te veo ahí tirada... Bueno, pero será mejor ir ya al aeropuerto; cuando llegue a Alemania seguro que encuentro damiselas fáciles de convencer. A no ser que...

-¿Qué?

-A no ser que quieras quedarte en París conmigo, farfulló.

La frase me resultaba imprecisa, y estuve un rato sin poder reaccionar, hasta que la distancia se redujo a un beso.

-Entonces, nos quedamos... Pero, volveremos a visitar Adventureland -, bromeé irónica.

-Mejor, iremos a la Torre Eiffel, que todavía no la has visto -, sugirió entre risas.

Y ya en la Torre, me olvidé de que una vez quise ir a Ámsterdam, y nos convertimos en las personas más distantes del mundo, pero las dos más cómplices entre nosotros.

(Pilar Ana Tolosana Artola, paciente de Ataxia de Friedreich, de Vitoria).

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