La pagina web de "Ataxia y atáxicos" (información sobre ataxia, sin ánimo de lucro) es: http://www.ataxia-y-ataxicos.es/


viernes, 21 de mayo de 2010

By air (primera parte)

Blog "Ataxia y atáxicos"
(Por Pilar Ana Tolosana Artola, paciente de Ataxia de Friedreich, de Vitoria).

NOTA: Para acceder al pefil literario de Ana Tolosana Artola, pinchar en el enlace abajo indicado:
http://pilarana.bloggum.com/


De viaje a Ámsterdam, por dictado de Eloísa, la líder del grupo. Lo de la democracia aquí, se nombraba mucho, pero en realidad era un galimatías, una ecuación, cuyos elementos cruciales eran su carisma por su especulación.

Nadie quería pasearse por los prados llenos de tulipanes y gladiolos, ni conseguir diamantes como los de Tiffany´s, o fumar María hasta que saliera el sol y se volviera a poner; sólo querían descansar, ver cosas nuevas, y si acaso, vivir la vida loca por las noches.

Cualquier otro destino hubiera sido ideal para nuestras vacaciones, sin embargo, Eloísa se había encargado de convencer a las votantes, de las múltiples posibilidades de las que podríamos disfrutar en Ámsterdam.

-¡Chicas, quitaos de la cabeza los tulipanes y lo de los tíos puestísimos que hablan arrastrando las palabras, como si estuvieran cansados! Nos hospedaremos en casa de unos amigos de mi prima, al lado de una estación de metro. Creo que si vamos, coincidimos con El Circo del Sol, con las mejores fiestas, y con la inauguración de una macro-discoteca en la Zona Roja -mitineó Eloísa.

Después de lo de la “Zona Púrpura”, decidí que si zanjaban ir allí, para no ser menos, yo las acompañaría, pero mi estancia en Ámsterdam, iba a variar bastante de la de ellas; y hasta se me ocurrió desear a Eloísa que le pegaran alguna enfermedad venérea en el cuarto oscuro para adultos y adúlteros; empero, al instante, me arrepentí de ser tan diabólica, y fantasear con esta clase de inclinaciones.

Entonces, la azafata del vuelo se enserió, y nos aconsejó a todos sobre lo que debiéramos hacer en caso de peligro, aunque si pasaba algo a 2.000 metros de altura, yo no encontraba salvación posible.

Era mejor no pensar en ésto. Eran sólo cábalas mías. El avión despegó y yo clavé, desesperada, las uñas en la butaca. Permanecí un largo rato con los ojos cerrados, y no dejaba de aparecérseme esa señorita tan educada de Viajes Halcón, que días antes, me insistió en que no quedaban billetes de autobús, y la única forma de llegar a Ámsterdam era por aire.

Debía haber ido a otra agencia de viajes donde tuvieran más formas de elegir sobre cómo llegar a Ámsterdam, pero al no tener suficiente tiempo para recapacitar, ni obstaculizar la planificación de la agencia, organicé mi viaje desde el aeropuerto de Barajas.

Ya no había solución. Tenía que enfrentarme a mis próximas horas en las nubes. No era un viaje largo, así que el miedo no tenía tiempo de aflorar; para mi beneplácito.

Además, mi asiento seguro que era más cómodo que el de un autobús; y en éste, a la mínima señal vendría ninguna azafata, preguntando por mi estado a cada suspiro que exhalaba. Si supiera que hasta pesada me estaba resultando la damisela.

Eso sí: era una chica rubia de anuncio, mezcla de una lasciva multioperada de voluptuosos cántaros de miel, y pura utopía divina e intocable de los sueños froidianos... De esas que de seguro harían furor en las braguetas de los pantalones masculinos, y de las que cuando pasaba por cualquier calle, todo el mundo se volteaba para mirar a diferentes partes de su anatomía. Su vocecilla, en ese cuerpo tan esbelto, lleno de curvas, sonaba inadecuada, como si fuera la de una lolita atrapada en un convento.

A todo esto me estaba remitiendo a todo aquello, porque deseaba en vez de aparecer en el aeropuerto de Ámsterdam, donde mi cuadrilla me iba a esperar, irme por las calles con la azafata de compras, a visitar museos, o a andar en bici simplemente, a comer un Kebab en cualquier esquina... Lo que yo tenía claro, era que si yo viajaba a Ámsterdam no era para hacer lo mismo que iba a hacer cualquier fin de semana aburrido.

Sé que las comparaciones son odiosas, pero ella, la de altos vuelos, salía ganando a mi cuadrilla; y eso que no conocía a la aeromoza... Pero lo de no estar influida en absoluto por la machacante Eloísa eran muchos puntos a su favor.

Llegados a este punto, comencé a dudar de si era con ellas con las que debía pasar mis vacaciones, y si no debería distanciarme. De pronto, una turbulencia me descolocó; y fue la que me despertó de esa agnóstica ensoñación.

Si había llegado hasta allí era porque en el fondo pensaba que iban a ser las vacaciones de mi vida. Con hablar con Eloísa lo menos posible se resolverían muchos problemas. Era la que había insistido a las demás para que se largaran a Ámsterdam un día antes de lo que yo podía por cuestiones de trabajo; semejante harpía...

No me lo iba a tomar mal, que de rencor está lleno el mundo, pero una que yo me sé iba a hacer lo que le diera la gana sin importarle lo que los demás dijeran, e iba a empezar a tomar su primer contacto con la vida que quisiera.

A veces, hasta que no nos muerde, no nos damos cuenta de lo que tenemos al lado... No es que una sea despistada, que también, es que la insigne Eloísa se comporta como una ignorante. Estamos rodeados de gente así; por esto debemos abrir mucho los ojos, tanto hasta que casi nos duelan.

Me sería difícil poner en funcionamiento estas profundas ideas porque me pesaban los párpados, tanto como si tuviera pesas de cinco kilos colgando de cada uno. Hice lo que pude para divisar lo que me obstruía la visión hacia la ventanilla, y ahí estaba él, algo inquietante, como si de repente fuera a levantarse, y tuviera pensado evaporarse ante la mirada incrédula de todo el pasaje; y, a la vez, como si fuera demasiado necesario para que el mundo siguiera girando, y sería preciso que él permaneciera allí.

Su pelo era castaño como con cortes de hacha brillantes, más radiantes que los rayos del sol; estaba repleto de sinuosas mechas que daban movimiento a su cabello. A juzgar por su piel tersa y sus gestos precisos aunque levemente sencillos, no pasaba de los treinta, ni llegaba a ellos.

De improviso, me embargó una sensación nueva, y experimenté una carga de celos, porque el tunante sólo hacía caso de su cuaderno de notas. No sé qué tendría apuntado allí, pero me sentí nimia al no captar su atención. Era tan distante, estaba tan absorto en sus tergiversaciones...

Sería mejor no intentar mantener ninguna conversación con el Mechado. Quizá él preferiría sus apuntes a alegrarme el día a mí. Una opción para él, y dos para mí: romper el hielo o escabullirme... Y la segunda elección sería la más cobarde, pero también la más previsora.

Me revolví en el asiento, y me hice una lista panorámica de los que viajábamos en el avión. Al rato de estar percibiendo ligeras sacudidas en el lado derecho, alguien me pellizcó obstinadamente en el brazo, y me volví como si fuera una viborilla.

Para mi vaticinada sorpresa, era mi compañero de viaje, el fantasma-hombre concentrado en sus asuntos, que me increpaba porque no le prestaba atención, yo a él, ¡vaya, yo a él!. Le dirigí mi expresión más amenazante, y el Mechado, lejos de arrepentirse de su irrupción, cuestionó:

-¿Cuánto tiempo nos llevará llegar a Hannover?

-¿Nos? ¿Hannover? ¿A nosotros? Una hora más o menos cuesta volar a Hannover, pero a Ámsterdam llegaremos mucho antes -, improvisé.

Frunció el ceño, y me dio la impresión que me llamaba loca por lo bajines. Volvió a repudiarme, como si con él no fuera la cosa, y se puso los cascos para escuchar música. Se los quité brutalmente, y escudriñé:

-Porque tú vienes a Ámsterdam, ¿no? Lo de Hannover era solamente una curiosidad, verdad?

-¡Qué dices! ¡Déjame ya!

-Oye, dime... -, le instigué, insinuando que se había equivocado de avión.

-Tú eres peligrosa, y acabas de salir de un sanatorio o algo así... Aquí, todos vamos a los Mundiales de Fútbol de Alemania... Pregúntale a Manolo el del Bombo, que está por allí

-A ti te falta algo aquí arriba -, dije señalando a su cabeza.

Me crucé de brazos, esperando a que recapacitara, y se apeara del burro, pero en cambio se levantó completamente enajenado, y volvió trayendo consigo a la azafata pechugona.

Los dos se inclinaron hacia mí cuando llegaron a mi altura en el pasillo.

-Vengo a confirmarle que sí, que es como el señor dice; este avión va directamente a Hannover. No sé cómo ha podido ocurrir, pero se ha subido en el vuelo que no es. El avión a Ámsterdam ha salido media hora antes que éste... Quizá haya sido un error de la Compañía, así que le aconsejamos que siga el viaje a Alemania, y ya en el aeropuerto la Embajada Española la estará esperando para arreglar la situación. Sentimos las molestias.

Y nada, después de esto, me quedé de color azul, y mi compañero de viaje volvió a sentarse en su sitio, cuando la azafata se fue bamboleando el culo.

-¿Ves, sabelotodo? Es lo que pasa cuando tratamos a los demás de tontos... Que ya capté en tu tono de voz que señalabas que el atontado que se había metido en el vuelo que no procedía, era yo -, se burló el Mechado.

Sin más explicación, me puse a llorar sin ton ni son, y amablemente él me cedió su hombro para que me desahogara a fondo.

-No quiero parecer maleducada, pero tienes caspa – advertí, mientras me sonaba en un pañuelo que también él me había suministrado.

-¡Pues eso es lo que eres! ¡Una maleducada con todas las letras!¡Además de una repelente y una desaforada! -, añadió él, furiosísimo.

-No, en serio. No quiero discutir. Es que mis amigas estarán esperándome en el aeropuerto de Ámsterdam, y... se preocuparán... -.

-No necesariamente, a lo mejor se alegran -.

-Tanto como eso... Pero, estoy en un momento con ellas en el que más me valdría no darles motivos para que me criticaran -, confesé tímidamente.

Dejó en ese momento de ser mi compañero, para ser mi acompañante y mi amigo. A él le esperaban los suyos en Hannover; como yo, por trabajo no había podido desplazarse antes.

Tenía la cara ya demasiado roja, y fui hacia el baño para ahogar mi llanto sola. Aparte de esto, me inundaba la sensación de estar siendo pesada con el chico; así que cuando volviera a mi asiento, iba a dejar mis agonías para otro momento, y metafóricamente me iba a convertir en una mole de cemento, a la que era difícil derribar.

Después de todo, me sentía un poquitín humillada, porque él había tenido toda la razón en lo de que estábamos volando a Alemania, y no a Ámsterdam donde mi séquito, o mejor dicho el de Eloísa, se preguntarían sobre mi paradero, al no llegar yo a la terminal. No sabía muy bien porqué, pero esto último era lo que menos me importaba; se podían morir de inanición esperando, si por mí fuera.

Podía resultar egoísta y maquiavélico, pero hasta me hacía gracia imaginármelas por una vez en su vida, preocupadas por alguien que no fueran ellas mismas.

En el lavabo me enjuagué la cara y las manos con un jabón de hidratos de yoyoba, y me quedé un largo rato mirándome en el espejo, examinando mi primera pata de gallo, y desesperándome por la escasa actividad de mi crema nutritiva.

Quise secarme las manos con una máquina de esas que expulsan aire caliente, sin embargo una amplia y vasta señora empezó a aporrear la puerta como si fuera a derribarla, y tuve que salir. Cuando pudo, se me acercó, y al oído, me dedicó un insulto por haber tardado tanto, pero zanjé no escucharla con claridad, y todo pasó sin más consecuencias.

Por el pasillo venía mi nuevo amigo a buscarme:

-Veo que ya has conocido a esa espléndida mujerona -.

-Sí, su diámetro era kilométrico, ¡hay que ver cómo aporreaba la puerta! ¡Pensé que la tiraba ¡ Sólo me insultó un poquito, pero a palabras necias, oídos sordos! -, planteé.

-Es verdad, no sirven de nada ese tipo de enfrentamientos -.

-¿Y venías a ayudarme con eso? Yo podría con la mostrenca esa, y además tú tendrás que reservar fuerzas para animar en el fútbol -.

-No te preocupes por mí, que en el Mundial vamos a ser muchos los que estemos apoyando -.

Nos sentamos al revés que antes: yo, en el lado de la ventanilla, y él, en el lado del pasillo. Nuestras sonrisas eran fundamentalmente cómplices, y no nos hacía falta hablarnos para entendernos.

A medida que iban pasando las décimas y las centésimas de segundo, me iba resultando más incomprensible que al llegar a Hannover, nos fuéramos a marchar cada uno para un lado, y quizá nunca volviéramos a vernos. Si para que no ocurriera esto, le pedía sus datos, su dirección y su teléfono, no podría soportar que se asustara y pensara mal de mí; y no quisiera estar conmigo el resto del viaje. A lo mejor él quería pasar conmigo el resto del viaje, pero no el resto de mi vida, que sería obvio. Lo más plausible, sería animarme a mí misma a deliberar que no era tan evidente, aunque sí que es el típico ejemplo de las relaciones humanas, en el que es fácil decirlo, tanto, como no hacerlo...

A toda la gente se le había puesto expresión alemana ya, y eso que no llevábamos tanto de viaje hacia Hannover.

-Esta gente se habrá descompresurizado o algo, ¿qué no? -, sugerí sarcásticamente.
Es que, aunque suene a incongruencia hasta empezaba a ver a todos más rubios, y con los ojos más azules. Las facciones de un señor que había sentado en los asientos contiguos, me recordaba a las de Hitler.

Esto ya empezaba a resultarme demasiado abstraccto, como si estuviera envuelta en una pesadilla traumática. Sentí el impulso de pellizcarme, como antes había hecho el Mechado, para confirmar que todo era un sueño, y despertar de tan ilógico y cómico serial de padecimiento.

Sin embargo, no desperté, y me reafirmé en la vehemencia de los hechos. Para mi desgracia, no estaba soñando, pero todo se iba a resolver. En última instancia, le pedí a mi compañero que me pellizcase.

-Como quieras, lo haré... Pero, aunque tu mente dude que pueda existir alguien tan interesante y estimulante como yo, soy real como la vida misma, txiki -, bromeó, soltando una vigorosa carcajada.

Lo que mi mente recelaba, no era que él no fuera real, sino el tipo de circunstancias que, por los aires, me estaban llevando hasta Hannover, adonde jamás hubiera ido si el destino no hubiera amañado una estratagema como la que estaba urdiendo.

Tampoco desperté; sin más, me quejé, y él se apartó un poco.

-¡No hace falta que me arranques la piel! -.

-¡Encima tendré yo la culpa!¡Tú eres la que has pedido que te pellizcara! -, exclamó muy seriamente.

-Lo siento, no es por culpa tuya que esté de mal humor. Se me van estropeando todos los planes... Hay días en los que una no debería haberse levantado de la cama...

-¡No seas tan denigrante y agonías! Seguro qué en cuánto despeguemos en Hannover querrás ir a Ámsterdam directamente? A mis amigos no les importaría que pasaras unos días con nosotros... -.

Me quedé durante un intervalo de tiempo en silencio, meditando sobre la invitación que se me estaba haciendo con tanta cortesía, pero acabé dilapidándola:

-¿Con todo hombres fanáticos de una pelota? No, gracias... Los hombres sólo traéis problemas -, advertí prepotente.

-¿No será al revés? Los problemas vienen fusionados a las mujeres... ¡Bueno, es igual! ¡Si no vienes, pues no vengas! -, consideró enfadado.

Al fin y al cabo, entendía su sentimiento; era un rechazo, aunque no desde el auge personal. Yo no quería molestar; iba a ser como un cacho de plomo colgado de sus pies; y era una ocasión única para él que no pasara días con él en Hannover. Lo que yo no quería, era estropearle la estancia.

Había sido muy amable su oferta de que yo pasara unos días en Hannover; comencé a pensar, que demasiado. Y abordé, como quien no quiere la cosa, a hacer transformaciones confusas y fabricar conceptos inconclusos sobre aquel supuesto buen samaritano.

Esto es lo malo de la gente desconfiada, que enseguida nos montamos nuestra propia película.

Es cuando, si aceptaba hospedarme con él y sus camaradas en el hotel de Hannover, como, por ejemplo... me vi a mí misma como un trofeo, como una mujer florero. Si yo llegaba con él, a la ciudad alemana, quizá todos nos mirarían como si hubiera ocurrido algo entre nosotros en el avión. La licenciada en hombres, Eloísa, diría que a mí qué me importaba lo que se comentara de mí, si me iban a tratar como a una reina.

-Tú y tus principios, siempre igual. A ver cuándo aprendes que con principios banales como los tuyos, no se puede ir a ninguna parte -, solía comentar Eloísa a la primera oportunidad.

Normalmente, con sus apostillas excátedra, con las que aseguraba su dominio en todos los campos, iniciaba una tras otra vez, a odiarla visceralmente. Y es que Eloísa no tenía principios, sólo frivolidad y vanidad; y hasta ahora, los perjuicios le habían pasado de largo.

Pero, como a todo bicho viviente, ya le llegaría su rato de amargura y sufrimiento... De eso, estaba segura. Cuando eso pasara, yo me preservaría de estar lejos, para que no me salpicara la sangre, más que nada. Me pasaría después a recoger los trocitos, y amontonarlos en un rincón, para decir luego, como si fuera un oráculo:

-¿Ves? Te lo dije... -.

Objetivamente, no sé si podría ser tan carroñera... Mi sentimentalismo y mi conciencia me lo prohibirían. Probablemente, me conformaría con una risotada por dentro, y luego me humanizaría y me lamentaría al lado de Eloísa, soliradizándome enteramente.

Sin previo aviso, noté cómo me agitaban como si fuera un frasco de colonia. Era mi compinche otra vez, que como se me había quedado la mirada perdida en el horizonte, me sacudía atolondrado de un lado a otro, temiendo que fuera a desfallecer. Reaccioné un poco toscamente:

-¿Qué estás haciendo? ¡Suéltame, pesado! -.

-Vale, vale... Perdona. Pensé que te estaba pasando algo. No sé para qué me preocupo-, acertó a decir.

-Pues no, definitivamente no me quedaré en Hannover contigo y tus amigos. Odio el fútbol... -.

-Ya, ya habías dejado claro que no ibas a venir -.

Lo siguiente, fue que se acomodó en el asiento e hizo como que se quedaba dormido. Al parecer, el Mechado no tenía ganas de volver a hablar conmigo, y con razón, porque me estaba pasando todo el viaje siendo la más arisca entre los ásperos.

Disculpar a un hombre, no entraba dentro de mis costumbres, ni diarias, ni semanales, ni mensuales, ni trimestrales, ni semestrales, ni siglares acaso... No se inscribía entre mis prioridades. En cambio, hoy, y en esta situación tan ambigua mi carácter era el que fallaba.

Principié a sentirme así, triste y desanimada, como si conocerle a él, fuera lo que hubiera leído en un libro de ficción; y todo esto me amargaba profundamente.

Él había sido hasta ese momento, lo único que yo tenía en ese avión. El querer pasar la tarde en Ámsterdam con la azafata había sido sólo una fantasía fugaz; verdaderamente, era con el Mechado, con quien quería estar, y no me importaba ni en qué lugar, ni en qué circunstancias.

Repetí su nombre, invocándole, un millón de veces, pero él seguía sin responder, y me sentí morir. Busqué apoyo visual entre todos los de mi alrededor, aunque el único que me miraba era el señor que se parecía a Hitler, y esta contemplación infame no me aliviaba nada.

Sin cambiar de postura, como en un ritual en el que se hubiera tragado un sable, el doble del dictador, llamó a la azafata impetuosa, y sin quitarme el ojo de encima, le reveló algo al oído. Enseguida, ella se dirigió hacia mí y me comunicó:

-El señor de ahí dice que le está molestando usted al girarse todo el rato. Me veo obligada a pedirle que se pare quieta -.

Me sorprendió la inesperada orden, aunque más que por su contenido, por no saber yo que estaba infringiendo las leyes del clónico hitleriano.

Tragué saliva, arrugué el entrecejo, y me puse derecha en el asiento. Creo que desde aquella vez no he vuelto nunca a sentir la soledad con tanta categoría. Para qué me iba a quejar, si nadie iba a escucharme; sólo me quedaba apretar los dientes, y aguantar mecha.

Prometí fijarme en alguien más encantador, y alejarme de todo. En los asientos de al lado, había un hueco libre, justo al lado de una chica rubia un poco anoréxica. Salté al supuesto Bello Durmiente, y me convertí en la persona más simpática y dialogante del universo; me senté al lado de la damita y le platiqué:

-¿Qué te parece? ¡Con los hombres no se puede hablar! A la hora de la verdad se te duermen...

Pero, la joven no debía ser anoréxica, sino bulímica, y probablemente se había metido un atracón antes del viaje, así que las ganas de echarlo todo fuera dejaron de ser una hipótesis, para ser un hecho.

Sin intercambiar palabra, el rostro angelical de la muchacha se fue transformando en el de la angustia y la desesperación. Casi inesperadamente, se levantó y le cambió el sitio a la leona que me había acosado en el baño, simplemente porque la mujerona estaba más cerca del servicio, y la infantilona esa huesuda, lo iba a necesitar en un tris.

Fue un momento de confusión, si miraba hacia la izquierda veía a la giganta inquietante; si miraba hacia la derecha, al lechuguino apático de mi anterior acompañante, y si me giraba, observa la mirada acuciante de la reencarnación de Hitler.

Volví al lugar de donde había salido, de al lado de mi acompañante originario.

-¿Qué tal tu vagabundeo? ¿No has encontrado ningún espécimen mejor que yo?
-, ironizó el Mechado.

-¡Cállate, déjame en paz! -, agregué entre sus risotadas.

Su arrogancia era insufrible, tanto, que estuve a punto de obsequiarle con un buen cachete en el carrillo; aunque reculé a tiempo, y solamente ensayé un amago de bofetada, que quedó en un gesto chocarrero.

Se estaba comiendo mi dignidad como si fueran palomitas de maíz, pero detrás de esa máscara de diversión a mi costa, había un mohín pernoctado de timidez y ternura, que sólo algunos privilegiados podíamos leer.

Cuando me miraban aquellos ojitos nacarados, mi frío y mal carácter se iba deshinchando como un globo... Ni yo misma lo entendía, pero como si me hubieran acertado con un dardo tranquilizador, de esos con los que los cazadores atontan a sus presas, me notaba cada vez más sumisa.

El silencio fue nuestro aliado durante unos segundos fabulosos, sin embargo, los dos esperábamos que se troncara. Pero no, ya no; ya nadie ni nada podrían derribar el muro invisible, ni la fortaleza de nuestro mundo interior.

Nuestro y de nadie más. Era nuestra iniciación, la que quizá el destino tenía reservada para nosotros; y por fin lo habíamos desvelado.

No podría decir por qué me estaba poniendo tan nerviosa, pero algo iba a suceder; y nada más lejos de lo que yo pensaba, porque ya no me acordaba que estaba a tantos metros del suelo.

El avión comenzó a moverse de un lado a otro, y a convulsionarse como si le hubiera dado un ataque epiléptico. Mis planes de bajar espléndida por la escalerilla, toda yo de una pieza, se esfumaron como los de un icono onírico, y me abracé a mi aliado de campaña.

-¡Vaya, la niña tiene miedo! -, dijo el Mechado, mientras se acoplaba a mi cuerpo.

-Que sepas que ha sido un acto reflejo...

Tras este sutil comentario, lo más consecuente, hubiera sido que me hubiera despegado de él como si me hubiera dado corriente, pero no lo hice, asombrándome a mí misma rematadamente, una vez más.

Miraba por la ventanilla, y sentía la amenaza de unas nubes negras y aviesas, que antes parecían algodón de azúcar, de colores albino y rosado. Un relámpago feroz, seguido de un trueno ensordecedor, divulgaron el estreno de la tormenta.

Temí haberme escurrido de sus brazos, cuando se levantó para echar la cortinilla; pero volvió a rodearme con sus brazos, y me besó en la frente.

-Así es mejor, corazón que no ve, corazón que no siente..., agregó.

Había pasado de oír los latidos de mi corazón a escuchar sólo los de su pecho, y a pesar del traqueteo del avión, sentí ganas de quedarme adormilada en aquel cálido arrumaco. Todo estaba cambiando, y me sentía a gusto así, sin preocuparme de nada, como si el mundo jamás hubiera existido, y fuera algo que mi mente hubiera creado por puro entretenimiento; sin embargo, tan inexistente como fingido, temí que la burbuja se esfumara.

Apenas me enteré de que nos informaba el comandante del avión. Indicaba serenamente que por leves averías en el aparato, se veía obligado a tomar tierra, ya que no estaba seguro de que la situación pudiera agravarse, con ayuda del tiempo inestable.

¡Continuara! Mañana, en este mismo blog, se editará la segunda parte del relato "By air", escrito por Pilar Ana Tolosana Artola, paciente de Ataxia de Friedreich, de Vitoria.

3 comentarios:

  1. ¡Gracias, Pilar Ana!.

    Observo que no te falta imaginación. Yo, en cambio, no he salido de mi "terruño". Por eso, he tirado la toalla como escritor. Me limito a "copiar" vuestras letras :-)

    Un abrazo.

    Miguel-A.

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  2. La imaginación puede aportarnos mchas cosas, te lo digo yo, Miguel. Un fuerte abrazo.

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  3. Pilar Ana, por supuesto que la imaginación puede aportar mucho en cualquiere condición de vida. Y más aún, en nuestro caso de enfermos degenerativos... donde la puertas hacía el exterior se no se nos van cerrando poco a poco. Sí, pero habría de distinguirse qué parte imaginativa puede ser adquirida, y cual pertenece al campo de las cualidades de cada uno.

    Un abrazo.

    Miguel-A.

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